Cada verano la cartelera se llena de las películas que todos sabemos: superhéroes, magos, robots, etc. Estas creaturas tienen dos matrices de origen, una cinematográfica y una extracinematográfica. En el mundo exterior su origen está en cómics, programas de televisión, juguetes, industrias culturales que reúnen todo lo anterior (o sea, juguetes con cómic y programa de televisión) e, incluso, libros —cosa que no es increíble porque son libros vendidísimos. En el ámbito fílmico su matriz está en una cadena de películas; es decir, que son películas que vienen de otras películas tanto por su lógica seriada, como por su estructura, y aún por las matrices arquetípicas que reproducen.
Hablamos de películas como las de Batman o los Transformers o Harry Potter, como es fácil deducir. Películas que son reinvenciones de figuras con identidad propia (esta identidad puede ser colectiva como en los Hombres X o G.I. Joe). No hay que hacernos ilusiones: se producen por razones de marketing. Buscan conectar con un público nostálgico, que ahora tiene capacidad de consumo y, también, abrirse mercados nuevos penetrando en generaciones para las que lo retro es novedad, pero también que saben reconocer un “clásico”. Pero, ¿qué es un clásico aquí? Un ente cultural —de masas, si se quiere—, es decir, una cadena de significados o, mejor, un “mundo” creado por una cadena de significados, cuyas señas particulares son reconocibles de inmediato. La suma Ciudad Gótica + noche + villano exótico siempre remite a Batman; la suma nave espacial + viaje intergaláctico + guerra entre imperialistas y republicanos + la Fuerza siempre equivale a Star Wars. Hay que notar que los elementos sémicos más particulares dentro de las ecuaciones mencionadas —aunque son reconocibles por su simple mención (Ciudad Gótica, la Fuerza)— anclan el modelo interpretativo. Por otra parte, son cadenas de signos que sólo tienen sentido dentro de un universo: la Fuerza (= telequinesis espectacular + capacidades sensoriales extendidas + sensación de ser uno con todo) sólo tiene sentido si hay Jedis.
Estos “mundos” terminan por construir un gran imaginario colectivo —y con “colectivo” no quiero decir gringo ni anglosajón, sino más bien transcultural y, en particular, occidental—. Imaginario constituido por cadenas de “mundos”: de algún modo los mutantes de los Hombres X, y los robots de Terminator y Transformers ocupan nichos en un gran continuum icónico y aural. (Lo aural es tan memorable como lo icónico: basta pensar en frases tan vanas como «¡Hasta la vista, baby!» o tan desasosegantes como «Welcome to the desert of the Real».)
Hay “mundos” con identidad propia y “mundos” de casi vacíos, cuyo sistema interpretativo viene de otro lado. Sistemas de relatos como Star Wars o Matrix, implican negociar con un engranaje interpretativo. Y en medida que son sistemas terminados se convierten en grupos de mitos (en su primera acepción), es decir en mitologías. Cuando Luke Skywalker entra a la cueva creada por las raíces de un árbol del planeta Dagobah emprende una acción fatal. Enfrenta al destino (al misterio) con el desplante trágico —y el miedo— de quien roba el fuego a los dioses o permanece 40 días en el desierto. Los héroes y antihéroes de estos sistemas mitológicos tienen que enfrentarse, sin concesiones, a su destino, como siempre, inevitable.
Por otra parte, hay mundos cuyas características individuales son meramente cosméticas: se trata de revestir lo mismo con una coraza individualizadora. Ése es el caso de las películas donde un héroe belicoso, con voz rasposa, mucho arrojo y sobre todo muy, pero muy macho ocupa el papel central. (¿Acaso «el gringuísimo y obcecado hijo de una madre sajona»?) En 2009 este sitio fue ocupado tanto por el nuevo y patético Duke de G.I. Joe, como por John Connor y Marcus Wright de Terminator Salvation —por ello mismo personajes intercambiables—y por el tristísimo joven capitán Kirk de la precuela de Star Trek. Por un lado, es fácil (y apocalíptico) concluir que las repeticiones hablan del agotamiento de una cultura. Al mismo tiempo y en sentido contrario, las repeticiones tienen un valor litúrgico: recuerdan constantemente un credo, es decir, y sin darle vueltas, un sistema de creencias.
El valor litúrgico sobrepasa al segundo modelo (el de las repeticiones) y es compartido por el grupo de mundos cerrados. Hacer un negocio y mantener viva su patente tienen efectos en un ámbito muy distinto del puramente comercial porque lo que se vende son signos. Por más que sea parecido, nunca será igual vender un refrigerador que vender a Harry Potter; el primero es práctico y ya. El segundo más que un grupo de libros (y de películas y juguetes y dulces,…) es un conjunto de héroes, villanos y bestias que superan las probabilidades humanas para enfrentar las pruebas que cualquiera tiene que enfrentar con sus manos pelonas —y, con suerte, con herramientas obtenidas en el psicoanálisis. Las pruebas, son las mismas de las antiguas mitologías (son arquetípicas). La diferencia es su vigencia: con sus constantes reediciones el cine estadounidense está proponiendo la verdadera mitología viva de Occidente. No hay que ser muy observador para darse cuenta de que son muy pocos los que saben quiénes son Amós o Deméter —no han salido en el cine—pero que todo mundo entiende los límites del héroe cuando Neo no puede salvar por segunda vez la vida de Trinity. Las historias del cine sirven para interpretar el mundo —incluso los filósofos vivos importantes lo hacen— como antes los relatos de épocas heroicas remotas.
Nota: Para comprobar mi teoría suelte frases bíblicas o salidas de la cultura grecorromana en reuniones. No pasará mucho, simplemente si usted dice «entonces será el llanto y el crujir de dientes» (Mateo 8:12) o «como montada en un toro blanco» (el mito de Europa) pensarán que tiene un humor cruel o en un acto fallido; ya exagerando, no pasará de ver caras de extrañamiento o estupefacción. Suba sus respuestas a la sección de comentarios. Gracias
Abel Muñoz Hénonin
Esta entrega me hizo pensar en lo necesario que es ver más allá de un «colectivo anglosajón» y que se observe como «más bien transcultural», pues a pesar de que se trate de la mitología del occidente, es interesante ver cómo esa mitología, que pareciera estar consignada a un grupo particular, inevitablemente rompe fronteras y se vuelve significativa para distintos grupos. Un ejemplo muy simple es ver cómo la imagen del personaje de comics «The Phantom» ha surgido como elemento repetitivo en el arte aborigen del centro de Australia. Para el artista la imagen del fantasma deja de ser un superheroe generado por una compañía occidental, y pasa a ser un heroe de su narrativa local. Creo que hay un philosofo que te intersaría mucho: Vilém Flusser, habla mucho de cómo se establecen dinámicas sociales complejas en torno a la imágen, y la manera como las imágenes técnicas (fotografía, cine, etc) eventualmente transformarán nuestra manera de interactuar con la producción de conocimiento. Increíble columna, siempre es un placer leerte.