HACIA 1986, cuando ofrecía mi primera clase a universitarios (de recién ingreso), asigné, para el tratamiento de algunos temas, un conjunto de lecturas que incluían cuadros con datos y gráficas. Después, durante las sesiones de discusión y de modo casi unánime, mis alumnos hablaban del texto, de la parte conceptual, pero no de la evidencia empírica. Algunos dijeron incluso que no veían -no leían- los cuadros y las gráficas. Sólo el texto les parecía importante. Y es que no había propiamente una cultura del dato que permitiera una aproximación al número y a la comprensión de su significado (y sus alcances).
Catorce años después percibo un cambio entre los universitarios de primer ingreso. No sé si imagino cosas, pero percibo menos rechazo a la estadística, por lo pronto descriptiva. Tengo alumnos, son todavía minoría, que incluso ya van primero al dato, al cuadro, a la gráfica, como en busca de adelantos, y después se sumergen en el texto. Insisto en que esto no es más que una percepción subjetiva (no tengo un solo dato que la apoye) que quizá apunte, sin embargo, hacia un cambio cultural. Hoy el dato, el cuadro y la gráfica ya están en los periódicos con enorme frecuencia y en la pantalla de televisión (hasta en los noticieros diarios, con teléfonos abiertos para registrar puntos de vista).
Algo sí que ha cambiado en el público en general, y ello puede deberse a varios factores. Pero quizá ese cambio sea más notorio (eso también habría que medirlo) entre los grupos sociales cuya opinión influye más en otros sectores. Los empresarios siempre tuvieron una cultura del dato, porque la técnica de la contabilidad (ya lo decían Benjamín Franklin y Max Weber) se les imponía como parte de un cierto tipo de racionalidad. Pero cierto público ilustrado, una clase media lectora e interesada en asuntos públicos, sería eventualmente la detona-dora de un giro factofílico, como quería Mónica Aspe en su ensayo titulado «Factofilia» publicado en Este País.
¿Qué papel ha jugado Este País en la lenta construcción de esa pedagogía social? Tampoco lo sé, pero no creo que haya sido marginal. Revísese simple y llanamente la cantidad de indicadores que Este País ha publicado en estos 10 años para pensar si dejó o no un sedimento. Yo he visto publicados aquí indicadores de gasto familiar, de preferencias preelectorales, de migración, de racismo, de seguridad pública, de vivienda, de valores éticos entre la población, de maltrato a los niños, de reservas internacionales, de la balanza comercial, de crecimiento económico, de producción industrial, de exportaciones de petróleo, del tipo de cambio, de empleo, de importaciones, de discriminación laboral a mujeres, de salarios reales, de evaluación ciudadana de los gobiernos federal y estatales, de expectativas de futuro, de crecimiento demográfico, de la evolución del PIB per cápita, de preferencias futboleras, de marginación y pobreza, de educación y cultura, de aborto, de pena de muerte, de comercio ambulante, de museos, de inseguridad pública, de tortura, de violaciones, de epidemias y enfermedades, de mortalidad infantil, de trabajo infantil, de niños de la calle, de religiosidad, de consumo de drogas, de corrupción, de fecundidad, de pensionados y jubilados, de polarización regional, de salarios mínimos, de deuda pública, de inversión extranjera, de ahorro, de contaminación, de animales en peligro de extinción, de credibilidad en las instituciones, de procuración de justicia, de medios de comunicación, de popularidad presidencial, de extracción y uso del agua, de educación superior, de producción agrícola, de participación electoral, de población indígena, de municipios preponderantemente indígenas, de cobro de impuestos, del sector eléctrico… Supongo que no es necesario seguir con el listado.
Por otro lado, es impresionante observar cómo Este País logró convocar a una pléyade de actores institucionales para que aquí dieran a conocer sus datos: Alduncin y Asociados, Berumen y Asociados, CAPEM/Oxford Economic Forecasting, Centro de Estudios de Opinión Pública, Centro de Estudios de Opinión Pública de la Universidad de Guadalajara, Centro de Información de Naciones Unidas en México, Centro Interamericano de Investigaciones, Centro Tepoztlán, CEPAL, Comisión Federal de Electricidad, Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de los Derechos Humanos, Comisión Nacional del Agua, Consejo de Interacción, Consulta, DIF, Escuela Nacional de Trabajo Social, FLACSO, Fundación Arturo Rosenblueth, Fundación Barros Sierra, GIRE, Gobierno del Distrito Federal, Gobierno de Veracruz, Greenpeace, Grupo de Economistas y Asociados, INEGI, Instituto Federal Electoral, MORÍ, OCDE, PNUD, Reforma-El Norte, SAGAR, SECOFI, SEMARNAP, UNICEF, y un interminable etcétera.
No me alargo demasiado. Creo que Este País ha tenido muchas virtudes: simplemente la de sobrevivir una década y ser ya cabalmente institución, la de ofrecer espacios a nuevas y jóvenes plumas que no pertenecen a nuevas o viejas capillas, la de la amplitud temática, la del amplio abanico ideológico de sus colaboradores… Creo sin embargo que su gran virtud ha sido la de ser punto de encuentro de personas e instituciones interesadas en socializar sus datos sobre nuestra sociedad, la de haber promovido -como ninguna otra instancia cultural- la cultura del dato, de la evidencia empírica. Este País ha contribuido a hacer más serio nuestro debate sobre México. Cierto: no todos los argumentos sobre nuestro país y sus problemas han de ser acompañados de datos para ser atendibles. Argumentar eso es un despropósito total, una monumental estupidez. Pero ganamos mucho si a nuestros alegatos engrapamos alguna evidencia, algún dato levantado con una metodología pertinente, que mida lo que quiere medir y respecto del cual se hagan explícitos alcances y límites explicativos. Siendo Este País factofílico, ha contribuido a que este país se haga, poco a poco, amigo de los datos. No es poca cosa.