Ana Míriam nació con un don: una conexión con la naturaleza que muchos de nosotros hemos perdido —prisioneros en estos laberintos de asfalto. Cabe imaginar que, incluso antes de la artista, la niña que fue encontró un microscopio encantado que ahora le permite ver una dimensión del mundo natural reservada solo para sus ojos pero que generosamente nos comparte a través de su talento como artista.
Su obra está a caballo entre la pintura figurativa y la abstracta. Pero, ¿acaso es eso relevante? Tal vez sea más interesante apreciar la forma en que se apropia de la naturaleza, la interioriza, quizás incluso la sueña y, en la vigilia, la plasma.
La interacción de sus obras con el espectador se divide en distintos planos. Reconocemos figuras: crisálidas, flores, mariposas, árboles; contemplamos gamas de colores: azules, marrones, verdes, rojos; distinguimos diversos acomodos geométricos, pero sucede algo más —en un nivel más profundo— cuando todos estos elementos se unifican: nos volvemos parte de las imágenes.
Nos adentramos en un mundo natural representado por una artista que ha logrado apropiarse de sus símbolos, de sus elementos mínimos.
Hace casi cinco años, Ana Míriam había ilustrado ya las páginas de este suplemento. En esa ocasión lo hizo con bocetos y dibujos en blanco y negro. Ahí están las semillas de las obras que nos obsequia en esta ocasión. Ahora vuelve una autora más madura, que ha conquistado una sincronía entre su sentir, su pensar y su hacer. Lo vemos así a través de sus exposiciones más recientes: “Seis elementos”, en 2008; “Tierra”, en 2010, y, durante los primeros meses de este año, “Microcosmos”, en conjunto con Beatriz Sánchez Zurita en el Museo de Antropología de Xalapa. Le damos la bienvenida nuevamente a estas páginas, donde el lector encontrará una breve pero notable muestra de su trabajo. ~