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En el trazo de Ricardo Guillarena, en su dibujo deliberadamente convulso y muchas veces elemental, en el aparente desinterés compositivo de sus pliegos, hay una búsqueda de la pureza infantil, no de tipo moral o espiritual sino literal de una pureza de mirada. Guillarena nos reinstaura en ese reino de los sentidos, del trance o la atención perfecta, así sea fugaz, de la que sólo son capaces el niño y el eremita, y desde ese punto de la coordenada espacio-tiempo percibimos sus dibujos.
Puros en ese sentido, los ojos de Guillarena conocen el miedo y la seducción, las impresiones sensibles que a un tiempo nos atraen y nos confunden, y que las lentes del conocimiento y la razón van, con el tiempo, alterando. Estamos así en un jardín y tumbados en el pasto imaginario miramos cada detalle verde de los filamentos, magnificados por la cercanía. En todo su tamaño, también, vemos un espléndido insecto: es una hormiga roja y negra, o un ciempiés, pero a tan corta distancia nos parece que jamás habíamos visto algo así. Nos observa con sus múltiples ojos, como a un objeto más. El insecto continúa su actividad, indiferente a la vida humana, y entonces su anatomía se vuelve extraña: las pinzas; las dentadas, abismales fauces; las traslúcidas, peludas, numerosas patas.
En este viaje a lo minúsculo —contraparte del viaje de D.H. Lawrence por los distantes, orgánicos bosques y montañas— nuestros ojos se han abierto a la verdad del mundo natural. No el de las flores y los detalles sublimes, sino el de formas de vida que nada tienen que ver con lo humano: formas que engullen, digieren, asimilan, desechan, indistintamente. El colibrí ya no es ahí el delicado ser volador que recoge las mieses de una flor, sino una entidad que busca alimento, una mancha de instinto acoplada por el pico a una corola. La figura humana, las formas femeninas ya no son siluetas sugerentes sino trazos nerviosos que comparten las propiedades de esos insectos.
Con la intencionalidad del artista adulto, con una singular potencia introspectiva, Guillarena recobra esa mirada pueril, se confronta con ella y con las visiones que quizás alguna vez le propuso: preñadas de fascinación y asombro, de miedo y repulsión, de insectos y figuras que intercambian partes, de la fantasía —en una palabra— de un pasado de otro modo inconjurable.
Evidentemente lo que más me gusta de esta revista, ¡son sus dibujos! ¡Qué bien! Lo demás también pero ¡me encanta que tengan una Galería!