ESTE PAÍS CUMPLE diez años de existencia. Se dan cita en este hecho un tiempo y un espacio, es decir, una transformación y una configuración. Este país, México, su configuración espacial, sigue allí, irónica cornucopia mutilada, a la vez orgullosa e insatisfecha. Pero este país, el de hace diez años, ya no es este país, el de hoy. El tiempo se ha transfigurado. El tiempo lo ha transfigurado.
«Este país», su espacio, es un territorio semejante a un brazo cortado que se añora a sí mismo y sigue sintiendo dolorosos reflejos, tics nerviosos… Hernán Cortés, solicitado por Carlos V para describir la tierra mexicana conquistada, tomó un tieso pergamino de la mesa del emperador, lo hizo un puño y lo dejó caer, cartografía de montañas y abismos, desiertos y selvas, incomunicación. «Esto es México».
El enorme esfuerzo de comunicar al territorio entre sí, rasgo común tanto del porfiriato como de la Revolución, aún no termina. Si comparamos las redes de carreteras y ferrocarriles de México con las de los Estados Unidos o Europa, vemos enseguida las grandes manchas blancas de soledad y distancia que aún nos separan. El sentimiento de separaciones internas físicas se acentúa si cobramos conciencia de que, en diez años, este país ha salido al mundo, se ha unido a la nueva economía internacional, es el octavo exportador mundial, transmite y recibe información global y cuenta con una élite administrativa, económica y cultural internacionalista.
Pero este país sigue arrastrando un rezago de siglos: la pobreza y sus males constitutivos: ignorancia, insalubridad, hambre… Cuarenta millones de mexicanos no pertenecen a «este país», el nuestro, el primer México. Y nosotros, los mexicanos de la clase media para arriba, no pertenecemos a «ese país», el otro México de la marginación urbana, agraria y, específicamente, indígena. «Somos dos naciones» dijo Disraeli de la Inglaterra deformada, agitada, dividida, impulsada por la gran revolución industrial del siglo xix. Hoy México es dos naciones, este país es dos países y nuestro problema central sigue siendo el que Humboldt señaló en su Ensayo General de 1801: «México es el país de la desigualdad».
Este País -la revista- ha luchado durante una década para hacer patentes los problemas de nuestro desarrollo desequilibrado. Federico Reyes Heroles, alma de esta empresa, mexicano informado, lúcido y humanista, lo ha resumido todo en las demandas de su excepcional libro, Memorial del mañana. Debemos «anclar la República» en la cultura de la legalidad. Pero en un país -este país- donde desde el virreinato «la ley se obedece pero no se cumple», el proyecto de la legalidad es inseparable del proyecto político y éste no puede prosperar sin una base de información oportuna, certera y justa.
El mundo ha pasado de la economía de cantidad a la economía de calidad. Importa menos el volumen que el valor del producto. Ésta es una realidad implacable que echa abajo los procesos cuantitativos de los viejos modelos industriales, trátese de Ford, Taylor o Stajánov. Los mercados de trabajo se desquician. La nueva economía requiere menos trabajadores para producir más y mejor. México, a la zaga de esta revolución, ha persistido hasta hace poco en consagrar el viejo modelo industrial. Cárdenas y Alemán se dieron la mano. El primero liberó el mercado de trabajo encadenado a la hacienda. El segundo lo aprovechó para un proyecto de industrialización anticuado. De Ruiz Cortines a López Mateos triunfó la fórmula de Raúl Prebisch y la CEPAL: el desarrollo estabilizador, la sustitución de importaciones. La quiebra del modelo no fue superada por Echeverría y López Portillo. Fueron dos modelos nacionalistas que nos dejaron, el primero, fuera de la rápida evolución mundial y sin el esperado apoyo tercermundista y el segundo, dentro de un espejismo petrolero lopez velardiano. El tránsito iniciado por De la Madrid y seguido por Salinas nos ha resultado difícil y nos ha costado caro. Con sus altas y sus bajas, entre 1987 y 1994 quedó claro que no habría en este país desarrollo económico sin democracia política. A Zedillo le tocó bailar con la más fea. Una crisis compartida por los gobiernos entrante y saliente obligó a Zedillo a aplicar medidas de un rigor económico que sólo podía ser compensado por una extrema libertad democrática. Zedillo entregó un país con muchos problemas menos uno: la consabida crisis económica de fin de sexenio. Fox hereda una macroeconomía sana y proclama -con razón- la necesidad de fundarse en una microeconomía próspera. Nuestra participación global no tendrá base sin nuestra creatividad local. Pero por encima, por debajo o paralela a la gestión política presidencialista, en México se manifestó, en estos diez años, un surgimiento imparable de la sociedad civil, de sus organizaciones, de su voluntad de participación y su vocación de libertad. El 2 de octubre de 1968 se rompió el pacto nacional entre el pueblo y los gobiernos de la Revolución. El 2 de octubre de 2000 se selló el nuevo pacto entre la sociedad y la democracia.
Los diez años de Este País, por todo lo dicho, recogen y reflejan varias décadas y acaso varios siglos de una problemática nacional irresuelta y le dan un ancla indispensable. Los hechos. Thefacts. Los hechos que en la legalidad romana son la base de los derechos pero también la información necesaria para configurar nuestro espacio y transfigurar nuestro tiempo.
Felicidades a Este País por sus próximos diez, cien y hasta mil años