Amor plantónico
Carlos Talancón
Despuntaba el verano y la distancia entre ellas era mínima.
Sin embargo, las trepadoras jamás alcanzarían a
trenzarse en comunión simbiótica. Su amor, consecuencia
de tantos años de proximidad en el alpende del jardín,
tendría que conformarse con la mera
contemplación.
Aunque parecería que sólo era cuestión de seguir
deslizándose por el friso para encontrarse, pues las trepadoras
ya habían rebasado el capitel, habían llegado
al punto donde la ventaja de su proximidad se tornaría
en desgracia. En cualquier momento, el hombre de
overol podría salir del interior de la casa, sosteniendo
el animal metálico sobre sus hombros, dispuesto a iniciar
su ritual de mutilación. Cada año era así. En balde
las trepadoras ahorraban cada rayo de sol y cada gota
de savia durante la primavera; en vano presionaban sus
raíces en la tierra para cobrar el impulso suficiente y
acelerar el encuentro. Ineludiblemente llegaba ese
hombre, barría con mirada insolente el jardín, bajaba
la férrea bestia de sus hombros y hacía chirriar su dentadura
para iniciar el ritual.
Primero eran los macizos, ubicados en la parte frontal
del jardín; el hombre llegaba con su bestia y los castraba
hasta mutarlos, según su capricho, en conejos, pájaros o
alguna otra ridícula forma que satisfacía su perversión.
Después seguían los rosales, a los que humillaba despojándolos
de todo, excepto de sus partes rojas que tanta
vergüenza les daban. Al pasto lo rapaba hasta dejarlo por
completo alineado; a algunas hierbas que consideraba inferiores
simplemente las aniquilaba. Así, cada habitante
del jardín era torturado hasta que llegaba el turno de las
trepadoras. Pero ellas, a diferencia de las otras plantas,
no se conformaban con su estado; aunque tampoco podían
hacer nada. El hombre las tomaba entre sus manos
y les cantaba algo relacionado con el cariño paternal que
decía tenerles, aunque todo eso era pura crueldad, porque
enseguida tomaba al animal metálico y lo restregaba
en sus tallos hasta devorarlos. Las trepadoras observaban
cómo era amputado el cuerpo de su amante.
El ritual culminaba con una pasarela de extraños seres
que desfilaban en torno al jardín, desplazándose y
murmurando, como si aquel holocausto les provocara
gran orgullo. Al parecer, encontraban belleza en las mutiladas
formas, porque antes de partir se decían:
—Este jardín es ideal para cualquier enamorado.
Celos
Montserrat Varela
Me mira de frente, con ojos muy abiertos.
Al verlo siento un dolor en el estómago,
un cosquilleo en la nuca. Ellos se tocan y
yo deseo gritarles cuánto los odio. A ella,
por rodearlo tan fuerte con esos tiernos
brazos que son sólo míos. A él, por besar
los dulces pechos que sólo mi boca saboreaba.
Permanezco inmóvil en el marco de
la puerta. Ella no me ha visto aún, tiene
clavada la mirada en su amado. Mis ojos,
en cambio, están fijos en ella, resentidos,
ignorados, llenos de lágrimas. Ella lo acaricia
y él le sonríe. Están sobre mi cama, en
mi propio cuarto. La rabia hace que me
tiemblen las piernas y me castañeteen los
dientes, que apriete los puños, que me
quede inmóvil sin decidirme a nada.
Él no debería existir. Algo tengo que hacer.
En silencio, me alejo hasta la sala. Mi
respiración es tan rápida que no logro escuchar
mis propios pensamientos. Debí entrar
y decirle una y mil veces que se fuera, pero
el miedo me frenó. Tengo que sacarlo de mi
vida y recuperar ese lugar que me está qui-
24 tando para poder regresar a ella, a sus bra-
zos. Ya sé cómo. Corro a la cocina. Un nudo va creciendo
en mi garganta a cada paso, pero al entrar me confundo.
Los estantes me parecen muy altos,
inalcanzables. No tengo fuerza para abrir los cajones.
Sé que si lo lastimo ella sería la primera en odiarme.
Ella, que me hacía compañía por las noches, me ha traicionado.
Pero esta vez no permito que el llanto me gane.
Dejo la cocina y doy unos cuantos rodeos antes de
regresar a mi cuarto. Despacio, abro la puerta apenas
para ver. Ahí siguen los dos amantes. Ella está recargada
sobre su espalda, él parece dormir tranquilamente.
Me acerco en silencio, con rabia, con envidia. Mi mano
se mueve lentamente hacia su cuello. Sólo alcanzo a
rozarlo cuando él despierta, se queda quieto y me sonríe.
Creo que me reconoció. El miedo me hace dar unos
pasos atrás pero él me agarra un dedo. Ahora me observa
con ojos muy abiertos, me admira. De pronto el aire
es tibio. Quiero perdonarlo. Quiero olvidar que su llegada
me ha hecho llorar varias noches. Él no debe ser
mi enemigo. Me siento tan pequeño, tan diminuto. Ella
despierta y me ve, luego sonríe. Puede que los haya perdonado.
Él vuelve a dormitar sin soltar mi dedo. No estoy
aparte, sí me quieren. Ella me acaricia y yo trepo a
la cama. Su brazo me rodea. Cierro los ojos y yo también
los abrazo… y duermo.
Poemas
Julieta Gamboa
Extensión del eco
No nos preguntaron.
Llegamos con puertas abiertas,
cavidades para el sonido,
asilos de luz.
Remamos
con mínimos signos vitales
esquivando los brotes de fuego,
los disparos.
El cuerpo se abre en el encuentro.
Expuesto,
aún con cicatrices
cruza el límite donde todo se derrama.
Primera persona
La lluvia no cesa
pero sigue la sed intacta.
La boca aún sabe a fuego consumido.
En cualquier esquina un cristal:
rostro reconstruido,
vacilante lirio sobre el agua.
Más allá, el rumor de monosílabos,
un nombre.
Ser con fisuras
que se inventa en esa única palabra.
• Carlos Talancón Sánchez (Ciudad de México,
1981) estudió Literatura Dramática y Teatro
en la UNAM. Su obra Extraña fábula
empresarial fue ganadora en el XII Festival
Nacional de Teatro Universitario, y Bocadillos
bajo tierra fue seleccionada para participar en
la Muestra Nacional de Teatro Entretelones.
• Montserrat Varela (Ciudad de México, 1981)
es dramaturga. Realizó estudios de teatro y
participó en los Talleres de Creación Literaria
del Centro de Arte Dramático A.C., y en los
Talleres de Arte Contemporáneo y Estética de
lo Grotesco impartidos en la UIA.
• Julieta Gamboa (Ciudad de México, 1981)
estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la
UNAM. Ha publicado obra en Poesía salvaje y
Los poetas del 5, entre otras revistas. Colaboró
con el grupo de teatro Luna Avante en la
puesta en escena Zootanos.
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