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Textear: ¿neologismo útil?
Cultura | Galaxia Gutenberg | Ocios Y Letras | Miguel Ángel Castro | 02.05.2012 | 1 Comentario

En la versión española de un artículo tomado de The New York Times, que trata sobre la posibilidad de que se haga realidad el “vínculo biónico”, leemos lo siguiente: “A medida que la tecnología se incrusta en donde nos sentamos y dormimos, también incursiona en lo que vestimos. Lo que impide que verdaderamente nos volvamos uno con nuestro teléfono es que otras personas pueden saber cuándo lo estamos usando. Si tan solo pudiéramos textear sigilosamente…”. Nos preguntamos si estamos ante la aparición de un neologismo útil porque sirve para referirse a una acción particular y novedosa, o ante la llegada de un término invasor que ni falta nos hacía y debemos rechazarlo. Tales ociosidades nos han conducido a reflexionar sobre el explotado vocablo texto.

Texto, según el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (DRAE), procede del latín textus, es un ‘enunciado o conjunto coherente de enunciados orales o escritos’; un ‘pasaje citado de una obra escrita u oral’; ‘todo lo que se dice en el cuerpo de la obra manuscrita o impresa, a diferencia de lo que en ella va por separado; como las portadas, las notas, los índices, etc.’; ‘grado de letra de imprenta, menos gruesa que la parangona y más que la atanasia’. Texto es, por antonomasia, ‘sentencia de la Sagrada Escritura’ y el Sagrado Texto es, por ende, sinónimo de la Biblia. Un libro de texto es ‘el que sirve en las aulas para que estudien por él los escolares’; un texto base o de base, en la labor de edición y publicación de obras, es un manuscrito o impreso seguido con preferencia a los otros o en relación al cual se señalan las variantes de los demás testimonios’.

Según el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española de Edward A. Roberts y Bárbara Pastor, texto procede, en efecto, del latín textus, pero antes de teks- que significaba tejer y fabricar, y documentan esta raíz en la familia del indoeuropeo con términos relacionados con la construcción. Voces derivadas con el sufijo –la son tela, telar y tejido. Corominas confirma la relación entre tejer y texere, y registra los usos de texto, textual, contexto y pretexto, entre otras palabras derivadas. Curioso el caso de pretexto, que se vincula con praetextere ‘poner como bordado o tejido delante de algo’, y con praetexta, nombre de una ‘toga adornada con una faja de púrpura’. El pretexto es entonces una argumentación que precede a algo, y según el DRAE es un ‘motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer algo o para excusarse de no haberlo ejecutado’. Julio Pimentel asocia en su Diccionario de Latín-Español, Español-Latín, texto con scriptum, que posee el sentido de escrito, tratado, composición y confirma el significado de tejer, tejido y tela que tenían las formas texere y textus.

Para la voz contexto, el DRAE consigna cuatro acepciones, dos en uso: ‘Entorno lingüístico del cual depende el sentido y el valor de una palabra, frase o fragmento considerados’ y ‘entorno físico o de situación, ya sea político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el cual se considera un hecho’; y dos en desuso: ‘Orden de composición o tejido de un discurso, de una narración, etc.’, y ‘enredo, maraña o unión de cosas que se enlazan y entretejen’.

Antes de caer en manos de los lingüistas el sustantivo texto y adquirir diversos y complejos sentidos, servía para establecer una distancia o diferencia entre lo hablado y lo escrito, lo que hoy llamamos discurso oral o hablado y discurso escrito, tal como lo encontramos en Cervantes. Después de haberse contentado con una comida limpia, abundante y sabrosa, don Quijote pidió a don Lorenzo que recitara los versos que, se entiende, había preparado para una competencia literaria; el hombre accede pues advierte que lo hará:

por no parecer de aquellos poetas que cuando les ruegan digan sus versos los niegan y cuando no se los piden los vomitan, ‘yo diré mi glosa, de la cual no espero premio alguno; que solo por ejercitar el ingenio la he hecho’. –Un amigo y discreto —respondió don Quijote— era de parecer que no se había de cansar nadie en glosar versos, y la razón, decía él, era que jamás la glosa podía llegar al texto, y que muchas o las más veces iba la glosa fuera de la intención y propósito de lo que pedía lo que se glosaba, y más, que las leyes de la glosa eran demasiadamente estrechas, que no sufrían interrogantes, ni dijo, ni diré, ni hacer nombres de verbos, ni mudar el sentido, con otras ataduras y estrecheces con que van atados los que glosan, como vuestra merced debe de saber.

Este empleo de texto como ‘escrito’, opuesto al discurso oral siguió vigente hasta finales del siglo XIX, como observamos en Benito Pérez Galdós:

Madre mía, oigo a usted exclamar: ‘novela, novela’, y yo digo: ‘historia, historia’. Pulimentando la forma del texto, por el maldito vicio de corrección a que nos induce la llamada cultura, sé que echo a perder el pintoresco relato de la señora Seda. Pero ya no tiene remedio. ¿Cuándo inventarán un daguerrotipo de los sonidos que nos permita sorprender la palabra humana en toda su espontánea belleza…?

Curiosa, por otra parte, la referencia a la invención del fonógrafo que seguramente el novelista conocía, porque el aparato fue perfeccionado por Thomas Alva Edison en 1877 (además, según Roland Gelatt, el fonógrafo ya se había concebido en 1857 por el científico francés amateur Edouard-Leon Scott de Martinville).

La palabra texto adquirió nuevos usos a lo largo del siglo XX porque los teóricos del lenguaje, la literatura, la ciencia y la sociedad la dotaron de nuevos rasgos y propiedades, matices y posibilidades, de modo que extendieron su conceptuación al ámbito de lo oral y discursivo, y a fijar su definición en el DRAE como ‘enunciado o conjunto coherente de enunciados orales o escritos’.

De regreso al ámbito de la tecnología y la comunicación, todos solemos usar un procesador de textos, ‘programa para el tratamiento de los textos’. Esta definición tan económica que nos dan los instrumentos académicos nos lleva a consultar la Wikipedia donde el asunto del manejo de la escritura en el campo de la informática es más explícito, ya que se aclara que ‘un procesador de texto es una aplicación informática destinada a la creación o modificación de documentos escritos por medio de una computadora. Representa una alternativa moderna a la antigua máquina de escribir, siendo mucho más potente y versátil que esta’; se añade una descripción de sus funciones, entre las que resalta que los procesadores de textos ‘brindan una amplia gama de funcionalidades, ya sean tipográficas, idiomáticas u organizativas, con algunas variantes según el programa de que se disponga. Como regla general, todos pueden trabajar con distintos tipos y tamaños de letra, formato de párrafo y efectos artísticos; además de brindar la posibilidad de intercalar o superponer imágenes u otros objetos gráficos dentro del texto’. Ahí se dice que ‘la mayoría de los procesadores de texto más utilizados en la actualidad se basan en el concepto WYSIWYG (del inglés What You See Is What You Get)’. Estos programas tienen ayudas para revisar la ortografía y la sintaxis, y algunos incluyen diccionarios. De aquí que resulte conveniente advertir la diferencia entre un editor de texto, ‘programa que permite crear y modificar archivos digitales compuestos únicamente por texto sin formato, conocidos comúnmente como archivos de texto o texto plano’. Los archivos que se crean con estos programas se reconocen por lo que se llama extensión “.txt” susceptible de modificarse sin gran dificultad. Ese programa queda cerca y lejos del antiguo e imprescindible oficio del corrector de textos o del corrector de estilo, el experto que revisa los escritos llamados originales o manuscritos y las pruebas de imprenta para que salgan a la luz sin errores y tengan la claridad necesaria de forma tal que el lector los comprenda y, de ser posible, los disfrute.

Para decidir, a fin de cuentas y de este atropellado repaso, qué hacemos con textear, conviene tomar en cuenta otras novedades, así que les rogamos a los amables lectores de Este País que alcanzan esta orilla, aguardar al próximo número.

_______________
MIGUEL ÁNGEL CASTRO estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha sido profesor tanto de literatura como de español y cultura mexicana para extranjeros. Especialista en siglo XIX, es parte del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la máxima Casa de Estudios, fue director de la Fundéu México y actualmente coordina el servicio de Español Inmediato.

Una respuesta para “Textear: ¿neologismo útil?
  1. Eusebio dice:

    Profr. Castro:

    Muy buena explicación de lo que es y ha sido el término texto.

    Deduzco por todo lo que usted expone que el uso esa palabra todavía no se autoriza en español. ¿Verdad?

    gracias

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