Pedro Ángel Palou, Morelos. Morir es nada, Planeta, México, 2007.
“Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo
mismo la distinción de castas, quedando todos
iguales, y sólo distinguirá a un americano de otro el
vicio y la virtud”, escribía José María Morelos y Pa-
vón —en el quinceavo inciso de su discurso “Los
sentimientos de la nación”—, uno de los primeros y
más insistentes defensores de la noción de la Améri-
ca Mexicana. Lo americano como un territorio de
pertenencia donde caben todos los que aquí hayan
nacido. Él había padecido su origen que, aunque
criollo, delataba la herencia mulata. Él tuvo hijos
con Brígida Almonte (la madre de quien ocuparía
un lugar opuesto al de su padre en la historia: Juan
Nepomuceno), con Francisca Ortiz y con otra mu-
jer, de cuya existencia apenas se tienen indicios por-
que en aquel interrogatorio y tortura al que el virrey
Calleja lo sometió del 5 de noviembre (en que lo to-
man prisionero) al 22 de diciembre (en que lo fusi-
lan en San Cristóbal de Ecatepec), Morelos declara
tener otra hija con otra mujer. Este dato le da al es-
critor poblano Pedro Ángel Palou (1966) la posibili-
dad de elegir a la más invisible, a la que trabajó a su
lado en la parroquia de Nocupétaro; de bautizarla y
hacerla amantísima compañera, escribana de las lí-
neas que los lectores de Morelos. Morir es nadalee-
mos. (“Allí nació el único personaje de ficción del
libro —dice Palou— en tanto me tomo la libertad
de imaginarla, puesto que también existió, y su pre-
sencia significó lo mismo una libertad que una res-
ponsabilidad.”)
La novela histórica es un género atractivo y com-
plejo; debe apoyarse en los hechos comprobados,
en los documentos existentes, en las evidencias, y a
partir de allí penetrar las razones (no sólo las polí-
ticas y sociales) de los actuantes, convertidos ahora
en personajes de novela. El novelista, ante el sub-
género histórico, debe desplegar imaginación sin
olvidar su principal deber como fabula-
dor: dar la ilusión de realidad, hacer
creer. Si la historia ya dio a los personajes,
ahora el escritor los escrutinará, los colo-
cará sobre el regazo, los verá dormir, les
olerá el sudor, les verá crecer las uñas y
entrará en su pellejo. Porque si algo per-
mite la literatura es volver visible lo invisi-
ble. (“Y es que la literatura es una lucha a
muerte contra lo inexpresable, lo que no
puede decirse, lo que nos espanta”, escri-
be Palou.) A los que la historia ya hizo
mudas estatuas, estampas de cartón, el
novelista deberá inyectarles sangre que
corra tibia en las arterias, labios que se
muevan, grietas en la piel, fisuras en el ánimo. Glorias y
abismos. Acercarlos por su humana dimensión.
Pedro Ángel Palou se propone esa complicada tarea y
nos presenta al Siervo de la Nacióna través de los textos que
escribe Jerónima Aguilar, jovencita del curato de Nocupéta-
ro cuyo tío es removido de la capellanía y sustituido por Jo-
sé María Morelos, con quien más tarde entrará en amoríos.
Viuda del amado, madre de Guadalupe, necesita explicarle
a su hija quién fue su padre; cómo aquel hombrón tosco, de
pañuelo amarrado a la cabeza para acallar las jaquecas que
lo asolaban, dedicó un lustro de su vida a la lucha insurgen-
te, al lado del padre Hidalgo, que había sido su maestro en
San Nicolás de la entonces Valladolid; cómo, a pesar de que
fueron presos Hidalgo, Allende y
Abasolo, él siguió en aquella misión
por tomar el puerto de Acapulco con
sus leales Hermenegildo Galeana y
Mariano Matamoros, y cómo fue he-
cho preso después del sitio de Cuau-
tla y luego fusilado, acusado
doblemente por la Inquisición y la
Corona. Aunque la destinataria final
—a quien le parece que tiene sentido
contarle la historia— es su hija pe-
queña, Jerónima se dirige al padre
Salazar durante la escritura, en una
especie de diálogo sordo. Pues ha si-
do el padre Salazar quien ha infor-
mado a Jerónima de los últimos días
de Morelos encarcelado, en los que
ella no pudo verlo ni escuchar sus
palabras. Es Salazar quien ha venido
a contarle y es en ese diálogo inexis-
tente con quien pudo intentar salvar-
lo que Jerónima se debate en la
última parte de una novela que da
cuenta de los tres momentos de la vi-
da de Morelos. Son tres libros los
que escribe Jerónima Aguilar: “Ma-
rionetas del deseo” (antes de que en-
tre Morelos a la lucha), “Nuestra
Señora de Guadalupe en guerra” (la
lucha de 1811 a 1815) y “Siervo de
la Nación” (últimos días en la Ciu-
dadela).
Los investigadores que se han dedi-
cado a la “nueva novela histórica” o
“novela histórica contemporánea” se-
ñalan los años setenta como fecha de
inicio de la renovación de este géne-
ro. Tan sólo en los últimos tres años
podemos señalar la aparición en Mé-
xico de novelas de la talla de Expe-
diente del atentado, de Álvaro Uribe
(premio Elena Poniatowska, 2008);
Juárez, el rostro de piedra, de Eduar-
do Antonio Parra (2008); Península,
península, de Hernán Lara Zavala
(2008); y unos años antes El seductor
de la patria, de Enrique Serna; La cor-
te de los ilusos, de Rosa Beltrán, y del
mismo Pedro Ángel Palou las contro-
vertidas Zapatay Villay la que hoy
nos ocupa (que forman parte de la te-
tralogía de sacrificios que se ha pro-
puesto concluir el autor y ganador
del Premio Villaurrutia). Para com-
prender el hoy, el novelista relee la
historia.
La novela es vida, y esa vida requie-
re de un punto de vista, de una voz.
Pedro Ángel Palou escoge la voz de
Jerónima Aguilar y su recuento escri-
to, emotivo y dotado de precisión, el
cual complementa con testimonios
ajenos para poder llenar los momen-
tos que no puede atestiguar. Palou
dota de esa polifonía al testimonio
unipersonal de la escribana, de la
amante de Morelos, quien un día,
siendo muy joven, la llamó a su cama.
Cuenta Jerónima que el debate entre
el celibato y el deseo de mujer asola-
ba al cura, que había escogido el ofi-
cio eclesiástico atendiendo a la
petición de su madre, a lo que le co-
rrespondía por herencia, y porque ese
sueldo de doscientos pesos le permi-
tiría mantener a su madre y comprar
una casa que sería la dote de su her-
mana Antonia.
Morelos dedicó el último lustro de
su vida a la lucha por la independen-
cia. Antes, forzado por el abandono
de su padre y la imposibilidad de que
su madre mantuviera a los dos hijos
que con ella quedaron, trabajó en la
finca de Rafael Tahuajo, hasta que tu-
vo la feliz oportunidad de volver a los
estudios en Valladolid, al Colegio de
San Nicolás donde conoció a Hidal-
go, siendo ya un joven de veinticinco
años. Hombre inteligente e inquieto,
de oportunidades a destiempo, admi-
ró las ideas de Hidalgo de tal manera
que en cuanto supo de su llamado en
Dolores, no dudó en alcanzarlo y
unírsele.
Mestizo de conciencia, reconoció la
desigualdad entre los derechos de es-
pañoles y criollos y los del resto de la
población. Desconoció a Fernando
VIIy se mantuvo firme en sus princi-
pios y deseos de emancipación, de
justicia para los americanos mexica-
nos, hasta el momento de su fusila-
miento. Si la lucha de la
independencia ocurrió durante once
años, en la mitad de ella la participa-
ción y la firmeza de convicciones de
Morelos fueron fundamentales.
La novela, con esa ilusión de reali-
dad, con esa cualidad óptica que le
asignaba Proust de lente para vernos
a nosotros mismos, nos lleva a lomo
de palabras por las cuitas de infancia,
por los trabajos de campo, por los
días de estudio, por las batallas y las
lealtades de hombres que lucharon
con Morelos, por los amigos y el
cuerpo recio de José María doblado
bajo las balas que lo atraviesan des-
pués de días y días de juicio —una
puesta en escena para legitimar la
muerte de quien
el virrey Félix
María Calleja ya
ha sentenciado.
Si la palabra,
engarzada así en
el aparato narra-
tivo que es la no-
vela, nos arrastra
a otros espacios,
voces, mundos,
pulsiones, poderes, sueños y luchas,
a la gloria y el abismo del personaje;
la palabra, lo reconoce Jerónima
mientras escribe esos papeles llenos
de memoria, salva del desconoci-
miento de la identidad y razones de
su padre a la hija Guadalupe. En
ellos están “tu razón de ser, tu cora-
zón y tu causa”, le escribe Jerónima
en las últimas líneas. ¿No es este
propósito sencillo y claro de Jeróni-
ma Aguilar, ayudante de curato de
Nocupétaro, madre de Guadalupe,
mujer de Morelos, el mismo que el
del autor Pedro Ángel Palou, quien
con esta novela inteligente y de pro-
sa jugosa nos permite reconocer que
el México que somos hoy, “su razón
de ser, su corazón y su causa”, están
en quien luchó por una idea, por la
igualdad, justicia y soberanía de los
americanos mexicanos? ¿No es una
de las razones de ser mexicanos, su
corazón y su causa, el sacrificio de
José María Morelos y Pavón? Una
novela eficaz para seguir conversan-
do la historia. ~
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