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La delincuencia organizada, forma alternativa de gobernabilidad. Entrevista con Edgardo Buscaglia
Este País | Ariel Ruiz Mondragón | 01.06.2014 | 1 Comentario

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Ante las críticas condiciones de inseguridad y violencia que se registran en el país, es necesario encontrar interpretaciones que nos permitan entender la situación y, a partir de ello, formular propuestas para revertirla. Un ejercicio como este, dirigido a un público amplio, es lo que ofrece Edgardo Buscaglia en su libro Vacíos de poder en México: Cómo combatir la delincuencia organizada (Debate, México, 2013). En él, resalta las graves fallas institucionales y de políticas públicas como la principal razón del deterioro general de la seguridad. Tras hacer un diagnóstico, presenta 26 acciones encaminadas a aliviar la situación. Sobre esta publicación, Este País conversó con el autor. Doctor en Derecho y Economía, Buscaglia realizó estudios de posdoctorado en jurisprudencia y política social en las universidades de Illinois y de California en Berkeley. Ha sido profesor en universidades como las de Auckland (Nueva Zelanda), Stanford, Georgetown, Nacional Autónoma de México, Iberoamericana y el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Es presidente del Instituto de Acción Ciudadana en México, director del International Law and Economic Development Center, e investigador en Derecho y Economía en la Universidad de Columbia. Ha colaborado en medios como The Financial Times, The New York Times y The Wall Street Journal. ARM

ARIEL RUIZ MONDRAGÓN: ¿Por qué publicar un libro como este?

EDGARDO BUSCAGLIA: Había mucho interés. Yo no acostumbro escribir libros para un público vasto porque siempre es un desafío transmitir ideas y propuestas por escrito. Pero se me acercó una persona muy brillante, Marta Durán, quien me habló de la necesidad de resumir muchos años de entrevistas radiales y televisivas en una obra que pudiera ser leída de manera sencilla. El director editorial de Random House, Cristóbal Pera, también se me acercó en la Feria del Libro de Guadalajara para proponerme escribir esta obra, lo que tomé como un elogio y, además, como un voto de confianza que no quería defraudar. Por lo tanto, me puse a trabajar. Tuve una ayuda muy significativa de diversos editores, como Enrique Calderón, que me ayudaron a dar mayor claridad a las ideas. Esa fue la razón operativa por la cual me animé a escribir esta obra.

Ya venía escribiendo libros y artículos académicos desde hace años, pero esta es una obra que pretende llegar a una vasta esfera de la población mexicana, y espero que tenga impacto porque estamos viviendo uno de los periodos históricos más desafiantes de los últimos 200 años en México. El país se encuentra ante un parteaguas: es una situación de grandes déficits institucionales y vacíos de poder del Estado debido a que el país no termina de definir su sendero hacia una democracia. La clase política se ha acostumbrado a vivir bajo un autoritarismo ya sea blando o duro —como quieras llamarlo, según si fuiste torturado o no— en lugares como Oaxaca y Chiapas, que son culturas políticas feudales, o a la pachanga patrimonial con barra libre.

Justamente esos vacíos de poder son el tema principal de su libro. ¿Cómo se relacionan con la transición política mexicana?

Hay enormes vacíos en las instituciones del Estado mexicano y, como en la física, esos vacíos son cubiertos por alguien o por algo: por poderes legales e ilegales. A estos los vemos caricaturizados en lo que ustedes llaman “cárteles”; a los legales los vemos no tan caricaturizados sino pagando con el dinero de nuestra billetera diariamente. Lo cierto es que estos dos tipos de poderes están estrangulando el desarrollo social y político del país. Yo entiendo por qué quieren mantener el poder y no quieren que cambie nada.

Los poderes que han cubierto estos vacíos del Estado son producto de una transición malograda. Una transición política puede ir relativamente bien, como la chilena y la española. También se podría decir que estas fueron bastante fluidas: los españoles tuvieron su Moncloa, los chilenos tuvieron su concertación, y redefinieron algunas áreas del poder del Estado. En Chile, aunque la parte económica se asemejó mucho al pinochetismo, las partes política y social se fueron concertando poco a poco. Lo cierto es que los chilenos cubrieron esos vacíos de Estado, dejados ahí por Augusto Pinochet, con instituciones funcionales que han sido vacunadas socialmente.

En México no fue así. La transición ocurrió mientras se mantenían relaciones carnales con el Consenso de Washington. Los arquitectos mexicanos de la transición no veían que esta se dirigiera hacia una democracia sino hacia ese Consenso, que simboliza la privatización de activos del Estado, mismos que se fueron entregando a empresarios cercanos al poder.

Todo esto convirtió a la democracia en un pie de página de esta transición; lo principal era transferirle activos a grupos privados que luego te hacían el favor de apoyarte políticamente para que te sostuvieras en el poder. Estamos en un círculo vicioso donde la élite necesita que esos empresarios tengan mucha lana del exterior para poderlos sostener en el poder político.

Eso, en la tradición mexicana más acabada, es una simulación de economía de mercado, porque en realidad no se trata de empresarios que toman riesgos, como el gringo o el de Singapur, no; les dan cotos de caza, políticamente protegidos, y ellos reciben lana de extranjeros que están más que felices de llegar a México pues les prometen tasas de retorno tres o cuatro veces más altas que las que obtienen en Canadá o la Unión Europea.

Ese es en esencia el esquema del modelo político-empresarial del salinismo, con una gran complicidad de los capitales multinacionales europeos y de América del Norte, que vuelven a sus países y les dicen a sus políticos: “No me toques a México porque es la joya”. Hay una complicidad internacional en este esquema de colapso. Esto no lo ha dicho ningún autor mexicano, que es algo que a mí me llama la atención, claro, porque muchos de esos autores están siendo pagados por alguno de estos poderes.

¿Cómo se vincula lo anterior con la delincuencia?

Para mí es muy extraño. Hasta ahora no he hablado mucho de la delincuencia organizada, y sí de la legalizada. La delincuencia se puede legalizar también; dicen que no es delincuencia, pero lo sigue siendo porque el delito causa daño social. Los gringos regulan la corrupción: la legalizan, por ejemplo, en la forma en que un empresario puede hacer cabildeo con un senador americano y llevarlo en helicóptero, pero no en avión. Eso está regulado por escrito, claro, pero es corrupción legalizada. Creo que este es un mal socialmente dañino, pero es un mal menor junto al de la corrupción pirañesca mexicana, que no tiene regulación.

Tenemos un esquema en el cual el presidente Enrique Peña Nieto accede al poder y lo primero que hace instintivamente —porque él proviene de una línea autoritaria del poder (es ahijado de gente como Montiel, Salinas y demás)— es decirle a sus grupos de poder feudal: “La pachanga continúa, pero sin barra libre”.

Yo soy un extranjero inocente (risas); vengo acá y veo todo esto y para mí es sumamente entretenido. En Rusia [el procedimiento] es crudo: te portas mal, Putin te agarra y te mete en un gulag. Acá te acarician, te llevan a pasear, te tratan de comprar y de incorporar a uno de estos grupos, y cuando te niegas se preguntan si tendrás un problema siquiátrico por el cual no aceptas sus bondades.

A la delincuencia organizada hasta te la voy a victimizar: era uno de los muchos instrumentos del partido hegemónico de Estado para controlar los tejidos sociales. Era un instrumento de poder, así como la mafia italiana lo era del FBI y la CIA para operar los trabajos sucios. Pero acá el asunto era mucho más tácito e informal: un Estado fuerte —autoritariamente hablando— usaba la delincuencia organizada a cambio, obviamente, de cotos de caza donde esta hacía mucha lana, pero todo bien reguladito a través de la Dirección Federal de Seguridad o de otras agencias. Pero el Estado se debilita en esta transición; el salinismo se casa con el Consenso de Washington, debilita a las instituciones porque desmantela algunas de ellas y deja vacíos: entrega algunos a esa gente y otros los deja así, sin rellenar, y son ocupados por la delincuencia organizada, que estaba acostumbrada a ser gestionada.

Todos los empresarios, como Joaquín Guzmán Loera o Rafael Caro Quintero, son racionales y dicen: “Si hay un vacío, lo ocupamos”. Y comienzan a colonizar áreas que antes ocupaba el Estado, y compiten por hacerlo. En la etapa del partido único no había mucho espacio para la competencia entre los grupos, porque el Estado fuerte era el árbitro.

Creo que no se entiende la violencia mexicana sin esto: es un producto, primero, de vacíos que son ocupados sin ningún tipo de arbitraje por parte de un Estado fuerte y, después, de una competencia entre estos grupos para llenarlos. Pero la madre y el padre de esta competencia violenta entre grupos criminales es la corrupción política mexicana, y sin limpiar y estructurar otro Estado no sales de esta violencia y de este problema.

¿Por qué no se ha avanzado en esa reestructuración institucional en nuestro país?

Allí están los pinches políticos mexicanos que se niegan a estructurar nada: si yo me estoy comprando castillos en Europa y tengo a mis hijas estudiando en Nueva York, ¿para qué voy a estructurar? No me truenes la pachanga de barra libre. ¿Para qué voy a aceptar unidades de investigación patrimonial, todas esas mamadas que propone Buscaglia? Los veo, además, en Nueva York, ¡me pasan a ver! “Buscaglia, quería hablar con usted porque escribe”. Yo les digo: “¿Y usted qué está haciendo acá, doctor?”. “Es que mi hija estudia en esta universidad privada.” Tasas de 40 mil dólares al año, departamentos que se compran en Nueva York. Eso es muy difícil de erradicar bajo condiciones normales de temperatura y presión porque el político dice: “¿Por qué voy a cambiar si la cosa no va mal?”.

Pero bajo condiciones anormales, cuando estos grupos segmentados compiten y empiezan a asesinar a los políticos del otro grupo (y ya comenzaron desde hace algún tiempo, como lo anunciábamos con Carmen Aristegui), es distinto. Una vez que la violencia y la cloaca les llega a ellos y a sus hijos, y comienzan a ser asesinados y sus patrimonios van desapareciendo —como sucedió en Colombia, Italia e Indonesia—, entonces sí los tipos miran el libro de Buscaglia y dicen: “¿Sabes qué? Algunas de estas pinches medidas las vamos a tener que implementar para controlar a estos cabrones que nos están asesinando”.

Eso no ha llegado a la cúpula de la élite. El hecho de que hayan secuestrado a un señor como Diego Fernández de Cevallos les parece un hecho circunstancial, aunque algunos ya tenían miedo. Van controlando a estos grupos: les dan cotitos de caza pero, por ejemplo, en un momento dado en Italia y en Colombia se les salieron de control. Esa es la presión de arriba hacia abajo, para que las medidas que señalo en esta obra empiecen a ser más factibles.

Pero también necesitas presión de abajo hacia arriba: la sociedad civil tiene que comenzar a organizarse, y lo ha comenzado a hacer incipientemente en algunos lugares de la República. No me refiero a la élite de Javier Sicilia, sino a los grupos campesinos que se están organizando y armando, a periodistas que se han comenzado a agrupar. Pero esa sociedad civil, para ejercer realmente presión sobre el Gobierno, tiene que aliarse con redes internacionales, como lo hizo la colombiana. No hay nada que duela más a los embajadores empresariales, como Eduardo Medina Mora, que les saques un “periodicazo” en Le Monde, en The Financial Times; que muestres al mundo lo que sucede acá y enseñes esto a los accionistas europeos que aquellos seducen para traer dinero a México. Se les tiene que mostrar el clima de desesperación social y política que vive este país. Cuando se lo muestras crudamente y le haces un bypass a periódicos empresariales como El País o The Wall Street Journal y le llegas directamente al público, tiemblan.

Acá pueden masacrar a 10 mil personas por día, y estos embajadores en Europa van a seguir con el show. Entonces hazles un bypass y ejerce contra ellos —a través de una red de sociedad civil bien construida— una presión de abajo hacia arriba (“periodicazos”, cartas a los embajadores), como la sociedad civil de Colombia comenzó a hacer, y donde a la fecha hay una presión internacional sobre el Gobierno.

En ese sentido, usted critica a la propia Organización de la Naciones Unidas (ONU).

La ONU, pobrecita, manda a México a unos imberbes inútiles, que son burócratas, a una situación sumamente compleja. Te voy a contar una que no es chisme y que ejemplifica muy bien lo que pasa con ese organismo. Llega un representante de la ONU a México, viene todo preocupado a verme y me dice: “Doctor Buscaglia, estamos muy preocupados”. “Qué bien, por allí vamos a poder entrarle al tema. ¿Por qué está preocupado”, le digo al italiano. “Porque mi antecesor en la oficina contra las drogas y el delito no se llevaba bien con el Gobierno, y yo me quiero llevar mejor. Doctor, ¿usted me puede presentar a la secretaria Patricia Espinosa?” Le dije: “¿Usted sabe qué rol tengo yo en México? Creo que no soy el mejor canal. Espinosa es una señora respetable pero yo creo que no va a sentirse muy contenta de que yo lo lleve allí.”

Su preocupación es congraciarse con el Gobierno en turno para que les financie proyectos. Nada más.

Por allí van muchos intelectuales y académicos, según anota usted.

Claro; después los representantes de la ONU le preguntan al Gobierno: “¿A quiénes quieres que contrate?”. Y el Gobierno le manda sus pistoleros a sueldo disfrazados de académicos para que los contraten. Esa tendencia es otro círculo de conflictos de interés.

Entonces, la ONU es inútil acá, con la excepción de la oficina del alto comisionado de Derechos Humanos, que pone mucha presión porque está muy monitoreada por redes de la sociedad civil, no porque sean buenos. Tienen a Human Rights Watch, a Amnistía Internacional, metidos en esa oficina diciendo: “La primera mamada que hagas te la sacamos en los periódicos”. Funciona mejor, pero las otras no tienen monitoreo. Viven en penthouses en Polanco con alquileres de 12 mil dólares al mes, jugando golf, en su mundo, en una orgía patrimonial. Estamos en esa situación de parálisis.

¿Cómo incide la situación económica en el problema de la seguridad?

A ver: el modelo económico —ya que son tan economicistas (yo tengo un doctorado en Economía)— no les ha generado innovación: que a mí me demuestren cuántas patentes han sacado, cuántas innovaciones tecnológicas mexicanas, de los oligopolios. No han creado empleo ni generado crecimiento económico en los últimos 20 años, no han generado ningún tipo de indicador de éxitos de productividad. Si son tan pinches economistas quienes han diseñado eso, ¿cómo puede ser que sus modelos no funcionen? Yo quiero que me convenza alguien a ver si me funciona.

El ámbito internacional y esta resistencia de la élite local siguen, con terapia intensiva, manteniendo vivo el modelo. Pero no genera empleo, y necesitamos un millón de posiciones de trabajo en este país.

No tienes que ser criminólogo ni economista: no cierra por ningún costado. El modelo se sostiene con 15 mil o 20 mil millones de dólares que llegan del exterior a sectores económicos políticamente protegidos, como el energético, el bancario, el de telecomunicaciones, en el que no hay empresarios sino cortesanos del poder.

¿Qué relación hay entre la clase político-empresarial de la que usted habla y la delincuencia y la violencia?

Los políticos no necesitan tampoco [a los delincuentes]: ¿para qué me voy a meter en las drogas si ya entré a la pachanga de las autopistas, cobro peajes, meto unos parquímetros a través de prestanombres y de políticos, y gano mucho más dinero que con las drogas? ¿O piensas que el dinero que se llevan los políticos a Europa viene de las drogas? No. El de los presidentes municipales, los que están en eso, sí, pero no el de quienes están en la cúspide del poder mexicano; ellos no están metidos en los asuntos de “El Chapo”, sino en sus propios negocios. Hay infinidad de negocios del poder que vuelven innecesario meterte en asuntos de drogas, aunque algunos sí están en contrabando. A todo a lo que pongan mucha lupa los gringos es un gran riesgo para un político. La lección de Mario Villanueva en los años noventa fue suficiente.

Otro asunto es el concepto de seguridad humana, que es sobre el que gira el libro. ¿En qué consiste?

La seguridad es que tengas, como decía Amartya Sen, la capacidad para poder decidir, con algún margen de error, tu desarrollo como persona, y que puedas cumplir tus objetivos de vida de acuerdo con las restricciones de tu talento, de tu fuerza física, que puedas alcanzar el máximo posible como ser humano. Pero para eso necesitas tener un medio ambiente que te eche una mano, que te gestione la incertidumbre de vivir en este planeta. Necesitas una seguridad ambiental, laboral, de salud o de propiedad, por ejemplo. Eso influye en la seguridad que tienes de saber adónde vas en la vida.

Se trata también de la seguridad de poder acudir al Estado —que para eso está— si a ti, como propietario, te están extorsionando e invadiendo tu territorio. No hay ningún mecanismo que los seres humanos hayamos encontrado para generar bienes públicos que no sea el Estado, le guste o no a los libertarios, ya que se necesita un mínimo de Estado para tener justicia, salud pública, etcétera.

Todos los tipos de seguridad antes mencionados aseguran la supervivencia en este planeta, y no solamente la de salir a la calle y que no te violen ni te saquen la billetera, lo que es un aspecto muy pequeño.

Lo cierto es que nos falta mucho para llegar a concretar ese concepto de seguridad humana…

Cuando no hay seguridad humana en el sentido que te acabo de explicar, hay un subsidio a la delincuencia organizada. Esto lo explicó un exprofesor mío, Thomas Schelling, a quien el Congreso norteamericano llamó a comparecer en los años sesenta. Le preguntó por qué el Departamento de Justicia tenía tantos problemas para controlar a las mafias italianas y a los sindicatos si se trataba de bandas de delincuentes que solamente se dedicaban a traficar heroína y a la prostitución. Y Schelling les dijo: “La delincuencia organizada no es un agregado de delincuencias comunes, sino un fenómeno social, político y económico que obedece a fallas de Estado, políticas económicas y sociales. Cuando el Estado falla en proveer políticas de salud, de medio ambiente, laborales, y la gente no tiene forma de acceder al trabajo formal, digno, de entrar a un hospital, cuando nadie le protege su propiedad, busca alternativas al Estado que le provean esa seguridad básica. La delincuencia organizada es una forma alternativa de gobernabilidad”.

Creo que Schelling definió por primera vez a la delincuencia organizada no como pinches criminales, sino como una forma alternativa de gobernabilidad. ¡Genial! Lo leí en 1984 y dije: “¡Basta! Esto es”.

Es una forma alternativa que la gente busca para poder vivir en una sociedad medianamente gobernable, claro que mucho menos efectiva que la protección del Estado. Pero ante la no protección, ante el retorno al Estado de naturaleza hobbesiana, la gente dice: “Le pago 10 veces más a este cabrón para que no violen a mi hija”. Creo que si ves El Padrino no tienes que leer mis trabajos. Es como cuando va el pobre señor a ver a don Corleone y le dice: “Mi hija fue violada por tres tipos y la justicia no me dio respuestas”. Si no entiendes esto, eres Calderón.

Entonces, ¿cómo bajar los niveles delictivos y de violencia?

Si el Estado no cubre los vacíos de la transición con políticas de salud, educación, justicia, medio ambiente, etcétera, socialmente demandadas y consensuadas, el grupo criminal encuentra su caldo más óptimo de crecimiento en esos vacíos. De eso se trata mi libro, de eso se trata mi obra: de que la delincuencia organizada pierda capacidad de crecimiento y se mantenga como la delincuencia organizada alemana (metida en delitos no tan dañinos, como el juego ilegal). Los alemanes hasta legalizaron la prostitución, para legalizar a los grupos criminales que decidan seguir ofreciendo sexo. ¿Quieren seguir ofreciendo sexo? Se tienen que acoplar a la ley federal del trabajo. Y algunos grupos que ofrecían prostitución en el ámbito ilegal y no se habían metido en nada más serio pudieron legalizarse como grupos que ofrecen prostitución.

El Estado alemán, que tiene fuertes controles sociales, judiciales, patrimoniales y políticos, se encuentra ante una delincuencia organizada que se dedica a delitos menos predatorios, menos dañinos, más silenciosos, aunque de vez en cuando asesinan, pero quirúrgicamente. La delincuencia organizada se adapta ante la fortaleza del Estado. No es que deje de existir: va a seguir existiendo en México y en el resto de los países, pero se organiza mejor.

Si el presidente no entiende eso, hay que explicarle que si no institucionaliza esos controles la delincuencia organizada se le va a seguir saliendo de control. Tiene que establecer controles fuertes no autoritarios para que la delincuencia organizada se adapte y se dedique a delitos como los de Alemania, Suecia —al contrabando de automóviles, por ejemplo—, porque va a seguir haciéndolo. Además, el Estado no tiene los suficientes recursos para combatirlos a todos.

Si entienden eso los pinches políticos acá, van a comprender cómo se puede gobernar un país; ellos van a ser más ricos y el país va a estar mejor. El primer presidente que implemente esto pasará a la historia como Benito Juárez. Eso lo tienen que entender los políticos, sean del PRI, del PAN, del PRD, sean lo que sean. Eso es todo.

Son 26 acciones las que propongo en esta obra. No pretenden ser exhaustivas (hay otras) pero sí inmediatas y sin las cuales no vas a ordenar y disminuir los 22 tipos de delitos organizados, dentro de los cuales las drogas es solo uno: hay compra-venta de seres humanos, tráfico de migrantes, etcétera.

Tratamos de darle a los políticos y a sus asesores estas herramientas para cuando la presión aumente —me imagino, porque sin esas tres presiones que te comenté no se van a poder implementar estas medidas. Mientras tanto, no tienen razón ni para pensarlas. Cuando la cloaca les llegue hasta la nariz, van a comenzar a considerar estas medidas como un factor de control, porque necesitarán hacerlo.

____________

ARIEL RUÍZ MONDRAGÓN es editor. Estudió Historia en la UNAM. Ha colaborado en revistas como Metapolítica, Replicante y Etcétera.

Una respuesta para “La delincuencia organizada, forma alternativa de gobernabilidad. Entrevista con Edgardo Buscaglia
  1. ….muy interesante…..y se quedaron cortos!! El Pais nos”dice”..y presenta con los verdaderos hechos Gracias! Gran Infomativo.
    Mercedes Fernandez

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