DIEZ AÑOS DESPUÉS, recuerdo con gracia lo que, en su momento, fue una pequeña muestra de intolerancia y cerrazón de nuestro sistema presidencialista mexicano.
Una buena mañana, de las que compartía con Javier Solórzano en el noticiario del entonces Canal 13 de Imevisión, presentamos un pequeño folleto en donde se explicaba el nacimiento de una revista. Comentamos la importancia de este proyecto editorial que reunía como socios fundadores a destacadísimas personalidades del mundo de la política, la academia y la vida social de nuestro país. Decíamos que no era común ver un esfuerzo de esta naturaleza nutrido con personajes de tal variedad y peso. Pero que lo más relevante era el sentido mismo de la revista. La propuesta acompañada de luminarias. Hablábamos, convencidos, de la enorme contribución que significaría esta ventana que se definía a sí misma como un espacio para la información, las estadísticas, la prospectiva, las encuestas y el distanciamiento de la mera confrontación ideológica.
Esa mañana resaltábamos el gran valor que tenía para la viabilidad de esa nueva publicación el que su director y principal convocante fuera Federico Reyes Heroles, hombre de cualidades académicas y profesionales incuestionables que liberándose de filiaciones partidistas se perfilaba -como acabó sucediendo- como uno de los principales intelectuales del país e incansable impulsor de la cultura del dato duro.
En fin, pues, que había motivos de sobra para que mostráramos entusiasmo en aquel comentario matutino al hacer nuestra modesta presentación en sociedad de la revista Este País. Nombre cálido y entrañable que desde ese momento hacíamos también nuestro. Aquel fue un comentario más o menos breve -acorde con los tiempos de la televisión- cuyo único propósito era informar al público de esta aparición y resaltar el valor inocultable que se apreciaba en esa revista.
La reacción de quien ocupaba la dirección del Canal 13 -y que a la postre sería el gobernador de Tlaxcala-fue, por decir lo menos, absurda, excesiva, y por lo mismo reveladora. Inmediatamente después de aquella transmisión fuimos llamados a la dirección para ser severamente reprendidos por este funcionario. Casi furibundo, nos reclamaba haber mencionado este proyecto y, peor aún, haberlo hecho en términos elogiosos. Sin comprender a cabalidad, oíamos una retahila de reclamos, más o menos sin sentido, hasta que fuimos sorprendidos con una frase demoledora que descubría a plenitud el verdadero motivo del enojo: «¿Es que ustedes no entienden que todos estos son los enemigos del presidente?» Javier y yo nos miramos atónitos ante tal revelación y sin más qué decir salimos del lugar confundidos y sin saber el tamaño de la repercusión de aquella inocente mención televisada.
El asunto no pasó a mayores y nosotros mantuvimos la convicción de lo dicho frente a la cámara. Además, como era frecuente en aquellos años, lo importante era decir las cosas que uno pensaba y creía durante estos programas en vivo de la televisión gubernamental, con la idea de que lo dicho al aire dicho estaba y luego se verían las consecuencias. Con ese principio vivimos muchas otras anécdotas hasta que se agotó el mecanismo y dejamos involuntariamente de colaborar en aquellos espacios.
El mismo Federico ha contado sus propias experiencias en el nacimiento de la revista. Apenas en octubre del año pasado, nos recordaba a sus lectores los pasos amorosos que por el periodismo nacional ha dado en los últimos veinte años. Centraba su atención en los momentos de un país polarizado, con partidos divididos. Cuando «los medios se fueron de un lado o del otro a tirar bazookazos al enemigo (…) de un lado los priistas tratando de aplastar todo movimiento como si fuera insurgencia, subversión. Del otro un activismo irreflexivo que perdonaba cualquier incongruencia o contradicción».
En este recuento dirigido a sus amigos, Federico revive aquellos primeros pasos de la revista. Junto a la anécdota contada líneas arriba, ésta redondea el contexto en el que ve la luz esta publicación. «Entre amigos creamos la revista Este País y así nos convertimos en enemigos del régimen. Claro, eso mientras no publicáramos cifras que favorecieran a Salinas porque entonces ya nos habíamos vendido. Un alto funcionario del régimen salmista me fue a ver una noche a mi casa y después de recetarme que era yo un subversivo me lanzó: «¿Por fin con quién estás, con ellos o con nosotros?». Estos recuerdos no son más que un pequeño botón de las resistencias del poder frente a lo que eran inequívocas señales de una transformación que durante la década de los noventa tuvo momentos estelares y que esta revista mensual entendió e interpretó desde su mismo lema: ‘Tendencias y opiniones. Para leer el cambio».
Y fue el cambio, en efecto, lo que hemos tenido que leer en toda esta década. Una revista así sólo se concibe impulsada por signos indudables de transformación. Se entiende como parte de la inercia de un país que ya había vivido un 1985 con aquellos paradigmáticos sismos que nos trajeron dolor y desesperanza pero también semillas de una nueva sociedad.
Tuvo que pasar un i 988 acompañado de su inseparable sombra fraudulenta y el inicio de una lucha cruenta contra los opositores que incluyó, entre muchos otros después, el asesinato de Ovando y Gil, y de figuras cercanas al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, principal opositor al régimen durante aquellos años. Ocurrió también una lamentable, y todavía para muchos sospechosa, muerte de Manuel Clouthier «Maquío», un empresario-político que se convirtió en el guía e impulsor de una nueva clase de neopanismo de la que surgió, entre otros, el actual presidente de la República. Eran tiempos de una incipiente aparición de las encuestas como factor de decisión. Se recuerda, a la fecha, la enorme inteligencia y sensibilidad del ingeniero Heberto Castillo al declinar en favor de Cárdenas, una vez conocidos los resultados de una encuesta encargada por el ya fallecido Eduardo González, su coordinador de campaña, que arrojaba mejores resultados para el hijo del General como candidato a la presidencia.
Y en la dura lucha por obtener legitimidad presenciamos la caída del líder de líderes del sindicalismo petrolero con el famoso «quinazo» como la primera gran acción que vino acompañada de otras espectaculares: el nacimiento del IFE; de la CNDH; la venta de Telmex; la reprivatización bancaria; el arranque del TLC. Todo un empuje coronado con un premio Nobel de literatura para Octavio Paz, un trono de Miss Universo para Lupita Jones y un espectacular segundo viaje del Papa Juan Pablo II a México.
Es aquel contexto de inflaciones que pasaban del 15 al 0.4 por ciento y del nacimiento del programa consentido de Solidaridad. Es el tiempo de la desregulación de puertos; de considerar secundario lo que antes era estratégico en la petroquímica y de preparar los grandes cambios a la Constitución: la relación gobierno-Iglesia y la tenencia de la tierra.
Era un ánimo de cambio que apenas se equiparaba al que sucedía en el resto del mundo. Vivimos el desmoronamiento de la Unión Soviética; la caída del Muro de Berlín; la ocupación de Panamá por Estados Unidos; la autorización de formas capitalistas en China; en Chile la elección de un gobierno civil; un Pacto de Varsovia disuelto y la unión de las dos Alemanias. Era el fin de la guerra fría, la destrucción de los paradigmas y el rompimiento de las utopías.
Para discutir, para pensar, «para entender el cambio», eran necesarias nuevas propuestas y nuevas herramientas. Despojarse de ideologías para medir, cuantificar, cualificar lo que estaba ocurriendo. Había que enfrentarse a los hechos y escudriñar en las variables. Renunciar al lugar común que dejaba de explicar. Olvidarse de los dogmas que por demás estaban siendo derrotados. Reconocer que las verdades férreas no eran sino mazapanes. Para muchos, empezar de cero. En el desamparo.
El nacimiento de Este País en 1991 recoge todos estos años previos que marcaron para siempre a México y al mundo. Se trataba de entender ese histórico periodo. Ubicarnos con herramientas valiosas para enfrentar lo que estaba por venir, que no ha sido poca cosa. Han sido diez años clave en nuestra transición. En ellos hemos aprendido la importancia de la estadística, la encuesta y la desideologización para dar racionalidad a la acción y comprensión política. Hemos descubierto también la relación indudable entre el desarrollo de estas herramientas y la vida democrática del país. Esa ha sido, sin duda, la mejor contribución de Este País a este país.