ESTE PAÍS APARECIÓ en medio de la euforia por la integración norteamericana. Los textos principales y la encuesta de su primer número retrataban aquella amalgama de temor, duda y esperanza delante de la alianza económica que entonces aún era proyecto del gobierno salinista. La gran mayoría de los mexicanos estaba por el comercio sin restricciones. Al TLC todavía no se le bautizaba así pero esa era la gran apuesta de aquella administración y, también, de la sociedad.
En los siguientes meses la revista ensanchó sus miras para cumplir con el destino que le asignaba su nombre. La pobreza y sus damnificados, la educación en su enorme crisis constante, la soberanía y sus acepciones para muchos contradictorias, las elecciones y los partidos fueron integrando una agenda ambiciosa y siempre insatisfecha porque los rumbos de la deliberación nacional se iban diversificando. Los medios de comunicación, el narcotráfico, las iglesias y temas antaño casi vedados como el aborto y las libertades sexuales fueron apareciendo en las páginas de la revista dirigida por Federico Reyes Heroles.
No sé qué nivel de ventas haya tenido entonces y ahora Este País, aunque fue de las primeras y de las poquísimas publicaciones mexicanas que se decidió a consignar el número de ejemplares que imprimía. Tampoco sé cómo han sido sus finanzas, aunque las supongo suficientes para permanecer esforzadamente durante una década y exiguas para que sus editores desplegaran con holgura todos los proyectos de reflexión e indagación de la realidad que sus lectores habrían querido.
Este País no ha sido revista para un público masivo. Por desdicha, ni los hábitos de lectura, ni las vías que en México se siguen prefiriendo para la discusión pública, ni la cultura política de los compatriotas favorecen a publicaciones de esta índole. Supongo que en más de una ocasión sus editores estuvieron tentados a sacrificar el rigor analítico en beneficio del marketing. A juzgar por la colección de la revista que conservo y consulto con frecuencia, no cedieron ante esa explicable pero peligrosa tentación.
La revista ha mantenido su rigor inicial, que tantas expectativas creó. Los ensayos son serios, más allá de lo discutibles que puedan ser sus vertientes de interpretación. Los datos de las encuestas que publica Este País suelen estar apuntalados en una metodología conocida y, hasta donde puedo entender, rigurosa. La preocupación por la letra impresa ha llevado a dedicar secciones y páginas abundantes, y más recientemente, un pliego central distinto del cuerpo de la revista a las noticias y recensiones bibliográficas. Quizá se ha echado de menos mayor vitalidad y amplitud de miras en temas, autores y enfoques, pero una revista nunca adquiere personalidad por su apertura, sino por el criterio de selección que determina su política editorial.
Abierta al debate, Este País no ha incurrido en las modas de la supuesta aunque nunca del todo cumplida pluralidad. Aunque no se ha rehusado a las opiniones políticas no ha sido revista de causas partidarias. Ha sido foro para expresiones del poder y de la sociedad, sin sectarismos ni maximalismos. Sin ser una publicación académica se ha constituido en uno de los pocos espacios asequibles a textos de análisis surgidos de las ciencias sociales o económicas. Sin ser expresión de una corriente de opinión hermética, ha apostado por la apertura y el razonamiento y en tal sentido ha sido uno de los foros en donde el cambio mexicano de esta década ha sido al mismo tiempo estimulado y registrado.
Seria y reflexiva, Este País ha sido una revista de minoría. No pueden pretender otra cosa, realistamente, quienes publican textos de análisis sobre la situación nacional o global, en una época en la cual la reflexión suele ser desplazada por la precipitación. En estos diez años la sociedad mexicana se ha vuelto más enterada, los asuntos públicos se ventilan casi siempre de manera abierta y existe un nuevo y perseverante escrutinio sobre las decisiones del poder político. Todo eso es mérito de los partidos, de los gobiernos mismos y de expresiones de la sociedad como la revista que ahora llega a su primera década.
Pero aunque hoy circula más información y las opiniones en los medios han superado el adocenamiento y las incondicionalidades al poder, no por eso existe un clima amplio de deliberación en donde las ideas prevalezcan sobre los prejuicios. Los principales medios impresos tienen espacios de reflexión que, sin embargo, son escasos frente a la vocación por el sensacionalismo que ha prevalecido en la mayoría de ellos. En los medios electrónicos son lagunas de excepción las zonas en donde la actualidad nacional se examina con algún mínimo de responsabilidad. En la radio hay mucho parloteo pero escasa cavilación. La televisión impone el predominio de la imagen, con todos sus ritos simplifica-dores y sacralizadores, que suelen fragmentar o trivializar las propuestas y las ideas.
La diversificación de los medios y su apertura constituye, entre otros, uno de los grandes cambios mexicanos en los diez años recientes. Hemos experimentado varios más, de los cuales sin duda se ocuparán otros colaboradores de esta edición. En el campo de la política el remezón del 2 de julio pasado ha tenido una significación que acaso todavía no alcanzamos a aquilatar y abre lo mismo esperanzas y dudas que nuevas preguntas. Antes de ese momento la consolidación de un sistema de partidos muy representativo de las pulsiones mayoritarias en la sociedad aunque limitado a su estructura triangular y la madurez del sistema electoral, abrió la puerta para el tránsito político.
No sólo hemos tenido alternancia sino, lo más importante, contrapesos nuevos entre el Congreso y el Ejecutivo y entre ellos y el sistema judicial. Falta algo para robustecer las instituciones pero hoy falta menos que hace diez años. En donde falta mucho, y las omisiones se multiplican significando nuevos rezagos, es en la atención a las desigualdades sociales. Todos los actores políticos reconocen lo demasiado que el país tiene por hacer en la reivindicación de las condiciones de vida de los mexicanos más necesitados, pero no hay consensos suficientes sobre las políticas pertinentes para enfrentar a la pobreza. Quizá la deliberación de estos años, orientada más a la renovación de las instituciones políticas que a la exploración de las políticas sociales, haya tenido algo que ver para que arrastremos esos rezagos enormes en la reforma de la economía en comparación con la evolución de la política.
Esa evolución, no obstante, ha sido incompleta e imperfecta. El país lleva varios años en un estado de crispación, que ha deteriorado los códigos del debate. En numerosas ocasiones la deliberación se confunde con el estrépito y la murmuración. Tenemos más politiquería que política. El debate intelectual, salvo loables pero pocas excepciones, ha sido dañado por banderías partidarias, ideologizaciones e idealizaciones y por una lamentable escasez de exigencia tanto de sus protagonistas como de sus destinatarios. La sociedad lectora, de por sí reducida frente a los consumidores de los grandes medios, se ha dejado condicionar para preferir el escándalo antes que las ideas.
Hay excepciones, claro. Y entre ellas se ha encontrado Este País. La obsesión por el dato, la búsqueda de hechos no siempre evidentes y la documentación de la realidad a partir de recursos demoscópicos han sido singularidad y aportación de la revista. Este País le ha tomado el pulso a los cambios y persistencias de la vida mexicana en una década decisiva. Se trata de un mérito muy plausible. Aunque las encuestas no logran lectores abundantes, porque exigen ser leídas con atención y con cierta mirada especializada, la revista mantuvo su afán por ese género. Incluso, en contraste con la manipulación y descrédito que su empleo irresponsable en varios medios les hizo padecer a los sondeos de opinión, Este País se afanó en la discusión de ese recurso para conocer y entender la realidad.
La revista no se estacionó en la publicación de datos sin contexto, ni en la divulgación de interpretaciones sin sustento real. Esa amalgama ha resultado virtuosa. Este País no tiene un público de masas pero la calidad de sus contenidos es equiparable a la de sus lectores. Mantener ese perfil durante toda una década no sólo es saludable, sino también agradecible.