A Jorge Eugenio Ortiz Gallegos y Octavio Rodríguez Araujo, hombres de casa en Este País
I
QUE DIEZ AÑOS no es nada, dicen. Que una década es apenas suspiro en la vida de un país. Me temo que sí, pero quizá no tanto. Como en todo tiempo presente que se respete, habremos de plantear que el nuestro, esto es, la década pasada, ha sido un tiempo de intenso cambio poco frecuente; lo que se llama un parteaguas de la historia. Lancemos una fugaz mirada.
México 1991
Unos 83 millones viviendo ya casi una década perdida luego de la crisis de 1982; unos nueve millones más de trabajadores o buscadores de empleo que en 1991. Un México empeñado en una transformación brutal neoliberal, negociando un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que sólo se discutía aún en círculos cerrados. Un país que con enorme rapidez abrazaba nuevos valores, donde la competencia y la productividad desplazaban a la cooperación y el bienestar. Una nación donde las guerrillas eran tema de estudio histórico sobre los sesenta y principios de los setenta y donde nadie vislumbraba la próxima irrupción del EZLN, el EPR y otros, aunque algunos imaginábamos ya una época muy próxima de previsible gran tensión social… México, con una escolaridad media de apenas primaria, estaba, según fuentes oficiales de entonces, a punto de ingresar al primer mundo. Los indígenas eran vistos como una callada masa de olvidados en camino a la extinción, o a lo sumo como personajes de Fernando Benítez. Al PRI se le vaticinaban al menos otros veinte años en el poder después de haber ganado terreno de manera importante en las elecciones intermedias entre 1988 y 1994, y que siendo el Distrito Federal aún Departamento, no podía perder las elecciones para designar a su jefe de gobierno. El país era entonces territorio virgen para los crímenes políticos y era impensable que por ellos perdiese la vida un candidato del PRI a la Presidencia. En el mundo en que se insertaba México no se conocía aún el mapa del genoma humano y la velocidad de la luz era todavía una constante innegable.
El Estado decía ya estar poniéndose a dieta, supuestamente para engordar al país. La privatización de la petroquímica y el sector eléctrico eran aún temas de discusión impensables. El Estado promovía la sustitución del petróleo y sus derivados por el gas, sin a la vez promover la exploración y la explotación de los yacimientos del mismo. La concesión de las carreteras al sector privado apenas empezaba a estar sobre la mesa como gran solución para el desarrollo de infraestructura de transporte, sin imaginar ni por asomo que luego habría que rescatarlas. El crédito estaba en apogeo. Los problemas de cartera vencida y el Fobaproa, hoy IPAB, y sus consecuencias, o el sorpresivo «error de diciembre» de 1994, no formaban parte del lenguaje político y financiero cotidiano. El país estaba preñándose de ellos, pero todavía no lo sabía.
México 2001
Alrededor de 100 millones de mexicanos viviendo ya casi una segunda década perdida y más de un lustro de consecuencias del error de diciembre de 1994. Una población que en una proporción brutal vive en la pobreza o la pobreza extrema. Un 50% más de profesionales que en 1991. Un México con tratados de libre comercio con América del Norte, Europa y otros, que sigue sin enterarse bien de lo que ocurre en el mundo, porque éste es sólo el comercio que cruza a través de sus fronteras, y en el que, salvo para un puñado, el mapa del genoma humano sigue siendo geografía totalmente ignorada y la velocidad de la luz no tiene ningún significado. Un país que con enorme rapidez abrazó el valor de la esperanza, simbolizada en el triunfo de un partido de oposición por primera vez en más de 75 años, llegado al gobierno gracias a la promesa de un cambio, aunque la dirección de éste siga sin tener claridad. Una nación con casi ocho años de escolaridad media, que aún no sabe que el ingreso al primer mundo es una quimera, que por otra parte probablemente ni siquiera sea deseable. Un México donde priva la corrupción (y la corrupción somos todos) y donde el derecho se está convirtiendo en mercancía de negociación política que se aplica o no según las fuerzas del mercado de poder. En la última década el país quedó huérfano de Octavio Paz, su caudillo intelectual, y de Jaime Sabines, el poeta del sencillo
II
En 1991 nació Este País en este país. La dio a luz un grupo de preclaros que sabía de la doble necesidad de medir la opinión pública, por una parte, y de pensar en el futuro de largo plazo, por otra. En 2001 resulta prácticamente impensable un proceso político electoral sin una batalla de encuestas y casi todo en México está sujeto a medición de la opinión pública. Lo mismo la aceptación del horario de verano que el estado de la Selección Nacional de fútbol son sometidas al escrutinio popular mediante encuestas telefónicas. México mide y empieza a usar la información. Las cifras se han vuelto uno de los condimentos del alimento nacional. Queda aún mucho por cocinar, pero lo avanzado es notable y en buena medida se debe a Este País. En 2001 México sigue sumido en la lógica de su pasado, con apenas algunos tímidos intentos de reflexionar sobre su futuro de largo plazo. México sigue sin tener un proyecto de país. Su tiempo sigue terminando en el presente, como si lo único importante fuese sobrevivir el hoy, independientemente de cómo y a dónde lleguemos mañana. La reflexión sobre el futuro está toda por inventarse. El entusiasmo y la buena voluntad de Este País se han quedado aquí en promesa.
III
Diez años son mucho en la vida de una revista. Muchas son las de vida efímera; no así, por fortuna, la nuestra. Por el tesón que ha mostrado cabe esperar que a su vida le sobre cuerda para cumplir los veinte años.
En el año 2011, cuando aparezca su número del veinte aniversario, México será el mismo, pero también otro. La población del país podría estar entre 105 y 108 millones de habitantes y de ellos las dos terceras partes vivirán en localidades de más de 15 mil habitantes. Probablemente la Zona Metropolitana de la Ciudad de México habrá, ahora sí, rebasado los 23 millones de habitantes, la de Guadalajara tendrá ya los cinco millones que la primera tuvo hacia 1960, la de Monterrey unos 4.5 millones y la de Puebla 3.4 millones. Entre hoy y ese vigésimo aniversario de Este País, México habrá exportado a Estados Unidos entre 3 y 4 millones más de connacionales. Los analfabetos adultos se habrán reducido al 6 o 7% de la población adulta total (pero en números absolutos seguirán siendo similares a los de hoy) y, siendo optimistas, la tasa de escolaridad media andará por los 10 años. Las instituciones de educación superior del país habrán parido durante la década otro millón de profesionales y al menos cuatro de cada diez de los matriculados en ellas estudiarán en universidades privadas. Si bien en promedio el número de habitantes por vivienda estará ya por debajo de cuatro, todavía cerca de una de cada cinco viviendas del país tendrá uno o dos cuartos y un quince por ciento de ellas seguirá no teniendo drenaje.
México, sin haber dejado de ser guadalupano, será menos católico. Probablemente los conflictos religiosos habrán subido de tono. México sin haber dejado de buscar la modernidad y la certidumbre jurídica, seguirá siendo corrupto. Y con o sin la aprobación de la ley de respeto a los derechos y culturas indígenas, difícilmente los mexicanos seremos menos racistas, porque para dejar de serlo habría primero que asumirse como tales y ello tomaría tiempo.
Con un poco de suerte y mucho de buena conducción, el producto interno bruto por habitante será quizá un 30% mayor que el de hoy, lo que en dólares podría ser casi cualquier cosa, por el mágico efecto de la sobre o subvaluación de nuestra moneda. Si la depresión en Estados Unidos se convirtiera en recesión el escenario sería muy otro. Y de no cambiar el modelo económico sustantivamente, la pobreza y la marginación seguirían siendo endémicas. El país podría seguir siendo, como el de hoy, uno donde dos terceras partes de los ocupados reciben menos de dos salarios mínimos.
El México político del 2011 me parece más incierto. Si los resultados del cambio son notorios y abultados, podríamos asumir una segunda administración panista (o una primera, si se asume que la actual es más foxista que panista). Si no lo hubieran sido (o la mercadotecnia política no los hubiera mostrado como tales), y la estructura política no hubiera sufrido grandes cambios, en 1996 la moneda habría estado en el aire. Pero los grandes cambios podrían ocurrir. La tentación de, por ejemplo, un cambio de Constitución a medio camino podría ser grande. Y abrir esa caja de pandora podría significar ir de sorpresa en sorpresa. Por otra parte, la descentralización del poder en circunstancias de caciquismos locales fuertes podría derivar en resistencias inéditas al pacto federal y a poner en marcha un proceso de balcanización del país. Sumo a todo ello una incógnita adicional: el tamaño de la paciencia y la desorganización de los marginados. Si el escenario económico fuese sólo de regular a malo y los procesos de concentración de la riqueza no se revirtiesen, la tensión social manifiesta se intensificaría, acercándose de manera peligrosa a niveles de ruptura social. En ese caso, cualquier escenario futuro pesimista y negativo imaginado hoy podría resultar una versión color pastel de una realidad al rojo vivo.
En el 2011, ¿tendrá ya México un proyecto de país nuevo y con cierto nivel de consenso? Si no lo llega a tener seguirían siendo otros, externos y extraños, quienes determinarán nuestro futuro. Sólo si hoy ponemos en marcha uno, dos, muchos ejercicios con visión amplia y de largo plazo podremos retener parte de la soberanía que el mundo global seguirá empeñado en arrebatarnos. En este 2001 seguimos necesitando de un esfuerzo conjunto que nos permita imaginar colectivamente nuestras alternativas, definir nuestras oportunidades presentes y futuras y analizar los retos que enfrentamos y enfrentaremos. En la década por venir este país seguirá necesitando la aportación de Este País. Hago votos porque ahora le crezca la extremidad de tendencias y prospectiva, como en sus primeros diez años lo hizo la de estadística y encuestas de opinión. Un fraternal abrazo para la revista desde la revista.
El autor es director de Analítica Consultores SC.