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Warhol, el viajero célebre
Cultura | Este País | Travesías | Andrés de Luna | 01.09.2013 | 0 Comentarios

Andy_Warhol_by_Jack_Mitchell

La fama es una piel con la que se recubren las celebridades. Esta puede llegar de múltiples maneras, desde pintores de la talla de Lucian Freud hasta actores cinematográficos como Leonardo di Caprio; estrellas del firmamento del rock, como los Rolling Stones; asesinos seriales en la órbita de “El hijo de Sam”, o líderes religiosos con vocación masiva, como ahora el Dalai Lama. Baste decir que en la mayoría de los casos esta condición llega como una de las palabras de apariencia ambigua: la notoriedad. Otros hablarán del talento. En este sentido, Andy Warhol admitió la presencia de este hecho. Entre los romanos —y eso lo recuerda Michel Tournier en El vuelo del vampiro— fue moneda que compraba lo que el trabajo permitía. Aun así, el talento, cuando en realidad lo es, se traduce en esa capacidad de vender aquello que un individuo produce, al menos eso puede observarse en el siglo xx e incluso en el presente. La noche ha quedado atrás. Muchos podrían quedar cabizbajos al evocar a Henri Murger y sus Escenas de la vida bohemia, con todos sus ecos incluidos en la ópera La bohemia y el musical Rent. El escritor, pintor o poeta que prende fuego a su obra con tal de soportar las inclemencias del invierno, que además vive en una buhardilla o en un cuartito de azotea, que come pan duro o una bolsita de papas fritas, ya solo cabe en imaginaciones calenturientas. El artista, desde hace algunos años, forma parte de la sociedad que le pide fama y fortuna, aparecer en portadas de revistas, vestir con discreta elegancia, traer un automóvil de reciente fabricación, aprender a beber y a comer. Esto sin descuidar las relaciones públicas y estar atento a las entrevistas para conformar una imagen pública. Todo esto es lo que pareciera ser parte de la fama en los países de primer mundo. En el tercero ya se sabe que ni automóvil ni alimentos adecuados y de alcohol solo las bebidas sin marca o del murciélago, así de deplorable está el asunto.

Andy Warhol fue el artista que hizo del talento una forma de vivir. Su ejemplo estaba anunciado por Giotto (1266-1337), quien acumuló una fortuna y se convirtió en terrateniente sin descuidar su trabajo plástico. Warhol es el perfecto ejemplo del artista pop: un empresario que asiste a reuniones en las que encontrará clientes para sus piezas. Aquí y allá aprovechará para conocer a otras celebridades que comprarán su obra. Se deja ver en diferentes zonas de Manhattan y otras partes de América, Asia o Europa. Su primera anotación viajera corresponde al vuelo entre Vancouver y Nueva York. En este sitio, como era su costumbre, anota que gastó veinticinco dólares entre el taxi (quince), propina (cinco) y revistas (cinco). Escribirá en sus Diarios (Anagrama, 1989):

Este era el final del viaje para la inauguración en el Seattle Art Museum. Después fuimos a Los Ángeles a la boda de Marisa Berenson y Jim Randall, y luego a Vancouver, donde yo inauguraba una exposición en la Ace Gallery. En Vancouver nadie compra arte. No les interesa la pintura.

 

Warhol, el hombre de negocios, tiene que ir al día siguiente, en el automóvil de Barbara Allen, de Nueva York a Pennsylvania, donde conoce al pintor Andrew Wyeth en 1976. A principios del año siguiente debe hacer un itinerario aéreo entre la Gran Manzana y Londres. Warhol detestaba Europa, así que sus viajes a las capitales de aquel continente estaban atrofiados desde antes de realizarlos. Ahí se encuentra con Lady Anne Lambton, quien en ese momento trae un collarín porque está lastimada. Come en Morton con champaña y jugo de naranja y un sándwich horroroso. Eran tales sus obsesiones por el aseo de los cuartos que en el hotel Ritz cree encontrar una ladilla en su cama.

De ahí va hasta Kuwait. El sábado 15 de enero de 1977, el propio artista describe así su día:

Recogimos a James Mayor en su casa. Él nos había comprado billetes de segunda clase, yo me enfadé muchísimo, pero quedaba uno de primera clase y lo cogí. Aerolíneas de Kuwait. El avión hizo escala en Frankfurt y allí subió mucha gente. En la parte delantera del avión había un jeque con sus guardaespaldas y había más junto a la cabina. Me tomé una pastilla y me quedé dormido.

 

Luego va a Roma en un vuelo de cinco horas en el que toma unas bebidas lamentables en el avión. En la capital italiana comparte con Helmut Newton, entre otras personalidades. Lo hospedan en la suite donde Man Ray había fallecido. Días más tarde va a París, donde ve la muestra de Elsa Schiaparelli. En la Ciudad de la Luz se encuentra con Francis Bacon, acontecimiento que registra sin comentar nada al respecto. Después parte rumbo a Nashville. Otros tantos días y debe partir a Denver, donde se asombra de que una joven rubia con gorra de chofer maneje un Rolls-Royce. Esa sesión la termina con una de sus frases típicas: “Las mujeres eran demasiado feas como para retratarlas”.

Semanas después va a Los Ángeles. Se hospeda en el Beverly Hills Hotel y va a comer al Top of The Rox. En esa visita se encuentra con Roman Polanski, quien acababa de asistir a la función de Rocky. De las celebridades, encuentra a Ringo Starr y a Alice Cooper. Luego parte rumbo a San Francisco, al llegar al aeropuerto lo reciben con champaña y limusina. En este lugar da una entrevista y brinda una conferencia de prensa. Está instalado en los cuernos de la luna.

De San Francisco va a Miami. Tras un vuelo de cinco horas llega a Florida donde solo recorre algunas propiedades y lee la revista Artforum antes de dormir. Cuatro días más tarde regresa a Nueva York. Pasa pocos momentos en su casa, luego tiene que volver a Los Ángeles, donde cena en un restaurante mexicano —aclara que la comida es buenísima. Departe con Paul Newman y Joanne Woodward. Luego deberá ir a París —todo esto sucede en 1977— donde firma ejemplares de Mi filosofía de a a b y de b a a en la librería del Beaubourg (Centro Georges Pompidou). En esa misma fecha recorre exhibiciones de Kienholz y la muestra París / Nueva York. Al final de todo, escribe: “Estaba lleno de energía y me hubiera gustado irme a casa, ponerme a pintar y olvidarme de los retratos de sociedad”. Al otro día va a la pastelería Angelina, donde comparte con Paloma Picasso y con Clara Saint, una de las asistentes de Yves Saint Laurent.

Así pasaba Warhol la vida de un lugar a otro sin realmente disfrutar, con la existencia plena de una celebridad que exige champaña al llegar e invitaciones a comidas y cenas. Era el rey en un mundo de aficionados o de otros famosos, que se deleitaban con la extravagancia de sus mundos. El viaje para Warhol era un pasatiempo indispensable que lo ponía en contacto con otras realidades, con otros hechos. Esto le permitía atisbar un planeta sobrepoblado de insignificancias que trataba de ignorar o de mantener alejados de su presencia. De este modo, Andy Warhol fue un artista convertido en empresario, que dejó sus vínculos checos para convertirse en figura internacional. Él fue muy feliz cuando lo declararon parte de “los nuevos idiotas”. Sintió que alcanzaba un grado supremo, ese era Warhol. Otra celebridad más.  ~

 

__________

ANDRÉS DE LUNA (Tampico, 1955) es doctor en Ciencias Sociales por la UAM y profesor-investigador en la misma universidad. Entre sus libros están El bosque de la serpiente (1998); El rumor del fuego: Anotaciones sobre Eros (2004), y su última publicación: Fascinación y vértigo: la pintura de Arturo Rivera (2011).

 

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