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La economía con Peña es una paradoja
Este País | Carlos Mota | 01.04.2013 | 1 Comentario

Cabe preguntarse si el buen ánimo y las expectativas que el nuevo sexenio ha despertado en mucha gente están fundados en la realidad. En opinión del autor, no lo están. Subestimamos, entre otras cosas, hasta qué punto nuestro desarrollo depende de factores externos.

El pasado domingo 17 de marzo durante una comida en el rancho de un amigo en Atotonilco, charlé un rato con un individuo del círculo más íntimo del expresidente Felipe Calderón. En realidad, la conversación la detonó una pregunta sobre cómo veía yo las cosas en materia económica en la actualidad, a lo que respondí que el momento era interesante, y que las cosas van bien. No obstante, luego de pensarlo dos veces, le dije a mi interlocutor: “Es curioso, pero este año creceremos menos que el pasado, y en las conferencias que he dado a lo largo de los últimos meses he planteado la paradoja que hemos vivido en 2012 con el cambio de partido”.

Creo fervientemente que vivimos una paradoja en México, una ecuación de múltiples variables para la que se requeriría un equipo interdisciplinario a fin de resolverla: un economista, que identifique los factores relevantes para medir nuestro desempeño económico relativo; un psicólogo, que desenmarañe las premisas con las que están funcionando las mentes de los ciudadanos; un sociólogo, que modele el comportamiento colectivo de las diferentes capas sociales —distinto sustancialmente al de otros colectivos—; un inversionista institucional, que señale las condiciones por las que se ha vuelto apetitoso invertir aquí, y un sacerdote, que desentierre alguna escritura en la que se nos revele la verdad.

Esta es la paradoja: México no es tan distinto hoy de como era hace uno o dos años y, a pesar de ello, el electorado prefirió cambiar de partido político, desechar al PAN y devolver al PRI a Los Pinos. En términos coloquiales: el buen desempeño económico valió sombrilla.

Si uno mira los indicadores económicos básicos, y si los electores fueran conscientes del desempeño económico mexicano en comparación con el de otros países, muy probablemente el PAN seguiría en el poder. Pero ninguna de las dos cosas ocurre en el ánimo del votante nacional: ni se miran los indicadores económicos básicos, ni se compara uno contra lo que vive el ciudadano promedio en otras latitudes. ¿Resultado? Los votantes optan por considerar variables de muy diversa índole a la hora de emitir su sufragio.

Piénsese dos veces: las finanzas públicas están sanas hoy. Ya lo estaban. El Banco de México acumula reservas internacionales históricas. Ya lo hacía en 2012. La inflación está bajo control. Ya lo estaba. Se está generando empleo mientras en Europa se erosiona. Ya ocurría esto en 2012. Llega inversión extranjera directa cuantiosa. Ya llegaba. ¿Cuál es, pues, la mayor diferencia en lo económico? Que este año creceremos menos que al anterior. En otras palabras, con Enrique Peña Nieto el PIB crecerá algunas décimas menos que en los últimos tres años de Felipe Calderón.

©iStockphoto.com/sdart

No creo que alguien pueda brindar una explicación académicamente sólida para explicar esta paradoja. Los lugares comunes versan sobre la guerra contra el narco y sus consecuencias en el ánimo de la gente; y creo que en ello hay una variable a considerar. Pero es absolutamente ilógico que cuando el bolsillo y la caja registradora han sonado para una creciente proporción de los mexicanos de clase media, se haya querido cambiar de partido político en el poder. Aclaro que no soy militante de ningún partido.

Pero el problema de la paradoja que vive la sociedad mexicana no termina ahí. Escribo estas líneas cuando el dictamen de la reforma a las leyes de telecomunicaciones ha sido aprobado en comisiones y se espera que pase al pleno en la Cámara de Diputados para su votación. Es una de las llamadas “reformas estructurales” (que fue más bien advenediza porque las que tenían ese carácter eran la energética, la fiscal y la laboral). La de telecomunicaciones es vista por mucha gente como una reforma “clave” dentro del portafolio de acciones que tiene que llevar a cabo el nuevo Gobierno. En ella se plantea, como ya sabemos, el fortalecimiento de los poderes gubernamentales frente a empresas como Teléfonos de México / Telcel o Grupo Televisa.

Pero lo increíble de las paradojas que vivimos, a la luz de las reformas estructurales, es que en el electorado priva el ánimo de que con ellas ocurrirán tres cosas: (1) se distribuirá mejor el ingreso, (2) crecerá el PIB y (3) daremos por terminados varios problemas que nos aquejan de antaño: inseguridad, pobreza.

Pues bien, hay una mala noticia: el país no crecerá exponencialmente, ni se distribuirá mejor el ingreso, ni terminaremos con nuestros problemas solo con tener estas reformas, como tampoco lo lograremos solo por haber cambiado de partido en el poder. El problema, como diría Alan Greenspan —el expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos—, es que en los países latinoamericanos solemos trabajar con transacciones contables de una sola partida, en lugar de considerarlas dobles. Tenemos razonamientos muy simplones: ¿En este partido no se meten goles? Quiten al portero; ¿El niño tiene hambre? Denle una cucharada sopera de azúcar. ¿Hay que distribuir mejor el ingreso y hacer que crezca el PIB? Quítenle poder a Carlos Slim.

Evidentemente, los mexicanos no pensamos en las consecuencias; es decir, no trabajamos con una contabilidad de partida doble. Si quitamos al portero, el partido se convierte en una vacilada. Si le damos cucharadas soperas de azúcar al niño hambriento, le descompondremos el páncreas y tendremos un niño diabético. Si le quitamos por decreto poder a Carlos Slim, ¿a quién se lo damos y bajo qué criterios?

Entiendo la euforia de la clase empresarial que vive inserta en el círculo rojo. Afirman con velocidad y alegría que las cosas están funcionando, y que el equipo económico del presidente Peña (Luis Videgaray, Ildefonso Guajardo) tiene canas, experiencia y preparación técnica para llevar al país hacia la prosperidad. En algunos argumentos coincido, pero en otros me parece que tendríamos que hacer un llamado a la prudencia de los empresarios antes de echar las campanas al vuelo.

El problema de México es que vivimos más insertos en la globalización de lo que queremos reconocer. Mientras escribo esto, un pequeño país del Mediterráneo, Chipre, está a punto de votar si se rebaja un impuesto o “quita” los depósitos de los ahorradores de los bancos porque se encuentra en riesgo de quiebra, y la canciller alemana Angela Merkel ve muy difícil vender a sus ciudadanos un quinto rescate a un país de la Eurozona sin que los depositantes chipriotas pierdan parte de sus ahorros. El episodio representaba un riesgo mayúsculo para Europa porque había iniciado una estampida de ahorradores a vaciar los cajeros automáticos, por lo que los bancos tuvieron que cerrar al menos dos días. Pero de ello casi no vi nada en las noticias, y estoy seguro de que ese momento pasó inadvertido para la mayoría de los mexicanos. Quizá para cuando circule el presente número de aniversario de Este País tendremos a Chipre quebrado y con consecuencias mayúsculas sobre el Euro como moneda preponderante, o un rescate más de los que han configurado los europeos en los últimos años.

©iStockphoto.com/sdart

En el ánimo de la ciudadanía mexicana sigue pesando demasiado la figura presidencial. Por eso se cree que el devenir económico de cada familia depende del presidente, y por eso se ignora que acaso los dos personajes más importantes para nuestra economía se llaman Ben Bernanke y Mario Draghi.

El presidente Peña y su equipo de comunicación están haciendo magia: una gran ilusión sobre la prosperidad, algo que no supo moldear su antecesor. Y es en la configuración de esta ilusión que mucho hay de cierto, pero mucho… no tanto. La historia del México futuro próspero ya la compraron desde el New York Times hasta el Financial Times o The Economist.

Eso es un gran acierto de comunicación, pero no cambia las cosas de fondo.
México requiere algo más que un Gobierno fresco para prosperar. Qué bueno que tengamos un Gobierno con empuje y manejo agudo de la comunicación institucional; pero hay algo de lo que poco se ha hablado en estos ciento y tantos días de Gobierno: los empresarios. Ellos son quienes agregan pesos y centavos a la economía y quienes, de innovar, estarían en posibilidad de modificar industrias y retar competitivamente a sus rivales.

Pero los empresarios innovadores en México son el ingrediente que está haciendo falta. Las inversiones más destacadas han venido de la industria automotriz, de la aeroespacial o de la de tecnologías de información, y los montos más cuantiosos provienen de empresas extranjeras. Es de festinarse que así sea: que llegue Audi y ponga una planta, que Mazda haga lo mismo o que Bombardier quiera sofisticar su producción en Querétaro. Todo ello es adecuado, pero deja ver a los empresarios mexicanos como minúsculos ante el tamaño de inversiones que están materializando las empresas alemanas, estadounidenses o suizas. Recuérdese además que las empresas globales invierten dos, tres y hasta cinco por ciento de sus ventas en investigación y desarrollo (I+D), rubro que no aparece en los reportes de las empresas mexicanas, con lo cual no hay garantía de supervivencia competitiva en el largo plazo para ellas. Véanse, por ejemplo, las vivienderas mexicanas (Ara, Urbi, Geo, Homex) y cómo eran las heroínas de los dos sexenios anteriores, mientras ahora han caído en la desgracia bursátil.

Insisto entonces en que México vive una paradoja. Una paradoja en la que hay miles de individuos y empresas que viven felices sin saber por qué. Solo repiten al unísono que el país está de moda en el extranjero y que el presidente Peña está haciendo las cosas muy bien. Pero si utilizamos un microscopio para mirar nuestras infecciones descubriremos que tenemos un conjunto de bichos endémicos que no son aniquilados por artículos periodísticos positivos desde el extranjero, ni por aprehensiones espectaculares de líderes sindicales. Tenemos un problema: resolver el piso parejo de la competencia para todas las industrias, e inyectar vitamina emprendedora y arriesgada a la sociedad toda. Y para eso no basta la reforma energética ni la de las telecomunicaciones. Para eso solo basta una cosa: cumplir la ley.

___________

CARLOS MOTA es periodista. Especializado en economía y finanzas, es titular del programa Imagen Empresarial de Grupo Imagen, conductor en Milenio TV y Proyecto 40, y analista regular en Azteca 13. Escribe para la revista GQ y, como editorialista fundador, para Milenio. Fue director del MBA del ITAM <[email protected]>.

Una respuesta para “La economía con Peña es una paradoja
  1. Jorge Mata dice:

    Como siempre, los artículos del Sr. Mota son superficiales, efectistas para un periódico, pero no tienen la calidad para una revista que requiere análisis estadísticos serios. ¿Qué tiene que ver el cumplimiento de la ley con la iniciativa individual, el emprendimiento capitalista y la competencia? Mezcla frijoles con manzanas. Lo único con lo que sí estoy de acuerdo es con la mediocre clase empresarial mexicana.

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