Hace unas semanas el Fondo de Cultura Económica cumplió 75 años de existencia. A lo largo de ese tiempo la editorial ha publicado 115 millones de ejemplares; hoy cuenta con más de 4 mil títulos en catálogo, reunidos en 100 colecciones. El Fondo —como se le conoce— permanece en la vanguardia de la edición iberoamericana. Para festejarlo, la dirección de esa casa editorial organizó el Congreso Internacional del Mundo del Libro.
En la presentación de ese encuentro, el FCE aseguraba que en estos últimos 75 años la edición cambió más que en los quinientos años posteriores a la invención de la imprenta: adelantos técnicos y comerciales sentaron las bases para que el oficio se convirtiera en una verdadera industria. Pero hoy los editores se encuentran en el ojo del huracán digital: “Todo a nuestro alrededor se mueve a gran velocidad y aún no nos queda claro qué se mantendrá en pie”.
En los diversos foros en que se dividió el congreso, las preguntas que rondaban la cabeza de los ponentes y del público se referían al impacto que tendrá internet en la transmisión del conocimiento —para la que el libro ha sido el vehículo por excelencia—, y a la relación del autor con el editor y con los lectores. Pero la pregunta central era: ¿desaparecerá el libro? El proyecto de Google para digitalizar millones de obras y ofrecerlas en su portal fue un tema recurrente, y a él se refirió Robert Darnton, director de la red de bibliotecas de la Universidad de Harvard, en la ponencia inaugural. Más allá de que es difícil entender “cómo una imagen digital de un viejo libro provoque una emoción comparable a la que produce el contacto con el original”, lo cierto es que la digitalización ha provocado una enorme controversia, pues como también señalaron otros participantes, la empresa en la web ha demostrado la factibilidad de la biblioteca universal, aunque existe el peligro de “favorecer utilidades privadas a costa del bien público”.
Es un tema cuyo desenlace está por definirse, pues al momento de escribir estas líneas se dio a conocer la decisión de los editores franceses de oponerse al proyecto de Google, y las cortes estadounidenses están por resolver las demandas de autores y editores de ese país contra el proyecto. Marco Marinucci, uno de los responsables del proyecto de Google, fue conciliador y destacó la disponibilidad de la empresa para llegar a un acuerdo con autores y editores, conforme a la ley vigente en cada país. Pero además señaló uno de los obstáculos a superar en el proyecto de la biblioteca virtual: el escaneo de los millones de libros supone no sólo una titánica tarea sino la solución de problemas técnicos.
Basta visitar la página de Google Libros y realizar algunas consultas para advertir lo cierto de esta aseveración. Roger Chartier en su oportunidad aceptó que “el sueño de la biblioteca universal, sin muros, está más cerca de hacerse realidad. La ambición es magnífica, pero debemos saber qué implica esta transformación”. Y advirtió: “Las instituciones públicas deben tener mucho cuidado cuando negocien con Google, pues me parece sospechoso cuando los mercaderes disfrazan su lógica mercantil con un lenguaje del bien común, de la democratización informativa”. Pero bien, ¿desaparecerá el libro? El consenso entre los ponentes fue la incertidumbre. Para todos fue indiscutible el papel que desempeña y desempeñará la red.
Se está frente a un fenómeno cultural cuyo desarrollo llevará años, aunque ya ha cambiado algunas prácticas de consumo cultural. “Si el libro es una prótesis que forma parte de nuestras redes exocerebrales —dijo Roger Bartra—, no debe extrañarnos que pueda evolucionar hasta convertirse en un artefacto sofisticado que mantenga la sencillez original del invento y la combine con los extraordinarios recursos de la digitalización”.
En esa misma mesa Román Gubern resaltó las ventajas del libro impreso —“si se me cae no se rompe y no necesita energía eléctrica ni baterías”—, pero hizo una “profecía razonable para los próximos 80 años”: durante un tiempo coexistirán el libro impreso y el electrónico, y quizá dentro de un siglo éste último sea el vencedor, “porque se va a perfeccionar y los defectos de que se rompe o se acaba la batería se habrán resuelto”. Gubern enmarca este proceso en uno más amplio que él llama “la pantallización de la sociedad”. Internet también afectó decisivamente al periodismo. Franklin Martins —secretario de comunicación social del gobierno brasileño— enunció así los desafíos para los periodistas, y en buena medida también para los editores: la fisura en la concepción vertical de la producción de información, la crisis del modelo de negocios y la concentración de la industria.
Pero a pregunta expresa, sostuvo que los requisitos para el periodismo en la red son los mismos que para los impresos: veracidad, pertinencia y rigor. La concentración de la industria editorial ha sido señalada como un peligro desde hace años por André Schiffrin. “La edición ha cambiado mucho, antes era un oficio, hoy es una industria, y en estos días un editor hace lo mismo que un banquero: adquiere propiedades que luego pueda vender con ganancia”.
El autor de La edición sin editores acepta que nunca imaginó que las cosas se pondrían mucho peor de lo que él alcanzó a ver en aquella obra. Y al igual que Martins respecto a los requisitos del buen periodismo, Schiffrin cree que no importa el soporte en que se presente una obra sino el tiempo que se ha invertido en ella y la calidad con la que está realizada. En la conferencia de clausura, Fernando Savater llamó la atención no tanto sobre el futuro del libro como sobre el de los autores: “El libro y su mundo están frente a un cambio, pero no necesariamente ante una catástrofe”, dijo. El problema es “si el escritor podrá seguir siendo el autor de sus libros, si podrá controlar lo que quiere que aparezca en el libro”. Joaquín Díez-Canedo, director del FCE, resumió así el espíritu del encuentro: “Creo que la discusión ha sido más rica, aunque quizá menos concluyente; intentamos asomarnos a fenómenos culturales nuevos, y aquí se han apuntado algunas de sus características, de sus tendencias. Queríamos saber el futuro de la industria editorial. No tenemos una receta estratégica para los próximos años, pero hemos extendido el alcance de la reflexión”. ~
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