Durante mucho tiempo, las instrucciones que salieron de la Secretaría de Educación Pública con respecto al uso de las lenguas indígenas en las aulas estaban encaminadas a erradicarlas y lograr que el español fuera la única lengua nacional. De hecho, durante gran parte del siglo XX, la materia de español se llamaba así precisamente: lengua nacional. La contundencia en los objetivos de la época con respecto a la enseñanza del español como única lengua se evidencia en la recomendación que Elisa Ramírez Castañeda cita en el libro La educación indígena en Mexico, donde Rafael Ramírez recomienda en una obra dedicada a la educación rural que el maestro debe incorporar a los niños indígenas a la nación mexicana por medio de la enseñanza del castellano y debe evitar a toda costa aprender la lengua de los niños. Se dirige a los maestros y los amonesta:
“Pero si tú, para darles nuestra ciencia y nuestro saber, les hablas en su idioma, perderemos la fe que en ti teníamos, porque corres el peligro de ser tú el incorporado. Comenzarás por habituarte a emplear el idioma de los niños, después irá tomando sin darte cuenta las costumbres del grupo social étnico a que ellos pertenecen, luego sus formas inferiores de vida, y finalmente tú mismo te volverás un indio, es decir, una unidad más a quien incorporar. Esto que te digo no es una chanza para reír, sino una cosa seria. La vida entera de los pueblos se condensa en un lenguaje, de modo que cuando uno aprende un idioma nuevo, adquiere también nuevas formas de pensar y aun nuevas formas de vivir. Por eso yo considero como cosa muy importante el que tú sepas enseñar el castellano como Dios manda, es decir, sin traducirlo al idioma del niño… debes tener mucho cuidado a fin de que tus niños no solamente aprendan el idioma castellano, sino que también adquieran nuestras costumbres y formas de vida que indudablemente son superiores a las suyas”.
En estas palabras condensan el espíritu de toda una época sobre el tratamiento que recibían los niños hablantes de lenguas indígenas. Sin lugar a dudas, esa cruzada escolar contra la diversidad de lenguas y culturas ha rendido muchos frutos, la tendencia actual a la baja del número de hablantes de las lenguas indígenas de México parece no tener freno. Resulta curioso que las autoridades escolares siempre se hayan quejado del bajo rendimiento académico de los niños hablantes de lenguas indígenas cuando una de las instrucciones principales era que, para enseñar español como Dios manda, no había que traducir nada a la lengua del niño, es decir, se suponía y aún se supone de facto, que un niño cuya lengua materna es distinta del español debe aprender historia, geografía o matemáticas en una lengua que no habla, que no entiende y que nunca se le ha enseñado previamente.
Pero ahora, se diría que las cosas han cambiado, el discurso sobre el valor de la multiculturalidad, sobre las ventajas del multilingüísmo y sobre aceptar y disfrutar de las diferencias parece atravesar todos los discursos: el de los académicos, los activistas y el del propio Estado mexicano. Respecto a este último, se han creado instancias especiales que promueven una educación intercultural con pertinencia a cada una de las culturas y lenguas del país. Se han creado leyes, programas, instituciones federales, organismos estatales e incluso universidades interculturales para revertir ahora el proceso que el Estado mexicano creó. Ahora el Estado se combate a sí mismo, combate las consecuencias de sus pasadas acciones.
Pero ¿es así en realidad? Esta mea culpa y la expiación gubernamental parecen surgir con una voz contundente, pero solo en el discurso. Los hechos demuestran que la determinación por promover el uso y el respeto de las lenguas indígenas en el aula no es un asunto tan prioritario. Para revertir el proceso, sería necesario que la educación intercultural y bilingüe dirigida a la población indígena implementara ciertas estrategias básicas, muy básicas.
Para comenzar, los profesores de este sistema deberían estar asignados a los lugares en los se habla su lengua materna. Se ha señalado muchas veces que seguir asignando a profesores que hablan mixe a una región en la que los niños tienen por lengua materna el huave es un sinsentido pero sigue sucediendo. Por otra parte, las instituciones que forman profesores para impartir una educación intercultural y bilingüe deben garantizarles una formación adecuada; por lo menos, deben manejar ambas lenguas adecuadamente y estar preparados para enseñar español como segunda lengua. En mi experiencia ningún profesor de este sistema, al menos que yo conozca, ha recibido clases básicas sobre cómo enseñar español como segunda lengua.
Aunado a lo anterior, las instituciones que promueven una educación intercultural y bilingüe no se han preocupado por establecer un equilibrio de lenguas en las aulas. La educación que reciben los niños no puede llamarse bilingüe si sólo significa tener una materia llamada “lengua indígena” y el resto de las materias son impartidas en español. En las universidades interculturales creadas por el Estado, pasa algo similar. La mayoría de las materias se imparten en español, las lenguas indígenas no son lenguas de instrucción. Sé que lograr que las lenguas indígenas sean el medio de transmisión y reproducción de los conocimientos en el aula es un reto, pero no veo que los esfuerzos se estén enfocando a lograrlo, es más, ni siquiera a plantearlo o discutir cómo alcanzar esta meta.
Sin lugar a dudas, un profesor de educación intercultural y bilingüe necesita de una formación sólida pues requiere desarrollar muchas habilidades, requiere que su formación profesional sea una prioridad estatal. Dadas las circunstancias, eso es pedir demasiado.
Además de estos aspectos básicos, la lista de las acciones necesarias para revertir el proceso de pérdida de lenguas que se inició en el aula es interminable: creación de editoriales, desarrollo de didácticas especializadas, desarrollo de estudios de lingüística aplicada, formación de profesores que enseñen español y lenguas indígenas como segundas lenguas, etc. Hay mucho por hacer, sin embargo, el Estado mexicano no está diseñando una estrategia inteligente o, al menos, contundente como lo hizo para la castellanización. Los hechos y los discursos se contradicen evidentemente. Me pregunto si esta falta de voluntad es solo una continuación velada de las políticas educativas y lingüísticas de antaño: un lingüicidio por omisión.
Siempre pensé que la así llamada «educación bilingüe» es una farsa, a pesar de los enormes pero infructuosos esfuerzos de algunos maestros. Tengo un escrito con ejemplos concretos sobre el huasteco/tének al respecto.