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¿Por qué México no saldrá bien librado de la crisis económica?
Este País | César Cansino | 29.10.2009 | 3 Comentarios

La economía mundial está en crisis y nadie sabe a ciencia cierta cuánto tiempo durará, ni los estragos que producirá, ni la eficacia de las medidas que cada país tenga a bien adoptar para enfrentarla. Hace apenas diez años nadie sospechaba que las naciones modernas se verían obligadas a soportar los efectos de una nueva recesión similar, en muchos aspectos, a la que experimentó el mundo capitalista en los años treinta del siglo pasado. ¿Cómo imaginar que la especulación financiera y el declive del mercado hipotecario en Estados Unidos podrían poner en riesgo la capacidad de este país y luego, por efecto de la globalización, de todos los demás en el planeta para mantener las fuentes de trabajo y el poder adquisitivo de sus trabajadores? Inaudito. La economía se ha vuelto algo mucho más peligroso de lo que cualquiera pudiera sospechar.

En este ensayo no me ocuparé de las causas y los efectos de esta nueva crisis de la economía mundial. Mi interés es reflexionar sobre las posibilidades que existen para salir de la misma de la manera menos traumática y más rápida posible, y más que de posibilidades me referiré a las circunstancias o las características presentes en un país que pueden resultar más propicias para enfrentar el desafío, en el entendido de que la eficacia de las políticas gubernamentales y sobre todo las más drásticas y urgentes, en este caso en materia económica, depende mucho del momento político que vive cada país. No es lo mismo encarar un reto de la envergadura de una recesión económica como la actual en un contexto de ingobernabilidad, polarización y desconfianza, que en uno de reconciliación, cohesión y confianza. Ciertamente, las características del momento político no son la única variable que influye o puede influir en el éxito o el fracaso de una política pública. Son tantos y tan diversos los factores que intervienen en la hechura de una política que nunca se sabe dónde o cuándo pueden surgir uno o varios que terminen vulnerando o incluso arruinando todo el proceso. Pero este hecho no obsta para restarle importancia a la cuestión política, de la que aquí me ocuparé primordialmente.

Para ello, qué mejor que considerar dos realidades nacionales claramente contrastantes en lo que a su situación política se refiere, como la de Estados Unidos y México. (1) Ciertamente, se trata de países con niveles de desarrollo muy diferentes, tanto en lo socioeconómico y tecnológico como en lo político. Sin embargo, hoy comparten, junto con el resto de los países del orbe, una crisis económica que exige de sus respectivos gobiernos acciones radicales y audaces. Para el caso, da lo mismo que la recesión se haya originado en el primero y que el segundo se haya visto obligado a padecerla igualmente por efecto de la globalización capitalista, o que el primero cuente con una infraestructura industrial, tecnológica y comercial infinitamente más poderosa que el segundo como para asumir el riesgo en condiciones más ventajosas, o que la economía del segundo sea claramente dependiente de la del primero. El hecho es que la crisis económica ha golpeado duramente a ambos países y sus gobiernos no pueden dejar de actuar con prontitud so riesgo de condenar a sus naciones a mayores penurias e incertidumbres.

Con estas premisas, la tesis que quiero defender en este ensayo sostiene que mientras la crisis económica encuentra a Estados Unidos en el mejor momento político de su historia moderna, la misma crisis encuentra a México en uno de los peores, lo cual tiene repercusiones distintas en las maneras de afrontar dicha crisis y en las posibilidades de superarla con éxito. Obviamente, a México le toca la peor parte. Mientras en Estados Unidos el gobierno de Barack Obama ha tomado sin grandes contratiempos decisiones enérgicas y dolorosas para enfrentar la crisis, y que en otras circunstancias políticas menos tersas que las actuales hubieran generado fuertes suspicacias, oposiciones y descalificaciones, el gobierno de Felipe Calderón ni siquiera ha atinado a proponer una estrategia coherente a la altura del desafío. La diferencia de fondo estriba en que mientras Estados Unidos vive desde las elecciones presidenciales de 2008 una etapa de resignificación de la democracia, de reconciliación de los estadounidenses con la política, y de fuerte liderazgo en la persona de Obama, México vive una crisis política de grandes proporciones y que ha terminado por sepultar la ilusión democrática del tiempo de la alternancia, una etapa, la actual, sin liderazgo, con una clase política totalmente desacreditada, que permanece confrontada y polarizada en su interior por posiciones ideológicas insustanciales y retóricas inútiles. En esas condiciones, es perfectamente previsible que mientras Estados Unidos saldrá fortalecido de la actual recesión económica, no sin dificultades y después de algunos años, México verá gravemente comprometidos sus niveles de crecimiento y bienestar durante décadas, por efecto de una crisis económica a la que no se pudo o no se quiso enfrentar con altura de miras.

Para desarrollar esta tesis me concentraré en tres puntos: a)una consideración general sobre la actual crisis de la economía mundial; b)las características del momento político en la era de Calderón; y d) algunas lecciones intemporales para salir de la crisis.

De vuelta a la gran depresión

Reza la frase popular que nunca hay felicidad completa. La expresión aplica perfectamente para Estados Unidos que al tiempo que celebraba la llegada de Obama a la presidencia, con toda la carga emotiva y simbólica que significó su elección, también experimentaba, ante la incredulidad de todos, incluidos los economistas, el comienzo de una nueva y anticlimática recesión económica y financiera que, según los expertos, puede tener efectos similares a los de la gran depresión de 1929.

Por lo pronto, todos se preguntan si la recesión actual requiere una medicina tan drástica e innovadora como la que permitió a Estados Unidos superar trabajosamente la crisis del periodo de entreguerras. En este caso, el presidente Obama tiene un desafío similar al que enfrentó Franklin D. Roosevelt en su momento, un desafío del que también depende la propia credibilidad y fortaleza del nuevo inquilino de la Casa Blanca, pero sobre todo la congruencia entre su conocido discurso sobre la esperanza y la renovación, por una parte, y sus decisiones y acciones, por la otra. En los años treinta, el New Deal, y ¿ahora? Ésa es la pregunta.

No es éste el lugar para analizar las razones que condujeron a la crisis económica actual de Estados Unidos y que, como cascada, se ha desbordado sobre todos los mercados y economías del mundo. Baste decir que ni los economistas la anticiparon y que tampoco se han puesto de acuerdo en sus diagnósticos (si la caída del sector hipotecario, si un ciclo de declive después de una bonanza extraordinaria pero ficticia, si la especulación financiera, si la pérdida de confianza en los bancos, si la desaceleración china y sus repercusiones mundiales, etcétera). Como quiera que sea, en una cosa parece que todos coinciden: la gravedad de la situación es de tal magnitud que los gobiernos del mundo requieren mucho más que aplicar el recetario habitual para reequilibrar la economía. Para muchos incluso, esta crisis marca el fin del capitalismo tal y como lo conocimos hasta ahora y en su lugar surgirán nuevos criterios de política económica que desestimularán la especulación y revertirán la desregulación mercantil de los años recientes, frenando la globalización que caracterizó al capitalismo en la era neoliberal. (2) Más aún, economistas de gran prestigio, como Amartya Sen y Paul Krugman, coinciden en la necesidad de desempolvar y reeditar las estrategias keynesianas contra la crisis y revisar seriamente las enseñanzas de Adam Smith y otros economistas liberales clásicos sensibles a cuestiones distributivas con el fin de enfrentar la recesión y, de paso, blindar a la población más desprotegida de cara al desempleo creciente y la pérdida de poder adquisitivo. (3)

De hecho, hablando de innovaciones, la crisis económica ha obligado al gobierno estadounidense –y a muchos otros gobiernos en el mundo– a subvencionar la economía, pues de otra manera la caída hubiera sido peor. Es decir, contrariamente a lo que dicta la ortodoxia liberal y a pesar de la perplejidad y la molestia de los defensores más recalcitrantes del libre mercado, la economía estadounidense se ha convertido, por la vía de la intervención gubernamental, en una economía mixta, en la que el Estado trata de enmendar o revertir los errores y excesos del sector privado. A juzgar por este hecho, el capitalismo ya no podrá reivindicar en el futuro el principio de no intervención o de no regulación estatal que constituyó un pilar de los modelos neoliberales.

Pero más allá de los diagnósticos y las medidas de emergencia, es interesante advertir las posiciones ambivalentes que la propia crisis económica ha generado en relación con la mayor o menor responsabilidad del gobierno –tanto de George W. Bush como de su sucesor Obama– en la manifestación de la misma, y que a la larga pueden eclipsar el liderazgo del segundo e incluso opacar los aciertos que éste pudiera tener en otros ámbitos, en un futuro cercano, como en política exterior o seguridad nacional. La actual crisis económica ha significado un duro golpe a la doctrina tan introyectada culturalmente entre los estadounidenses del “excepcionalismo americano”, según la cual se cree que las cosas simplemente van a funcionar bien para el país, que nada puede hacer tambalear la grandeza de la nación y la inevitabilidad de su brillante porvenir. (4) Obviamente, con la crisis, muchos estadounidenses han comenzado a dudar que su país sea excepcional. (5) Pero a los choques culturales los acompaña casi siempre una catarsis colectiva que lleva a muchos a descargar su frustración o decepción en algo o alguien. Así, por ejemplo, los sectores más conservadores se han apresurado a culpar al gobierno estadounidense de la debacle económica, por haberse entrometido más de la cuenta en el mercado. En su percepción, a Bush le faltó ser más reaganista, y Obama constituye la peor desgracia que podía ocurrir, por cuanto sus ideas están cargadas a la izquierda. Paradójicamente, para algunos intelectuales progresistas (en Estados Unidos se conocen como liberals), muy pocos por cierto, como el conocido cineasta Michael Moore, Obama no ha sido, en los hechos, lo suficientemente radical y sensible a las necesidades populares, o sea, ha sido un mandatario más de derecha que de izquierda, a pesar del fuerte contenido social del discurso que lo llevo al poder. (6) Para otros críticos, finalmente, Obama es como un Gorbachov estadounidense, un iluso que quiere renovar el capitalismo, como la perestroika lo hizo con el comunismo, pero con la consecuencia de que conducirá a la nación a una etapa de anarquía y caos. (7)

Obviamente, estas percepciones extremistas no son compartidas por el grueso de la población estadounidense. Sin embargo, muchos coinciden con aquéllos en que el futuro se presenta sombrío e incierto, lo cual constituye el mejor caldo de cultivo para responsabilizar al gobierno por la difícil situación y para descargar en Obama la angustia que experimentan. ¿Con qué consecuencias? Hay dos escenarios. Si no es enfrentada con buenos resultados, la crisis económica bien podría zarandear en los meses por venir el considerable capital político de Obama, mas si la crisis empieza a ceder, aunque sea cautamente, Obama podría convertirse en uno de los presidentes estadounidenses más emblemáticos de la historia, sólo equiparable a Roosevelt –único presidente electo por cuatro periodos consecutivos, gracias a sus buenos oficios para resolver, precisamente, la recesión económica de los años treinta y, posteriormente, para impulsar la victoria de los aliados en la segunda guerra mundial. Obama tiene todo para hacerlo, más que nada un capital político inmenso y un gran liderazgo del que no han dispuesto otros mandatarios en el pasado reciente, a excepción de John F. Kennedy. De hecho, como veremos en el siguiente inciso, la crisis económica actual no podía encontrar a Estados Unidos en un mejor momento político para hacerle frente.

La situación en México es totalmente diferente. El gobierno de Calderón perdió meses valiosos para actuar frente a la crisis económica (casi un año, desde que el gobierno de Estados Unidos reconoció su existencia en octubre de 2008), pues según el cálculo y la propaganda oficiales México contaba con la suficiente fortaleza económica y financiera para neutralizar los embates de la recesión sin grandes complicaciones o efectos adversos. El gobierno parecía más empeñado en demostrar que la crisis nos llegó de afuera sin deberla ni temerla, en lugar de actuar rápidamente, anticipando desenlaces funestos. Es decir, el presi dente Calderón pecó de ingenuo y simplemente ignoró las voces de alarma que muchos expresamos en su momento y, peor aún, fue incapaz de leer las señales adversas que la realidad estaba enviando sobre la gravedad de la situación. Hoy que los efectos de la crisis hacen estragos por todos lados, con una caída de la economía nacional de más de 10% y niveles de desempleo y pobreza como no se veían en décadas, el presidente ha reconocido finalmente, en ocasión de su tercer informe (septiembre de 2009), la gravedad de la situación, promoviendo medidas desesperadas y tardías, difícilmente practicables, y a estas alturas insuficientes o francamente inútiles. Pero la responsabilidad por la debacle no es exclusiva del Ejecutivo. Ciertamente, el presidente se lleva la mayor parte, pero la miopía y la incapacidad la comparte la clase política en su conjunto. Así, por ejemplo, todos los partidos políticos, sin excepción, no han sabido o no han querido anteponer los intereses nacionales y de largo plazo a sus intereses de capilla y cortoplacistas, amén de que siguen atrapados en disputas estériles que no interesan a nadie, salvo a ellos mismos en su carrera desenfrenada por preservar y ampliar sus propios privilegios y posiciones. Sólo así se explica que no hayan prosperado en el Congreso las reformas estructurales que con tanta urgencia requiere el país o que las reformas aprobads resultaran tan limitadas y superficiales si se contrastan con las exigencias de la coyuntura, como la reforma energética o la reforma electoral, verdaderos bodrios legislativos, dignos de una clase política de cuarto de primaria. (8)

Pero más allá de la incapacidad, el desinterés o la insensibilidad de la clase política para intervenir adecuadamente en la actual emergencia, la crisis económica encuentra a México en uno de los peores momentos políticos de su historia, un país sin liderazgo, sin posibilidades de arribar a consensos, con una clase política corrupta y cínica totalmente desacreditada; sin proyecto de nación, sin viabilidad ante los enormes rezagos sociales, con parálisis institucional, con prácticas, instituciones y leyes que sólo generan desconfianza y malestar, con una sociedad secuestrada por la violencia y la inseguridad. Es obvio que estas circunstancias son las menos propicias para encarar con éxito la actual crisis económica.

El momento político de Calderón

Muy grave es la crisis económica y la inseguridad que padece nuestro país. Nadie lo pone en duda. Pero más grave aún, mucho más penoso, es que los ciudadanos no tengamos expectativas realistas ni para salir de la crisis ni para neutralizar el crimen y la violencia. Según las encuestas, los mexicanos repudiamos cada vez más las políticas gubernamentales, no creemos en las directrices fijadas por el gobierno de Calderón para enfrentar la terrible recesión o para combatir el crimen organizado. En ese contexto, no podía resultar más insustancial y vacío el tercer informe presidencial sobre el estado que guarda la administración pública federal; un discurso mentiroso y retórico en el que nadie cree; un decálogo de buenas intenciones para superar la crisis, tan ambiguo como irrealizable en las actuales circunstancias políticas del país, como la exhortación de iniciar cuanto antes un nuevo ciclo de reformas estructurales (fiscal, energética, laboral, de telecomunicaciones y política) mucho más profundo y ambicioso que las reformas realizadas en el pasado reciente o que han sido francamente desdeñadas. Pero, ¿qué asegura que ahora sí se logren los consensos necesarios para avanzar en esa dirección, si hasta ahora ha prevalecido el desinterés y una visión gradualista? ¿Basta reconocer la gravedad de la situación, como lo ha hecho finalmente el presidente Calderón, después de meses de edulcorarla artificialmente, para que ahora sí se actúe en consecuencia? La verdad es que no cabe esperar grandes medidas. El momento político del país no podía ser más delicado y contraproducente, lo que abona más a la parálisis que a la acción.

El presidente engaña, y la gente lo sabe, lo constata tristemente todos los días. El partido en el poder no ha sabido gobernar, pero la oposición tampoco ha sabido ilusionar con propuestas consistentes y realistas. Tanto el Partido Revolucionario Institucional como el Partido de la Revolución Democrática y los demás partidos satélites siguen atrapados en disputas y propuestas ideológicas y populistas francamente inútiles y mezquinas para hacer frente a los problemas que nos aquejan. Basta ver sus pobres posicionamientos en ocasión de la apertura de sesiones de la nueva Legislatura de la Cámara de Diputados (septiembre de 2009) para darse cuenta de ello: reforma energética sí, pero sin comprometer la soberanía de la nación; reforma fiscal sí, pero sin afectar a los sectores populares gravando impuestos a medicinas y alimentos; reforma laboral sí, pero en pleno respeto de la autonomía sindical; etcétera. Puros lugares comunes. Es claro que a la oposición le interesa más hundir al gobierno y a Calderón, y a la larga obtener raja de ello, que aportar su capital para entablar acuerdos y buscar soluciones.

Por todo ello, quizá más que la propia crisis económica o la inseguridad, lo que más preocupa a los mexicanos es la crisis política, o sea el deterioro de un aparato institucional y normativo cada vez más disfuncional e ineficaz, alimentado por una casta de políticos cada vez más alejada de los ciudadanos y de la realidad, una casta esquizofrénica y cínica que gobierna en el vacío, sin respaldo ni compromiso. La actual crisis política, que también es una crisis moral, no es propiciada por el abandono de los principios ideológicos que le dan sustento al régimen, pues ese mal lo padecía el antiguo régimen priista, la así calificada “dictadura perfecta”, que traicionó su propio ideario social y condenó al país a la desigualdad más oprobiosa que se pueda imaginar y a grandes sacrificios sociales; es una crisis propia de un régimen democrático en ciernes, cuyos actores políticos, los emergentes y los del pasado, no han sabido leer las implicaciones y las responsabilidades derivadas de la alternancia, no han sabido (o no han querido) romper con el pasado autoritario mediante la edificación de nuevas leyes e instituciones consecuentes con las exigencias y la dinámica de una nueva realidad democrática. Se trata pues, de una crisis por inacción, por incapacidad, por falta de voluntad por parte de la clase política en su conjunto para promover, impulsar, negociar y poner en marcha un nuevo ordenamiento institucional y normativo. El resultado ha sido la desilusión y la desconfianza de los ciudadanos hacia la democracia y los partidos; la parálisis y la polarización de los actores políticos; la ingobernabilidad y la incertidumbre, y la incapacidad para contener las inercias del pasado autoritario, que ahora se reeditan con nueva virulencia y cinismo: impunidad, abusos de autoridad, violaciones sistemáticas a la ley, asesinatos de Estado (como el de los niños quemados en Sonora), negligencia, corrupción, escándalos, etcétera. Por eso sostengo que quizá la crisis política preocupa más a los mexicanos que el desempleo, la pobreza o la inseguridad, lo cual es más que revelador.

Desde hace tiempo que muchos intelectuales y periodistas hemos advertido sobre la crisis política en México, pero ahora esa preocupación empieza a ser de dominio más general. (9) Todo está putrefacto. La crisis política es de tal envergadura que la transición democrática se volvió un cliché, algo insustancial e irrelevante. Tan malos y corruptos unos como otros. El cambio de partido en el poder terminó siendo una simulación más. Los genuinos anhelos de renovación y cambio simplemente fueron desdeñados por los recién llegados al poder y el entusiasmo democrático de todo un pueblo sucumbió a manos de políticos y partidos pequeños y mediocres. El tiempo de la ilusión democrática, que es la mejor caracterización de la época de la alternancia, ha desaparecido por completo. Nadie se fía ni confía de la palabra democracia en boca de un profesional del poder; la apelación de los políticos a la palabra democracia resulta tan falsa como vacía de genuina política. La democracia es, simplemente, para la casta política, la inversión perversa de los ideales y procedimientos de la democracia como un sistema electoral-representativo. Sin un Estadonación capaz de vertebrar democráticamente el territorio y la población, México deambula sin rumbo y sin objetivos. La ilusión de la ciudadanía ha desaparecido. Sobre esa desilusión se ha instalado una casta política, un sistema de partidos políticos, que tiene bloqueada cualquier posibilidad de regenerar el sistema democrático.

Por ello, sostener que “ya hemos tocado fondo”, como lo ha hecho recientemente el presidente Calderón para tratar de rasguñar desesperadamente algún respaldo en lo que le resta de su sexenio, no puede más que quitarnos el sueño. Si con esta frase, Calderón quiere decirnos que en el futuro ya nada puede ser peor a lo que hemos padecido hasta ahora o que lo peor ya ha pasado, no queda más remedio que preocuparnos en serio. En efecto, si lo que el gobierno de Calderón y el partido en el gobierno han ofrecido a los mexicanos es una clara carencia de estrategia y sensibilidad política y económica, decir que hemos tocado fondo sólo puede presagiar una auténtica desgracia: que los mexicanos asumamos que viviremos en la cri sis económica y, por supuesto, moral por los restos de los restos.

El México de Calderón vuelve a reinstalarnos donde estuvimos mucho tiempo. Aquí no hay salida. Es la actitud seductora y terrible de las almas toscas, del gentío que se resigna fácilmente a todo lo que le arrojen. Se acepta la desaparición de lo mejor como una maldición bíblica. O aguantas el régimen o revientas, parece decirnos soterrada y cínicamente el gobierno. La propaganda oficial es de tal efectividad que uno tiene la sensación de que Calderón nos hubiera acostumbrado a los mexicanos a sobrevivir instalados en la indigencia moral. Y política. Allí donde es irreparable la escisión entre el hablar y el hacer, el decir y la acción, todo está permitido. La mentira no tiene límites. La prueba es el presunto combate declarado por Calderón al crimen organizado, lo cual no está mal, de no ser porque su verdadera finalidad era legitimar a un presidente débil más que acabar con ese flagelo. De ahí que se trate de una guerra perdida y con un enorme costo para el país. Además, dicho sea de paso, mientras en Estados Unidos Obama ha desterrado de sus discursos las referencias a lo elemental (“retorno a lo básico”), como la seguridad nacional, para proponer cuestiones más trascendentales, como la libertad y la tolerancia, Calderón en México se ha estacionado, quizás a su pesar, en el trillado y a estas alturas banal discurso de la seguridad y el combate al crimen organizado; es decir, Calderón, en lugar de conectarse con las exigencias de los nuevos tiempos, propias de las democracias modernas, parece estancarse cada vez más en retóricas tan elementales como insustanciales.

Vivir en indigencia es vivir en la indolencia y la frustración permanentes, secuestrados por una casta política inescrupulosa y voraz. Pero significa también que nadie tiene ímpetu moral para desmarcarse, que nadie sea capaz de rebatir a Calderón cuando escupió la frase “ya hemos tocado fondo”. ¿Dónde está la oposición? ¿Por qué nadie con un poco de claridad no fue capaz de contestarle: “Sólo cuando Calderón desaparezca de la escena política México podría empezar, quizá, a superar la crisis”? Indigencia es que después del fracaso foxista sobrevenga un fracaso calderonista, porque, aunque el partido gobernante está descomponiéndose, la oposición sigue noqueada y maniatada en sus propias contradicciones. Indigencia es, en suma, asumir que con cualquiera México siempre estará igual o peor. De ahí que a los mexicanos nos esperan tiempos difíciles, quizá décadas de enormes sacrificios y penurias; un futuro en el que se volverán simplemente irreversibles tanto el deterioro económico como la descomposición social, la pobreza y la inequidad. En suma, a diferencia de Estados Unidos, las actuales circunstancias políticas de México no podían ser menos propicias para toparnos con una crisis global del capitalismo, como la actual. No hay confianza, no hay proyecto, no hay voluntad política y no hay liderazgo.

Lecciones intemporales

Hasta esta parte hemos visto cómo el momento político por el que atraviesa un país puede resultar determinante a la hora de que sus gobiernos ensayen políticas de emergencia para enfrentar una crisis económica. En el caso de las democracias liberales contemporáneas, se puede decir que una situación o momento político es favorable cuando existen instituciones, leyes y actores políticos estables y legitimados; cuando predomina una relación de corresponsabilidad entre los ciudadanos y sus representantes, ya sea por la existencia de un liderazgo fuerte o porque la ciudadanía se identifica plenamente con los gobernantes; cuando el andamiaje institucional y normativo en su conjunto concita confianza entre los ciudadanos; cuando los gobernantes encuentran un amplio respaldo a sus acciones; cuando los actores políticos permanecen cohesionados y en todo caso institucionales o hasta solidarios en el momento de que la autoridad propone políticas de emergencia; cuando la ciudadanía se siente un protagonista más de las decisiones colectivas que le atañen; en suma, cuando el régimen político en su conjunto goza de estabilidad y legitimidad. Por ello, a este tipo de situaciones bien puede convenir la expresión “democracia fuerte” para calificarlo.

Por el contrario, una situación política es desfavorable cuando están presentes todos los indicadores de una crisis política: descenso significativo de la legitimidad de las instituciones y los actores que desempeñan papeles de autoridad; ineficacia o parálisis en las decisiones, descontento social creciente y falta de cohesión de la clase política. Por lo general, estas situaciones se caracterizan por un vacío de poder efectivo; desconfianza generalizada hacia las instituciones, las leyes y los actores políticos; ausencia de respaldo hacia las decisiones gubernamentales; polarización de los actores políticos; alejamiento de los ciudadanos de la política institucional y malestar hacia los partidos y los representantes. Por ello, a este tipo de situaciones bien puede convenir la expresión “democracia débil” para calificarlo.

A partir de estas consideraciones, quizá podemos extraer dos lecciones intemporales, a manera de axiomas, sobre el asunto examinado: a) no todas las democracias fuertes tienen asegurado el éxito en el momento de ensayar políticas de emergencia para superar una crisis económica, pues existen muchas otras variables que pueden catalizar o retardar ese desenlace. Sin embargo, las probabilidades de éxito de las políticas de este tipo son infinitamente mayores en las democracias fuertes que en las débiles; b) no todas las democracias débiles tienen asegurado el fracaso en el momento de ensayar políticas de emergencia para superar una crisis económica, pues, de nuevo, existen muchas otras variables que pueden catalizar o retardar ese desenlace. Sin embargo, las probabilidades de fracaso en el momento de ensayar políticas de este tipo son infinitamente mayores en las democracias débiles que en las democracias fuertes.

Si estas lecciones intemporales son válidas, se puede concluir que mientras Estados Unidos saldrá bien librado de la actual crisis económica, o sea fortalecido, México simplemente no la librará, no al menos sin un enorme y permanente costo para el país en todos los órdenes. Además, dada la enorme asimetría entre ambos países o la marcada dependencia de nuestra economía a la del vecino del Norte, México sólo podrá vislumbrar alguna salida a su crisis económica una vez que Estados Unidos termine de solucionar la suya. Antes, imposible. A estas alturas, quizás es mejor una buena dosis de realismo que seguir alimentando falsas ilusiones.

1 Por cuestiones de espacio, en esta versión me concentraré en el caso mexicano y sólo ocasionalmente tocaré el caso estadounidense. Para los interesados en contar con el estudio completo, los remito a la versión electrónica del presente artículo en la página de Este País.

2 Véase, por ejemplo, Gorbachov (2008) y Krugman (2009).

3 Sen (2009) y Krugman (2008). Para Sen, por ejemplo: “La presente crisis económica no requiere de un ‘nuevo capitalismo’, sino que exige una nueva comprensión de viejas ideas, como las de Smith y Keynes, muchas de las cuales han sido tristemente ignoradas”.

4 Sobre el excepcionalismo estadounidense, véase Lipset (1996).

5 Rieff (2009).

6 Si para Moore, Bush quedaba retratado como un traidor a la patria y un reaccionario sin escrúpulos en su documental Farenheit 9/11, Obama queda como un incongruente y demagogo en su documental Capitalism: A Love Story, de reciente aparición.

7 Véase, por ejemplo, Cornwell (2009).

8 Sobre la reforma energética y la reforma electoral, véase, respectivamente, Cansino (2008 y 2009, cap. 9).

9 Por lo que a mí respecta, véase Cansino (2004 y 2009) y Cansino y Covarrubias (2007).

Las referencias bibliográficas de este artículo se pueden consultar en www.archivo.estepais.com

César Cansino

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3 Respuestas para “¿Por qué México no saldrá bien librado de la crisis económica?”
  1. Adela♥ dice:

    Es lo mismo con MEXICO?

  2. Luis Palerm dice:

    En la conclusión no queda claro de qué crisis México no va a poder salir. Es decir, si la crisis económica va a exacerbar la crisis política, o si la crisis política va a prolongar la crisis económica, o ambas. Cansino presenta simplemente una realidad bi-dimensional conocida, sin presentar claramente cuales son los mecanismos causales, y por ello no puede proponer una solución clara.

  3. Observador dice:

    El señor Cansino cae exactamente en lo mismo que señala para los estadounidenses cuando asegura que «muchos descargan su frustración o decepción en algo o alguien». El descargó ambas cosas en el presidente Calderón lo cual parece injusto a todas luces pues no ofrece ninguna prueba ni argumento congruente con sus afirmaciones. Escribió una editorial medio disfrazada de análisis académico.

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