Ciudad de México, marzo de 2006
Querido Rogelio:
Me atrevo a actuar como representante de un número importante de arquitectos
de nuestro tiempo. Si bien no he solicitado su autorización expresa, estoy seguro
de que muy pocos colegas dejarían de hacer suyas mis palabras.
En su nombre y en el mío propio agradezco que te hayas dedicado a hacer
arquitectura. A hacer esa arquitectura, la de siempre, porque es intemporal;
esa que no requiere fecha ni necesita firma.
La que no tiene obsesión por el hoy, que pronto ya es ayer, ni tampoco por el
mañana, que con frecuencia no llega nunca. Esa que es de todos y para todos.
La que no se preocupa por la vanguardia sino por la permanencia. La que no
atiende sólo la piel sino el cuerpo completo. La que no busca el análisis sino la
síntesis. La que no es sólo consecuencia de una acumulación de conocimientos
sino de una sabiduría decantada.
Te has dedicado a buscar —y a encontrar, qué
duda cabe— la poética de la arquitectura sin preocuparte
por estampar la firma del poeta; a indagar
—y a conquistar— la problemática arquitectónica
de nuestro tiempo sin dejarte seducir por las modas
y por los medios. Te has entregado a descubrir
posibilidades y a enriquecer experiencias, ritmos y
secuencias; a atender todas las escalas y a deleitarte
con todos los detalles, a celebrar la euforia del espacio,
la poética de la luz, el misterio de los límites
y la magia del sitio.
Gracias, Rogelio.
Con la admiración de muchos, muchísimos
arquitectos y un entrañable abrazo de tu amigo
* Con motivo de la inauguración en el Museo de Arte
Moderno de Bogotá, en abril del año 2006, de una
exposición retrospectiva de la obra de Rogelio Salmona,
Espacios abiertos / espacios colectivos —que ha
recorrido después varias ciudades del mundo—, el
arquitecto mexicano Carlos Mijares Bracho le dirigió
esta carta, en momentos en que Salmona se encontraba
ya muy enfermo.
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