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Alfabeto de emociones. La voz de Rogelio Salmona
Cultura | Francisco de Valdenebro | 17.04.2009 | 0 Comentarios

A mediados de 1993, César Gaviria, entonces

Presidente de Colombia, encargó a Rogelio Salmona

el proyecto para la Sede de la Vicepresidencia de la

República, institución creada por la nueva Constitución

Política de 1991. Para la construcción, por circunstancias

no previstas ni buscadas, tuve el encargo

de la supervisión técnica y administrativa. Así conocí

a Salmona, en la etapa preliminar de ese proyecto.

Vino a continuación un acucioso proceso de adaptación

a su particular enfoque de cómo

se construye. Unas veces de manera

sutil, otras con vehemencia, algunas

con ejemplos calificados de buenos,

malos o mediocres, muchas otras con

la didáctica del auténtico Maestro, pero

siempre con el profundo rigor que

lo caracterizó como arquitecto, Salmona

contribuyó a transformar mi manera

de entender y practicar mi oficio de

ingeniero calculista de estructuras y constructor. Con

sus grandes y novedosas aportaciones, me develó una

nueva visión de mi propio desempeño profesional.

A lo largo de los años, los retos a los que me enfrenté

con él fueron permanentes: en la búsqueda de

óptimos resultados, en la exploración de posibilidades

de innovar materiales y procesos, en la necesidad

de entender y practicar las estructuras como

“soporte de la arquitectura”.

Durante sus últimos quince años de vida, día a

día, acompañé a Salmona en el desarrollo de sus

proyectos. Edificios institucionales, bibliotecas, colegios,

casas particulares, su propia casa de campo, espacios

públicos, templos, centros comunitarios…

innumerables obras de nuestro gran creador fueron

aportando a las ciudades riqueza arquitectónica

y espiritual.

A su lado —siempre prudente, inteligente y discreta—,

su esposa, socia y compañera, María Elvira

Madriñán, participó en sus proyectos y fue celosa

guardiana de su acervo documental. Hoy, con altísima

calidad profesional, continúa el desarrollo de los

trabajos que Salmona dejó iniciados.

En ese diario trajín —al principio en una

relación de mutuo respeto profesional, pronto

complementada con una estrecha amistad personal

y en el marco siempre de mi admiración creciente,

no sólo por su arquitectura sino por las

múltiples facetas del ser excepcional que fue Salmona—,

recibí permanentes enseñanzas de vida,

de ética profesional y personal, de conocimiento y

aprecio por el arte en sus múltiples facetas.

A modo de homenaje y como un instrumento

para darle voz en estas páginas

dedicadas a su memoria, transcribiré

a continuación algunos extractos de su

pensamiento. Cabe señalar que éstos

proceden de sus escritos, entrevistas,

presentaciones y también de comentarios

suyos expresados en la vida diaria.

Pero antes quiero aventurarme en una

difícil tarea: intentaré hacer un retrato,

aproximarme a una definición del personaje multifacético

que fue Rogelio Salmona, mediante el

enunciado de sus para mí más notorias características

personales:

No únicamente el arquitecto —y tal vez excepcional

arquitecto por lo demás—, sino el

ser de profunda sensibilidad humana y social,

adalid del espacio público, melómano y lector

empedernido y profundo, contestatario, de fino

humor, culto contradictor, con racionales

ideas de izquierda, interlocutor inteligente, de

profunda cultura general, detallado conocedor

de la historia social, política y del arte de

la humanidad, estudioso permanente de la

historia de la arquitectura, de recia pero tímida

personalidad, riguroso y exigente consigo

mismo, apasionado y vehemente, agnóstico,

innovador de su propia arquitectura, autocrítico

nunca satisfecho con sus resultados, fiel y

buen amigo, hombre íntegro y ético, de vida

familiar austera y sin ambiciones materiales…

Rogelio Salmona era, en fin, un ser humano

integral.

Destacado ingeniero y académico colombiano, Francisco de Valdenebro fue por los últimos quince años calculista,

constructor y supervisor de las obras de Rogelio Salmona.

El arquitecto en sus

propias palabras

La arquitectura

La arquitectura es ante todo la mirada que recorre

con rigor y con entusiasmo las pequeñas cosas de la

vida, que sublima lo cotidiano, que resuelve bien, por

ejemplo, una ventana, porque a través de ella entra el

paisaje, o que al diseñar un patio sabe que desde allí

descubre el hombre las estrellas y le da un límite al

infinito.

Pero entiendo la arquitectura, además, como un puñado

de nostalgias, lecturas, descubrimientos y pasiones.

Con la arquitectura transformamos la naturaleza y

moldeamos la ciudad. Es el pálpito del lugar, y lugar de

encuentro entre razón, encantamiento y poesía, entre

claridad y magia. El edificio arquitectónico es un lugar

de encuentro, para amar y descansar, descubrir y soñar.

En respuesta a esos anhelos, he querido que la arquitectura

produzca goce y emoción y que permita descubrir

el entorno geográfico. En otras palabras, la

arquitectura es producto de la íntima relación y permanente

confluencia entre la geografía y la historia.

La verdadera razón de la arquitectura, además de

la habitabilidad, es el goce, y la emoción su función

primordial. La arquitectura debe crear una

habitabilidad rica en sensaciones, en emociones;

no es una máquina, es el lugar de los recuerdos,

de la infancia, donde ocurren los acontecimientos,

donde uno realmente vive, goza, sufre y habita.

Como el hábitat es la condición misma del ser humano,

la arquitectura debe ser entonces lo más

amplia, generosa y hermosa posible.

A diferencia de las otras artes, la arquitectura,

sustancialmente abstracta, aunque materialmente

utilitaria, está condicionada por los acontecimientos

y el contexto del cual forma parte. Una de sus

características es que debe tener un claro concepto

de la realidad, es decir que debe poder evaluar

lo propio; saber extraer del fondo de la propia

cultura y geografía soluciones acordes con las necesidades

y comportamientos. La arquitectura no

debe separarse ni de su tiempo ni de su gente. Pero

debe ir más allá. Debe proponer espacios que

produzcan emoción, que se aprehendan con la visión, pero también con el aroma y el tacto,

con el silencio y el sonido, la luminosidad y la

penumbra y la transparencia que se recorre y

que permite descubrir espacios sorpresivos.

Es con palabras como se explican los hechos

arquitectónicos, pero me pregunto: ¿Qué

palabras pueden explicar la sutileza de la arquitectura,

las visiones simultáneas que amplían

los límites de la forma arquitectónica, los

espacios de silencio, los múltiples secretos de

las formas, las infinitas transparencias, el misterio

de la luz o la profundidad de la penumbra,

la revelación de un paisaje, el

imbricamiento de entornos lejanos e inmediatos,

un paisaje? ¿Qué palabras, además, pueden

explicar las sensaciones de un recorrido,

la revelación de paisajes interiores, el misterio

de estar adentro y afuera, la comunión entre

interior y exterior?

Mis conocimientos y razonamientos, sensaciones

y emociones, pero, sobre todo, la interpretación

que les he dado, han sido los

determinantes en la composición de la arquitectura

que he elaborado. Es una experiencia

personal, que no se puede transmitir; pero en

cambio puedo transmitir a través de la arquitectura,

de su espacialidad y de sus formas, emociones,

sensaciones, rechazos o aceptaciones.

Me parece que la función más importante de la arquitectura

es ésa, la de emocionar.1 El hombre, antes de conocer,

se emociona frente a la belleza, y el intento de

explicar la emoción lo lleva, a veces, al conocimiento.

Prefiero la arquitectura que me permita oír la resonancia

de las emociones, y me emociona aquella que deja entrever

la mano vacilante del que la elabora y la construye,

sus dudas, sus errores, y los intentos, como notas silenciosas,

en el resultado.

Mi arquitectura no es pintada; el color lo da la luz sobre

los materiales: el ladrillo, la madera, el concreto. El

color que aparece repentinamente en un muro horadado

y que es puesto en evidencia (¡otra vez el acontecimiento!)

por un rayo de luz… O el azul del horizonte que se

descubre al recorrer al sesgo un espacio en penumbra, o

la simple luminosidad de una transparencia…

La armonía, la sorpresa y el encuentro también forman

parte de la arquitectura: ésta es su profunda poética.

1 He aquí una de las anécdotas que más satisfacía contar a

Salmona: en la Biblioteca Virgilio Barco, de un grupo de

estudiantes sale una niña de diez años y le dice: “Arquitecto

Salmona: la maestra de la escuela nos dijo que usted

fue el que hizo esta biblioteca; no quiero su autógrafo…,

sólo quiero darle las gracias”.

El lugar

¿Cómo, al hacer un proyecto arquitectónico,

no se tienen en cuenta la

belleza del sitio, la magnificencia de

su luminosidad, la variedad de su vegetación,

la morfología, las formas

naturales y sus materiales?

¿Cómo no permitir la simbiosis entre

la arquitectura y el paisaje, las siluetas

y las transparencias, los

materiales pétreos y los acuosos, la

lluvia y el sol, y poner en evidencia

los colores y los cambios de luz?

¿Cómo olvidar lo urbano y sus años

de elaboración, las transformaciones

que toda ciudad ha tenido y su delicado

tejido, maltratado en muchos de

los casos por desidia o por ignorancia

y que toda nueva arquitectura debe

recuperar y exaltar?

Incertidumbre del principio

Al inicio de la creación de un proyecto

siempre tengo un “principio de incertidumbre”,

que inmediatamente se

convierte en la “incertidumbre de un

principio”. Y es que no sé si lo que

estoy proponiendo, a pesar de tener

unas cuantas ideas que me dan seguridad,

lo voy a lograr; es decir, no sé

si se va a consumar lo que propongo

espacial y poéticamente.

Tengo la incertidumbre del descubrimiento,

como cualquier navegante

que sabe de cuál puerto sale pero ignora

a cuál va a llegar.

El principio de incertidumbre en

un proyecto es que no se sabe si ese

alfabeto de emociones que uno

guarda en la memoria, a la hora de

la verdad, va a resultar. Alfabeto de

emociones que es la suma de afectos

acumulados en viajes por espacios,

lugares, arquitecturas

concebidas por otros en épocas

muy distantes de la mía.

¿Cómo lograr transmitir a través de

un hecho arquitectónico concreto

esas evocaciones, esos instantes capturados

en experiencias personales

que los demás no conocen, y que por

tanto no tendrán en cuenta en el momento

de aproximarse a la obra?

Lo difícil es eso: darle cuerpo a esa

afectividad, y, sobre todo, que otros

se conmuevan sin que necesiten tener

noticias de esas conmociones mías,

anteriores.

América Latina

Pienso que con la arquitectura se puede dar

una nueva interpretación al entorno construido,

y que podemos todavía hoy, en América

Latina, reinsertarnos en nuestro contexto histórico.

Nuestros problemas son tan grandes como

nuestras responsabilidades. En ese sentido la

ética debe ser absoluta. No tenemos derecho a

dilapidar esfuerzos ni ideas en obras de inspiración

fugaz. No tenemos derecho a destruir

paisajes hermosos, deteriorar ciudades frágiles

que no han tenido el tiempo de consolidarse y

menos de singularizarse. La presión del capital

y del mundo industrializado, con sus indudables

beneficios, sólo pueden ser matizados, digeridos

y transformados para nuestro bien.

Ésta es, en pocas palabras, nuestra situación.

Dentro de ella intentamos hacer una arquitectura

embebida de esperanzas y posibilidades.

Una arquitectura que se resiste a ser instrumento

del cinismo, la especulación y la “feúra”.

Queremos que la arquitectura y la ciudad

sean un patrimonio, una creación al servicio de

la comunidad, una ética para el futuro, una solución

para el presente con obras llenas de

emoción, diversidad, y de una diversa y emocionada

permanencia.

Hacer arquitectura en Colombia implica

buscar —ojalá encontrar— la confluencia entre

geografía e historia. No puede ser de otra

forma. De la historia, por muy incipiente que

sea, queda siempre una lección para conocer,

interpretar y mantener una memoria sobre lo

que ya se hizo y perdura. De la geografía —en

estas regiones majestuosas e indómitas— quedan

no sólo enseñanzas sino motivaciones que

permiten enriquecer la espacialidad.

Considero que hacer arquitectura en Colombia

y en América Latina es un acto político: la

defensa de lo público, las intervenciones arquitectónicas

respetuosas en la ciudad, la defensa

del paisaje, la estética concebida como una ética

y la lucha contra la segregación espacial son

y han sido las motivaciones para ejercer este

oficio.

En América Latina nuestra arquitectura no

puede ser efímera ni pasajera. Debe, más bien,

ser sólida y duradera, bien construida. Es una

contribución al espacio urbano de una ciudad

que se edificó con enormes problemas y no ha

tenido el tiempo de consolidarse.

La Ciudad

Con su gente, instituciones, monumentos, es decir

con su arquitectura, la Ciudad es la gran propuesta

civilizadora de la humanidad.

Es también el lugar de encuentro entre las necesidades

privadas y las necesidades colectivas, entre espacio

privado y espacio público.

Es en ella donde el pensamiento toma forma, y a su

vez la espacialidad característica de cada ciudad condiciona

nuestro pensamiento.

La Ciudad es diversidad.

El espacio público es la esencia de la Ciudad, pero

es sólo un aspecto de ella y de nada vale intervenirlo,

olvidando o abandonando los otros aspectos que la

conforman, como son su gente, sus instituciones y su

cultura.

Mi temor es que la Ciudad con lindos espacios públicos

recuperados, algunos de ellos bien vigilados y

saneados, adornados con bellas esculturas y gente bien

vestida y bien alimentada, sigan rodeados de pobreza y

de tristeza, sin escuelas y sin transporte.

El espacio público es la esencia de la Ciudad, su más

alto atributo. Es el legado patrimonial por excelencia:

la Plaza de Bolívar de Bogotá, la Plaza Vendôme de

París, la Plaza de San Marcos de Venecia, el Zócalo

de México son obras de arte. Fueron construidas para

beneficio de la comunidad y su característica más

importante es que son apropiables por la comunidad

entera.

Vanguardia y tradición

La tecnología es un hecho cultural. ¿Estar a la vanguardia

es desdeñar tecnologías tradicionales? Entonces

yo estoy en la retaguardia. Me parece fatuo hoy

estar en la vanguardia.

La vanguardia o la retaguardia no están en el uso

de las técnicas ni de los materiales sino en la aplicación

adecuada de las tecnologías a las necesidades de

una sociedad.

Lo ilimitado del límite

Un diseño arquitectónico goza del poder de despertar

emociones a partir de composiciones en las que rige

el número, la medida, la proporción, la armonía,

asociadas en forma enigmática a un simbolismo y a

un límite.

En los últimos proyectos que he realizado he tratado

de encontrar el límite en la espacialidad. Un límite

que puede ser el cielo, el infinito, el horizonte, el

límite dado a través de un elemento cualquiera, una

luminosidad repentina, un reflejo, un

cambio de atmósfera, una transparencia

que permite que la dimensión tenga

un límite, pero que a partir de esa

frontera aparezca o sugiera otro elemento

que sigue después, y así sucesivamente.

Lo que yo he buscado, a través de

diversas experiencias arquitectónicas,

particularmente las prehispánicas, es

acercarme al problema del límite porque

en esa arquitectura ceremonial y

cósmica encuentro una vivencia que

me permite entender mejor la continuidad

de los espacios arquitectónicos

y su relación con el cosmos.

Teotihuacán, Monte Albán, Pachacamac

son buenos ejemplos de esa relación

entre arquitectura y universo.

Las influencias

Primero, aceptar y ser agradecido

con las influencias. Mi obra le debe,

por supuesto, a Le Corbusier, con

quien trabajé por años y del cual soy

discípulo, pero también a Frank

Lloyd Wright, a Hans Sharoum y a

Alvar Aalto en particular, y sobre todo

a la historia de la arquitectura occidental

incluyendo la islámica y la

prehispánica de América.

Hacer arquitectura no puede reducirse

a un problema funcional y eficiente.

Es y debe ser, sobre todo, un

hecho cultural, colectivo e histórico:

un acontecimiento para el paisaje y

para los sentidos. Hacer arquitectura

es un acto de rememoración, es recrear.

Es continuar en el tiempo lo

que otros han a su vez recreado. Por

eso constituye un acto profundamente

culto, pues no se recrea lo que no

se conoce. Por el contrario, es el conocimiento

el que permite el escogimiento

y la selección. Y éste es el

gran momento de la creación arquitectónica.

El momento en el cual, como

sucede con la música, se empieza

a componer, a transformar lo existente,

a elaborar la forma, a definir la espacialidad

particular de cada obra y a

establecer la espiritualidad de la arquitectura.

Conviene mirar atrás antes de dar

el paso hacia adelante.

¿No sería un desperdicio desconocer

las grandes obras de la arquitectura

universal, y una inmensa tontería,

siendo un arquitecto americano, desconocer

los grandes conjuntos abiertos

prehispánicos, la sutileza de la

arquitectura colonial, la riqueza del

mestizaje, la sencillez de la arquitectura

popular, las innovaciones y la

causa social de la arquitectura moderna?

Sí, conviene mirar atrás, pero hay

que saber retirar la mirada en el momento

oportuno: se trata de recrear y

de transformar. No de copiar.

En casi todos mis proyectos me he

servido de la memoria y de las experiencias

arquitectónicas obtenidas al

recorrer, estudiar, dibujar y dimensionar

edificios y lugares del pasado y

del presente. Mirada que es fruto del

estudio de la historia y el conocimiento

de la geografía que, debidamente

interpretadas, me han servido de inspiración

para tratar de lograr la profundidad que cada proyecto requiere y proporcionarle

así su propia poética, su propia resonancia.

Retener la mirada para medir y dibujar esos lugares

que nos emocionan y guardarlos en la memoria

para algún día recordar sus medidas, sus ecos, su

resonancia, y componer recargado de emoción la

obra arquitectónica, los espacios sorpresivos, los

lugares de encuentro.

La memoria ayuda a encontrar el camino de la

poesía. Ayuda a descubrir que es posible y necesario

componer con el material, con la luz y la penumbra,

con la humedad, con las transparencias y

con los sesgos para lograr una espacialidad enriquecedora

para los sentidos.

Autocrítica

He tratado de ser consecuente con lo que he expresado

y de aproximarme a cada proyecto de acuerdo a

sus circunstancias, a esos planteamientos que sólo son

perceptibles en su lugar. Sin embargo, debo confesar

que la mayoría de mis obras son incompletas, les encuentro

carencias, formas que no se lograron, que no

pude concluir como lo deseaba, y tuve que renunciar

a la búsqueda de una perfección, inalcanzable, afortunadamente,

pues sería el fin de una travesía. De cada

proyecto me queda una frustración, consecuencia

de la necesaria renuncia, siempre dolorosa pero que

estimula porque obliga a seguir buscando, a continuar

la travesía interior hacia la perfección en la obra

siguiente, y así sucesivamente. Crecen cada vez más

las frustraciones, pero cada vez, la obra contiene elementos

nuevos, diversos, casi

logros que son aciertos para las

siguientes obras y sirven como

crítica de las anteriores.

Es la necesaria autocrítica

que todo arquitecto debe hacer

para no caer en una autosatisfacción

que le impedirá ver con

lucidez sus limitaciones, pero

también sus aciertos. A veces la

lucidez es más importante que

la inteligencia, sobre todo cuando

se trata de hacer, en una

siempre difícil y paciente búsqueda,

una arquitectura al servicio

de la sociedad, para el

goce y la alegría de la gente, y

que es al mismo tiempo su razón

de ser. Hacerla es la gracia

de revelar y de despertar el conocimiento

y la apreciación de

las cosas.


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