Elías Nandino Vallarta (1900-1993) ocupa un lugar preponderante dentro de la lírica mexicana del siglo XX, a pesar del abandono de la crítica literaria y las empresas editoriales que piensan que los poetas en México se cuentan con los dedos de una mano. Durante mucho tiempo, la obra poética de Elías Nandino ha permanecido en el clóset literario, su poesía prácticamente ha desaparecido, su inclusión en las nuevas antologías es mínima o, de plano, se ha borrado. En la vigesimoséptima edición de Ómnibus de poesía mexicana, Gabriel Zaid continúa reproduciendo la fecha de 1903 como el año de nacimiento de Elías Nandino; no consigna el año de su deceso y, más aun, no lo incluye como poeta, sino como autor de la canción “Usted”, cuya autoría es de “El Chamaco” Sandoval.
I
Elías Nandino nació en Cocula, Jalisco, en la primavera del primer año del siglo XX. Hijo de doña María Vallarta y Alberto Nandino, le tocó presenciar las cruentas luchas revolucionarias y la época cristera. Elías fue el mayor; le siguieron sus hermanas Beatriz y Felícitas, la primera de las cuales falleció a la edad de catorce años. El dolor por la muerte de Beatriz fue el detonante para que el joven poeta comenzara a escribir versos en su memoria. Así, entre sus labores en el campo y los estudios de Teneduría de Libros en la escuela del profesor Pedro Vizcarra, donde se graduó el 20 de junio de 1915, decide realizar estudios de preparatoria en Guadalajara. Para esas fechas, el futuro poeta conoce la obra de Amado Nervo, Manuel Acuña, Rubén Darío, Gustavo Adolfo Bécquer y otros escritores cuya influencia puede reconocerse en libros como Canciones (1924), Espiral (1928) y Color de ausencia (1932).
En 1922, Elías Nandino ingresa en la Antigua Escuela de Medicina, ubicada en República de Brasil, en la Ciudad de México, a pesar de que ya había hecho un año de la carrera en Guadalajara. Por el joven estudiante Delfino Ramírez, Nandino conoce a Salvador Novo y Xavier Villaurrutia; el primero destacaba ya como poeta e ideólogo de El Chafirete. Semanario Fifí en Prosa, pero de Mucho Verso, que con un tono juguetón y desafiante abría espacios para la expresión de los “trabajadores del volante”, y donde el propio Novo colaboraba. Villaurrutia, por su parte, apenas despuntaba a mediados de los años veinte como poeta y ensayista. Así, en medio de reuniones literarias, viajes, recitales y parrandas, Nandino también cultivó la amistad de importantes artistas como el compositor Gabriel Ruiz, los pintores Manuel Rodríguez Lozano y Roberto Montenegro, y los escritores Gilberto Owen, Jorge Cuesta y Jaime Torres Bodet, entre otros muchos.
Para la década de los treinta, Elías Nandino era considerado un extraordinario médico y un destacado sonetista que gozaba de un nutrido público. En el prólogo a Eco (1934), Xavier Villaurrutia escribe unas líneas donde se aprecia el conocimiento que tiene sobre la vida y la obra de su amigo. Siendo residente del Hospital Juárez, Nandino introduce a Xavier Villaurrutia al espacio donde la vida y la muerte conviven: permite que el autor de Invitación a la muerte presencie operaciones, visite enfermos y se interese por el dolor ajeno. Escribe Villaurrutia: A medida que la mano fría saja el cuerpo febril, los poemas de Elías Nandino van siendo operaciones más felices. ¡Ya lo imagino, el día menos pensado, desprenderse de sí mismo y con precauciones infinitas, lúcido y frío, auscultar su propio tronco ardiente, seguir las intermitencias de su corazón, poner al descubierto las capas profundas de la tierra del cuerpo y explorar las antiguas cavernas del pecho para extraer, de los complicados repliegues de la red de los nervios, los ligeros pájaros y los seres marinos que el hombre ha ido ocultando en el hombre!
El poeta se autoexplora, comprende el dolor de sus pacientes, su encarnizada lucha es con la muerte y por eso logra hacer una simbiosis entre la medicina y la poesía. Amén de lo anterior —el bullicio, las parrandas y el constante trajinar médico—, la soledad en Elías Nandino es una aliada que le permite escribir el poema atravesado que exige materializarse; se “ausculta a sí mismo” para comprender y comprenderse con una visión enteramente ontológica. En más de una ocasión, Nandino comparó el trabajo de parto con el de la escritura; ambos momentos son impostergables. En la madrugada, el poeta se encuentra consigo mismo, siente la ausencia de la persona amada y en el silencio escribe: ¿Por qué no soy yo tu cuerpo sobre mi cuerpo desnudo para abrazarme a mi tronco y sentir que soy yo mismo ascendiendo por mis muslos? (Río de sombra, 1935).
II
Anota Alfredo Hurtado, en uno de los primeros artículos críticos sobre la poesía de Nandino: “Es frecuente descubrir en Nandino el milagro de dar forma a lo que por naturaleza ontológica carece de ella. Da al tiempo consistencia de ariete, otorga a Dios estatura de montaña y dimensión de horizonte, describe la angustia como fatal descenso de humedades que marchan lentamente a la concavidad oscura de un vacío” (Estaciones, número 1). Efectivamente, Elías Nandino logra recuperar las esencias de las cosas, los objetos, sentimientos y paisajes dentro de los límites que la métrica y la retórica le ofrecen, como en el caso de Triángulo de silencios (1953), donde en décimas y sonetos el autor diserta sobre Dios y la fe. En este libro, la duda religiosa supone para Nandino la construcción de un Dios diferente al que conoció en su natal Cocula, donde fue monaguillo e incluso pensó ser sacerdote.
Desde la edad adulta, en el poeta hay una duda que “quema”: no opta por el ateísmo, porque sabe que necesita “creer”, y es quizás a través de la creación poética que logra apropiarse de una creencia. Gran lector de los místicos españoles, el poeta reproduce en Triángulo de silencios el lenguaje místico para hablar de Dios, como en el poema X de la sección “Décimas a mi muerte”.
A diferencia de místicos como Santa Teresa o San Juan de la Cruz, que anhelan el encuentro con el “Amado”, en Nandino hay un temor a la muerte por la conciencia de que todo hombre comienza a morir desde que nace: Oculto en mi celda estrecha gozo el temor de tu encuentro, y el latir que vive dentro de mi esperanza deshecha, sufre pensando la fecha de mi profunda caída… Quisiera ganar salida mas ¿cómo puedo vencerte si estoy herido de muerte desde que vine a la vida? La muerte se convierte en uno de los temas principales de la poesía de Elías Nandino. Si en momentos la teme, en otros la muerte aparece como la eterna compañera con la que se familiariza el autor. Morir es una prolongación de la vida, por eso insta a la realización de experiencias sublimes, a desbordar el espíritu y la carne de una forma placentera; se aparta de la idea del pecado porque observa la brevedad de la vida. Dice en “Poema a la muerte”:
Temer la muerte es repudiar la vida,
querer la esencia sin cortar la rosa,
gozar el fruto sin morder su entraña.
Temer la muerte es ahuyentar la vida,
gustar el vino sin mojar los labios,
buscar los astros sin mirar el cielo.
(Nudo de sombras, 1941)
III
Entre la publicación de Espiral y Color de ausencia, Nandino escribió más de quince libros que dan cuenta de su gran madurez literaria.
En 1979, el autor decide regresar a Cocula. Ahí impulsa talleres literarios y comienza a recibir el reconocimiento que se le había negado. En 1980 se le otorga el Premio Nacional de Poesía; en 1982, los premios Jalisco y Nacional de Letras. En 1983 publica en Editorial Domés uno de sus libros más polémicos e interesantes: Erotismo al rojo blanco, que recibió el aplauso de críticos y lectores en general. Erotismo al rojo blanco, a decir de su propio autor, fue recuperado de los cajones de su escritorio. Apartado ya de su carrera de médico, y enfermo, escribe este poemario erótico-humorístico, dividido en nueve secciones. Erotismo al rojo blanco puede considerarse como un “falo literario” que sustituye la imposibilidad tangible de la consumación y el gozo sexual del poeta: “Vamos jugando el cuerpo / en el cubilete: / el que pierda lo pone / y el que gane lo mete”. Ante el presente de la vejez, donde sólo le queda reír de su impotencia y escribir en papel su cuerpo y el de sus amantes, el autor hace uso de la memoria para revivir un pasado mejor donde la salud y la libertad ejercida lo llevan al gozo. Los fragmentos de su sexualidad gozada y sufrida se exhiben y comparten con el lector. El poeta recuerda, siente y vierte sus deseos en su escritura.
En el mismo año que publica Erotismo al rojo blanco, Nandino da a conocer Ciclos terrenales, libro de poemas con el que regresa a temas campiranos y hace una retrospección de su niñez en su natal Cocula, tal como lo había hecho en Cerca de lo lejos (1979), libro que también tuvo buena recepción. El octogenario sigue trabajando para su pueblo: dona su casa para que se convierta en la Casa de la Poesía, atiende los llamados de la burocracia cultural, concede entrevistas, sigue escribiendo e impulsando a los jóvenes escritores que le mandan sus textos para recibir una opinión. Como lo hiciera en la dirección de la revista Estaciones (1956- 1960), Nandino impulsa a los nuevos talentos: Jorge Esquinca, Rodolfo Naró, Felipe de Jesús Hernández, Luis Alberto Navarro, Ricardo Castillo, Dante Medina y una veintena más de jóvenes entusiastas. En 1979, Elías Nandino pensó que la muerte estaba cerca. Seguramente no se imaginó que al evocarla retardaba su presencia. A pesar de sus problemas auditivos y visuales siguió respondiendo solícito al llamado de sus pasiones literarias, continuó con sus proyectos y, cuando por fin la muerte lo visitó en el Hospital Valentín Gómez Farías de Guadalajara, pudo vislumbrar el paso a otra vida en la que ahora descubre sus enigmas. ~
Maestro en Letras Mexicanas por la UNAM y profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, Gerardo Bustamante Bermúdez ha escrito ensayos sobre autores como Carlos Fuentes, Elena Garro y el propio Nandino. Es colaborador del suplemento “La Jornada Semanal” y de la revista Casa del Tiempo de la UAM. Actualmente tiene en prensa el libro De dolores y placeres. Las entrevistas con Elías Nandino entre 1954 y 1993 (Secretaría de Cultura del DF-UACM).
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