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Prisioneros de la geografía
Este País | Histórico | Hausmann Ricardo | 29.09.2009 | 0 Comentarios

Así que eres Escorpión; entonces, debes ser apasionado. Así que el barómetro indica que la presión atmosférica está descendiendo; va a llover. Así que tu latitud está por debajo de los 20 grados; entonces tu país debe ser pobre.

 

Puede establecerse cierto debate sobre cuál de estas afirmaciones es verdadera, pero sólo una es verdaderamente ofensiva: la última. De hecho, la noción de que la geografía de un país determina su grado de desarrollo económico está cargada de controversia. La gente se ofende con semejante relación ya que ésta huele a racismo y mina la noción de igualdad de oportunidades entre las naciones y los individuos. Es también paralizante y derrotista: ¿qué pueden hacer o prometer los políticos y los legisladores si nada puede pasar por encima de la geografía? De la segunda guerra mundial hasta mediados de los ochenta, estos sentimientos desataron una reacción contra el estudio de la geografía económica en gran parte del mundo académico. Hoy, sin embargo, las nuevas teorías sobre el crecimiento económico, acopladas a la investigación empírica, han traído de nuevo a la geografía económica al frente del debate sobre el desarrollo. Hablando en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Mujeres y Desarrollo, en junio de 2000, el secretario norteamericano del Tesoro, Lawrence Summers, acusó a «la tiranía de la geografía», particularmente en los países africanos, y alertó contra la conclusión de que «los fracasos económicos de las naciones tropicales aisladas, con suelo pobre, un clima errático y vulnerabilidad a las epidemias, se puedan atribuir simplemente a la incapacidad de los gobiernos para establecer un ambiente propicio». El paradigma de desarrollo que prevalece -según el cual las políticas económicas orientadas hacia el mercado y el respeto a la ley bastan para enriquecer a los países- parece estar perdiendo credibilidad. ¿Qué ocurre si la geografía se atraviesa en el camino a la Tierra prometida?

 

 

Ubicación, ubicación, ubicación

Un objetivo declarado de la comunidad internacional en los últimos cincuenta años ha sido cerrar la brecha del ingreso entre los países pobres y los ricos. Este compromiso dio pie a la creación o al rediseño de instituciones como el Banco Mundial, las oficinas especializadas de las Naciones Unidas como el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas y la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, los bancos regionales de desarrollo como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), oficinas de ayuda bilateral en los gobiernos de las economías más avanzadas, e innumerables fundaciones, centros de investigación y otras organizaciones no gubernamentales.

 

Pero la brecha global entre países ricos y pobres no se ha cerrado. En lugar de ello, ha aumentado. El economista Angus Madison calcula que, en 1820, Europa occidental era 2.9 veces más rica que África. En 1992, esta distancia se había ampliado a 13.2 veces. Esta tendencia continúa -aunque menos dramáticamente- en el sur de Asia, el Medio Oriente, Europa del Este y Latinoamérica. En 1997, el 20 por ciento más rico de la población mundial disfrutó de 74 veces el ingreso del 20 por ciento más pobre, comparado con 30 veces en 1960. Los países que han se quedado atrás tienen características geográficas que los distinguen: tienden a estar situados en regiones tropicales o, a causa de su ubicación, enfrentan altos costos de transporte para acceder a los mercados mundiales, o ambas características.

 

En 1995, los países tropicales tenían un ingreso promedio equivalente, a duras penas, a un tercio del ingreso de los países de zona templada. De los 24 países clasificados como «industriales», no hay uno solo que se encuentre entre los trópicos de Cáncer y Capricornio, excepto el norte de Australia y la mayoría de las islas hawaianas. Entre las treinta economías más ricas del mundo, sólo Brunei, Hong Kong y Singapur se encuentran en zonas tropicales y sus ubicaciones geográficas los hacen idealmente adecuados para crecer mediante el comercio. Las naciones tropicales tienden a tener tasas anuales de crecimiento económico que están entre la mitad y el uno por ciento total por debajo de las de los países templados. Un estudio reciente del BID encontró, a partir del análisis de la calidad de las instituciones y las políticas económicas, que la geografía explicaba alrededor de una cuarta parte de la diferencia de ingreso entre los países latinoamericanos y las naciones industrializadas en 1995. Los países tropicales sufren también de peores condiciones sanitarias que sus contrapartes no tropicales. Tras examinar los niveles del ingreso y la educación femenina, la expectativa de vida en las regiones tropicales es siete años menor que en las zonas templadas. Los países de las áreas tropicales a menudo muestran distribuciones del ingreso especialmente sesgadas. En África y Latinoamérica, el 5 por ciento más rico de la población gana casi el 25 por ciento del ingreso nacional, mientras que en los países industriales ganan sólo el 13 por ciento. La sola latitud puede explicar la mitad de esta diferencia. Incluso entre regiones del mismo país, los niveles de vida están fuertemente ligados a la geografía. Por ejemplo, en México, en los estados del sur como Chiapas, Oaxaca y Guerrero, la tasa de mortalidad infantil es del doble que en los estados del norte, y la del nivel educativo es de la mitad.

 

Los países cuyas poblaciones están lejos de la costa tienden también a ser más pobres y muestran tasas de crecimiento económico más bajas que las naciones costeras. Un país con poblaciones que se encuentran a más de cien kilómetros del mar crece 0.6 por ciento más lentamente al año que las naciones cuya población completa está dentro de esos cien kilómetros. Esto significa, por ejemplo, que las repúblicas postsoviéticas experimentarán las mismas dificultades para lidiar con sus desventajas económicas, que las que enfrentan para vencer los efectos posteriores del comunismo. Los países tropicales que se encuentran lejos de la costa y están rodeados de tierra tienen en su contra tres conflictos geográficos. Muchos países de África están impedidos por uno de estos factores o por todos ellos.

 

Todavía hay mucho que no entendemos sobre las relaciones entre la geografía y el crecimiento económico. Pero lo que sabemos sugiere que los retos del desarrollo económico deben examinarse desde una perspectiva completamente nueva. Negar el impacto de la geografía llevará sólo a la implantación de políticas mal dirigidas y a malgastar esfuerzos. La geografía puede plantear limitaciones severas al desarrollo económico, pero no es necesariamente un destino.

 

 

Problemas de latitud

Para entender por qué la geografía puede ser tan importante para el desarrollo económico, consideremos lo que los economistas contemplan como los motores principales del crecimiento: el acceso a los mercados (con base en la obra del economista escocés Adam Smith) y el progreso económico (tomado de la obra del economista estadounidense Joseph Schumpeter).

 

Para Adam Smith, las ganancias en la productividad que se obtienen por medio de la especialización son el secreto de la riqueza de las naciones. Pero para que estas ganancias se materialicen, los productores deben tener acceso a los mercados donde puedan vender sus productos especializados y comprar otros bienes. Mientras mayor sea el mercado, mayor el alcance de la especialización. En el mercado global de hoy en día, la mayoría de los productos de la industria requieren de materias primas de distintas partes del mundo. Por lo tanto, si los costos de transporte son altos, las compañías locales se encontrarán en desventaja para acceder a las materias primas importadas que necesitan y para llevar sus propios bienes a los mercados extranjeros.

 

Desafortunadamente, a menudo los costos de transporte están determinados por la geografía de un país. Un estudio reciente encontró que trasladar mercancías por un kilómetro adicional de tierra cuesta tanto como hacerlo por 7 kilómetros extra de mar. El transporte marítimo es particularmente adecuado para los bienes voluminosos, de bajo valor agregado, que tienden a producir las naciones en desarrollo; por lo tanto, los países que carecen de un acceso económico al mar se cerrarán muchos mercados potenciales. Es más, si los países alejados del mar no disfrutan de la infraestructura material (el sistema de caminos, vías férreas y puertos) necesaria para acceder a los ríos navegables o al mar, no desarrollarán las industrias apropiadas para ayudar a mantener ese tipo de infraestructura.

 

El transporte terrestre es especialmente costoso para los países sin salida al mar cuyos productos necesitan cruzar fronteras, las cuales son una valla más costosa de lo que se pensaba. Los estudios sobre el comercio entre los estados norteamericanos y las provincias canadienses han encontrado que el hecho de simplemente cruzar la frontera entre Estados Unidos y Canadá equivale a añadir de 4,000 a 16,000 kilómetros en costos de transporte. No sorprende, entonces, que un país sin salida al mar pague en promedio hasta cincuenta por ciento más en costos de transporte que la nación costera media. En términos prácticos, estas diferencias pueden ser enormes: enviar un contenedor de tamaño estándar de Baltimore a Costa de Marfil cuesta alrededor de 3,000 dólares, mientras que enviar ese mismo contenedor a la República Central Africana, sin salida al mar, cuesta 13,000 dólares.

 

Los gobiernos de los países sin salida al mar enfrentan el reto adicional de coordinar los gastos en infraestructura con los países vecinos. A veces, los problemas políticos o comerciales inhiben el paso hacia el mar. Por ejemplo, el potencial agrícola de la cuenca del río Paraná, en Paraguay rodeado por tierra, permaneció latente hasta que un acuerdo del Mercosur, a mediados de los noventa, facilitó el transporte de falúas por Brasil y Argentina. El acceso de Jordania al Mediterráneo implica cruzar la frontera israelí o las de Siria y Líbano. Estos ejemplos ilustran por qué las naciones sin salida al mar tienen un crecimiento económico lento. Los países y territorios como Hong Kong, Taiwán y Singapur poseen una posición geográfica ventajosa, pero gran parte del interior de África, China e India sigue estando lejos de los mercados y del comercio marítimo.

 

La geografía lastima a los países en desarrollo de otras maneras. Joseph Schumpeter demostró que las innovaciones tecnológicas, mediante investigación y el desarrollo, son motores poderosos del crecimiento económico (esta noción es la que Schumpeter tenía en mente cuando acuñó su famoso término «destrucción creativa»)- Las ganancias de la investigación y el desarrollo aumentan progresivamente: mientras más personas utilizan y pagan una nueva idea, mayor será su valor de mercado (por ejemplo, un nuevo programa de computadora o una novela pueden ser muy caros de producir, pero las copias subsecuentes son extremadamente baratas). Para compensar los costos iniciales, los inversionistas en investigación y desarrollo tenderán a centrarse en las innovaciones para las cuales abundan los consumidores potenciales. No es sorprendente que los países ricos con grandes poblaciones de clase media sean mercados más lucrativos que las naciones pobres con escaso poder de compra.

 

Aunque algunas innovaciones como las computadoras o los teléfonos celulares funcionan en muchas condiciones geográficas y por lo tanto los países en desarrollo las adoptan con facilidad, las tecnologías para otros sectores requieren a menudo de investigación que es muy específica de un lugar. Muchas tecnologías no son aplicables de manera universal; su efectividad depende de las condiciones geográficas o climáticas en que se utilizan.

 

Pensemos en la agricultura. La diferencia en productividad agrícola entre el mundo desarrollado y el que está en desarrollo se basa en capacidades radicalmente diferentes de avance e investigación. Los gobiernos de las economías desarrolladas gastan hasta cinco veces más (como porcentaje de la producción agrícola total) en investigación y desarrollo relacionados con la agricultura que sus contrapartes de los países en desarrollo. Las naciones ricas se benefician también del gasto de los productores agrícolas privados; una fuente de financiamiento que es virtualmente inexistente en las naciones en desarrollo. La geografía agrava esta disparidad. Las variedades de plantas se deben adaptar al clima local, lo cual significa que la investigación y el desarrollo enfocados a la agricultura de las zonas ricas y templadas es de poca utilidad en las zonas tropicales. Países como Argentina, Chile, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica pueden disfrutar de sectores de exportación florecientes en fruta, vino, cereales, semillas oleaginosas y salmón gracias a las tecnologías desarrolladas para estos productos en las zonas templadas en el hemisferio norte. Pero los países tropicales -con su producción de café, cacao, caña de azúcar y mandioca- se quedan fuera del club de la tecnología moderna. De esto resulta que el sector agrícola es mucho menos dinámico en las áreas tropicales que en las zonas templadas. Como los trabajadores agrícolas improductivos pueden producir poco más de lo que necesitan para la subsistencia personal (y por lo tanto no pueden mantener a las grandes poblaciones urbanas), las áreas rurales siguen estando escasamente pobladas, tienen mercados pobres y pequeños y padecen de altos costos de transporte, cosa que dificulta totalmente el crecimiento económico.

 

Las diferencias climáticas y las economías de escala han jugado durante mucho tiempo un papel predominante en el desarrollo de la agricultura en las distintas zonas geográficas. En su libro que ganó el premio Pulitzer, Guns, Germs, and Steel, el fisiólogo Jared Diamond explica cómo la posición geográfica este-oeste del continente eurasiático y la posición norte-sur de África y América determinaron los patrones históricos de crecimiento económico de estas regiones. Ya que el clima cambia poco en la longitud, pero muy rápido en la latitud, las regiones eurasiáticas disfrutaron de condiciones climáticas bastante uniformes. Por lo tanto, las innovaciones agrícolas que se desarrollaban en una región podían viajar largas distancias y ser compartidas por mucha gente, dando como resultado una amplia gama de variedades de plantas y animales disponibles en toda la región. En contraste, las nuevas variedades desarrolladas en el continente americano o en África no podían migrar muy lejos, ya que los climas cambian muy rápidamente, limitando las oportunidades tecnológicas disponibles para estas regiones e impidiendo su desarrollo económico.

 

Por supuesto que las ventajas de la productividad agrícola y del costo de transporte no van juntas necesariamente. Como lo señala el historiador David S. Landes en The Wealth and Poverty ofNations, las antiguas civilizaciones de Mesopotamia y Egipto tenían sus tierras más fértiles a lo largo de los ríos. Esta ubicación -muy lejana de la costa- limitaba su capacidad de ampliar sus economías por medio del comercio. Eventualmente su poder declinó y fueron sustituidos por los fenicios, griegos y romanos, todos marinos. Más recientemente, en la India y China, las condiciones agrícolas empujaron a grandes poblaciones a concentrarse a lo largo de los lechos de los ríos, lejos del mar, lo cual lastimó las perspectivas a largo plazo de crecimiento económico y desarrollo a través del comercio de estos países.

 

Las inversiones en investigación médica y tecnología son también muy sensibles a la geografía. Enfermedades como la malaria, el anquilostoma, la esquistosiomiasis, la oncocercosis y la fiebre amarilla son difíciles de controlar en las regiones tropicales, pues la falta de estaciones hace que la reproducción de los mosquitos y otros transmisores de enfermedades sea más bien constante a lo largo del año. Como los países afectados tienden a ser muy pobres, las enfermedades tropicales no «merecen» la misma clase de inversiones en investigación y desarrollo que una cura para la calvicie o la disfunción eréc-til pueden atraer en los mercados occidentales (de las enfermedades tropicales mencionadas arriba, sólo la fiebre amarilla se ha controlado a través de una vacuna efectiva). El desarrollo tecnológico está desfasado de las necesidades de los países en desventaja geográfica. Así, los niños de las regiones tropicales mueren a menudo a causa de enfermedades gastrointestinales y de otras enfermedades infecciosas, mientras que muchos países sufren aún de enfermedades tropicales endémicas. Los economistas John Luke Gallup y Jeffrey Sachs calculan que el crecimiento económico per cápita en los países con malaria severa está por debajo en más de un punto porcentual total de los países donde esta enfermedad no es común, y que una reducción del diez por ciento en la incidencia de la malaria se asocia con un crecimiento 0.3 más alto.

 

Los costos por no tratar las enfermedades en los países tropicales van mucho más allá de los gastos médicos más altos y la productividad reducida de los trabajadores. Las enfermedades ya no se pueden considerar un mero problema de salud pública, sino un factor de desarrollo socioeconómico que afecta a todo, desde el flujo del comercio hasta los patrones migratorios. La epidemia de cólera en Perú de 1991 costó al sector pesquero del país 800 millones de dólares en ingresos perdidos, debido a la prohibición temporal de las exportaciones de productos del mar. La epidemia de peste de 1994 en Surat, India, obligó a 500 mil personas a abandonar la región e impuso la suspensión del trabajo en muchas industrias, así como nuevas restricciones en el comercio internacional. Los cálculos de lo que costó esta peste a la India alcanzan los dos mil millones de dólares.

 

 

Lindando con la pobreza

El actual paradigma dominante de desarrollo sostiene que las políticas económicas orientadas hacia el mercado y el cumplimiento de la ley son lo único que cuenta para el progreso económico. En otras palabras, Mozambique podría convertirse en Singapur si sólo pusiera en orden sus instituciones y sus políticas; mientras tanto, podríamos aliviar la pobreza mediante el gasto social dirigido a los pobres, tal como el financiamiento de la educación para niñas. Sin embargo, este mantra simplifica en exceso los retos del desarrollo. Si una región es pobre debido a que su geografía mina la producción agrícola, impide el acceso a los mercados y facilita las enfermedades endémicas, entonces las buenas políticas domésticas a duras penas bastarán para estimular el crecimiento. La pobreza no desaparecerá con los programas de nutrición ampliada o el mejoramiento de los materiales de enseñanza disponibles en las escuelas (en el mejor de los casos, los estudiantes mejor preparados simplemente emigrarán a regiones más prósperas).

 

Desde esta perspectiva, puede ser más importante dedicar tiempo y recursos a la infraestructura de transporte, que disminuye los costos del comercio, las nuevas tecnologías para la agricultura y la salud pública, y los proyectos de’ integración económica, que centrarse únicamente en áreas como salud, educación y cumplimiento de la ley.

 

 

Desarrollo de infraestructura

Para que las pequeñas comunidades rurales de los países en desarrollo experimenten el crecimiento económico es crucial conectarlas con el resto de su país y del mundo mediante la inversión en caminos y otras infraestructuras de transporte. Muchas de estas inversiones deben hacerse fuera de los países particulares en cuestión. Por ejemplo, para que las mercancías ruandesas y ugandesas alcancen nuevos mercados es necesario mejorar el sistema ferroviario keniano. Estas complicaciones plantean severos retos políticos y de coordinación; no es claro, por ejemplo, que dicha mejora tendría que ser una prioridad para las autoridades de Kenia. Desafortunadamente, los principales bancos de desarrollo regional operan con esta misma perspectiva estrecha, otorgando préstamos a los gobiernos locales sobre la base de claras prioridades nacionales. Los proyectos regionales importantes permanecen crónicamente subfinanciados. Para salvar este problema, las organizaciones bilaterales o multilaterales deberían proporcionar incentivos financieros a los gobiernos locales para estimularlos a cofinanciar proyectos de inversión que los beneficien a ellos tanto como a los países vecinos.

 

 

Desarrollo tecnológico

Aunque está de moda (y es exacto) desacreditar la «división informática» entre las economías desarrolladas y en desarrollo, esta brecha en la tecnología de la información no debería ser una gran preocupación para los países pobres, ya que se benefician de las innovaciones globales en estos terrenos. Por ejemplo, los países latinoamericanos tendrán pronto más teléfonos celulares que líneas telefónicas regulares, lo que permitirá una gran expansión en el sistema de telecomunicaciones de la región al saltarse la necesidad de instalar cables subterráneos. En contraste, la diferencia gigantesca entre los países ricos y los pobres en investigación y desarrollo agrícolas y farmacéuticos garantiza que los niveles de vida de las zonas tropicales tiendan a permanecer bajos y estancados. Los gobiernos de las naciones en desarrollo carecen de los recursos suficientes para encarar solos este problema, y el sector privado mundial otorga muy poco financiamiento a la investigación y a los avances agrícolas para los países en desarrollo. Aunque las bien conocidas dificultades para hacer respetar los derechos de propiedad intelectual disuaden de manera significativa a esta clase de inversión, puede haber maneras de conseguir el conocimiento y las capacidades de investigación de corporaciones como Pfizer y Arthur Daniels Midland. Los economistas Michael Kremer y Jeffrey Sachs han propuesto concursos, de modo que las compañías puedan competir para desarrollar vacunas efectivas. La administración Clinton incluyó en su propuesta de presupuesto para el año 2001 un crédito fiscal a las compañías farmacéuticas que desarrollaran vacunas para las enfermedades comunes en el mundo subdesarrollado. Sin embargo, las grandes necesidades en esta área sugieren que se requerirá de financiamiento multilateral para compensar a las compañías privadas por esas iniciativas.

 

 

Integración

Las fronteras nacionales, tal como se conciben normalmente, distancian más a las naciones artificialmente y sólo acentúan los costos que ya imponen las condiciones geográficas. Algunas regiones -sobre todo Europa occidental- han comenzado ya a eliminar las fronteras internas. Pero durante los últimos 50 años hemos sido testigos de la creación de más y más naciones en el mundo en desarrollo con sus propias nuevas fronteras, lo que provoca que estas naciones queden de hecho más distantes de lo que implica su geografía física. ¿Pueden las naciones pobres pagar esta fuente adicional de lejanía?

 

Si transportar mercancías cruzando la frontera entre Estados Unidos y Canadá añade el equivalente a miles de millas en costos de transporte, entonces la logística del intercambio comercial entre países con instituciones políticas débiles y una historia de animosidad fronteriza implicará problemas infinitamente más onerosos para los importadores y exportadores. Y las fronteras no nada más complican el movimiento de bienes y la coordinación de infraestructura en ambos lados de ellas, el capital también tiene problemas para cruzar las fronteras. Como los contratos de inversión se aplican a menudo a nivel nacional, la soberanía puede cobijar a los deudores que pueden pero no quieren pagar. Esta situación introduce el «riesgo de la soberanía» en los mercados financieros, limitando los movimientos de capital y volviéndolos cada vez más volubles.

 

Las fronteras también evitan que la gente de las áreas más pobres se pueda mudar a regiones más prósperas. Por ejemplo, la caída del empleo agrícola en Estados Unidos forzó a una migración significativa, y cuando Europa pasó por un proceso similar a finales del siglo xix y comienzos del xx, tuvo una válvula de escape bajo la forma de una política abierta de emigración a Estados Unidos. Los pueblos que en la actualidad se encuentran atrapados geográficamente apenas disfrutan de tales oportunidades. No es que no las busquen: alrededor de un tercio de los burkinabes, que no tienen salida al mar, y una quinta parte de los bolivianos, trabajan en los países vecinos. La inmigración no sólo ofrece a los pobres una oportunidad de tener una vida mejor, sino que también les permite enviar dinero a sus familias en casa. Para naciones como El Salvador, República Dominicana y Egipto, el dinero que envían los trabajadores desde el extranjero excede a menudo el valor anual de las exportaciones manufactureras de aquellos países.

 

Finalmente, las fronteras limitan las posibilidades de compartir los riesgos de cara a los desastres naturales. En Estados Unidos, la Oficina Federal de Administración para Emergencias está financiada con impuestos federales; por lo tanto, cuando un desastre golpea a un estado o a una región en particular, el resto del país puede ayudar a mitigar los daños. Los países pequeños tienen un espacio geográfico para compartir los riesgos más reducido que los grandes. Cuando los terremotos destruyeron Managua, Nicaragua, en 1972, y cuando un huracán devastó Honduras en 1998, la base impositiva nacional quedó destruida, haciendo que fuera imposible dirigir recursos nacionales para recomponer la infraestructura perdida. Los países pequeños y vulnerables a los huracanes, inundaciones y temblores se pueden volver inviables después de que una gran catástrofe acaba con su capacidad productiva. Los países pobres a menudo soportan el peso de esas emergencias: el 96 por ciento de todas las muertes por desastres naturales tienen lugar en países en desarrollo.

 

Las actuales concepciones de las fronteras mezclan los problemas atribuibles a la geografía. El mundo ha estado muy ‘dispuesto a crear nuevos Estados-naciones bajo la bandera de la autodeterminación. Pero a menos que las fronteras pudiesen ser menos problemáticas para la integración económica, pueden condenar a los países geográficamente distantes a un olvido independiente.

 

 

Geoglobalización

Si la distancia y la geografía no contaran para el desarrollo económico, entonces presenciaríamos una convergencia mucho mayor de niveles de ingreso y estándares de vida entre regiones y países. En su lugar, somos testigos de la divergencia, debido a que la geografía impide a los países pobres participar plenamente en la división global del trabajo. De persistir las actuales tendencias, los países que enfrentan altos costos de transporte y son altamente dependientes de la agricultura tropical, quedarán muy atrás, sumidos en la pobreza y la desigualdad de ingresos. ¿Encontrará el resto del mundo moralmente aceptable este resultado? ¿Lo encontrará eficiente? ¿O veremos la caída de estas regiones miserables como algo que pone en peligro la calidad de vida del resto de nosotros? En cierto sentido, ya hemos hecho estas preguntas y las hemos contestado; la existencia de miles de instituciones en todo el mundo da fe del deseo global de enfrentar los retos del desarrollo económico. Pero todas nuestras respuestas se han quedado cortas y sólo se ha abierto más la brecha entre ricos y pobres.

 

Mucha gente culpa a la globalización económica de la pobreza y la injusticia en el mundo en desarrollo. Sin embargo, la ausencia de globalización -o una dosis insuficiente de ella- es la verdadera culpable de estas desigualdades. La solución a la trampa de la pobreza geográfica para los países en desarrollo consiste en volverse más globalizados. Necesitamos arreglos transnacionales para que las fronteras impidan menos el transporte de personas, mercancías y capital. Necesitamos acuerdos que faciliten el desarrollo de la infraestructura de transporte internacional. Y necesitamos mecanismos globales que controlen las capacidades mundiales de investigación y desarrollo en salud y tecnología agrícola. En suma, necesitamos más gobernancia globalizada.

 

 

Traducción: Ana García Bergua.

 

Artículo publicado originalmente por la revista Foreign Policy, enero/febrero de 2001, aparece en Este País con el permiso de esa publicación.

Ricardo Hausmann es profesor de la práctica de desarrollo económico en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, y ex economista en jefe del Banco Interamericano de Desarrollo.

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