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MIRADOR. Rogelio Salmona coloniza el vacío
Cultura | Juan Manuel Roca | 17.04.2009 | 0 Comentarios

Hay muchas maneras de colonizar el vacío. Los historiadores

señalan que los brazos de la Venus de Milo se

quebraron en el fondo del mar, que el caprichoso mar le

agregó un vacío a su vacío.

De todas las artes, quizá sea la arquitectura la que más

cumple con un deseo de copar y transformar el vacío, ya

que en ella está implícito el sentido del habitar, de la

morada.

Las formas con las que Rogelio Salmona coloniza los

espacios baldíos están siempre en consonancia con la

naturaleza, de allí que su arquitectura sea algo más que

una sobre-naturaleza.

Su espléndido edificio póstumo, el del Fondo de Cultura

Económica en Bogotá, nos recuerda a cada paso el

aserto de George Braque: “Debe preocuparnos más estar

en consonancia con la naturaleza que copiarla”.

Bogotá es una ciudad acurrucada bajo un cerco de

montañas. Volver a darles vida en el ojo del ciudadano,

en la mirada casi siempre distraída del transeúnte cotidiano,

debería ser un asunto imperioso de su arquitectura.

Pero no, así como hay pueblos costaneros que le dan

la espalda al mar, la ciudad fue con el paso del tiempo

ignorando sus ásperas formaciones y el pastoreo de sus

nubes que siempre las envuelven.

Yo miro este rincón atrapado por Salmona en el que

se yergue el cerro tutelar de Monserrate y entiendo que

la ciudad es un gran balcón desde el que se divisa una

vasta extensión copada por el termitero humano de sus

edificaciones y por los lampos de una luz dorada en su

Sabana.

Más allá de los usos magníficos del espacio, de un edificio

hecho para el trasiego tranquilo y silencioso, las terrazas

que nuestro arquitecto le coloniza al aire se

incorporan a su historia, a una historia que evoca guerras

y rezos, festejos y quebrantos. Todo esto es algo

muy suscitador, algo que nos llega de manera imprevista,

casi atávica.

Balcón que mira a los balcones del barrio de La Candelaria,

la mirada que nos amplía Salmona en un ensamble

de calles, cúpulas y cerros no puede ser más amplia y

abrigadora en medio de los vientos que se filtran entre los

cerros de Monserrate y Guadalupe, unos aires que llegan

a la ciudad desde el Páramo de Cruz Verde, con su frío

de cuchillo.

Desde estas terrazas, desde este plano aéreo, el interior

del edificio resulta tan rastreable como la ciudad desde

las montañas. Abajo corre el agua en pequeños canales y

es un rumor grato en el silencio que impone la construcción,

su espacio visual, su mirada táctil. Se podría decir

que el agua es la banda sonora del edificio.

Este rincón atrapado en la fotografía me conduce a pensar

en la forma, repito, que tiene Salmona de colonizar el

vacío en armonía con todo lo que lo circunda. En este caso

bien vale la pena hablar de vacío. Antes del edificio de Salmona

existió en ese espacio un colegio de mujeres, el primero

de la Nueva Granada, de 1770 a 1860. Allí estudió

una heroína fusilada en tiempos de la Independencia, Policarpa

Salavarrieta. Luego permaneció vacío de 1860 a

1920 para convertirse en una escuela de Bellas Artes y posteriormente,

antes de devenir en un astroso parqueadero

de autos, fue Palacio de Justicia, incendiado el 9 de abril

de 1948.

Así que el espacio de la actual edificación fue por cincuenta

años un conglomerado de vacíos.

Qué más se le puede pedir a una construcción, más allá

de su alto rango estético y de sus múltiples utilidades

contemporáneas, que la restauración pública de una esquina

con tanta carga de pasado y de olvidos a la vez.

En una entrevista que le hiciera Germán Téllez a Salmona,

nuestro arquitecto afirmaba que “los espacios interiores

del barrio La Candelaria son privados; en el

proyecto se busca transformarlos en espacios públicos”.

Sus techos transitables, sus rampas de luz, la mirada

que podemos pasar desde ellos entre el cielo abierto y la

cordillera, entre los patios circulares y el ladrillo desnudo

que contrasta con el verde del paisaje montañoso, asordinan

su modernidad para no alterar ni el ritmo ni las formas

de un barrio colonial.

Se trata de una puesta en escena en la que resulta tan

protagónico el hombre como el paisaje.

17_cultura_mirador_roca

Poeta, ensayista, narrador y periodista

colombiano, Juan Manuel Roca (Medellín,

1946) es autor de Memoria del agua (1973),

País secreto (1987) y Esa maldita costumbre de

morir (2003), entre otras obras.


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