Los estudios de opinión pública y la democracia, van de la mano. Federico Reyes Heroles
No SOY ESCRITOR… pero muero por serlo. Soy dictaminador (¿fui?) que es la actividad por excelencia en el ejercicio de la contaduría pública independiente.
En acepción poéticamente simple el contador es el que «cuenta la vida de una empresa» y la edita en lo que finalmente son los estados financieros, el balance general, el estado de pérdidas y ganancias, los cuales son causa y efecto, sumum de lo acontecido, bitácora de éxitos y fracasos. Esos estados financieros son testimonio de vida y los contadores que los formulan, si lo hacen bien, «cumplen con el deber de convertir la vida vivida en vida narrada (…) y que no hay aventura narrativa que no sea aventura personal y aventura colectiva: experiencia y destino de uno y de todos (Carlos Fuentes, Un premio al placer de escribir, 1985).»
El dictaminador, otro contador, ajeno e independiente al que escribe y cuenta la historia de las empresas, es el que con objetividad avala la calidad y validez de la información que la registra y con su firma (dictamen) le añade confianza para que «ese balance general», esa vida que ahí se narra, sea útil para la toma de decisiones por parte de terceros. El dictaminador, pues, es un «testigo» que casa su honor profesional y compromete su amor por la verdad con la información financiera que las empresas (de un hombre o de muchos como es el caso de Este País, que valerosamente se conjuntaron en pos de un designio, de un proyecto de importancia) usan para contar su historia a la sociedad.
Es en esta calidad, la de «testigo», que subo a las páginas de aniversario de Este País a partir del hecho de que fui su dictaminador cuando nació y lo he sido durante su desarrollo; sé entonces de cómo llega a su décimo cumpleaños. Sí, soy testigo de la génesis y evolución de sus cifras; de cómo a través de ellas y de los contenidos de la revista, Este País es cuna de la transparencia; del desempeño y desvelos de sus consejos de administración; del notable desarrollo de hombres que de una u otra forma han transitado por su vida. Testigo, en fin, pero esto ya con muchos otros, de la lectura del cambio habida en este país, gracias a Este País.
Acerca de la génesis y evolución de sus cifras
Bajo parámetros convencionales, la historia financiera de Este País no es una historia de éxito; es peor: festeja su décimo aniversario sin capital, lo ha perdido todo… ¿todo? Bueno, las aportaciones de los accionistas, sí, pero ello, créanme, me consta que en esta valerosa empresa es de importancia menor. Su capital, inmenso, es la calidad de sus lectores; los contenidos de la revista; la fidelidad con su misión para definir lo que hubo -«búsqueda y acogimiento y hay congruencia y consistencia (Juan Pablo II mensaje en la Catedral de México. 1979)»- por parte de sus cientos de propietarios, ninguno con más que los otros pues aquí no «hay partes de león». Esto es una singularidad; hay más.
Es singular y emociona recordar la gesta histórica de diciembre de 1990 en el Museo Tamayo en que vía suscripción pública 197 mexicanos de riqueza variopinta, unos con ideales otros con dinero pero todos llenos de buena fe y con la inercia del «entusiasmo democrafizador surgido de la elección de 1988 (Miguel Basáñez, Este País, abril de 1994)», alentaron la empresa que en abril de 1991 dio a luz a la revista que ahora celebramos. Los accionistas de entonces y algunos más terminaron de suscribir en 1995 el capital de seiscientos millones de viejos pesos para enfrentar la crisis de liquidez que en esa época se dio (redondeando, unos doscientos mil dólares) capital que se aumenta y amplía en 1997 a 924,000 pesos y a 576 llega el número de propietarios, ninguno de ellos con interés en ganar dinero. Díganme, ¿qué revista en México, de esa o de cualquier otra especie, nace por suscripción pública y sin ánimo de lucro?; simplemente no la hay.
Singular es también el que los accionistas son quienes sistemáticamente han resuelto las vicisitudes económicas de Este País, al extremo de que sólo en una ocasión (1993) se recurrió a un préstamo bancario de 150,000 pesos que ese mismo año se pagó; cierto, no se debe a bancos y el desnivel de caja que ahora se padece se sufragó ¡con préstamos de los socios!
Singular, sí, y gracias a ello y al apoyo de los anunciantes, que sabiendo que aquí no se vale pasar como nota informativa lo que es propaganda, han apuntalado a la empresa con oportunos anticipos, la suma de los cuales garantizan la independencia de Este País, poniéndola a salvo de sospechas infamantes como las que ahora suelen darse.
Tocante a la transparencia
De esto, además de testigo he sido beneficiario: los responsables de la administración en quienes delegan el resto de los muchos accionistas, desde el primer día se impusieron el deber de rendir cuentas y conducirse con transparencia (sin adjetivos) e invitaron al Despacho Roberto Casas Alatriste como auditor externo y a mí como comisario, habida cuenta de que era socio de esa firma. Eso seguimos siendo ambos (aquellos con nombre extraño; yo jubilado) y es así que en las asambleas anuales, que son públicas, a todos los asistentes se les entregan esos estados financieros dictaminados que son «sumum de lo acontecido» y que permiten a quien así lo quiera, saber cuánto se vendió, con qué costos y gastos, si se ganó o se perdió, lo que se tiene… ¿imaginan algo semejante en Letras Libres, en Nexos, en Proceso…1
Esa vocación por la transparencia está presente en todos los actos de vida de la empresa y por ello nada tiene de extraño que el primer director de la revista, Federico Reyes Heroles, sea el presidente fundador de Transparencia Mexicana en cuyo Consejo Rector militamos varios «paisanos». Sí, Este País es cuna de la transparencia institucionalizada, ahora tan de moda.
De los consejos de administración
Me consta que son puestos honorarios (nos sentimos pagados con tan sólo sentarnos en esa mesa) y que en su conformación se cumplen las mejores prácticas de manejo corporativo con una muy sana rotación. De ello resulta que por ese órgano colegiado han pasado 59 distintos accionistas los cuales en su gran mayoría cumplen con su obligación, que por otra parte es bien simple: asistir puntualmente una vez al mes. Como en cualquier consejo esto no siempre se da, pero estamos hablando de excepciones, de esos X que son ajonjolí de todos los moles; que «no» dicen no cuando se les invita, que se presentan a la primera junta y que nunca o casi nunca vuelven. Su nombre, eso sí, queda todo un año o más en la «cartelera».
Excepciones, ya dije. Mi testimonio es que el resto se desempeña con diligencia y con amor a la revista y que sufre y se desvela con sus calamidades.
Por lo que hace al desarrollo de quienes por ahí han transitado
Soy testigo de unos que ya eran y simplemente ahí se afianzaron; y de otros que estaban en embrión y que en Este País alcanzaron una dimensión insospechada. Ejemplos me sobran pero es temerario citar nombres por aquello de las omisiones y de que no faltará quien rechace deberle su crecimiento definitivo al entorno de Este País. Me arriesgo con dos y acerco mi caso: Santiago Creel y Rene Delgado. El primero era un excelente abogado corporativo y en esa calidad secretario del Consejo de Administración; fue así que con varios «paisanos» participó activamente en el plebiscito del 21 de marzo de 1993 para definir, entre otros, si debía elegirse al Jefe de Gobierno del DF; fue ese evento un festín cívico formidable y el desempeño de Santiago fue tal que le valió ser después consejero electoral del IFE, luego diputado federal, eficaz candidato al gobierno del DF, y ahora secretario de Gobernación. Rene ya era consumado periodista y soberbio comentarista cuando en 1991 llegó como coordinador editorial a la revista de donde espectacularmente brinco al diario Reforma, en donde ahora es alma, vida y corazón.
Mi caso: al jubilarme en julio de 1997 del despacho en que ejercí mi profesión durante algo más de 42 años, jamás nadie hubiera pensado en mí para la Oficialía Mayor de una Cámara de Diputados sin mayoría absoluta del PRI por primera vez en 70 años, si yo no hubiera pasado por Este País.
Ahí me conocieron y conocí; ahí escuche y entendí a un grupo de personas muy diferentes a las que estaba habituado a tratar en todo tipo y muchos consejos de administración; ahí aprendí a leer el cambio y harto me entusiasmé. Me comprometí.
Aprendí el valor de los estudios de opinión, los serios, los bien hechos y con Federico concluyo que «van de la mano de la democracia». En estos diez años he sido testigo de la descomunal evolución y aceptación que han tenido las encuestas y de lo que ahora representan, entre otros, en todas las etapas de los procesos electorales. Tan sólo en 1994 -ayer para todo efecto práctico-Este País estuvo cerca de morir «a causa del clima de recelos e incomprensión que rodea en México a las encuestas de opinión pública, materia prima de esa comunicación (M. A. Granados Chapa, Reforma, 19 de abril de 1994)».
Así pues, como testigo que soy, es mi opinión que este país le debe mucho a Este País por lo que hace a la cultura relativa a los estudios de opinión ( que algunos medios empiezan a chotear), a cuestiones de transparencia y democracia, y a la lectura del cambio. A fe que sí.