Una perspectiva
DESDE LA CUMBRE de Río de 1992, existe en el ámbito mundial el compromiso de compatibilizar los procesos de desarrollo con la protección ambiental y con la equidad social. El concepto de desarrollo sustentable y equitativo significa encaminar de manera estratégica los esfuerzos de la humanidad, en los ámbitos, regional y nacional hacia objetivos que supongan alcanzar mejores condiciones de vida de la especie humana, tanto en lo económico como en lo social, mediante un uso ambientalmente eficiente de los recursos naturales. Significa también emplear los recursos científicos, educativos y técnicos a disposición de las diferentes sociedades humanas, y la experiencia y el conocimiento acumulados, para garantizar que el acceso a los resultados de la actividad humana en el planeta sea equitativo para todas las poblaciones. Además de mejorar las condiciones de vida actuales, se desea asegurar en forma progresiva a las generaciones venideras la posibilidad real de alcanzar el conjunto de los objetivos señalados.
No es ya posible ocultar los extremos a que han llegado la desigualdad y la inequidad para la gran mayoría de la población mundial. Es un deber ético informarse acerca de ello, para poder actuar con congruencia, yendo a las causas profundas lo mismo que a las manifestaciones más visibles. No basta tratar de paliar los aspectos más desfavorables, sino que es preciso crear las condiciones para eliminarlos y evitar que se propaguen y se acentúen. Hace pocos años el examen de la problemática global y de la inequidad lo hacían unas cuantas organizaciones. En el sistema de las Naciones Unidas se generaban importantes informes, a los que se hacía poco caso, sobre todo entre los gobiernos de los países más poderosos; es más, los programas de apoyo se han venido reduciendo o diluyendo en relación con las crecientes y amenazantes situaciones sintomáticas. Ha prevalecido en organismos internacionales y en diversos foros de los países de alta industrialización la idea de que con proyectos diseñados por los especialistas o expertos de esos organismos se pueden poner ejemplos que, conforme a la lógica de las sociedades más adelantadas, se irán filtrando, por una especie de goteo, a las sociedades que están en desventaja aguda o que están ya dañadas tal vez irreparablemente.
Estos temas no tuvieron mucha presencia en las discusiones sobre desarrollo sustentable de hace nueve años. Pero aun el hincapié en las políticas ambientales como componente importante del desarrollo sustentable, que ciertamente tuvo relieve en la Cumbre de Río, se ha debilitado. No se ha superado la noción equivocada, muy extendida en las esferas empresariales -sobre todo entre las medianas y pequeñas empresas, ya no se diga las mieroempresas- y aun en las políticas de muchos países en vía de desarrollo, de que las inversiones en el mejoramiento del medio ambiente representen un costo que pueda resultar insoportable, cuando que toda inversión ambiental bien hecha puede ser plena y socialmente redituable. También subsiste la idea de que con unas cuantas medidas más o menos visibles o de verificación numérica, los problemas más agudos pueden quedar resueltos. Es ésta una visión cortoplacista, basada en la ignorancia y en un enfoque metodológico simplista; visión que aqueja a ciertos sectores en países de muy diversa estructura y capacidad económica, y a no pocos economistas. Son éstos los sectores que, sin darse bien cuenta, promueven el desarrollo insustentable. Son los sectores que siguen creyendo que los recursos naturales, aun los no renovables, son infinitos. Son también los que no se enfrentan a los efectos contaminantes, de gran consecuencia global y social, de las emisiones derivadas de la combustión de insumos energéticos de origen fósil, o de cualquier emisión de desechos peligrosos. Son además aquellos que confían con exceso en las posibilidades tecnológicas, incluso las informáticas, como si no tuvieran límite y pudieran ser implantadas en cualquier tipo de sociedad con sólo quererlo una comisión gubernamental o un gobernante en lo individual. Son los que buscan soluciones fáciles y sencillas en que nada tengan que ver las complejidades del mundo real, el gran rezago educativo y de la capacitación en países de menor desarrollo, las deficiencias innumerables de las administraciones públicas, y los factores estructurales y culturales no susceptibles de rápida reconversión en aras de alguna utopía privada o colectiva.
El desarrollo económico, y acaso en algunos aspectos el social, tal como se ha venido llevando a cabo en el último medio siglo, ha sido y es insustentable. No se debe ni se puede ya hacer «más de lo mismo», para obtener índices de crecimiento del PIB que ni siquiera recogen en su cálculo los efectos negativos de tal género de desarrollo. Es ya falsa la idea de otra época de que el simple crecimiento de la economía dará los recursos con los que inducir algún día la gradual adopción de un desarrollo sustentable. Por este camino se puede llegar demasiado tarde o no llegar. El desarrollo sustentable deberá incorporarse lo antes posible a todo el espectro de las actividades económicas y sociales con el fin de dar solidez y alcance a largo plazo a la inversión, a las expansiones agrícolas, industriales, del comercio y los servicios, a la administración pública, a los servicios educativos y de investigación científica, a la vida colectiva privada, a la convivencia humana, a la relación entre la especie humana y la naturaleza. A la eficiencia y la productividad deberán añadirse la ecoeficiencia y la inversión de esfuerzos humanos y del conocimiento -no sólo el ahorro y los capitales acumulados- y aplicarlos en el conjunto de las actividades del desarrollo sustentable y equitativo. Para lograrlo, la participación ciudadana será indispensable; el Estado, los gobiernos en sus diferentes niveles, deberán inducir esa participación, y admitirla como socio en el arte de gobernar, cuando ella misma surja con la madurez necesaria, en el marco de objetivos a largo plazo de un proceso de desarrollo sustentable.
Ningún país, en este principio de siglo, se caracteriza aún por haber emprendido este proceso de desarrollo sustentable. Unos pocos países, no los significados por poseer las economías más poderosas, sino países menores pero de vanguardia social, principalmente en Europa, llevan algunos años aplicando políticas ambientales y promoviendo la ecoeficiencia, con participación de sus sociedades civiles. Tal vez estén dando por supuesto que mientras las desigualdades sociales internas no sean muy pronunciadas, los conflictos que esas políticas abran o que surjan entre intereses creados y los sectores menos favorecidos, podrán resolverse sin mayor desgaste. El gran economista holandés, Jan Tinbergen, sostenía que el límite para mantener la cohesión social y la paz interna era una desigualdad de tres a uno entre los niveles de ingreso elevados y los bajos. Sin embargo, la globalización ha internacionalizado muchos de los conflictos ambientales, así como otros como los originados en los movimientos poblacionales transfronterizos. Más aún, en la mayoría de los países, de diverso nivel de desarrollo y en todos los continentes, las desigualdades existentes y las presiones demográficas se han vuelto sumamente agudas, de 40 o más veces respecto al nivel de ingreso más bajo, con deterioro grave de la cohesión social. En un proceso de desarrollo sustentable y equitativo se pueden dar los primeros pasos para reducir de manera permanente esas desigualdades y para imprimir al uso de los recursos materiales y humanos un elevado sentido de ética social. Del desarrollo insustentable al sustentable no se llegará por medio de un solo, pequeño, paso, que algunos suponen que fuera simplemente tecnológico, sino que deberá abrirse una perspectiva que cautive a las poblaciones y que sea asumida eficaz y responsablemente por los sistemas de gobernación, nacionales e internacionales.