Introducción
A mediados de la década de los noventa, México
enfrentó una de las crisis económicas más virulentas
por las que ha atravesado en su historia. Sin
embargo, las medidas instrumentadas en el momento
por las autoridades financieras permitieron
contener y revertir la crisis en un plazo relativamente
corto. En la actualidad, la economía mexicana
enfrenta nuevos desafíos, resultado esta vez
del contagio de una crisis financiera que tuvo su
origen en Estados Unidos y en otras economías
avanzadas. De nueva cuenta, las autoridades financieras
estamos frente a la tarea de diseñar e instrumentar
estrategias para mitigar su impacto sobre
nuestro país.
La gestación de la crisis en México en 1994-95
México recibió flujos enormes de capital extranjero
durante los años previos a la crisis de 1994-95. Esto
obedeció, en parte, a las perspectivas favorables
que presentaba la economía mexicana después de
varios años de estabilización macroeconómica y de
la implementación de importantes reformas estructurales.
Además, el proceso de liberalización financiera
que se había iniciado en 1988 y un entorno
internacional muy propicio, ya que en los
países industriales prevalecía una situación de tasas
de interés bajas, dieron un impulso adicional a
la entrada de capitales. Así, de 1991 a 1993 esas
entradas de capital a México alcanzaron un promedio
anual de casi 8% del PIB.
Los acontecimientos descritos tuvieron un fuerte
impacto sobre la economía mexicana:
El tamaño del sistema financiero aumentó considerablemente.
Así, de 1988 a 1994 la relación entre
M4, el agregado monetario más amplio, y el PIB,
se incrementó en 20 puntos porcentuales.
Las entradas de capital coincidieron con un fortalecimiento
de las finanzas públicas y una fuerte
demanda de crédito. De esta manera, se produjo
un muy rápido crecimiento del crédito bancario al
sector privado. De 1988 a 1994, el crédito bancario
al sector privado medido como proporción del
PIB se cuadruplicó.
Al mismo tiempo, la expansión de la demanda
impulsada por una amplia disponibilidad de financiamiento
condujo a un fuerte aumento del déficit
en cuenta corriente de la balanza de pagos. En
consecuencia, para 1994 ese déficit representaba ya
el 7% con respecto al PIB.
En resumen, la abundante disponibilidad de financiamiento
resultó en un elevado nivel de apalancamiento,
tanto de empresas, como de hogares
e instituciones financieras.
Desafortunadamente, el proceso descrito estuvo
acompañado del surgimiento de varios frentes de
vulnerabilidad. El creciente déficit en la cuenta corriente
de la balanza de pagos fue uno de ellos.
Una visión muy difundida en aquella época era
que el déficit externo no podría ser fuente de problemas
graves cuando estaba generado por el sector
privado y las finanzas públicas mostraban una situación
de fortaleza.1 Sin embargo, esta perspectiva
no ponía suficiente atención en que el déficit con el
exterior era financiado en lo principal con capitales
de corto plazo bajo un régimen de tipo de cambio
semifijo o predeterminado.
El rápido crecimiento del crédito al sector privado
en ausencia de mecanismos adecuados de supervisión
y regulación bancaria, dio lugar a otro
frente de vulnerabilidad. Como resultado de la nacionalización
bancaria de 1982, los bancos habían
perdido a su personal con mayor experiencia y capacitación.
Tampoco contaban con experiencia en
el otorgamiento de crédito al sector privado ya que
durante la década de los ochenta la mayor parte
del financiamiento bancario se había canalizado al
gobierno federal. De esta manera, la amplia disponibilidad
de recursos, una competencia intensa entre
los bancos recién privatizados por ampliar su
participación de mercado y la falta de experiencia y
de controles prudenciales y de riesgos suficientes
impidieron que el crédito se otorgara de manera
más adecuada.
En los bancos, el esquema de incentivos operó
también a manera de premiar la toma de riesgos
excesivos. Los nuevos banqueros deseaban recuperar
en un periodo corto su inversión sin tomar en
cuenta el elevado riesgo que estaban asumiendo.2
Los problemas se acentuaron por la insuficiente
transparencia de las estadísticas oficiales y las prácticas
contables de los bancos comerciales, lo cual
dificultó una evaluación objetiva de la situación.
En ese entorno de vulnerabilidad, el comienzo
de un ciclo alcista de las tasas de interés
internacionales a partir de febrero de
1994, junto con una situación de incertidumbre
política creciente, detonaron
la crisis. Los inversionistas cambiaron
abruptamente su percepción acerca de
las perspectivas de la economía mexicana,
lo que dio lugar a salidas masivas de
capital. Así, la reversión repentina de los
flujos de capital y una depreciación pronunciada
del peso frente al dólar ocasionó una crisis profunda
en el sector financiero mexicano.
Respuesta de las autoridades ante la crisis
En esa coyuntura, el reto principal para las autoridades
fue evitar el colapso del sistema financiero y
productivo, y restablecer la confianza de los inversionistas
en el país. Debido a la naturaleza de la
crisis, la respuesta de política se concentró en dos
frentes. En primer lugar, se instrumentaron políticas
fiscales y monetarias restrictivas y se adoptó un
tipo de cambio flexible; en segundo lugar, se negoció
un cuantioso paquete internacional de apoyo
que permitió fortalecer la confianza en la capacidad
del país para cumplir con sus obligaciones financieras.
El deterioro del empleo y el alza de las tasas de
interés provocaron un fuerte aumento de la cartera
vencida en las instituciones de crédito y, por ende,
un descenso marcado en los niveles de capitalización
de la banca. En respuesta, se ejecutaron diversas
medidas para apoyar tanto a los deudores como
a los bancos. La finalidad fue prevenir una
quiebra generalizada de las instituciones financieras.
Se adoptó a tal fin un enfoque integral, ya que
se enfrentaban problemas de liquidez y solvencia
con repercusiones sistémicas. Entre las medidas
que se adoptaron destacan las siguientes:
• El suministro de liquidez en moneda extranjera
a los bancos comerciales para impedir presiones
adicionales sobre el tipo de cambio.
• Un acuerdo de apoyo para deudores de la banca.
• La compra de cartera en problemas con el fin
de fortalecer el capital bancario.
• La activación de un programa de capitalización
temporal para los bancos.
• Reformas legales para facilitar una recapitalización
efectiva de la banca. Con ese fin se reforzaron
las reglas de capitalización y se
permitió una mayor participación de los
inversionistas extranjeros en la banca
mexicana.
• La intervención de varias instituciones
de crédito.
Las autoridades estaban conscientes de
los riesgos que implicaba la estrategia
instrumentada. Sin embargo, también había conciencia
de que el escenario alternativo de un posible
colapso del sistema financiero y una profunda y
prolongada recesión conllevaba costos mucho más
elevados.
La crisis financiera en Estados Unidos
Desde principios de los años 2000, la situación
macroeconómica en Estados Unidos se caracterizó
por un déficit elevado en la cuenta corriente. Como
proporción del PIB, ese déficit llegó a 6% en
2006. Un entorno internacional de tasas de interés
reducidas y abundante liquidez permitió que dichos
déficit se financiaran fácilmente con entradas
masivas de capital. Lo anterior, combinado entre
otros factores, con un proceso de rápida innovación
financiera, alimentó una bonanza del crédito.
Las autoridades estadounidenses consideraban que
el déficit en cuenta corriente no debería ser fuente
de problemas, dado que el rápido crecimiento de
la productividad en Estados Unidos y las elevadas
utilidades de las empresas hacían de ese país un sitio
muy atractivo para la inversión. Asimismo, se
pensaba que la gran dimensión de los mercados de
capital podría acomodar sin dificultades los llamados
desequilibrios globales y que su corrección sería
gradual.
Como en el caso de México, el entorno macroeconómico
estuvo acompañado de una serie de vulnerabilidades.
Para comenzar, las instituciones financieras en Estados
Unidos han operado en un ambiente de excesiva
fragmentación en su regulación y supervisión.
La situación se complicó, además, por el hecho
de que muchos inversionistas no examinaron a
fondo los riesgos implícitos en los activos subyacentes
de los productos estructurados en los que
estaban invirtiendo. A ello contribuyó también en
parte la opacidad en la información financiera y la
existencia de criterios contables demasiado
laxos.
Las instituciones financieras en Estados
Unidos operaron sin el debido cuidado
algunos aspectos vitales de sus
operaciones crediticias. Sus sistemas de
control de riesgos mostraron debilidades
importantes y no existía transparencia
suficiente respecto a su exposición a
productos financieros de alto riesgo.
El llamado modelo de originar y distribuir propició
una distorsión importante en los incentivos. Esto
último, toda vez que mediante la bursatilización
de los préstamos, sus originadores se deshacían del
riesgo crediticio, por lo que no compartían las posibles
pérdidas futuras. En consecuencia, la motivación
principal fue generar el mayor número posible
de hipotecas y de otros créditos independientemente
de la capacidad de pago de los deudores. Y así, la
cartera hipotecaria se deterioró. Los problemas causados
por la influencia de incentivos perversos se
agravaron con los esquemas de compensación ofrecidos
a los ejecutivos del sector financiero, los cuales
enfatizaban los resultados de corto plazo sin
interiorizar los riesgos asumidos.
Los elevados niveles de apalancamiento existentes
y el hecho de que existían partidas muy importantes
fuera del balance de las instituciones
financieras en los llamados “vehículos especiales”
propiciaron una conexión estrecha entre los participantes
de la industria. A la postre, este hecho
ocasionó un fuerte contagio entre instituciones financieras.
Al exacerbarse los problemas con algunos
activos, las instituciones empezaron a
cuestionar la fortaleza de sus contrapartes y los
problemas se difundieron rápidamente de un segmento
relativamente delimitado del mercado a la
industria en su conjunto.
Las autoridades estadounidenses detectaron algunas
de las vulnerabilidades que afectaban al
sistema financiero. Sin embargo, no se tomaron
en su momento las acciones correctivas requeridas.
Quizás ello haya obedecido, cuando menos
en parte, a la creencia de que el marco de supervisión
vigente, el funcionamiento de las fuerzas del
mercado y la labor de las agencias calificadoras,
permitirían una asignación eficiente de los recursos
y márgenes adecuados de protección para el
sistema financiero. También pudo haber existido
una actitud de cierta complacencia por
parte de las autoridades, por el hecho
de que en años anteriores el sistema financiero
se había ajustado sin mayores
contratiempos a una serie de choques
(entre ellos la crisis asiática, el estallido
de la burbuja en el sector de alta tecnología
y los ataques terroristas del 11 de
septiembre).
El detonador de la crisis fue el desplome en los
Estados Unidos de los precios de los bienes raíces.
Conforme se incrementaban los incumplimientos
de pagos en el mercado de las hipotecas de baja calidad
(subprime), afloraron grandes dudas respecto
al valor de los activos respaldados por estas hipotecas.
Al reconocerse las pérdidas que causaron, también
se observaron quebrantos en otros
instrumentos y las dificultades se extendieron a
otros países, desencadenando los problemas que
han llevado a la situación actual.
La respuesta de las autoridades estadounidenses
frente a la crisis ha sido secuencial, respondiendo a
los eventos conforme se fueron presentando. En
una primera etapa, se consideró que el problema
de las hipotecas de baja calidad afectaría solamente
a un segmento de los mercados financieros y
que el fenómeno no tendría consecuencias sistémicas.
No obstante, las medidas adoptadas resultaron
insuficientes y la crisis cobró una fuerza y magnitud
inusitadas. A partir de entonces, se han venido
reforzando las políticas correspondientes. Entre las
acciones adoptadas destacan aquellas orientadas a
proveer de liquidez a los mercados financieros, la
intervención directa de varias instituciones, programas
de apoyo para capitalizar instituciones financieras,
el fortalecimiento de los esquemas de
garantía para los depósitos bancarios, acuerdos de
intercambio de monedas (swap lines) para aliviar
los problemas de financiamiento en dólares en
otros países y reducciones coordinadas de tasas de
interés por parte de los bancos centrales.
Del breve recuento anterior, se pueden destacar
varias similitudes entre la crisis de México de
1994-95 y la crisis actual en los Estados Unidos:
• Cuantiosas entradas de capital extranjero propiciadas
por un ambiente de tasas de interés internacionales
bajas y la búsqueda de un mayor
rendimiento por parte de los inversionistas.
• Amplia disponibilidad de recursos que propició
un crecimiento desmedido del crédito
en un contexto de deficiencias en
las prácticas bancarias.
• Serias deficiencias en los esquemas
de supervisión y regulación bancaria.
• Problemas de opacidad en la información.
• Incentivos que favorecieron la toma
de riesgos excesivos por parte de las
instituciones financieras.
• Crisis financieras caracterizadas por problemas
de liquidez y de solvencia de naturaleza sistémica.
• Intervención directa de las autoridades en varias
instituciones financieras.
• Un entorno político complicado para implementar
las medidas requeridas para apoyar al
sistema financiero.
En México, los resultados de los esfuerzos para
contener a la crisis bancaria de principios de la década
de los noventa son prueba del éxito de la estrategia
seguida. Sin embargo, los costos fueron
elevados, tanto en términos de la caída en el PIB en
1995 y sus consecuencias sobre el empleo y el ingreso
de los trabajadores, como en cuanto al monto
de recursos fiscales que se tuvieron que comprometer.
Además, durante varios años el sistema bancario
no estuvo en posibilidad de apoyar a la actividad
económica con montos adecuados de financiamiento.
De hecho, el crédito bancario al sector privado
medido como proporción del PIB se ubica en
la actualidad por debajo de los niveles registrados
en 1994.3 Asimismo, la intermediación financiera
medida mediante la participación del agregado M4
sobre el PIB, también cayó fuertemente.
El impacto de la crisis financiera de Estados Unidos
sobre la economía real de ese país, y el costo
fiscal de las medidas implementadas para hacerle
frente son aún inciertos. Sin embargo, es de esperarse
que sean considerables. La economía estadounidense
enfrenta la perspectiva de una recesión
profunda y de un periodo prolongado de ajuste en
el sector financiero, el cual puede venir acompañado
de una menor disponibilidad de financiamiento,
estándares más estrictos para el otorgamiento
de crédito y una reducción de la intermediación financiera.
Así, la crisis podría obstaculizar el logro
en ese país de tasas de crecimiento económico adecuadas
durante varios años.
Aunque se aprecian muchas similitudes
entre la crisis mexicana de mediados
de los noventa y la actual en Estados
Unidos, también se observan diferencias
de consideración. Una de las más importantes
reside en que mientras la crisis
mexicana no tuvo un efecto de
contagio significativo sobre el resto del
mundo, la crisis en Estados Unidos está
teniendo repercusiones severas sobre la economía
mundial. Esto se debe a la magnitud de los desequilibrios
fiscal y externo de ese país. La dimensión
global de la crisis actual no tiene precedente.
Cabe señalar al respecto a manera de ejemplo que
las expectativas de crecimiento económico mundial
para 2009 se han ajustado a la baja fuertemente,
y que el Fondo Monetario Internacional
proyecta que en ese año las economías avanzadas
registrarán una contracción por primera vez en el
periodo de la posguerra.
Impacto de la crisis en México
y otras economías emergentes
En sus etapas iniciales, la turbulencia financiera internacional
no afectó en medida importante a las
economías emergentes. Ello se debió fundamentalmente
a la baja exposición de sus instituciones financieras
a los activos relacionados con el mercado
de las hipotecas de baja calidad (subprime) y a otros
productos tóxicos. Además, los fundamentos ma
croeconómicos son mucho más sólidos que durante
etapas anteriores de turbulencia. Sin embargo, la
situación se modificó de manera radical a partir de
la segunda quincena de septiembre.
La quiebra de Lehman Brothers, ocurrida a mediados
de ese mes, representó un punto de inflexión,
al propiciar el episodio más álgido de pérdida
generalizada de confianza en lo que va de la crisis.
Las repercusiones sobre las economías emergentes
fueron considerables. Antes, de principios de enero
a mediados de septiembre de 2008, el índice EMBI
global había aumentado 93 puntos base. En cambio,
después de la quiebra de Lehman y hasta el 2
de diciembre, el aumento fue de 432 puntos base.
El contagio de la crisis financiera de las economías
avanzadas a las emergentes ha operado a través de
dos canales, uno real y otro financiero.
Por el lado real de la economía, el debilitamiento
de la actividad económica mundial se ha
reflejado en una menor expansión de las
exportaciones y en caídas de las remesas
familiares. Además, los términos de intercambio
de las economías exportadoras
de productos primarios se han deteriorado
y se ha debilitado la confianza de los
inversionistas y consumidores.
En el caso de México, cabe señalar,
por ejemplo, que la tasa de crecimiento anual de
las exportaciones de manufacturas disminuyó de
10% en octubre de 2007 a 3% en el mismo mes
de este año. Las cifras correspondientes para las
exportaciones de petróleo, afectadas por el desplome
de los precios y del volumen exportado,
son respectivamente de 30 y 8 por ciento. Por su
parte, los ingresos por remesas de trabajadores en
el exterior se redujeron en cerca de 2% a tasa
anual en el periodo enero-octubre de 2008. Así,
el deterioro de la actividad económica mundial y,
específicamente, de la estadounidense, propició
una disminución considerable en el crecimiento
del PIB en el tercer trimestre del año. Además, las
proyecciones relativas a la expansión de la actividad
económica en el resto de 2008 y en 2009 se
han ajustado a la baja de manera importante. Ello
explica, en buena medida, la depreciación inicial
del tipo de cambio.
Por el lado financiero, la transmisión ha operado
principalmente a través de vías indirectas. El incremento
sustancial en la percepción de riesgo global
ha propiciado la liquidación de posiciones cuantiosas
por parte de inversionistas extranjeros en los
mercados accionarios y de deuda. Esas conductas
han inducido depreciaciones bruscas de los tipos
de cambio, desplomes de los mercados accionarios
y un incremento de los diferenciales de riesgo en
las emisiones de bonos. Las dificultades se han
agravado por la demanda de divisas por parte de
algunas empresas que habían participado en operaciones
con productos derivados. Estos factores
dieron lugar a una depreciación adicional considerable
del peso mexicano y de otras divisas de economías
emergentes. En consecuencia, la
volatilidad del tipo de cambio nominal se incrementó
durante octubre a niveles no vistos desde
hacía más de una década.
En los países con una participación extranjera importante
en el sistema bancario, las necesidades de
capital por parte de sus matrices en el exterior
se han reflejado en un encarecimiento
notable de los créditos otorgados
por las filiales.
Adicionalmente, la crisis financiera
global ha resultado en una menor disponibilidad
y mayor costo del financiamiento
en los mercados internacionales,
tanto para el gobierno como para
bancos y empresas. Así, los diferenciales de riesgo
para la emisión de bonos soberanos de México,
medidos a través del índice EMBI Global, aumentaron
293 puntos base del 12 de septiembre al 2 de
diciembre. En el caso del sector privado, las empresas
no financieras son las que han resentido
los mayores incrementos en los costos de emisión
de deuda. Cabe destacar, sin embargo, que si bien
el contagio a las economías emergentes ha sido
generalizado, los problemas han sido más acentuados
en aquellos países con fundamentos económicos
menos sólidos.
Los mercados financieros internos también se
han visto afectados por la etapa de turbulencia. El
incremento de la aversión al riesgo ha dado lugar a
una mayor demanda de bonos gubernamentales
de corto plazo y a la venta de bonos de largo plazo,
lo que ha propiciado un empinamiento de la
curva de rendimientos (revertido recientemente).
Por otra parte, si bien hasta la fecha los bancos en
México han cubierto sus necesidades de liquidez
mediante el mercado interbancario y las facilida-
des de liquidez tradicionales del Banco de México,
como se verá más adelante, éste ha abierto una
nueva facilidad de liquidez para contar con un mecanismo
adicional de respuesta. Con respecto a los
mercados de deuda del sector privado, el entorno
de una percepción de mayor riesgo ha tenido dos
consecuencias: un incremento en la participación
relativa de los valores de corto plazo en el total
emitido y mayores costos en las colocaciones de
deuda interna, tanto para el sector financiero no
bancario como para las empresas financieras.
La crisis financiera internacional ha agudizado la
tendencia a la baja, que ya se venía observando desde
meses previos, del crédito de la banca comercial
al sector privado. Es previsible que dicha tendencia
se acentúe durante los próximos meses debido, entre
otros factores, a los efectos de la crisis internacional
sobre la disponibilidad y costo del crédito
bancario interno, y a la percepción de
un mayor nivel de riesgo asociado al crédito
bancario. Es de esperase que en los
próximos meses la perspectiva de condiciones
crediticias más astringentes para
el sector privado incida negativamente
sobre la actividad económica.
Acciones implementadas en México
Los problemas que enfrenta en la actualidad la
economía mexicana son muy diferentes de aquellos
que la afectaron a mediados de los noventa.
Las dificultades recientes tienen su origen en el exterior,
no en México; el marco macroeconómico se
caracteriza por un déficit reducido de la cuenta corriente
de la balanza de pagos, un tipo de cambio
flexible, bajos niveles de endeudamiento público y
privado, elevadas reservas internacionales y confianza
en las políticas monetaria y fiscal. Por su
parte, el sistema financiero se encuentra en una
posición sólida y sujeto a esquemas adecuados de
regulación y supervisión. No existen cuestionamientos
sobre la transparencia y solidez de las estadísticas
proporcionadas por el sector público.
Todo lo anterior ha permitido hacer frente a la crisis
financiera internacional desde una posición de
mayor fortaleza.
La mayoría de las acciones han estado dirigidas a
preservar el buen funcionamiento de los mercados
financieros.
Así, ante el fuerte incremento de la volatilidad en
el mercado cambiario, durante octubre, la Comisión
de Cambios adoptó varias medidas orientadas
a aminorar la volatilidad y, gradualmente, restablecer
un funcionamiento ordenado en ese mercado.
Por un lado, se puso nuevamente en marcha la subasta
diaria de dólares a un tipo de cambio mínimo
2% superior a la cotización del día hábil inmediato
anterior. La finalidad fue reducir la volatilidad en dicho
mercado. El monto diario máximo a subastar se
fijó en 400 millones de dólares. Hasta el 15 de diciembre,
el total subastado a través de este mecanismo
había sido de 4 132 millones de dólares.
Por otro lado, se llevaron a cabo subastas extraordinarias
por 11 000 millones de dólares. El
objetivo fue atender necesidades vinculadas con
las operaciones con derivados y restablecer un funcionamiento
ordenado en el mercado cambiario.
Hasta principios de diciembre, el total
de divisas subastado se ubicó en 15 132
millones de dólares. No obstante las intervenciones
realizadas en el mercado
cambiario, al 11 de diciembre de 2008
las reservas internacionales del país sumaban
84.6 miles de millones de dólares,
nivel por encima del observado a
principios del año.
Las autoridades mexicanas también han tomado
acciones orientadas a asegurar niveles adecuados
de liquidez, como una medida preventiva para
promover un buen funcionamiento de los mercados
financieros y de los sistemas de pagos. En particular,
como se mencionó con anterioridad, el
Banco de México abrió una ventanilla adicional de
liquidez para los bancos comerciales. Este mecanismo
les permite tener financiamiento hasta por
el monto que requieran en forma automática,
siempre y cuando cada operación se encuentre respaldada
por activos elegibles.
Asimismo, el 29 de octubre se anunció el acuerdo
de la Reserva Federal, el Banco Central de Brasil,
el Banco de México y la Autoridad Monetaria
de Singapur, para establecer líneas de intercambio
recíproco de monedas (swaps) a fin de asegurar
condiciones adecuadas de liquidez en dólares. Este
mecanismo le permite a México tener acceso a 30
mil millones de dólares de la Reserva Federal en
caso de que lo requieran las condiciones de liquidez
en esa moneda.
Otras acciones adoptadas por las autoridades
mexicanas para enfrentar la crisis incluyen apoyos
para el refinanciamiento de papel comercial, una
menor emisión de instrumentos de largo plazo por
el gobierno federal, la recompra por parte del Banco
de México de instrumentos emitidos por el Instituto
para la Protección del Ahorro Bancario
(IPAB), un mecanismo de intercambio (swaps) de
tasas de interés a través del Banco de México, el aumento
del financiamiento del gobierno federal con
organismos financieros multilaterales y la creación
de una facilidad temporal para proveer de liquidez
a las Sociedades de Inversión. Asimismo, se instrumentó
un programa de recompra de bonos de largo
plazo por parte de la Secretaría de Hacienda.
Además, con el fin de aliviar los efectos de la crisis
sobre la planta productiva, el gobierno federal puso
en marcha un programa para impulsar el crecimiento
y el empleo.
Si bien la incertidumbre no se ha disipado,
el anterior conjunto de medidas
ha permitido atenuar de manera importante
el contagio de la crisis financiera
internacional. Asimismo, se prevé que
la continuidad de las políticas orientadas
a mantener la estabilidad macroeconómica,
así como la adopción de
medidas para preservar la estabilidad del sistema
financiero, permitirán superar las dificultades en
un horizonte razonable.
Acciones por tomar
Han sido muchas las medidas que se han instrumentado
para enfrentar la crisis financiera internacional.
Además de las que se han puesto en
marcha en Estados Unidos, las autoridades de varios
países europeos y de otras regiones también
han implementado acciones para enfrentar la crisis.
En general, éstas se han orientado a fortalecer
la confianza del público en la capacidad de las instituciones
financieras para cumplir con sus obligaciones
y evitar que surjan problemas de liquidez y
de solvencia.
Durante un periodo prolongado, las reacciones
de política se basaron en respuestas individuales
por parte de los países. Sin embargo, el deterioro
de los mercados financieros hizo evidente que un
enfoque caso por caso sería insuficiente para superar
la crisis. De esta forma, las autoridades europeas
y estadounidenses han anunciado diversas
políticas orientadas a presentar una respuesta
coordinada. En una primera etapa, estas medidas
se orientaron a inducir una reducción conjunta
de las tasas de los bancos centrales de varias economías
avanzadas.4 Posteriormente, ante la necesidad
de un enfoque integral, varios países
europeos y Estados Unidos implementaron esfuerzos
coordinados para asegurar niveles adecuados
de liquidez en dólares, inyectar capital a sus
bancos, incrementar la cobertura del seguro a los
depósitos bancarios y garantizar deuda bancaria
recién emitida. En una tercera etapa, tomando en
cuenta el imperativo de una participación más activa
de las economías emergentes en la solución
de la crisis, se llevó a cabo una reunión cumbre
del G-20 para impulsar la coordinación de políticas
a nivel internacional. Sin duda, todas
estas acciones han representado
pasos en la dirección correcta.
Sin embargo, la necesidad de acrecentar
los esfuerzos es evidente. Las circunstancias
actuales sugieren la conveniencia
de fortalecer los mecanismos
de cooperación financiera internacional.
En épocas de estabilidad financiera
los beneficios individuales de adoptar medidas
de ese corte se perciben como pequeños para cada
país. En cambio, en periodos de turbulencia financiera,
como el actual, se valoran mucho más
las ganancias que se derivan de la cooperación.
Desafortunadamente, no se ha podido diseñar
una arquitectura financiera internacional que
promueva acciones más activas de cooperación
en épocas normales y la cual pudiera facilitar acciones
rápidas y efectivas en épocas de crisis financieras.
Los esquemas actualmente en operación
bajo la dirección del Fondo Monetario
Internacional, el Banco de Pagos Internacionales,
del G-20 y del Foro para la Estabilidad Financiera,
entre otros, son muy valiosos, pero han probado
ser insuficientes en coyunturas difíciles. En
consecuencia, se requiere fortalecer los mecanismos
de cooperación entre autoridades financieras
a nivel mundial. La participación de las economías
emergentes en el diseño e implementación
de ese marco global de cooperación será fundamental.
Conclusiones
Desde una perspectiva general, la crisis que ha
aflorado en los mercados financieros internacionales
refleja la necesidad de llevar a cabo un proceso
de desapalancamiento a nivel global, que
permita reducir el endeudamiento en la economía
mundial a un nivel sostenible. La contrapartida
de este proceso, además del episodio de
turbulencia que estamos viviendo en la actualidad,
será una disminución considerable de la tasa
de expansión del gasto y, por tanto, del crecimiento
económico global.
Afortunadamente, México cuenta con fundamentos
económicos sólidos para superar estos retos.
Lo anterior, aunado a las medidas que se han implementado
para asegurar una operación adecuada
del sistema financiero en un entorno particularmente
difícil, permitirán hacer frente a la crisis financiera
internacional de manera exitosa.
Una vez que se estabilicen las condiciones económicas
mundiales, las autoridades mexicanas deberán
concentrar sus esfuerzos en aumentar la tasa
de crecimiento potencial de la economía y en mejorar
los niveles de bienestar de la población. Es
preciso que veamos más allá de la presente coyuntura.
Por ello, será necesario implementar medidas
que permitan una asignación más eficiente de los
recursos productivos. En particular, se debe asegurar
que los incentivos que guían las decisiones de
los agentes económicos estén orientados a elevar la
competitividad y el crecimiento económico. El logro
de esos fines requerirá, entre otros avances, de
modificaciones al marco institucional que define
los incentivos que enfrentan los agentes económicos
para invertir, adoptar tecnologías de punta y
utilizar prácticas laborales eficientes.
En cuanto al Banco de México, es claro que la
principal contribución que puede hacer al crecimiento
económico es mantener bien ancladas las
expectativas de inflación y apegarse a su mandato
constitucional de procurar la estabilidad de precios.
Las autoridades monetarias están conscientes de la
gravedad de la coyuntura que se vive y de la intensificación
de los riesgos a la baja para la actividad
económica. Sin embargo, las presiones inflacionarias
no han acabado de disiparse. Conforme a lo
anticipado, el ritmo de crecimiento de los precios
ha mantenido una trayectoria alcista durante el último
trimestre de 2008. De todas formas, es previsible
que se cumpla la trayectoria de la inflación
visualizada por el Banco para 2009. El Banco de
México seguirá vigilando la evolución del balance
de riesgos con miras al cumplimiento de la meta de
inflación de 3%, procurando al mismo tiempo contribuir
a mitigar el impacto de la crisis financiera
global sobre la economía mexicana.
1 Nigel Lawson, ministro de Hacienda inglés de la época,
introdujo este argumento en el debate público.
2 La privatización bancaria se llevó a cabo en un periodo
corto y a precios relativamente altos. En retrospectiva, es
evidente que debió haberse previsto un incremento sustancial
de las reservas preventivas de los bancos.
3 El crédito bancario al sector privado se redujo de un
máximo de 42.8% del PIB en 1994 a 10.9% en 2005, aumentando
a 15.5% en 2007. Por su parte, el cociente de
M4 a PIB, después de alcanzar 50.9% en 1994, disminuyó
a 43.9% en 2000 y aumentó a alrededor de 58.4%
en 2007.
4 El Banco de la Reserva Federal de Estados Unidos, el
Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra, el Banco Central
Europeo, el Banco de Suecia y el Banco Nacional de
Suiza.
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