Beatriz Padilla ha viajado por diferentes partes del mundo y ha pintado sus territorios silvestres. No es una turista convencional. Es una viajera consumada que sola ha visitado regiones apartadas de la vida urbana cargando a cuestas maleta, pinturas y caballete. En todas partes, ha encontrado apoyo y ha hecho nuevos amigos que han hecho su jornada más llevadera.
Sus expediciones pictóricas la han llevado al sur de Chile; a las faldas de Machu Pichu en Perú; a los espacios protegidos de Namibia, como el parque protegido de Waterberg; a los arrecifes de Cozumel; en Estados Unidos a las sequoias gigantes de Muir Woods, a los pantanos de Beidler Forest con sus impresionantes árboles enraizados entre las aguas; a los bosques floridos de Gorges, donde los troncos se pintan de morado; y al parque protegido de Nokuse donde Beatriz ha captado árboles azules recortados contra aguas rojizas y una vegetación verde con pinceladas anaranjadas. También a la Tierra de Fuego chilena donde en Karukinka plasmó en el lienzo un bosque alucinantemente bello con árboles cuyas hojas son todas rojas, verdes o amarillas.
De Costa Rica nos trae la silueta oscura de una ceiba pintada con todo detalle, como todos sus cuadros, teniendo como telón un cielo con tonalidades azules y nubes entre doradas y cafés.
Y los cuadros de la exposición, realizada en la explanada de El Colegio de México no se venderán sino hasta dentro de cuatro años, cuando haya terminado su función concientizadora y declara la autora que entonces los fondos se dedicarán a la protección del gran bosque de agua que se extiende al poniente y el sur de la ciudad de México y cuya existencia en grave peligro y con ello la sustentabilidad de los mantos acuíferos que calman la sed de los habitantes de la metrópoli.
De esta manera, Beatriz Padilla destaca la dependencia de nuestra vida cotidiana, basada en el abastecimiento de agua, respecto al bosque de agua y de ahí su llamado a protegerlo y a convivir armoniosamente con él.