El Físico está sentado junto a una
sofisticada computadora en cuya
pantalla desfilan columnas de cifras
a toda velocidad.
EL FÍSICO: No: no fue en la bañera, ni lavándome los dientes, ni en ninguna de esas situaciones que la fantasía popular imagina propicias para una revelación científica. La idea me vino mientras me estiraba a alcanzar un pedazo de diente que se me había escapado abajo de la vitrina del comedor: la incrustación del premolar superior izquierdo (muestra sus dientes), que la cáscara de un pistache sacó volando y fue a dar a la ranura entre el mueble y la pared. Y ahí estaba yo, reptando como un gusano, tratando de que mi brazo creciera el milímetro que le faltaba para tocar el pedacito de porcelana, cuando de pronto entendí todo.
Y quiero decir Todo. O, para ser más exactos, entendí cuál era el camino para entenderlo Todo… Durante años había estado buscando, como tantos de mis colegas, una teoría unificada que le diera continuidad a nuestros conocimientos sobre lo que ocurre a nivel particular y en los eventos de escala cósmica —por llamarlos de algún modo—; pero en ese instante, mientras mi cuerpo se estiraba hasta el límite de lo creíble, entendí dónde estaba el error de esa manera de plantear el problema, y cuál era la perspectiva correcta desde la cual abordarlo —la única perspectiva posible… No me pidan que se las explique: las palabras no son un lenguaje en el que se puedan traducir estos conceptos. Cuando le platiqué la teoría a mis maestros y colegas, todos la desdeñaron; incluso mis colaboradores se mostraron escépticos.
Yo no me dejé desalentar, y a partir de ese día me entregué de tiempo completo a la elaboración de una fórmula que tradujera la idea en términos matemáticos. No piensen en una fórmula escrita con gis sobre un pizarrón; si escribiera esta fórmula —si fuera posible escribirla— le daría cinco vueltas y media a la Tierra. Tuve que desarrollar un sistema de notación matemática completamente nuevo, que permitiera sintetizar la teoría en una ecuación —que ya no lo era, pero por llamarla de algún modo—, en una ecuación que resultara abarcable por la memoria de un cerebro —un cerebro binario, claro está: ni el más inteligente de los humanos sería capaz de realizar un cálculo tan complejo. Fue un proceso exasperante, que duró años. Mientras tanto, atestigüé cómo aparecían nuevas teorías fragmentarias que apuntalaban la mía; sin saberlo, claro: palos de ciego.
Ellos se imaginaban que sus postulados iban en otra dirección. Pero yo poco a poco iba consolidando la certeza sobre mi descubrimiento. Me llevó casi diez años alcanzar un lenguaje suficientemente flexible y a la vez preciso para escribir la teoría, y todavía otros cinco redactarla completa —es decir, abreviada: una fórmula matemática que constaba de tres mil setecientos cuarenta y seis millones cuatrocientos ochenta y cinco mil quinientos siete valores y apenas cabía en la memoria de la súpercomputadora que a base de terquedad y demostraciones parciales logré que la Universidad me prestara. Y ahí estaba, al fin: por primera vez en la historia de la humanidad, una ecuación —por llamarla de algún modo— capaz de explicar y de predecir el Universo en su totalidad. Sin matices, sin asegunes: todo. Punto. (Pausa.) Pero aún faltaba lo más importante: la comprobación.
Había que ponerla a operar, ingresando todas las variables de un determinado momento —el momento actual— para ver si era posible averiguar exhaustivamente sus causas y predecir absolutamente todas sus consecuencias. Aquí surgía otra dificultad: la información sobre el momento actual era tan vasta —mediciones meteorológicas, índices demográficos, órbitas planetarias, edad exacta de las estrellas… y la infinidad de factores que, a escalas subatómica y estelar, intervienen en este preciso instante—, la cantidad de datos a capturar era tal, que los primeros y los últimos datos ingresados corresponderían a momentos separados por un espacio de años.
Tuve que inventar una fórmula subsidiaria que corrigiera estas desviaciones, lo cual me tomó otros tres años y medio. Sólo entonces empecé a ingresar la información. Dieciocho meses más tarde tenía todo lo sustantivo adentro de la computadora, y finalmente, finalmente pude darle la orden de que calculara la fórmula… La máquina tardará exactamente seis años con siete meses, doce días, veinte horas, treinta y seis minutos y dos segundos en hacer el cálculo; lo sé porque lo calculé con otra fórmula, que hice y resolví mientras esperaba el resultado de la primera. Faltan, pues, sólo cuatro minutos y veintitrés segundos para que termine la operación y conozcamos el resultado: la cifra universal que resumirá todos los eventos del pasado y permitirá prever todos los acontecimientos del futuro… Una cosa sí puedo predecirles desde ahora: me lo van a dar, me van a dar el Nobel… (Sonríe.) Sonríen, ¿eh?… Sí, ya sé lo que piensan: piensan que algo va a salir mal; piensan que basta con uno, basta con que uno de los valores de esa fórmula tan extensa esté escrito incorrectamente para que el resultado que arroje sea absurdo… Pues no. No es posible. Es una fórmula blindada. No son operaciones que puedan ser resueltas mentalmente: por eso tomé la precaución de desarrollar una ecuación paralela —tampoco se trata propiamente de una ecuación, pero para que me entiendan— que comprueba que todos los elementos de la otra “ecuación” estén en su lugar durante el desarrollo del cálculo… O tal vez sonríen pensando que, cuando la barra de avance haya llegado al noventa y nueve por ciento, el cerebro de este aparato tan sofisticado se quedará trabado como cualquier computadora de escritorio… En efecto: cabe esa posibilidad.
Caben muchas posibilidades que den al traste con la operación. Justamente por eso, en este preciso instante hay tres súpercomputadoras realizando el mismo cálculo en diferentes lugares y sin comunicación entre sí ni con el resto del mundo; de modo que, en el supuesto de que a cualquiera de ellas se le congelara el sistema, o fuera atacada por un virus, o sufriera una avería mecánica, la operación seguiría resolviéndose en las otras dos. Así que la solución de la fórmula está a salvo de cualquier cataclismo, de sabotajes perpetrados por grupos de fanáticos religiosos o por colegas cegados por la envidia; e inclusive, inclusive está a salvo de un súbito rapto de locura de su autor: yo puedo violar mis propios sistemas de seguridad y parar esta computadora, pero las otras dos están fuera de mi alcance: una en Australia y la tercera en algún lugar del planeta cuya ubicación yo mismo desconozco, por motivos de seguridad.
Así que aun cuando destruyera ahora mismo esta máquina, no podría impedir que las otras dos llegaran a término; y menos ahora, cuando faltan apenas un par de minutos para saber la respuesta, las respuestas a todas las preguntas que nos hemos hecho desde el principio de los tiempos: de dónde venimos, qué hacemos aquí, hacia dónde va todo… En números, claro: las palabras no podrían… la respuesta será dada en números redondos, para quien sepa leerlos. (Pausa larga. Luego, pensativo:) En… números… redondos… (Pausa.) No. No, no… ¡no! En un solo número, redondo… ¡Claro…! Cero. Ése va a ser el resultado.
El número que va a arrojar la máquina dentro de un minuto con cincuenta y siete segundos sólo puede ser ése. Cero: como la suma total de la energía del universo, claro. ¡Claro!… Puedo equivocarme —no son operaciones que se puedan resolver mentalmente, ¡y menos casi dos minutos antes que el procesador más avanzado!— pero casi les puedo asegurar que el resultado que va a aparecer en esa computadora dentro de unos momentos será cero. Porque toda fuerza implica una fuerza contraria, que sólo se manifiesta cuando la primera se ejerce; y del mismo modo, todo evento, desde el Big Bang, genera su opuesto, su anti-evento, su Big Crunch, y cuando el Universo apenas inicia su expansión —por llamarla de algún modo— al mismo tiempo ya se está contrayendo… En realidad es mucho más complejo que eso; voy a intentar un ejemplo, para ver si lo pueden entender.
Tomemos un evento, un evento cualquiera… la misma ecuación: la solución de esa fórmula debe generar forzosamente un evento de signo contrario, algo que la anule —y no sólo a esta versión de la ecuación: a estas alturas, cualquiera, cualquier día, podría formularla de nuevo, empezando de cero: con que tenga una computadora como ésta, y suficiente tiempo y paciencia… y de hecho, con las nuevas tecnologías y el camino avanzado en estos años, ni siquiera tardaría tanto como yo: la segunda vez siempre es más fácil… Así que no sólo tendría que anularse la ecuación, sino la posibilidad de que fuera reformulada —destruir el conocimiento entero: bibliotecas, computadoras, apuntes, todo lo que permitiera llegar a la fórmula; también mi cerebro: dejarlo inservible, descerebrarme; y a mis asistentes, a mis maestros, a todos los físicos teóricos del mundo y a todos los estudiantes de física, y a todos los niños que pudieran convertirse en físicos, y a todo aquel capaz de soñar con una súpercomputadora que resuelva las operaciones que nadie es capaz de hacer mentalmente.
Sería inevitable borrarle la mente a la humanidad entera; y eliminar los eventos, como la caída de una manzana, que pudieran despertar la curiosidad de los cerebros amnésicos, impulsándolos a formular teorías que explicaran el comportamiento del Universo: eliminar todas las manzanas, y todos los árboles frutales, y toda forma de vida inteligente, o de vida a secas capaz de evolucionar en los próximos millones de años hacia civilizaciones capaces de construir máquinas que les permitan procesar fórmulas cuyo resultado sea predecir que, el día que sean resueltas, ese día, ese día, este día el Universo inevitablemente deberá desaparecer: sin Big Crunch ni nada espectacular, de un instante a otro… cero: el universo se apaga; o se queda trabado, sí, como una simple computadora de escritorio.
Y ése sin duda es el resultado que está a punto de aparecer en esta máquina, ¡esta máquina! (la destruye), pero nunca podremos saberlo porque en el instante mismo de que lo escupa se producirá el anti-evento: el Universo desaparecerá, se esfumará en defensa propia, todo quedará nuevamente en ceros en treinta, veintinueve, veintiocho segundos, eso si no paro la máquina, ¡ya está!, pero no sirve de nada, porque hay otras dos haciendo lo mismo, ni siquiera sé bien dónde, en Australia, una está en Australia, incomunicada —pero no quienes le dan mantenimiento, con ellos podría comunicarme… pero la tercera, la tercera es el mecanismo de defensa contra un posible rapto de locura de su autor, ¡de defensa… de autodefensa del Universo, para que nadie nunca descubra su cero!, y aun cuando pudiera dejarlas como a ésta, aun si pudiera detenerles su cuenta en catorce, en trece, en doce a las otras dos computadoras, de todos modos, de todos modos, al haber yo resuelto la fórmula —no son cálculos que se puedan resolver mentalmente, pero de algún modo yo lo hice: yo llegué al cero, y lo que sigue del cero sólo puede ser/ (Oscuro súbito y total, seguido de un largo silencio.) ~
Flavio González Mello
Descargar pdf