Sin ser en estricto sentido una bildungsroman, porque no es novela sino cuento y porque carece de algunos rasgos presentes en obras así definidas, “El Coronelito”1 es una historia de formación interior. Interesante al respecto es, sin duda, el contexto donde tal formación tiene lugar, pero también lo es un dato extratextual: la identidad del autor. Lo primero porque parece conferir a la narración un carácter alegórico donde el doloroso despertar del protagonista tiene por correlato la población donde las transformaciones ocurren; lo segundo, porque a Elías Nandino, poeta, autor de una provocadora autobiografía y de trabajos de corte ensayístico menos conocidos, los manuales de literatura no lo registran en los terrenos del relato y “El Coronelito”, cuento que bien puede identificarse como parte del ciclo de la narrativa de la Revolución Mexicana, se debe a su pluma. La anécdota es como sigue: una veintena de hombres se levanta en armas al grito de “¡Viva la Revolución!” y, horas más tarde, las fuerzas federales toman el pueblo sitiado por los insurrectos. A pesar del peligro, el cabecilla rebelde vuelve furtivo a casa para ver a su mujer e hijo, circunstancia en la que es aprehendido; entonces, el chiquillo escapa y da aviso a los correligionarios de su padre, quienes intentan liberarlo sin fortuna.
Un par de años después el muchacho ya forma parte de la gavilla parapetada en la sierra, distinguiéndose por sus habilidades. Ante la inminente partida del grupo hacia otra plaza, solicita permiso para bajar al pueblo y visitar a su madre; en el camino se topa con el Coronel que fusiló a su progenitor, lo acecha, laza y arrastra hasta matarlo. La proeza lo convierte en “El Coronelito”. “En la novela de formación la historia de formación del protagonista no sólo es tema, sino también principio poético de la obra”, comenta Miguel Salmerón en un estudio sobre el tema.2 Dicha característica existe en el cuento de Nandino, aunque de una manera que podríamos denominar diferida pues el personaje a cuyo crecimiento interior asistimos aparece en el relato sólo desde la tercera hasta la octava de sus secciones. Esa inclusión tardía obliga a preguntar por el sentido de las secciones I y II, donde el chico no es siquiera mencionado.
Antes, cabe señalar que la historia transcurre en un pacífico pueblo y sus alrededores. El conflicto se desencadena con la irrupción de revolucionarios y federales, acompañados por “disparos, gritos y malas palabras [que] estremecieron el espacio”, por un lado, y “el toque del clarín [que] rompió los aires”, por otro. Esa estridencia quebranta la paz, modificando las costumbres de un pueblo, obligando repentinamente a esconder a sus mujeres, a ocultar o delatar rebeldes, a hospedar o traicionar a los militares enviados por el gobierno. Justamente esa convulsión es la planteada en los dos primeros apartados de “El Coronelito”, donde se muestra de igual forma la índole de la nueva vida de los revolucionarios, arrancados de sus casas para enfrentarse a un sistema social opresivo y dotados más de ideales que de objetivos castrenses claros.
Ya se advirtió que la historia de formación como principio poético se presenta de manera diferida dentro del cuento. Pues bien, éste tiene por tema la brutal metamorfosis engendrada por la guerra en el sitio donde ocurre; en función de ello, el proceso de crecimiento emocional es protagonizado tanto por Rafael como por quienes lo rodean, puesto que la guerra llega para modificar en forma raigal sus vidas. De ahí que el principio poético referido abarque el texto por completo. Otro rasgo posible del bildungsroman, el motivo del viaje,3 inicia en la cuarta sección, cuando Rafael presencia la captura de su padre, Cipriano Ramos, “El Chivo”, y huye de la casa familiar para avisar al resto de los sublevados. A lo largo de los dos años posteriores al fallido rescate, el niño ejercita sus facultades bélicas, ve nacer un leve bozo que anuncia el arribo del bigote y empieza a desear la compañía de una mujer. Sólo tiene catorce años de edad pero el exilio lo ha tornado tan meditabundo como sediento de venganza. Así, de camino al pueblo para ver a su madre, el azar lo coloca frente al Coronel y ante la posibilidad de cobrarle la muerte de “El Chivo”.
El bautizo de sangre finaliza cuando “El Cacarizo”, nuevo líder del grupo, distingue a Rafael situándolo a su derecha al frente de la tropa, mientras “El Sapo” le da el nombre con que será conocido tras asesinar a su enemigo, el nombre que da cuenta de su proeza y lo hermana con los demás sujetos conocidos por sus alias. Esos hechos lo instalan casi de golpe dentro de las dinámicas de los adultos. Pasó la prueba del valor que no estaba en posición de enfrentar siendo un niño y obtuvo el reconocimiento de sus pares traducido en un mote que le da identidad bélica. La iniciación se completó. En este punto es relevante considerar que Vladimir Propp4 observó en los cuentos de hadas un esquema similar: un infante arrancado del hogar inicia un viaje durante el cual afronta pruebas diversas; en su paso por un bosque pierde un objeto valioso que simboliza la inocencia y obtiene a cambio una recompensa que le permite volver a su lugar de origen, pero renovado en un sentido profundo. Como en esas historias iniciáticas (aunque, claro, sin el componente fantástico de las analizadas por Propp), en la narrada por Nandino el motivo del viaje posee un sentido alegórico, significando la vida y sus vicisitudes; en función de esto, el acento está puesto en el recorrido en sí mismo mucho más que en el sitio adonde se arriba. Habría que reflexionar un poco a propósito de lo anterior.
Si bien es cierto que Rafael da el paso hacia la adultez cuando está a punto de cerrar el periplo dirigiéndose hacia el origen representado por su madre, también lo es que nunca vuelve hasta ella. En el camino se enfrenta al dilema de cerrar su círculo familiar retornando brevemente a casa o cerrar el de la venganza eliminando al Coronel; elige lo segundo y ello lo condena a emprender un viaje que se antoja incesante en un ambiente de guerra, encabezando a la tropa hacia otra plaza. El final fragmentado5 devela que en ese universo de ficción la formación integral no existe: el tránsito vital está hecho de contingencias, coyunturas, decisiones. Salvo que la guerra lo enfatiza todo con su brutalidad. Tal es el aprendizaje cardinal de Rafael y de quien sigue su historia. A diferencia de otros relatos sobre la Revolución Mexicana, cargados de referencialidad, “El Coronelito” brilla por su cariz poético.
El narrador Nandino echó mano de su repertorio de imágenes y metáforas para iluminar el paisaje con el recurso de la falacia patética que hermana el sentir de los personajes con su escenario cuando, “con los ojos abiertos en la oscuridad, sentían, al escuchar los golpes de las gotas sonoras, un avance en el tiempo de la eternidad de su insomnio”. O con imágenes esplendentes como ésta: “La presa de ‘Los parajes’ manchaba de espejo la inmensidad de la sombra”. El registro poético del lenguaje nandiniano, su musicalidad, juega armónicamente con la narrativa, logrando no sólo un relato íntimo ambientado en un contexto de resonancias históricas, sino también un testimonio de otra faceta de un escritor mexicano cuya obra todavía nos depara gratas sorpresas. ~
1 Elías Nandino, “El Coronelito”, en América. Revista Antológica, México, núm. 66, año IV, pp. 203-220.
2 Miguel Salmerón, La novela de formación y peripecia, A. Machado Libros, Madrid, 2002, p. 59.
3 Salmerón, op. cit., p. 60.
4 Vladimir Propp, Raíces históricas del cuento, 2ª ed., Colofón, México, 1989.
5 Salmerón, op. cit., p. 59.
Leticia Romero Chumacero es profesora-investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México-Cuautepec. Actualmente prepara la tesis para obtener el grado de Doctora en Teoría Literaria, en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
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Leticia:
Encantado de conocerla.
Miguel Salmerón