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La seriedad de Silvio
Cultura | El Espejo De Las Ideas | Este País | Eduardo Garza Cuéllar | 01.04.2014 | 2 Comentarios

En los conciertos de música “culta” suele haber programas de mano que, aunque tienen un innegable valor educativo, expulsan del repertorio al factor sorpresa. Las presentaciones de música popular, por su parte, regalan a los cantautores el privilegio de elegir canciones y secuencias, de alternar no solo ritmos sino las novedades con los temas que están en la memoria (y en la expectativa) de la gente: entre lo que se presenta y lo que se representa. Los cantantes populares son curadores de su propia exposición, editores del libro efímero que es cada concierto.

Tienen el derecho de administrarse y la responsabilidad de diseñar las secuencias de momentos y tesituras emocionales que constituyen la experiencia toda, el ritual.

Hay en ello un inconveniente. Una parte significativa de la audiencia se muestra convencida de que —incluso en un concierto para diez mil almas— una orquesta puede interpretar en cualquier momento cualquier canción, elegida entre un repertorio de cientos de ellas, a condición de que grite oportuna y estrepitosamente. De esta confusión (la de una reunión bohemia en el Auditorio Nacional) resulta que, en los segundos de impasse entre dos canciones, casi siempre haya gargantas empeñadas en modificar la secuencia del programa espetando el nombre de la canción que más “les llega” o simplemente de aquella que les viene a la mente.

Hay algo peor: algunos de estos espontáneos tenores juzgan la calidad del artista por su capacidad de lograr esta improbable proeza. Buenos son aquellos que complacen la demanda popular. Malos los que le dan la espalda. Al brujo se le exige determinado truco en determinado momento. Solo el buen mago nos complace.

Artistas de distintos temperamentos reaccionan también de manera diferente ante “la afrenta de la rockola”. Hay quien sigue el juego, saca de la chistera la canción que alguien pareció gritar y se jacta de complacerlo. Hay quien, como Serrat, confronta graciosamente la ingenuidad de la gente; hay quien la evade o juega con ella.

Silvio Rodríguez parece simplemente ignorar el juego. Su intención está centrada en conducirnos a otro lugar, en mostrar sin demostrar. Entre serio y adusto (en realidad imperturbable), se entrega simplemente a su oficio. Propone. Se dedica únicamente a hacer música, a la poesía. Con profunda seriedad, con veneración, con entrega absoluta.

No hay en él ningún exceso, ningún efecto, ninguna necesidad de complacer ni de agradar. No suda. Simplemente está allí, concentrado, entregado, maestro.

No cede a presiones del tipo “¡Viva la Revolución cubana!”, “¡Te amo, Silviooo!” o “¡Cántame la del unicordio!”. Mucho menos al aún peor y más destemplado “¡La del breve espaciooo!” que, por cierto, no es suya.

_Silvio_Rodríguez_y_Víctor_Heredía

En ocasiones parece que los aplausos y los desbordamientos de la emotividad del público perturbaran su empeño que no es otro sino el de la ejecución de canciones y arreglos extraordinarios que, al igual que su poesía, no carecen de complejidad. En la música no hay milagros, decía Misha Katz. La ejecución musical, nos recuerda Fran Garza, dista mucho de ser fácil. A cada concierto le anteceden literalmente miles de horas de ensayo. Se trata de entregarlas al público en un momento de verdad que demanda concentración, ritmo, precisión, oído, afinación.

El poeta cubano solía taparse un oído para garantizar su afinación. Ahora utiliza, junto con los inevitables anteojos y encima de una boina, unos audífonos. Permanece sentado en su banco, atrás de la mayor parte de su orquesta, casi siempre bellamente atrincherado detrás de su guitarra. No sé si sea un hombre tímido, pero inevitablemente me recuerda al llorado Paco de Lucía quien al inicio quiso ser cantaor pero luego, al escuchar a Camarón de la Isla, decidió rendirse a su propia timidez resguardándola detrás de la guitarra.

Junto a Silvio, el pianista ruso Denis Kozhukhin nos parece alegre; la sobriedad catalana de Serrat, complaciente; mi admirado Sabina, un verdadero showman, y otros, como Cortez o Amaury, tantito menos que vedettes. Ni hablar de los carismáticos, producidos por cadenas de televisión, que maquillados y con varios kilos de más, bailan, sudan y se esfuerzan por ser espontáneos y graciosos.

Pero este cubano agazapado quien, como Manolete, no torea para los tendidos, toca lugares del alma a los que nadie más llega. Y ese es el punto.

A través de metáforas tan afortunadas e inusuales como sus armonías nos lleva a un país que está mucho más allá de su explícita ideología, moda o referencia generacional.

Son su propuesta estética y su ética las que nos convencen. Mejor aún, las que nos invitan a encontrar las nuestras. Silvio Rodríguez reta necesariamente a tomar la vida y la palabra en serio, a tomar partido, a honrar cada segundo, a situarse frente a la razón histórica, la sociedad y nuestra propia existencia con seriedad absolutas.

Como un sabor complejo que no asalta brutalmente a las papilas gustativas, sino que se descubre y transforma gradualmente; como un rostro o un texto con misterio, como un gozo mediato, sus canciones nos persiguen de manera indefinida y extraña. Vuelven a nosotros, cobran sentido, nos interpelan años después.

Nos sugieren nuevos caminos para el desamor:

¿Qué hago ahora contigo

ahora que eres la luna,

los perros, las noches,

todos los amigos?

Ojalá pase algo que te borre de pronto

una luz cegadora. Un disparo de nieve

ojalá, por lo menos, que me lleve la muerte

Se ha perdido mi forma de amar

se ha perdido mi huella en su mar […].

¡Que me tenga cuidado el amor,

que le puedo cantar su canción!

 

Para el compromiso:

Vamos a andar

con todas las banderas

trenzadas de manera

que no haya soledad.

Solo el amor

alumbra lo que perdura

solo el amor

convierte en milagro el barro.

 

Para la esperanza:

Se está arrimando un día feliz

como hace un barco tras sus meses.

Se está acercando un día de abril,

un día de abril se va a arrimar

a los finales de noviembre.

 

Para el amor:

Imagínate que hasta mi perro

me busca en tu puerta cuando me le pierdo.

Te amaré, te amaré si estoy muerto

Te amaré al día siguiente, además

Te amaré, te amaré como siento

Te amaré con adiós, con jamás.

 

Amo a una mujer clara

que amo y me ama sin pedir nada

o casi nada, que no es lo mismo,

pero es igual.

 

Musicalmente su complicidad fundamental ha sido siempre la guitarra. Pero últimamente ha construido una orquesta elegante y equilibrada, la que a mi juicio mejor ha comprendido su propuesta.

Sus ocho músicos funcionan como dos equipos que se yuxtaponen o se desagregan suavemente. Por una parte un cuarteto de jazz (un piano muy distinto de Miralles, contrabajo, vibráfono y una batería discretísima). Por otra, una extraordinaria segunda guitarra, un tres como el de Compay Segundo, un bajo acústico eléctrico y los alientos (flautas y clarinete) de Niurka González, su esposa.

Antes había intentado distintos grupos, de buen o mal gusto, incluso orquestas geniales, como Afrocuba, que, quizá por serlo, terminaban en la mayor parte de los casos relegando la guitarra, compitiendo con ella o suplantándola. Finalmente, ha logrado, quizá sin pretenderlo, una orquesta que simplemente amplifica la tesitura y el timbre de su virtuosísimo instrumento.

La canción “verde y madura”, “clara y oscura”— es en el fondo una estructura frágil, hecha del improbable encuentro de palabras, melodías, ritmos, armonías y arreglos, de su mágica sinergia. Su grabación en estudio, como su ejecución en concierto (aparentemente trivial), solo alcanza la perfección tras muchas horas de trabajo que, arduamente, logra alinear el talento de algunos para luego cautivar el espíritu de muchos. Algo en realidad insólito, casi milagroso, que desconoce la civilización del espectáculo, pero el alma siempre agradece. ~

_______

EDUARDO GARZA CUÉLLAR es licenciado en Comunicación y maestro en Desarrollo Humano por la Universidad Iberoamericana, y posgraduado en Filosofía por la Universidad de Valencia. Ha escrito los libros Comunicación en los valores y Serpientes y escaleras, entre otros. Se desempeña como Director General y Consultor del despacho Síntesis.

2 Respuestas para “La seriedad de Silvio
  1. Que maravilla. !!
    Gran admiradora de
    Silvio Rodriguez!!
    Y de Este Pais!
    Es “”tan”” Brillante y sabio!!! Y todabia le pone Musica…y nos lo hace cantar!!!
    BRAVO!!GRAN ARTISTA!!

  2. Que maravilla. !!
    Gran admiradora de
    Silvio Rodriguez!!
    Y de Este Pais!

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