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INDICADORES DE CULTURA. Editoriales universitarias, ¿tienen futuro? (Segunda parte)
Cultura | Gerardo Ochoa Sandy | 17.04.2009 | 0 Comentarios

Suele decirse, mitad en broma y mitad en serio, que pa-
ra un autor en México la mejor manera de preservar el
anonimato es publicar en un sello universitario. Lo
chusco del comentario va en menoscabo de lo que tiene
de serio, pues presenta el hecho como una realidad sin
más y no aborda a fondo la cuestión. Es loable por ello
que en noviembre de 2006, 42 editoriales universitarias
del centro-occidente de México, dedicadas a la publica-
ción de textos académicos, científicos y de difusión cul-
tural, crearan la Red Nacional Altexto.
Las animó la aspiración de mejorar la edición, distri-
bución y comercialización del libro universitario, pero
sobre todo la convicción de su valía. Desde el inicio de
los encuentros que precedieron el nacimiento de la red,
ocho años atrás, los sellos editoriales involucrados
—asociados en ese momento a 31 instituciones educati-
vas— realizaron jornadas anuales en las distintas uni-
versidades participantes, alentaron la discusión de los
problemas compartidos, definieron una agenda común
y propiciaron el intercambio de títulos. Un año des-
pués, en 2007, Altexto presentó en la Feria Internacio-
nal del Libro de Guadalajara la primera colección de
textos de 24 instituciones de educación superior.
Sayri Karp, coordinadora editorial de la Universidad
de Guadalajara y Secretaria Técnica de la red, explicó
en aquella ocasión a Laura Poy Solano, del diario La
Jornada(4 de diciembre de 2007), la problemática. La
mayoría de los sellos dependen del presupuesto pú-
blico, que se vuelve cada vez más limitado. Los ingre-
sos por ventas, debido a disposiciones administrativas
de las universidades, no se reinvierten en las editoria-
les. Una excepción es justo la editorial de la Universi-
dad de Guadalajara, que desde 2005 no recibe apoyo
y funciona con lo que obtiene de la distribución y co-
mercialización de su propio catálogo. En varias oca-
siones, el titular editorial de la universidad pública no
es un profesional del área ni cumple con el perfil idó-
neo, y responde más a un nombramiento del rector,
lo cual facilita a la máxima autoridad la publicación
de los libros que sean de su gusto. Los sellos editoria-
les universitarios requieren, junto a un editor capaz,
de consejos editoriales que no sólo ayuden en la se-
lección de los títulos sino también definan el tiraje
adecuado, según las características de cada libro,
pues sucede que títulos que ameritarían amplios tira-
jes no superan los 1,000 ejemplares, o que textos es-
pecializados se imprimen de más. Los primeros pasos
de Altexto se dirigen a la consolidación de un catálo-
go único de títulos y una red de librerías a nivel na-
cional que amplíe la difusión y acerque el libro uni-
versitario a otros sectores de la sociedad. Uno de los
logros de la etapa inicial es el corredor de librerías
universitarias en el metro Copilco de la Ciudad de
México, a propuesta de la UNAM.
Un diagnóstico del estado de la cuestión es la inves-
tigación “Producción editorial de las universidades
mexicanas”, de Virginia Careaga Covarrubias, presen-
tada el 30 de marzo de 2004 en el contexto del semi-
nario La Educación Superior en México, organizado
por la ANUIES, la Subsecretaría de Educación Superior
e Investigación Científica de la SEPy el Instituto Inter-
nacional de la UNESCOpara la Educación Superior en
América Latina y el Caribe. Careaga Covarrubias se-
ñala, de entrada, el problema central: “Las editoriales
de instituciones de educación superior se han maneja-
do como instituciones y no como empresas. En esa di-
cotomía se encuentra, entonces, su conflicto. Es decir,
tienen un presupuesto y deben producir una cantidad
de títulos que justifiquen dicho presupuesto. Produ-
cen, pero apenas empiezan a ocuparse de todo lo de-
más que implica el proceso editorial”.
El deterioro de la economía nacional, indicaba la
autora en 2004, impacta en los sellos editoriales, que
enfrentan entonces el antes impensable desafío de la
rentabilidad. Y ese dilema obliga a plantearse la si-

tuación en blanco y negro: amparadas “en los fines de sus instituciones matriz —docen-
cia, investigación y difusión y preser-
vación de la cultura—, […] las
editoriales han publicado sin discri-
minación; no había estudios previos
que sustentaran los tirajes adecua-
dos, se desconocía el impacto real de
los títulos en la sociedad”. Señala
Careaga Covarrubias: “La banda en
que se movían era muy ancha porque
podían publicar materiales cuyo des-
tino final era abarrotar la bodega, pa-
sear por las ferias de libro y regresar
a la bodega, aunque a veces encon-
traban algún lector, que podía no ser
al que estaban destinados” los títu-
los. Y si bien los libros universitarios
en México están dirigidos a estudian-
tes, profesores e investigadores, quie-
nes son los “primeros clientes
potenciales de dicha producción”, de
cualquier modo “no alcanzan a cu-
brir las necesidades de su público
natural”.

Inc cult mar

Careaga Covarrubias formuló en
su momento un planteamiento simi-
lar al de Karp: los responsables
de las editoriales universitarias pro-
ducen libros, pero no son administra-
dores ni contemplan el proceso edi-
torial en su conjunto. Ello ocasiona
“desvinculación entre los programas
de estudio y los programas editoria-
les, lo que repercute en la falta de li-
bros propios, [por lo que] se carece
de libros científicos y técnicos en nú-
mero suficiente y [se depende] en
gran medida de las traducciones”. La
moraleja: hay una “carencia de políti-
cas editoriales claras”. Los estudian-
tes, así, obtienen el material que ne-
cesitan para sus estudios
principalmente de la biblioteca, la fo-
tocopia y la Internet, “porque no hay
libros o porque éstos resultan onero-
sos para la economía estudiantil”.
En su investigación, Virginia Ca-
reaga se apoya en un estudio de
Adrián de Garay, Los actores descono-
cidos. Una aproximación al conoci-
miento de los estudiantes(ANUIES,
2001), que documenta los “medios
para la adquisición de información y
material de estudio por ciudad”. Es
decir, las fuentes a las que acuden los
estudiantes y que sustentan la certeza
de que los libros universitarios en
México ocupan, desde este punto de
vista, un lugar marginal.
De Garay se ocupa de la Ciudad de
México, Oaxaca, Mérida, Tijuana,
Colima, Veracruz y Pachuca en los
campos de las ciencias agropecuarias,
ciencias de la salud, ciencias naturales
y exactas, educación y humanidades,
ingeniería y tecnología, ciencias socia-
les y ciencias administrativas. Está
claro que no es el país completo, pero
el corte transversal ilustra la situa-
ción. Las respuestas fueron agrupa-
das bajo los siguientes criterios: “fre-
cuentemente”, “a veces”, “casi
nunca” y “nunca”. Seleccionemos al-
gunos indicadores.
En primer lugar están las bibliote-
cas de las escuelas. Los porcentajes
de los estudiantes que las consultan
frecuentemente oscilan entre
36.7% (Oaxaca) y 59.2% (Méri-
da), y de los que las consultan a ve-
ces entre 32.0% (Mérida) y 38.9%
(Veracruz). Le siguen las fotoco-
pias: entre 28.2% (Monterrey) y
36.8% (Mérida) requieren de ellas
frecuentemente, y entre 52.3%
(Mérida) y 56.45% (Pachuca) a ve-
ces. El uso de la Internet, por su-
puesto, comienza a extenderse. De
10.8% (Ciudad de México) a
25.6% (Colima) la consulta fre-
cuentemente, y de 11.4% (Oaxaca)
a 38.5% (Colima) a veces. Los por-
centajes relativos a la compra de li-
bros y revistas para el desahogo de
las tareas no son alentadores: lo ha-
cen frecuentemente de 8.2% (Pa-
chuca) a 12.7% (Oaxaca); a veces,
entre 23.5% (Colima) y 33.4%
(Ciudad de México); casi nunca,
aproximadamente la mitad: de
39.7% (Monterrey) a 54.5% (Pa-
chuca), y nunca entre 10.0% (Ciu-
dad de México) y 17.2% (Mérida).
Nuestras editoriales universitarias
enfrentan un reto difícil, más aun en
la situación económica actual. En la
siguiente entrega, presentaremos al-
gunas reflexiones y datos al respecto
de presupuestos, estructura del tra-
bajo editorial, títulos publicados,
contenidos y comercialización y dis-
tribución, que nos permitirán perfi-
lar algunos horizontes posibles.


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