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Respuesta y bienvenida a Eraclio Zepeda a la Academia Mexicana de la Lengua
Cultura | Este País | Vicente Quirarte | 01.12.2012 | 0 Comentarios

Don Jaime Labastida, director de la Academia Mexicana de la Lengua; señoras y señores académicos; muy querido y admirado don Eraclio Zepeda y amigos que esta noche lo acompañan.

En nombre de nuestra Academia, privilegio y compromiso es dar la bienvenida a la persona unánime de don Eraclio Zepeda. Ser invitado por él a cumplir esta misión se debe a una generosidad conocida por el cariño y la adhesión de quienes ocupan esta sala, así como de la más vasta república que, andando el tiempo, él ha sabido hacer suya como nadie. Sirvan de epígrafe a estas palabras las pronunciadas por Tata Juan, una de las voces por Eraclio conjuradas y a las cuales ha sabido mantenerse fiel: “Quien dice verdá tiene la boca fresca como si masticara hojitas de hierbabuena, y tiene los dientes limpios, blancos, porque no hay lodo en su corazón”.

Del niño que a los diez años de edad publicaba el periódico Alma infantil al orgulloso padre de Masha y abuelo de Milena, ambas nacidas entre la magia y la creación, han ocurrido infinidad de viajes, descubrimientos y tareas. En esencia, Eraclio sigue siendo el niño travieso, ingenioso y sabio, con sonrisa y respuesta para todo. Tempranamente y de manera simultánea descubrió su pasión por las letras y su inconformidad ante la injusticia. Con igual vehemencia lo conquistó el amor en la luminosa Elva, compañera inseparable de todos sus combates. Al lado de poetas hermanos por elección de La espiga amotinada, su juventud vivió cambios trascendentes de la historia; quiso y logró estar en su primera fila: fue testigo y actor de las grandes utopías formuladas por las revoluciones en Rusia, China y Cuba, donde manifestó sus cualidades de militante, maestro y comunicador hipnótico; cuando se lo ha exigido México, ha ocupado cargos de responsabilidad pública y ha enfrentado asperezas de quienes no recuerdan, con la frecuencia e intensidad debidas, una frase lapidaria de José Martí: “Quienes no tienen el valor de sacrificarse, han de tener al menos el pudor de callarse ante los que se sacrifican”.

La suma de pasiones y virtudes encarnadas en Eraclio Zepeda ingresa esta noche de manera formal a la Academia Mexicana de la Lengua. Lo hace como miembro correspondiente en el estado de Chiapas, esa patria a la que solo por convención llamamos chica, y a la cual ha consagrado su energía, su talento, su lealtad. Chiapas, su lejanía geográfica tan proclive al desdén y al olvido centralistas; sus contradicciones sociales; su riqueza de climas y paisajes; su tragedia cotidiana, su invencible alegría, su lenta incorporación al concierto nacional han sido eje de las preocupaciones de nuestro nuevo integrante. Su biblioteca personal se ha ido centrando cada vez más en su estado natal y puede afirmarse, sin hipérbole, que es una de las más completas que existen y a la cual acudimos en busca del dato o el tema que él ofrece con desprendimiento inmediato. Quien esto escribe no hubiera entendido cabalmente la figura de Belisario Domínguez, claro varón de Comitán, de no haber sido por obras consultadas en la biblioteca eráclita; si ese senador impar fue un héroe civil, como el propio Eraclio lo dice en su prólogo a palabras belisarias —que bien pueden ser consideradas una nueva oración sobre la dignidad del hombre—, es porque Eraclio Zepeda ha dedicado su existencia a merecer un calificativo semejante. Excepcional individuo de la polis, ha alcanzado tal categoría por ser, de manera natural, noble y leal, una ciudad en sí mismo, luminoso, acogedor, generativo, lleno de sorpresas y de abismos. Llegar a ese sitio significa una larga y asimilada peregrinación interior. De ahí que, desde el año 1965, el joven poeta incluyera su libro Relación de travesía en el volumen colectivo Ocupación de la palabra, uno de cuyos fragmentos sintetiza sus andares físicos y espirituales por el mundo:

Cuando decimos
capitales, grandes construcciones,
estamos nombrando solo el corazón cautivo
de los muertos,
el terror prolongado en las jornadas,
el esfuerzo plural de los esclavos,
la sed apuñaleada por la fiebre,
las canciones olvidadas en la piedra.

No puedo recordar si fue en una entrevista o en una conversación informal donde me quedó grabada su sabiduría, sencilla y eterna como las piedras: hay tiempo para hacer de los años verdes una rebelión incesante; tiempo para andar a caballo y asimilar, sobre sus ancas, el lenguaje de la naturaleza, con esos múltiples matices que solo revela a sus iniciados; tiempo para aprender las rutas que los aviones siguen en el cielo, como si el volador fuera un pantógrafo que copiara, mágicamente reducido, el planeta azul; tiempo para escribir, el más preciado y difícil de obtener. En los últimos años, Eraclio Zepeda ha sabido utilizar ese espacio bien ganado para escribir su tetralogía narrativa, esa summa chiapaneca donde a partir de los cuatro elementos el autor rinde homenaje a las historias y a la Historia que su experiencia ha recopilado en sus largas, fecundas travesías.

Eraclio Zepeda ingresa a la Academia este 23 de agosto de 2012, pero lo había hecho, sin saberlo, desde antes, cuando a los 22 años publicó un libro que nació clásico, Benzulul, cuentos que ya prefiguran a un escritor donde se dan la mano la visión del antropólogo y el poeta de oído irreprochable. En el discurso que hemos escuchado, su autor se confiesa “testigo del renacimiento de la antropología mexicana”. Si la aspiración de la Academia es el amor por la lengua, su cultivo y exploración sistemáticas, la posibilidad de forjar —como exige mi maestro Élmer Mendoza— una línea que nadie haya escrito antes, los relatos del joven Zepeda demuestran un envidiable dominio verbal aliado a una cosmogonía interior que condiciona el destino fatal de sus personajes. Los trabajos y los días de Juan Rodríguez, el Caguamo, Neófito Guerra o Patrocinio Tipá quedan fijados en el cielo de nuestra imaginación pero, al mismo tiempo, son la suma de todos los sin nombre cuyo testimonio el gran Eraclio ha pepenado —es palabra suya— en los caminos. Los sonidos del paisaje y sus habitantes en apariencia invisibles; la profundidad psicológica de sus voces y, sobre todo, el dominio del habla propia de Chiapas, su verosimilitud y autenticidad en la obra narrativa, lo hicieron ingresar en la nómina de escritores que no envejecen y hacen del español una lengua caudalosa, enriquecida por sus innumerables, incontenibles afluentes.

Chiapas es invitado de honor en su discurso. Chiapas masculino e igualmente con sones de marimba. Para llegar al homenaje a la tierra que lo vio nacer, Eraclio Zepeda se remonta a tiempos en los que los venidos del otro lado del mar trajeron, entre otras armas, la lengua. Si ella conquistó a los habitantes originarios de estas tierras, el dominio que a través de los siglos hemos logrado de la que ha devenido en conquistada, la hace variada, noble y poderosa. No conforme con ser a través de su brillante orfebrería uno de nuestros autores imprescindibles, con el discurso que hemos escuchado, Eraclio Zepeda se pone al servicio de la lengua y de los necesarios y urgentes trabajos que demanda. Zepeda evoca la aventura del teatro guiñol Petul, hablado en tzeltal y tzotzil, con el cual sus integrantes demostraron que a través de muñecos es posible denunciar, formar y transformar. Mención especial merecen en su discurso el doctor Gonzalo Aguirre Beltrán y el maestro Sergio Galindo, que supo llevar a la editorial de la Universidad Veracruzana a su mayor esplendor. Y, como una labor para el futuro inmediato, elogia los trabajos de la Rial Academia de la Lengua Frailescana, prueba de que la herencia de voces e historias que navegan, invencibles, desde las venas de nuestros ancestros, enriquecen la lengua en que nos comunicamos y nunca la empobrecen, aunque así lo pensara el señor Cal y Mayor, funcionario cuyo nombre pareciera inventado por Eraclio. Por desgracia existió; por fortuna ya no se encuentra entre nosotros.

No acudo más al tiempo de ustedes, a ese nosotros urgido por abrazar a Eraclio Zepeda y en ese gesto celebrar un momento miliar en la fiesta de la lengua; compartir, en palabras suyas, “el vino y sus limpias potestades”. Al igual que don Pacífico Muñoz, cuando Eraclio Zepeda abandonaba apenas la pubertad, debe haberse dicho ante su implacable espejo: “Señoras y señores, voy a volar”, seguro de que la conquista incierta, pero siempre gloriosa, del espacio es el único antídoto contra el aburrimiento y la muerte en vida. Pero al contrario de don Chico, incapaz de volar por atender las demandas de sus prójimos, Eraclio Zepeda es un caso excepcional en nuestra república literaria. Sin dejar de escuchar al que se acerca a solicitarlo, aprendió a volar desde muy joven y nos ha enseñado a volar. Con ese aliento inicial y decidido han fructificado los afanes de su edad madura, firme y rotunda como ceiba. Para nuestra Academia, contar con su presencia es un estímulo mayor. Eraclio Zepeda, sé bienvenido a esta casa, ennoblecida por tu aire de permanente juventud, tu talento privilegiado, tu verbo que nunca se fatiga. ~

* Discurso pronunciado en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes el 23 de agosto de 2012.

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VICENTE QUIRARTE (Ciudad de México, 1954) ha publicado decenas de poemarios entre los que se cuentan La luz no muere sola (1997), El ángel es vampiro (1991, Premio Xavier Villaurrutia) y la antología Razones del Samurai 1978-1999 (2000). Es autor también de ensayo —recibió en 1990 el Premio Nacional de Ensayo Literario José Revueltas por El azogue y la granada. Gilberto Owen en su discurso amoroso—, narrativa y obra dramática. Como editor se ocupó de la redacción de la Revista de la Universidad de México y de la dirección del Periódico de poesía. Ha sido director del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM y de la Biblioteca Nacional de México. En 2003 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua, convirtiéndose en el miembro de número más joven en la historia de la institución.

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