El campo de observación de la obra de Beatriz Ezban es en ocasiones el opuesto al de la carne, al de la vida humana —que, solemos engañarnos, parece ser consustancial al arte. Su esfera es la de la materia y las energías del universo: energía electromagnética, energía térmica, energía quinética… Abordamos entonces su obra no como un catálogo de la condición humana, sino como un tratado visual —inédito— de la Física. Los títulos de muchos de sus trabajos más recientes, como Quasar, Neutrino, Modelo teórico y Gravitación, pero también el tratamiento de estos temas, a base de gamas cromáticas frías, técnicas que se basan en materiales como el aluminio, y una abstracción que remite a lo metálico y lo mineral —al grafito, a esos patrones aleatorios que podemos formar con virutas de fierro y un imán, etcétera— son manifestación literal de ese singular interés.
Ezban se acerca al ámbito de la existencia humana, ciertamente, pero lo hace desde la óptica de las fuerzas físicas. Se diría que su enfoque es el de las energías, que son éstas las que imponen una visión y que la artista, simplemente, ejecuta. Son obras sobre conceptos neutrales —idea, pensamiento, causa— o sobre fuerzas de otro tipo, las del deseo por ejemplo, pero tratadas en los términos (conceptuales y plásticos) de esas fuerzas. Incluso cuando Beatriz incursiona en la figuración y, más aun, en la realidad social —como lo hace en “Campo unificado: la frontera”, muestra que actualmente se presenta en Texas y que le ha merecido reconocimientos como los del Senado de Estados Unidos—, el individuo, en sus momentos más dramáticos, es visto desde cierta distancia, desde cierto silencio, con esa perspectiva de vacío que en De Chirico se asumió como metafísica y aquí podemos llamar energética.
Tal vez en la obra que aquí se despliega la pintora ha llevado a uno de sus límites el consejo de Wei Tai. El poeta del siglo XI enseñó que “la poesía —y el arte por extensión— presenta la cosa a fin de comunicar el sentimiento. Debe ser precisa en lo que se refiere a la cosa, y reticente en lo que se refiere al sentimiento”. Beatriz limita una parte importante de su obra al universo físico, el
de lo cuantificable, y el suyo es el lenguaje inerte, aparentemente frío del cosmos sin el hombre. Pero de acuerdo con la ecuación de Wei Tai, cuanto más precisa es la artista sobre la cosa, cuanto más la observa con neutralidad, más nos conecta con el objeto de su observación e, íntimamente, nos conmueve.
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