Los DIEZ AÑOS QUE han transcurrido desde la fundación de nuestra revista han significado un cambio cualitativo y cuantitativo muy profundo en la vida cultural de México.
Un cambio que ya se venía perfilando desde los años 60 cuando se dieron las transformaciones culturales que vivió la sociedad mexicana, y en particular en la juventud, como resultado de los cambios en el comportamiento femenino (la comercialización de la píldora anticonceptiva) y la globalización y masificación del consumo de los bienes culturales (televisión, cine, discos, etcétera), provocando uno de los movimientos sociales internacionales más importantes de la segunda mitad del siglo xx: las revueltas estudiantiles.
El cambio particular en México tuvo que ver con la aparición de un mercado masivo de consumidores de productos culturales, masivo en cuanto a su relación con el consumo anterior, aunque todavía minoritario, frente a la densidad de la población total del país.
Efectivamente, a pesar de que siguen siendo una minoría quienes leen libros, asisten a conciertos y exposiciones, compran discos de música clásica y ven el cine de calidad, el incremento promedio de la educación superior en México en algunas ciudades del país -México, Monterrey, Guadalajara, Tijuana, Jalapa, Puebla- provocó la aparición de un mercado de jóvenes ansiosos de leer lo clásico y lo novedoso de la literatura universal, de lograr el derecho a ver un cine más allá del de Hollywood, de ver obras de teatro de vanguardia, de formar largas filas de espera para asistir a una exposición y la proliferación de suplementos y secciones culturales en los principales periódicos del país.
Ciertamente son una minoría, pero su peso cualitativo en la vida cultural de México ha sido importante, provocando una presión y una exigencia de difusión y producción de bienes culturales que si bien siguió encontrando una respuesta en lo que el Estado ponía crecientemente a su disposición, ha tenido que irse ampliando hasta crear nuevas ofertas producto de autoiniciativas culturales y de las esporádicas incursiones de la iniciativa privada en estos rubros.
Díganlo si no los llenos casi permanentes en fin de semana de las funciones de la Cineteca Nacional o del Centro Cultural Universitario en la Ciudad de México, los reclamos por llevar las muestras de cine a otros sitios diferentes de la capital, las largas filas para ver las exposiciones de Rodin, Remedios Varo, Los Impresionistas en la Ciudad de México o 30 Siglos de esplendor en Monterrey, entre otras, o el surgimiento en Guadalajara y Tijuana de jóvenes promotores que crean espacios propios en donde se reproducen videos de películas clásicas y de vanguardia, se escuchan las presentaciones de los libros de los escritores mexicanos nuevos y al mismo tiempo se toma una copa o se baila.
En este sentido también podríamos apuntar una novedad importante en la cultura mexicana. Ciertamente el mecenazgo en las artes plásticas ha sido constante en la vida de los pintores mexicanos desde principios del siglo xx, pero la novedad es que hoy algunos grupos privados de financieros y empresarios han asumido como suya la responsabilidad de difundir entre públicos amplios la cultura, y en colaboración con los gobiernos federal y estatal, en algunos casos, han creado espacios como el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, o el Frida Kahlo de Dolores Olmedo, o se ha apoyado la renovación de otros espacios tradicionales como el Museo Nacional de Arte.
Otros, a través de campañas de publicidad y de colaboración, han descubierto que el patrocinio de conciertos y de funciones de ópera o de ballet es una buena manera de hacer relaciones públicas o de agasajar a posibles clientes y amigos; siguen el ejemplo de varias de las empresas extranjeras que llegaron a México en los últimos años con motivo de la apertura comercial y que lo hacen como política permanente.
A todo ello contribuyó, sin duda alguna, la confianza que en la estabilidad de las instituciones culturales del país se generó en los últimos años y aunque esté mal que lo diga el que esto suscribe, se sumó la confianza en que sus recursos fueron manejados con claridad y transparencia.
Institucionalmente, el surgimiento del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes significó la renovación y la transformación de la relación entre los creadores y el Estado.
Aunque polémicos su nacimiento y parte de su actividad, no cabe duda que significaron la modernización de la política cultural del Estado mexicano.
Pero no sólo las grandes fortunas crearon espacios culturales. Algunos artistas como Francisco Toledo y Rodolfo Morales siguieron la tradición de Rivera y Siquei-ros y abrieron espacios de arte no como mausoleos sino como productos de su interés vital de compartir su experiencia y privilegio.
A ello se sumaron muchos otros mexicanos que con aportaciones pequeñas y trabajo voluntario han venido perfilando una participación ciudadana auténtica en el mundo de las tareas de la difusión cultural.
Otras novedades importantes en este terreno fueron la llegada a México de los espectáculos masivos en el lindero de lo popular y lo cultural, la renovación del Auditorio Nacional y más tarde la apertura del espacio del Autódromo Hermanos Rodríguez. Éstas propiciaron la presencia permanente en México de espectáculos masivos, antes satanizados y condenados por autoridades timoratas, como producto de la audacia de jóvenes empresarios y de la madurez de los públicos jóvenes en distintas ciudades del país.
Ciertamente el centralismo sigue siendo un problema, ciertamente también, como lo hemos reconocido, no es todo México, pero es un logro congregar dos mil personas para escuchar a Gabriel García Márquez y a Carlos Fuentes hablar de Julio Cortázar; congregar cerca de tres mil para escuchar a Jaime Sabines y lo son las decenas de personas que solicitan autógrafos a Carlos Monsiváis cual si fuera Luis Miguel.
Seguramente los canales 11 y 22 no tienen el rating que reclamaría una buena administración privada, pero mantienen un público televisivo que se acrecienta día a día y los seguidores de esos canales reclaman su presencia en otros estados de la República. Televisa retoma acciones en las que fue pionera y se propone regresar a la promoción cultural. Éstos son hechos, entre otros, que animan el optimismo
La tecnología y los medios son vistos algunas veces por algunos como amenazas para el desarrollo cultural, pero las imágenes de estos diez años muestran lo contrario.
Hoy la palabra «cultura» podrá ser una forma de relaciones públicas, de imagen política, de esnobismo, de excentricidad, pero cada día hay más jóvenes que creen que una novela o una película, un concierto, un cuadro, bastan para existir y eso es lo que importa y ha cambiado en este país