La historia de la cultura mexicana, como la de
cualquier otro país, está llena de personajes cu-
ya pasión y dedicación al arte han hecho posi-
ble desde la subsistencia de los creadores e in-
térpretes, a través de distintas formas de
mecenazgo, hasta la búsqueda, el salvamento, el
rescate y la conservación de nuestro patrimonio
artístico en sus diferentes expresiones: pinturas,
libros, películas y videos, edificios y templos,
por citar ejemplos.
No son artistas, ni profesionales de la cultura
y el arte (escritores, intelectuales, galeristas,
promotores culturales, empresarios artísticos o
representantes de ellos). Se trata de mujeres y
hombres comunes y corrientes, seres humanos
de las más diversas vocaciones, que un día se
sintieron tocados, transformados por una sensa-
ción al entrar en contacto con un quehacer ar-
tístico: una pintura, una melodía, una construc-
ción o un monumento, una danza; o al contacto
con un personaje de ese mundo, normalmente
considerado raro o inútil, que antes se conocía
como el de la bohemia y ahora quizás, en el len-
guaje juvenil, “nerd”.
Por supuesto que en muchos casos hubo un
primer acercamiento en la infancia: un abuelo
que leía y que poseía una biblioteca mediana,
un cuadro que una madre adoraba; una película
de la que siempre se oyó hablar o que emocio-
nó de tal forma que se mezcló para siempre con
sueños y realidad; algún maestro o maestra que
hablaba de todos éstos, o cierta música que ob-
sesivamente sonaba en los aparatos de sonido
familiares. En fin, personas en las que de algún
modo se desarrolló eso que comúnmente llama-
mos sensibilidad artística y que las convirtió en
personas excepcionales.
La lista sería enorme, pero baste con un
ejemplo histórico y emblemático: el afanoso no-
ble francés que se dio a la tarea, en su momento
heroica y valiente por peligrosa, de rescatar y es-
conder en algunas bodegas del entonces Palacio
del Louvre pinturas, esculturas, muebles, etcéte-
ra, para ponerlos a salvo de la furia de las masas
revolucionarias que deseaban acabar con todo
vestigio del orden viejo y que veían en esas obras
sólo símbolos de poder y riqueza. Gracias a él,
hoy tenemos uno de los grandes y maravillosos
museos del mundo, el primero que sacó de los sa-
lones de los poderosos las obras de arte para po-
nerlas al alcance de todos, y que guarda tesoros
invaluables para toda la humanidad, el Museo de
Louvre en París.
Ésta es la especie de seres, la clase a la que per-
tenece por derecho propio Dolores Olmedo,
quien bajo la guía de su madre, la maestra nor-
malista María Patiño Suárez, viuda de Olmedo,
se acercó un día en los pasillos de la Secretaría de
Educación Pública a uno de los pintores de los
entonces nacientes murales y dio inicio a lo que
acabaría siendo, en lo personal, una gran amis-
tad, y en lo social, para bien de todos nosotros,
una de las empresas culturales más ejemplares y
significativas del siglo XXmexicano, la que hoy
me atrevo a llamar los museos de Diego, Frida y
Dolores Olmedo, pues no debe caber la menor
duda de que sin los esfuerzos, el afán de coleccio-
nista, el empeño y la constancia de ella, estos mu-
seos no serían lo mismo y probablemente ni
siquiera existirían…
Ciertamente, la generosidad inicial fue la de Fri-
da y Diego, quienes dejaron clara su voluntad de
que su obra quedara en manos del pueblo de Mé-
xico, pero cuántos ejemplos tenemos en nuestros
días de que no basta esa voluntad para que quie-
nes son responsables de cumplir con ella lo hagan
efectivamente, sin propiciar con su ambición o in-
dolencia que se pierdan obras importantes para
México y el mundo.
Y es que a la niña Lolita su madre no sólo le in-
culcó el respeto y el amor al arte, sino que también
la instruyó en los valores del compromiso social,
en la obligación de compartir lo que se tiene, tal y
como se encuentra inscrito en un muro del Museo
Dolores Olmedo, lo que se convirtió en el
paradigma de su vida.
Por supuesto que Lola fue muchas cosas
más que esto. Fue sin duda una personali-
dad polémica por su audacia no sólo para
su época, en la que se ubica a la vanguardia;
por su activo e implícito feminismo, no dis-
cursivo; por su manejo empresarial, por la
libertad de su vida personal. Todo ello con-
fluye para crear un personaje de leyenda
que ella misma se empeña en alimentar, nu-
trir, y que a veces borra su simple condición
de mujer inteligente y decidida, que al mis-
mo tiempo es una amantísima madre como
tantas otras, y una leal y comprometida ami-
ga de sus amigos.
Hoy que recordamos su aniversario nú-
mero cien, quisiera imaginar qué hubiera
hecho Lola de haber tenido la oportunidad
de vivir más, cuántas otras polémicas provo-
caría y habría desatado, cuántos tesoros nos
hubiese legado, cuánto más nos habría sor-
prendido y cuánto más nos hubiese enri-
quecido.
La labor de Lola Olmedo es bien conoci-
da en lo que se refiere a los museos y colecciones
que legó al pueblo de México, pero su labor de di-
fusión de la obra de Diego y Frida no se limitó a
nuestro país. Gracias a su esfuerzo y alianza con
otros promotores del arte, como Armando Colina y
Víctor Acuña, logró que se conociera más a estos
artistas en diversas galerías y museos del mundo
entero. Su generosidad abrió las puertas a la divul-
gación en diversas lenguas, bajo la iniciativa de
Claudia Madrazo, del Diariode Frida, a que se
abrieran las puertas a un conocimiento mayor y
más intimo de la personalidad de la artista.
Esta tarea se vio complementada gracias también
al celoso cuidado de Lola y a su fiel cumplimiento
de la voluntad de Diego de conservar sus archivos,
hoy recientemente abiertos y expuestos en la Casa
Azul, para permitirnos una mayor comprensión no só-
lo de las vivencias personales de los artistas sino
también de toda una época de la historia de México y
el mundo, merced al apoyo de ADABIy de la Funda-
ción Alfredo Harp Helú e Isabel Grañén Porrúa.
De Dolores Olmedo se seguirá hablando mucho
durante mucho tiempo, porque su amor al arte hace
que su memoria perdure en cada uno de los museos
que ayudó a crear, a enriquecer y preservar. Museos
cada día más concurridos por visitantes de todas par-
tes del planeta que se sorprenden tanto del contenido
de sus excepcionales colecciones como del continen-
te, pues así como Diego y Frida le dieron
su personalidad a la casona de Coyoacán,
y Diego concibió el Anahuacalli, Lola su-
po hacer de La Noria un lugar muy espe-
cial en donde se respira su presencia y
modo de ver el mundo.
Cada uno de estos espacios tiene una
atmósfera particular, son auténticos tem-
plos laicos dedicados a la belleza, a la sen-
sibilidad y a la inteligencia, teniendo co-
mo íconos a Diego y a Frida, que aunque
bien sabemos no tuvieron nada de santos
en la vida real, sí nos siguen iluminando
cada día con su milagrosa obra, lo que
nos permite albergar esperanzas en estos
tiempos en los que la vulgaridad, la igno-
rancia y la estupidez amenazan con avasa-
llarnos.
La labor de Lola ha encontrado por
fortuna continuidad en sus hijos, encabe-
zados por Carlos Phillips, quienes escru-
pulosamente han mantenido la voluntad
de su madre con el apoyo del Fideicomi-
so del Banco de México y de su Comité
Técnico, presidido por Carlos García
Ponce y en el que participa también parte de la fami-
lia de Diego Rivera, lo que garantiza que esta obra se-
guirá siendo parte de nuestro patrimonio.
Para finalizar, quisiera recordar lo que dijo Paco Ig-
nacio Taibo I, lamentablemente también desapareci-
do hace poco, a la muerte de Lola:
Hoy me pongo de pie para dedicarle un minuto
de silencio a la señora Olmedo, a la que nunca co-
nocí pero de la que supe tantas cosas que podría
escribir un anecdotario de treinta tomos […]. Fue
amiga de gente bien […]. Fue mujer de buen gus-
to […]. No es habitual en México que los ricos
regalen al pueblo la obra de arte que fueron ad-
quiriendo. Gracias, señora Olmedo. ~
* Palabras leídas por el autor en diciembre pasado en
el Palacio de Bellas Artes, como parte del homenaje
que se dedicó a Dolores Olmedo a cien años de su
nacimiento
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