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Diez años de filosofía política
Este País | Histórico | Fernández Santillán José | 29.09.2009 | 1 Comentario

EN EL NÚMERO 28 de la que, a mi parecer, es la mejor revista de filosofía política en el ámbito internacional, es decir, Political Theory, correspondiente al mes de agosto de 2000, hay un fragmento especialmente eficaz, escrito por Leslie Paul Thiele, que muestra los límites de la teoría política: «La mayor parte de la teoría política no es particularmente política en algún sentido práctico, simplemente porque ella se dirige, y afecta -debido sobre todo a su baja circulación y alto grado de abstracción- a muy pocas personas.»1 Esta afirmación de Thiele pega en el blanco de lo que ha sido el comportamiento de muchos filósofos de la política nacionales y extranjeros: trabajan a espaldas del común de los mortales, importándoles un bledo que su trabajo llegue a conocerse o que sea tomado en cuenta para que incida en la realidad.

 

Valga la aclaración para señalar que aquí me ocuparé de la filosofía política que ha logrado trascender esa penosa barrera de la altanería e indiferencia de ciertos cultivadores del estudio de la política.

 

Pues bien, hacer el recuento de diez años en la filosofía política (de la que cuenta políticamente) no es fácil. Desde 1991 hasta 2001 muchas cosas han pasado en el mundo y, por consiguiente, también en el terreno de las ideas políticas. Pienso, por ejemplo, en acontecimientos que le han dado una fisonomía especial a esta década, como el derrumbe de los regímenes comunistas y la consecuente finalización de la guerra fría, o en el agotamiento de las políticas neoliberales que durante la llamada década perdida, es decir, los años ochenta, estuvieron en auge con el ascenso de gobiernos de derecha, o centroderecha, en muchos países del orbe.

 

En muchos casos estos fenómenos han dado por consecuencia una verdadera y propia «pérdida de sentido», una especie de extravío en los puntos de referencia y en los paradigmas teóricos que durante muchos años le dieron aparente certeza y rumbo a la interpretación de los hechos sociales. Comenzando por el propio marxismo.

 

Así y todo, en materia de filosofía política el faro de orientación que se mantiene en pie, sea para los simpatizantes sea para los detractores, es la ya clásica Teoría de la justicia (1971) de John Rawls. Esta apreciación no debe verse como una expresión de añoranza por el renacimiento de las doctrinas neocontractualistas que durante muchos años permanecieron en la penumbra, sino como una constatación de hecho corroborable en multitud de ensayos y libros que continúan apareciendo y en los cuales se hace mención explícita a esta obra. No hay que escatimar reconocimientos: Rawls produjo el resurgimiento de la filosofía política.

 

Sólo como referencia del pasado inmediato, vale la pena recordar la virulenta reacción contra los intentos de replantear la justicia social hecha por las corrientes neoliberales. La obra emblemática de esta reacción es Anarquía, Estado y utopía (1974) de Robert Nozick. A ella se suman los escritos de Friedrich von Hayek y Milton Friedman, y muchos otros autores que en la segunda mitad de los setenta prepararon el advenimiento de la doctrina del libre mercado como práctica gubernamental. Aquello produjo la «revolución conservadora» cuyos adalides fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

 

No podemos dejar de mencionar lo sucedido en México, donde, a diferencia de otros países en los cuales los partidos generalmente de corte progresista, como los socialdemócratas en Alemania, los laboristas en Inglaterra o los demócratas en los Estados Unidos, fueron deshancados por la democracia cristiana, los conservadores o los republicanos; aquí el mismo partido que construyó el intervencionismo fue el mismo que se encargó de echarlo abajo. Eso no dejó de tener consecuencias en la composición y relación interna de la clase gobernante porque los viejos grupos de extracción popular del PRI fueron desplazados por una joven y agresiva tecnocracia que aplicó las reformas neoconservadoras según los esquemas dictados por los «santones» ya mencionados.

 

Durante el periodo de auge del neoliberalismo muchas veces oí decir que, en realidad, la obra de Rawls había sido el «canto de cisne» del modelo intervencionista. En contraste, el libro de Nozick había sido el preludio de lo que pasaría en los siguientes años. Lo cierto es que ahora, después de que el neoliberalismo ha sido dejado a un lado en muchos lugares, y se ha puesto en marcha la llamada «tercera vía», el pensamiento de Rawls ha registrado un rejuvenecimiento, sobre todo por el intento de conjugación entre las libertades individuales (incluida la libertad de mercado) y la equidad social. Luego entonces, Una teoría de la justicia no debería ser tomada ya como el último suspiro del Estado benefactor, sino como el anuncio de lo que vendría en la década de los noventa con una socialdemocracia renovada.

 

Desde esta perspectiva, no podemos negar que, en efecto, las obras de quienes se consideran los ideólogos de la tercera vía, como Anthony Gidens y Bruce Acker-man, contienen muchos elementos argumentativos que ya se encontraban presentes en los escritos de quien fuera profesor en la Universidad de Harvard.

 

Una tercera vía en nuestro país simplemente no existe. Los partidos políticos han sufrido un estancamiento ideológico que los ha dejado discutiendo el paradigma ya superado entre el modelo keynesiano y el modelo friedmaniano. En mi opinión eso se debe a que no tenemos un partido robusto de centroizquierda que se reconozca en la tradición de la socialdemocracia. El PRD se mantiene como una gran coalición de diferentes, e incluso contradictorias, corrientes que van desde el nacionalismo revolucionario de cepa cardenista hasta el troskismo pasando por el estalinismo.

 

En estos diez años, la discusión teórica ha tenido que ver también con el llamado comunitarismo. Para ello debemos indicar que, pese a las marcadas diferencias entre las líneas encabezadas respectivamente por Rawls y Nozick, estas líneas provenían de la concepción neo-contractualista. Los autores clásicos que, explícitamente, se situaron como los puntales de cada una de ellas fueron, de una parte, Kant, y de otra, Locke. La crítica comunitarista a los planteamientos de Rawls se sitúan en posiciones aún más de derecha, si es posible concebir tal cosa, que la de Nozick al abanderar descaradamente a autores reaccionarios como Edmund Burke, José Donoso Cortés, Joseph de Mais-tre y Friedrich Nietzsche. Los autores contemporáneos que se sitúan orgullo-sámente en esta posición son, por ejemplo, Charles Taylor (Sources of the Self 1989), Alasdair Maclntyre (After Virtue, 1981), Michael Sandel (Liberalism and the Limits of Justice, 1982) e incluso Will Kymlicka (Multicultural Citizenship, 1996) cuyas obras fueron publicadas en la segunda mitad de los ochenta y principios de los noventa.

 

El ataque es, sin medias tintas, contra la modernidad y la reivindicación de los derechos individuales e, incluso, a cualquier prioridad de los derechos sobre la idea del bien construido comunitariamente. Estos escritores se burlan de los postulados liberales por ser individualistas y por haber postulado una idea de los derechos universales que choca a cada momento, según ellos, con las particularidades culturales.

 

En el caso de Taylor el cuestionamiento se mueve contra los derechos de igualdad concretados en las legislaciones modernas y, en cambio, se aboga por el derecho a la diferencia de las llamadas minorías étnicas.

 

Jürgen Habermas (Struggles for Recognition in the Democratic Constitutional State, 1992) se ha encargado de poner en evidencia las falacias que se esconden tras las posiciones comunitaristas y, en especial, de la rama multiculturalista, al confundir la esfera política con la esfera cultural y al echar a andar un conservadurismo que enarbola la búsqueda de la identidad cultural sin reparar en que, por esa vía, se le quiere dar estabilidad y permanencia a culturas que por su propia naturaleza están sujetas a la transformación. Caminar por esa vía significaría el aislamiento y a la postre la muerte de esas mismas culturas, cuando no el abrir puertas a fenómenos regresivos de carácter fundamentalista como los que han proliferado a raíz de la caída del Muro de Berlín.

 

Curiosamente, parece que algunos sectores de la izquierda nacional y extranjera no sacaron las debidas lecciones del fracaso del socialismo real que, no por casualidad, se montó sobre una figura colectiva como es el proletariado para despreciar la filosofía de la Ilustración.

 

El resultado fue que los pueblos de los países de Europa oriental se lanzaron a las calles y plazas quemando la bandera de la hoz y el martillo y echaron por tierra las estatuas de Marx, Engels, Lenin y Stalin como símbolos de la opresión. Lo que, en cambio, esos pueblos pidieron en aquellas inolvidables concentraciones sociales en Polonia, Alemania del Este, Hungría y Checoslovaquia fue la recuperación del Estado de derecho, el sistema representativo, las garantías individuales, los derechos políticos, la división de poderes, o sea, el retorno del sistema legal e institucional propio de la democracia liberal cuyo «genoma» político es el individuo.

 

Digo que algunos sectores de la izquierda no extrajeron las debidas lecciones de aquellos dramáticos acontecimientos porque, en vez de haber aceptado la «revolución recuperante» con su premisa básica, la dignidad de la persona humana, ahora se han dado a la tarea de reivindicar la figura de otro sujeto colectivo, la comunidad racial. Con los peligros que lleva consigo una medida de este tipo. Acaso se olvida que el nazismo y el fascismo mezclaron conscientemente la reivindicación racial con la política.

 

Allí está la pérdida de sentido a la que nos referíamos: esta izquierda extraviada ha dado un salto acrobático del marxismo al etnicismo, sin darse cuenta que en el lance pasó del radicalismo revolucionario a la derecha ultrarreaccionaria sin tocar la estación de la modernidad que sigue siendo, a pasar de estos devaneos, un proyecto válido. Si no pregúntenselo a quienes sufrieron los excesos y rigores del organicismo autoritario.

 

En México tenemos muestras a granel de estas imposturas comenzando por el multiculturalismo profesado por el EZLN y sus ideólogos.

 

 

Referencia

1 Leslie Paul Thiele, «Common sense, judgment, and the limits of political theory», Political Theory (An International Journal of Politi-cal Philosophy), vol. 28, núm. 4, agosto de 2000, p. 578.

Una respuesta para “Diez años de filosofía política”
  1. beto dice:

    no me agrado en lo mas minimo !!!!!

    wacawaca

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