EstePaís|cultura se complace en presentar su primera edición giratoria. Ilustran el número 60 del suplemento trece imágenes de la notable serie “Dibujos circulares”, del artista y diseñador gráfico Sabino Gaínza. Si aún no lo ha hecho, tome el lector este ejemplar y rótelo. Mire aparecer, en esta página, un rostro inadvertido, un clamor, un antebrazo; o en la imagen de portada una corrida de toros que termina en tragedia: la embestida del animal, los rostros de los deudos, el azoro.
Desde un punto de vista, estos dibujos emanan de la que es quizá la motivación más elemental y legítima del quehacer artístico: el placer de imaginar, concebir y ejecutar libremente. El privilegio de ser Creador. Son ejercicios lúdicos y de ingenio sin otro afán aparente que el esparcimiento y la puesta a prueba de las destrezas. Vistos así, convidan al espectador a participar del juego: a girar y descubrir, a detectar una forma bien disimulada, a entender cómo una parte de una figura al mismo tiempo funciona como elemento de otra lindante pero divergente.
El juego sin embargo termina ahí, o adquiere consecuencias. En medio de un rehilete de rostros ora serenos, ora exaltados, en todo caso mundanos, termina por formarse una deformidad que perturba. Y otro dibujo de caras que van desde la infancia hasta la vejez remata con un cráneo. Pero si no hay arriba ni abajo, si no hay coordenadas estables para la observación, ¿no es válido decir también que la secuencia inicia con ese cráneo, o que lo tiene en el centro mismo de su progresión? La muerte, decía Dilthey, acompaña a la vida en cada uno de sus momentos.
Las fronteras entre juego y gravedad quedan desdibujadas, como lo están de hecho en la realidad. Cosas serias transcurren en el juego de los niños, al tiempo que el adulto nunca deja de jugar por completo. Entre un extremo y otro transita Sabino Gaínza, con entera libertad y con ojos bien abiertos.
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