INGRID SOLANA
La poesía de Ernesto Cardenal es un “pluriverso”: desde los ecos ancestrales y míticos de la Conquista de América hasta los albores de éste, nuestro siglo XXI, sumergido en los laberintos del capital y la dominación. Poesía tejida por la multiplicidad, en la cual lo doméstico, lo habitual, la realidad inmediata en suma es convertida en la sustancia del poema: en su forma íntima. El “exteriorismo” como una poética en Cardenal es rebasado por una poesía destinada al cuestionamiento del ser, del universo, del hombre en su sentido más hondo. Poesía de la consigna: versos que repiten los fraseos del poder para abolirlos, para suspenderlos en esas letanías silenciosas de una comprensión muda. La poesía de Cardenal es política, pero también es un más allá de la política porque “Bienaventurado es el hombre que no sigue las consignas del Partido” (“Salmo 1”). Cifrar la prolífica obra de Cardenal en un concepto único es un intento lamentable: su riqueza consiste en su dinamismo, en su abarcar diversidades con la eficiencia de una pluma a veces épica como en El estrecho dudoso, profunda y múltiple tal como sucede en Versos del pluriverso, o mística en Telescopio de la noche oscura y en el Cántico cósmico. La poesía de Cardenal no se suscribe, no profesa, no limita a manifiestos la propia composición del poema; en cambio, promueve la multiplicidad, la diversidad, la rizomática manifestación de la palabra en los parajes más inusitados.
De ello se desprende la importancia del viaje; sumergirse en la poesía de Cardenal es emprender un viaje, uno muy largo y quizá destinado al origen, en el que, como decía José Coronel Urtecho, “nuestra patria es el extranjero” (“Carta a propósito de El estrecho dudoso”). Leyendo a Cardenal despertamos, de esa forma en la que Walter Benjamin se refería al despertar. Allí donde la conciencia es recobrada del continuum histórico, en el que el ideal y el slogan del engañoso progreso parecen ser lo más relevante del presente y del pasado. Cardenal reactualiza las figuras, no son símbolos ni emblemas, sino figuras: trazos que nos signan hoy y que nos despiertan a través de esa mirada discontinua de un pasado que adquiere su total relevancia en este presente.
Luces multicolores, anuncios, la publicidad pintarrajeada sobre los muros, la velocidad pertrechando las calles, los mundos, los universos; el tiempo bebiendo las almas enfebrecidas poblando la noche: Amado y Amada, una Marilyn sin maquillaje, el amor de Ileana perdido, recuperado, hecho un poema. Es posible el hombre avispado y a la vez religioso; es posible despertar y aún amar el mundo: he ahí el “pluriverso” de Ernesto Cardenal. ~
• Ingrid Solana (Oaxaca, 1980) estudió la licenciatura y la maestría en letras en la UNAM. Ha impartido clases en diversas universidades mexicanas, como la propia UNAM, el ITAM y la Universidad Panamericana. Cuentos, reseñas y poemas suyos han aparecido en publicaciones como Literal, Contrapunto, Punto de Partida y Andamios. Ha publicado dos libros de poesía: De tiranos (2007, Limón Partido) y Contramundos (2009, Instituto Mexiquense de Cultura).
JORGE MENDOZA ROMERO
Detrás de cada obra de Ernesto Cardenal se encuentra el hallazgo de un orden que abarca los diversos aspectos que dan forma al mundo, el universo elegante de los científicos que en la obra del padre de Solentiname no se contrapone sino que explica la creación de Dios. De este modo se reúnen en sus poemas lugares alejados y que al enlazarlos, como en toda gran metáfora, producen el golpe expansivo de la belleza. La poesía y la lucha por la emancipación de los pueblos latinoamericanos, la poesía y la religión, la poesía y la ciencia; el lenguaje afectivo de la poesía tradicional, la búsqueda del concepto de la poesía culta y la oralidad de las calles. Ante esta reunión de lo que parecen puntos antagónicos, formalmente Ernesto Cardenal cimenta su expresión sobre las formas de dos culturas, también en algún momento enfrentadas: la latina a través del epigrama y la hebrea a través de la versificación paralelística. Resistencia, prosaísmo, experiencia mística, actualización e invención son términos que describen la poesía que se abre al mediodía de los Epigramas. En este libro Ernesto Cardenal se gana el indiscutible lugar de mayor heredero de Catulo y Marcial en nuestro idioma, al que los tradujo de modo irrepetible, como también aclimató la poesía norteamericana, siendo Ezra Pound la mayor influencia reconocida por el propio Cardenal. Los poemas dedicados a Claudia, Ileana o Myriam se han convertido en propiedad de la gente que los repite sin imaginar que pertenecen a un poeta que lo mismo ha cantando al amor de las mujeres que al amor de Dios, y que ha luchado en contra del tirano ya en el campo de batalla, ya en el púlpito, ya en Hora 0 o en los Salmos.
Cuando Ernesto Cardenal hizo explícito su modo de hacer versos, nominado como “exteriorismo”, dijo que “hay que preferir lo más concreto a lo más vago. Decir árbol es más vago, o abstracto, que decir guayacán […]. La buena poesía se suele hacer con cosas bien concretas”. Pensé que los nombres de mujeres de los epigramas sólo eran lo que son gracias a la poesía de Cardenal, símbolos universales. Además de esto, fueron mujeres de las que Ernesto Cardenal estuvo enamorado antes de que el real y perdurable enamoramiento por Dios lo llevara al monasterio de la Trapa en Estados Unidos y a entregarse al Evangelio en la isla de Solentiname. Con un eco proustiano, “Muchachas en flor” es un delicioso capítulo de sus memorias en el que recuerda las mujeres concretísimas de las que se desprendieron los poemas.
Esta misma idea de la poesía es llevada a su mayor desarrollo en el monumental Cántico cósmico, en el que convergen todos los intereses y la experiencia vital a los que Ernesto Cardenal se ha entregado, pero siempre, y aun en el caso de la lucha contra los Somozas que se repiten interminablemente en la historia del continente, bajo la luminosidad de las palabras de San Juan: “El que no ama aún está muerto”. ~
• Jorge Mendoza Romero (Puebla, 1983) es escritor y traductor. Ha publicado ensayos en revistas como Alforja, Tierra Adentro, Casa del Tiempo y Biblioteca de México. En coautoría publicó La luz que va dando nombre. Veinte años de la poesía última en México 1965-1985.
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Jorge Mendoza Romero
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