Si USTEDES ME PIDIERAN mi opinión acerca de lo ocurrido en los años que van de Ávila Camacho a la asunción de López Mateos, podría decirles que 20 años no es nada; pero si me hablan de Salinas-Zedillo-Fox, entonces hay que decir que diez años son algo. Son mucho. Estamos hablando de uno de los periodos más vertiginosos de la historia moderna de México. A pesar de la leve sensación de mareo y de orfandad, me felicito de haberlos vivido y de haber enfrentado con variable éxito la tarea de leer los múltiples y cruzados mensajes que estos diez años han enviado.
Mi espíritu se ha formado (si es que alguna forma tiene) en la literatura y en aquello que los sajones llaman «street wise» y por lo mismo debo reconocer que aplico una epistemología criolla tirando a mestiza. Mis juicios sobre la realidad están en deuda pareja con Sor Juana y con mis tías que son insospechables de cultura. Una tercera e importante deuda debo reconocer: la disciplina y el amable rigor de Federico Reyes Heroles quien, a través de la intrépida empresa que mensualmente cristaliza bajo el nombre de Este País, ha colaborado de manera fundamental a una transición (tan importante como la política) que nos ha llevado de la aproximación lírica (me parece, tengo la impresión, me late, podría ser) al manejo de información certificada, cifras y datos duros y análisis de tendencias y prospectivas, para hacer una lectura más confiable y más útil del cambiante rostro de México.
Hablar en el 2001 de esto suena como algo natural. Hoy todos los medios utilizan cifras, porcentajes y encuestas más o menos confiables. Cuando nació Este País, todo esto sonaba como un gravísimo atentado contra las sagradas instituciones nacionales cuyo ámbito natural, decían ellos, tenía que ser el misterio. Una mirada superficial nos llevaría a concluir que se han operado grandes cambios y que gobierno y sociedad intercambian información más confiable y han aprendido a leer mejor esa información. Aquí me detengo y, en una segunda mirada, mi entusiasmo decrece. Quizá hemos pasado del arcano a la trivialización; de la ignorancia al analfabetismo funcional y a la encuesta sobre pedido. Muy lejos estamos todavía del pleno acceso a la información oportuna y confiable y muy distantes estamos también de una lectura articulada, contrastada y ponderada de ese vendaval de cifras, porcentajes e indicadores que cotidianamente inunda nuestra conciencia.
Frente a todos estos cambios, algunos de fondo y algunos cosméticos, me felicito por el surgimiento de Este País, por la oportunidad que tengo de estar cerca de este referente nacional que sigue siendo indispensable, por la confiabilidad y seriedad que hoy, como hace diez años, siguen siendo su sello característico y porque nuestra revista (séame permitida la adjudicación) se mantiene como el oteadero ideal entre la , ceguera de las tinieblas originales y el engañoso deslumbramiento también enceguecedor que hoy padecemos.
En verdad ha sido un privilegio estar cerca de la empecinada voluntad de lucidez que ha mantenido viva y vigente nuestra publicación. Un dato duro: en un parque circular de San José Insurgentes, un ciudadano llamado Germán Dehesa lee con amorosa atención Este País y está contentísimo de que la revista haya durado más que Salinas, que Zedillo y que la desinformación