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Bruno Estañol, narrador fantástico
Cultura | Este País | Juan Domingo Argüelles | 01.11.2013 | 0 Comentarios

Bruno Estañol, además de ser un distinguido neurólogo, clínico e investigador es ensayista y novelista. En su última obra, de la cual nos habla Juan Domingo en esta ocasión, relata la historia de un ajedrecista con la pericia de un hombre que conoce la mente humana a fondo.

Bruno Estañol,

El ajedrecista de la Ciudadela,

Cal y Arena, México, 2013.

ajedrecista_

Bruno Estañol es un escritor sui géneris, lo cual quiere decir que es un verdadero escritor, extraordinario, porque todos los verdaderos escritores son sui géneris. Escritor que se deja etiquetar o que, deliberadamente, escribe para el mercado antes que para el lector posible, pierde una parte fundamental del oficio de escritor: la libertad.

Estañol es un escritor que escribe libremente: no lo que el mercado le pide, sino lo que él desea escribir; lo que nace de sus obsesiones, sus fantasías, sus sueños, sus reflexiones sobre la vida y la muerte, sus asombros sobre la realidad y la irrealidad que nos angustian y, sobre todo, sus perplejidades y certezas acerca de la mente, es decir del cerebro: esa máquina complejísima que lo mismo nos vuelve locos o cuerdos sin a veces poder distinguir dónde están las fronteras entre la locura y la genialidad.

Cuando Bruno Estañol dice que la mente del escritor es una mente especializada, entiendo que no solo es especializada para escribir, sino también especializada para otras cosas que acompañan generalmente a los escritores: la vanidad, la arrogancia, la presuntuosidad, la intemperancia y la pedantería, y sin embargo debo decir que, en su caso, no encuentro ninguna de estas especializaciones malsanas, con excepción de la muy sana especialidad de ilustrar y divertir a sus lectores.

Quizá se inscribe Estañol en la tradición de los escritores científicos en lengua española como Santiago Ramón y Cajal y Gregorio Marañón, aunque la verdad es que, con algunas excepciones, tanto Ramón y Cajal como Marañón son un tanto cuanto aburridos, mientras que Bruno Estañol posee una brillantez de espíritu en su erudición que siempre va acompañada de su buen humor el cual traslada invariablemente a su escritura, lo mismo de ficción que de reflexión.

Su pasión por la música lo ha llevado a decir: “Quisiera que en mi tumba se pusiera el epitafio: Amó la música y las palabras”. Pero recuerdo que, en alguna ocasión, restándole un poco de solemnidad a este epitafio, me confesó que no le disgustaría cambiarlo por uno más breve y menos sentencioso: “Fue por el café”.

Esta disposición de Bruno Estañol a relevar lo solemne con lo más profundamente humano que es el humor y la alegría de vivir, convierte al escritor en alguien que jamás está dispuesto a aburrir a sus lectores. Él se divierte escribiendo e ideando fantasías que pueden ser realidades o refiriendo realidades que pueden ser perfectas fantasías, y ese gusto de hacerlo se transmite invariablemente a los lectores que gozan de su escritura y aprenden al mismo tiempo historias dignas de conservarse en la memoria.

La mente del escritor es —nos ha dicho Estañol— como la mente del ajedrecista y el matemático. No es por nada que Borges se reprocha al final de su vida haberse dedicado “a las simétricas porfías del arte que entreteje naderías”. Con ironía, y quizá con sarcasmo y burla hacia él mismo y hacia los demás, dice: “Mis padres me engendraron para el juego / arriesgado y hermoso de la vida, / para la tierra, el agua, el aire, el fuego. / Los defraudé: no fui feliz. Cumplida / no fue su joven voluntad. Mi mente / se aplicó a las simétricas porfías / del arte, que entreteje naderías. / Me legaron valor; no fui valiente. / No me abandona, siempre está a mi lado / la sombra de haber sido un desdichado”.

¿Fue realmente Borges un desdichado por dedicarse “a las simétricas porfías del arte que entreteje naderías”. A Borges no se le puede creer nada a pie juntillas. Porque siempre existe la posibilidad de que nos esté tomando el pelo. Y eso que está en la mente del escritor no es otra cosa que el genio o la genialidad para decir algo que la mente del lector deberá desentrañar o bien conformarse con la irresolución del misterio.

Neurólogo, además de escritor, Bruno Estañol conoce la mente del escritor y conoce la mente de quienes no son escritores; es decir, conoce el cerebro: sus mecanismos, sus debilidades, sus potencias y sus patologías, y a veces incluso las patologías pueden ser potencias por arte de la creación literaria.

Cuando uno lee los libros de Estañol —me refiero a sus cuentos, sus novelas y sus ensayos literarios y científicos— encuentra siempre un espíritu filosófico que habla por medio de la sentencia y el aforismo. Yo me he dado a la tarea de atesorarlos y utilizarlos como benéficos consejos saludables cuando me ataca la desesperación. Recuerdo este en especial: “Lo importante no es la felicidad, sino vivir la vida con alegría”.

Bajo esta premisa tenemos que celebrar la aparición de su nuevo libro: El ajedrecista de la Ciudadela, novela maravillosa y fantástica, teñida de realidad, que viene a sumarse a los otros libros de este pródigo autor, entre ellos, en la narrativa, Fata Morgana (1989), Ni el reino de otro mundo (1991), El féretro de cristal (1992), La esposa de Martín Butchel (1997), La barca de oro (1998), Bella dama nocturna sin piedad (2003), Pasiflora incarnata (2003) y La conjetura de Euler (2005), y, en el ensayo científico-literario, La vocación condenada y La mente del escritor y otros ensayos sobre la creatividad científica y artística (2011).

En 2012, como antólogo, publicó el volumen El doble, el otro, el mismo (Cal y Arena), una selección estupenda de cuentos clásicos (Hawthorne, Wells, Stevenson, Schwob, Kafka, Maupassant, Gógol, Bierce y Poe) a propósito de la dualidad, que es uno de los temas fundamentales de la narrativa fantástica. A decir del antólogo, “el doble evoca la soledad esencial del ser humano y nos advierte sobre la certeza de nuestra identidad”. Existe la fantasía de la dualidad, pero también la psicopatología. “Uno de los grandes problemas del ser humano es su identidad. Muchos hombres y mujeres se sienten atrapados en su yo y en su cuerpo”, explica Estañol. Borges, autor de El otro, el mismo, escribió en su “Poema conjetural”: “Yo que anhelé ser otro”.

A propósito de la vocación del escritor, un día Bruno Estañol me dijo que entre la vocación condenada y la condenada vocación había muy poca distancia. La condenada vocación de un escritor es la que lo lleva a condenarse para siempre en una vocación a la que no puede jamás renunciar. Y, en este sentido, el escritor siempre será un condenado: un escritor condenado y un condenado escritor. El ajedrecista de la Ciudadela, la más reciente novela de Estañol (finalista en España, el año anterior, en el Premio Tristana de Novela Fantástica), presenta inapelablemente esta condición. Y aunque parezca que esta novela es un libro preferentemente sobre el ajedrez, en realidad es un libro sobre la vida y, más exactamente, sobre la derrota final del hombre que es, a fin de cuentas, la muerte. Todos jugamos un juego en esta vida y todos pensamos que lo ganaremos, o deseamos ganarlo, hasta que la muerte nos da jaque mate.

Por supuesto, para quienes son apasionados del ajedrez, en esta novela se sumergirán en el conocimiento del juego ciencia y gozarán las historias de triunfos y descalabros de Lasker, Capablanca, Morphy y Alekhine, entre otros, y sabrán del misterio que acompañó a otro ajedrecista malogrado, Carlos Torre Repetto (que le ganó a Lasker con un sacrificio de reina), hombre nacido en Yucatán, que, cuando todo el mundo esperaba que se convirtiera en un gran maestro, enloqueció y se perdió en la bruma del tiempo y del enigma.

Pero también en la nueva novela de Bruno Estañol encontramos sus otras pasiones: la filosofía de los heterodoxos o heréticos (Pascal, Spinoza, Swedenborg, Schopenhauer, etcétera) y, por supuesto, la música, con Bach, Mozart y Mendelssohn como abridores de las puertas del cielo, o del infierno, según se vea.

No cometeré el agravio de revelar a los lectores la trama y el desenlace de esta novela en la que un ajedrecista anónimo (y anodino), de esos que juegan en la plaza de la Ciudadela (frente a la Biblioteca de México), refiere su vida fantasiosa o real, mientras juega una partida. Diré que quien desee saber eso tendrá que leer el libro, pero le garantizo que al comenzar no se detendrá hasta terminarlo y luego querrá volver a sus páginas por las muchas virtudes que ahí se encierran.

Entre ángeles y demonios, entre Dios y el diablo, entre el bien y el mal (que no siempre es posible distinguir con claridad), Bruno Estañol nos guía no por los círculos dantescos del infierno, sino por la espiral de la vida, y los personajes reales y ficticios, literarios e históricos, que van apareciendo en el relato del ajedrecista, se convierten en espejos de nuestro pasado y nuestro presente, y con seguridad en el reflejo ineludible de nuestro futuro: el jaque mate, la muerte.

Sentencioso siempre, sabio en sus mecanismos literarios para atrapar al lector, pero también sabio en lo que a sabiduría humanística se refiere, el autor nos ofrece muchas posibilidades para entender qué estamos haciendo aquí en este mundo donde quizá, alterando levemente el célebre verso de la poesía prehispánica, solo venimos a jugar (y no nada más a soñar).

Comparto con los lectores unas pocas de estas sentencias estañolianas que he ido subrayando a lo largo de mi más que feliz lectura:

“Voltaire observó, con perspicuidad, que la palabra político quiere decir ciudadano, porque viene de la palabra griega polis que quiere decir ciudad, y ahora significa el que engaña a los ciudadanos”.

“¿Que qué es el ajedrez? Es como las matemáticas y la música y la poesía: una pasión autista que te encierra dentro de ti mismo y que se basta a sí misma. Así son en realidad todas las verdaderas pasiones, incluyendo la pasión amorosa: uno la sufre y la goza en la soledad absoluta y en ese momento es lo único que existe”.

“El arte y la ciencia son completamente inútiles, pero si no lo son, como dice un gran pintor amigo mío, no son en verdad indispensables”.

“No es tan extraño que la ficción sea más interesante que la vida”.

“¿No cree usted que la experiencia de la locura la hemos sufrido todos? ¿No hemos estado locos aunque sea por un momento?”.

“Ni siquiera los ajedrecistas, filósofos y matemáticos están libres de pensamientos mágicos”.

“La pasión por el juego solo se cura con la muerte”.

“La única prueba de la existencia de Dios es la existencia de Bach, dijo Cioran en sus Diarios, pero si no lo dijo lo debió haber dicho”.

“Uno no se da cuenta de la intensidad sino hasta que ha pasado”.

“Al fin y al cabo todos somos perdedores porque la vida siempre se pierde”.

Más allá de la música, la filosofía, el ajedrez y las historias celestes e infernales, El ajedrecista de la Ciudadela es también una historia de amor, interpretada por un trío que componen Orobio de Castro, Flavia y Richárd Raséc. El título completo que Bruno Estañol había puesto a su novela era El ajedrecista de la Ciudadela o Historia sobrenatural del amor. Esta segunda parte del título (del todo opcional) nos da la clave de lo que también encierra esta maravillosa ficción.

Entre el heresiarca de la colonia Roma y los monstruos del ajedrez, Bruno Estañol juega con sus recuerdos y juega con nosotros, sus lectores. Gracias a sus páginas he recordado la célebre publicidad que vi en mi niñez que decía: “Yo fui un alfeñique de 44 kilos hasta que leí el libro de Charles Atlas” (un método para desarrollar la musculatura). Seguramente, todos los niños que vimos esa publicidad soñamos con ser Charles Atlas. Esa historia también fue una ficción, aunque, por supuesto, no mejor que las ficciones de Bruno Estañol que no nos prometen convertirnos en Charles Atlas, sino disfrutar de unas páginas que (esto lo digo yo) no desarrollarán nuestra musculatura, pero sí nuestro cerebro y nuestras emociones.  ~

________

JUAN DOMINGO ARGÜELLES (Quintana Roo, 1958) es poeta, ensayista, crítico literario y editor. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha publicado el volumen de ensayos El vértigo de la dicha: Diez poetas mexicanos del siglo XX. En 2004 reunió su obra poética de dos décadas en el volumen Todas las aguas del relámpago (UNAM) y en 2009 la Editorial Renacimiento, de Sevilla, le publicó una antología general de veinticinco años de trabajo poético, con el título La travesía. Es autor también de varios libros sobre el tema de la lectura, como Escribir y leer con los niños, los adolescentes y los jóvenes (Océano, 2011), Estás leyendo… ¿Y no lees? (Ediciones B, 2011) y La lectura: Elogio del libro y alabanza del placer de leer (Fondo Editorial Estado de México, 2012). Océano acaba de publicar la Antología general de la poesía mexicana, que él edita y prologa. Entre otros reconocimientos, ha recibido los premios Nacional de Poesía Efraín Huerta, de Ensayo Ramón López Velarde, Nacional de Literatura Gilberto Owen y Nacional de Poesía Aguascalientes.

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