A Iulius,
Ayac xictli in tlaltícpac
(Nadie es ombligo sobre la tierra)
Si casi todos los hombres son capaces de valerse de una serie de verdades, a Iulius le bastó solamente desmentir una. Este mundo no existe. Aquel día sentenció con una tranquilidad atroz: “Si yo no existiera, nada de todo esto existiría. Gracias a mí, el mundo es. Yo hago las cosas”.
Nos hicimos hielo. El cantinero del Frontón alzó una ceja y nos echó una miradita indiscreta. Nos vimos allí, como en una pintura olvidada, disolviéndonos. Pedimos otra jarra de cerveza oscura. Qué se supone que hace uno cuando le dicen algo así, tan contundente: “No existes”, igual que una pesadilla.
Iulius no acostumbraba beber. Ni siquiera había tomado una aspirina nunca. Aún así lo dijo, tenía que sacarlo: “Si mañana muero, ustedes dejarán de existir, y ya me estoy cansando de hacer que existan”.
Al día siguiente (él sabía que era definitivo) se marcharía a otro lugar, más lejos que nadie. Se iría como “diplomático”. Así lo dijo, como en broma. Iulius había estudiado derecho. Y no era ningún tonto que hablara por hablar. Había cursado algunos años antes la carrera de filosofía, pero no se sintió con el ánimo como para cambiar de ideas a cada rato. Prefirió cambiar de corbata, por eso eligió derecho, porque pensaba que era mejor discernir entre las rayas o los rombos, que hacer cambiar una idea.
Este mundo dejó de existir ayer. O comenzó a descomponerse desde el momento en que Iulius se fue. Luego la noticia: este mundo ya no existe, pues ayer murió. Ayer, todo sucede ayer…
No fue un accidente. Las estadísticas dicen que las alas de los aviones no se desprenden repentinamente. Ni tampoco se desploman o se evaporan en medio del mar. Las estadísticas dicen una verdad que no concuerda en el mundo de Iulius.
Apenas si había pasado un instante. Dos años no son nada, o tres, o uno. Iulius regresaría de Europa después de un breve viaje por el mundo. “El mundo”, siempre le gustó cómo sonaban esas palabras. Y nos haría existir otra vez. Se enderezaría la realidad, la que nos había quitado con su ausencia, pero que aún teníamos, como se tiene fe en algo.
Nadie lo esperaba. ¿A qué volvía? Si acaso alguno guardaba la esperanza de que le trajera un regalo. Uno no se va tanto tiempo y tan lejos y vuelve con las manos vacías. Uno no desaparece nada más, siempre algo queda. Pero parece que él se había llevado todo.
Ya no recuerdo, porque yo no estuve. Creo que no lo esperaba allí Natalia, una de sus novias. Tampoco estuvo María Ana, su esposa, de quien no se había separado y no pensaba hacerlo. No llegó Dulce, la mujer que no había conocido en un bar nudista, donde no se bailaban danzas pornotópicas, ni adonde no llegaban tipos que no eran si Iulius no estaba allí.
No sabían de su llegada sus familiares ni sus amigos. Su abuelo no había fallecido, pero tenía el cerebro seco como una pasa, era casi como si no existiera dos veces. Daba lo mismo si volvía o no. Varias de sus alumnas no acudieron con pancartas al aeropuerto, dándole la bienvenida a Iulius, que no se había convertido en maestro de nadie.
Yo no tuve ganas de ir, pensaba esperarlo en El Frontón, como si no hubiesen pasado varios años, sino acaso un día, el de ayer. Sin embargo el avión no despegó jamás. No volaría desde Europa hasta América, o de Asia u Oceanía a cualquier parte en un regreso aparente. No cruzaría el mar. Iulius no subió a ningún avión.
Gracias a él mi vida había mejorado notablemente. Gracias a él había conocido a Ruth. Él me hizo en este mundo, que ya no existe, pues está muerto ahora el pobre de mi amigo. Muerto no, los muertos somos los demás. Ha dejado su obra inconclusa solamente.
Así que no fuimos a recibirlo al aeropuerto en la Ciudad de México, porque no iba a volver. No esperamos el vuelo 498 de Lufthansa, porque no fue el lunes 22 de septiembre cuando no iba a llegar de Frankfurt. El día no era soleado, ni tampoco esperábamos a ningún Iulius. No llovía. No había nubes. No hacía aire. Nada sucedió. No parecía día ese día. No salimos de nuestras casas, pues con Iulius todo se fue. Aquel lunes no desperté de un sueño que no estaba soñando.
Si casi todos los hombres son capaces de valerse de mentiras, ¿por qué no decir una verdad un día? Este mundo no existe.
Genial!!! Casi lloro pero es porque ando emo, siempre sospeché de tu nihilismo y sinceramente lo admiro, a ambos: a tu nihilismo y a vos. Gracias por el escrito.
[…] This post was mentioned on Twitter by Anahita, Anahita. Anahita said: Homenaje a Solange Marriot – http://estepais.com/site/?p=29791 —> A leer que el mundo se acaba y esto no se lo pueden perder […]
Me suena. Me suena. Esto pasó ayer…
Efectivamente, el mundo no existe, y justamente después de leerle, dejo también de existir…
Un placer, como siempre, mi querido Wiiliam Pescador.
¡¡Woooow!!
jeje. no lo creo… no lo creo…