Conflueyen en estas apostillas —bajo la forma de dilatadas citas, cartas y artículos— una multitud de voces del más alto calado: la de Vicente Quirarte y su notable Invitación a Gilberto Owen (DGE Equilibrista, México, 2007), en torno a la cual gira este texto; la de Benjamín Jarnés; la de José Alfredo Hernández, el promotor cultural ecuatoriano, y, por supuesto, la de Gilberto Owen, en deliciosa prosa. Todas ellas engarzadas por el hilo analítico de Cajero, que responde así a la Invitación de Quirarte en el mejor espíritu de la crítica literaria: el de apuntalar el conocimiento de los escritores que admiramos.
Como han sostenido diversos críticos (verbigracia Tomás Segovia, Jaime García Terrés y Vicente Quirarte), quizá sea Gilberto Owen el poeta más autobiográfico de Contemporáneos; paradójicamente, también es de quien menos datos biográficos concretos se conocen.
Algunos colombianos lo consideraban colombiano; los mexicanos, un fantasma casi. En el primer caso, puede consultarse la foto reproducida en “Los Nuevos (1910-1930)”, aun cuando no debe ser de 1930, como afirma Harold Alvarado, porque Gilberto Owen llega a Bogotá a finales de 1932.
Varios de los que aparecen en la imagen fueron compañeros colaboradores de El Tiempo, donde Owen trabajaría como traductor de cables y columnista, acaso desde octubre de 1932, como se desprende de una nota personal, “Punto de gracia”, del 7 de octubre de 1933:
Quiero, Enrique Santos, decir, con la mínima solemnidad de que me sabe dueño, que no voy ahora a empezar a llenar del “yo odioso” esta columna que me ha sido escuela trabajosa de una modestia insospechada, que sin vislumbrarme me deseaba desde siempre. Quiero también decir que al enterrar en su arena la cabeza, no pretendo inhibirme hasta lo impersonal acostumbrado —avestruz demasiado escéptico— pero lo que de mí se queda afuera se lo entrego a una deuda personal de gratitud que yo no voy a poder pagar nunca, así me juzguen preso en el vicio actual de las moratorias hasta nunca.1
A los datos anteriores sobre la llegada de Owen a Bogotá, habría que agregar el testimonio del ministro de México en Colombia, Óscar E. Duplán, en un informe fechado el 14 de octubre de 1933: “el señor Gilberto Owen, mexicano, se encuentra en esta capital desde fines del año pasado y trabaja actualmente en El Tiempo que es el principal diario de este país”.2 No precisa, sin embargo, la fecha exacta en que el autor de Perseo vencido se interna en territorio colombiano. Así, resulta cuestionable la afirmación de Vicente Quirarte, en Invitación a Gilberto Owen: “[Owen] se traslada a Colombia a principios de 1932. El 25 de febrero aparece —en primera plana— su artículo en El Tiempo de Bogotá: ‘Poesía y revolución’, acompañado de una caricatura suya” (pp. 92-93). Lo más probable es que Owen haya enviado la mencionada colaboración, pues no es sino hasta 1933 cuando se reconoce como colaborador del prestigiado diario: “Con este artículo comienza la serie de artículos de nuestro colaborador Gilberto Owen para El Tiempo”. 3 Además, sería contradictorio sostener que Owen llega a Colombia “a principios de 1932” cuando envía una carta a Benjamín Carrión, desde Guayaquil, el 7 de junio de 1932,4 y más aun cuando el mismo Quirarte agrega que “El 24 [de octubre de 1932] envía desde Guayaquil una solicitud de pasajes para volver a México” (p. 101).
En una nota necrológica, publicada el 10 de marzo de 1952 en El Tiempo, se habla de la colombianidad de Owen: “Vinculado estrechamente a Colombia por los lazos del amor y de la amistad, Gilberto Owen fue nuestro compatriota nacido en México. Inclusive muchas personas, ignorantes de la nacionalidad de Owen, lo creían colombiano y sus obras poéticas, así como sus trabajos periodísticos —intensos, constantes y técnicos— eran considerados como producto exclusivamente nacional, tal la competencia de Owen con la vida de nuestro país”.5 Textos como el de Quirarte ayudarán a poner en claro a un orgulloso mexicano, que alude a su país natal cada vez que tiene oportunidad.
Sobre la imagen etérea de Owen en la cultura mexicana de la primera mitad del siglo XX, resulta una excelente reconstrucción la de Vicente Quirarte en Invitación a Gilberto Owen. José Alfredo Hernández, por su parte, expresa en una emotiva nota la impresión que dejaba Owen entre sus amistades: “Gilberto Owen, como la palidez de su cutis, siempre fue un recuerdo; un recuerdo de algo que nos precedía; por eso aun estando presente —palidez, gabán y frío permanentes en él—siempre teníamos la seguridad de ser sólo una imagen de sí mismo, una fotografía, la presencia del evadido. Por eso igualmente, nunca echábamos de menos a Gilberto Owen”.6
Esta valiosa Invitación constituye, en palabras de su autor, un “esbozo de biografía intelectual [que] toma como eje el número siete: siete momentos miliares de su vida, siete encuentros amorosos, siete viajes mayores, a semejanza de Simbad —Sindbad en la ortografía oweniana—, el viajero que hizo de la aventura un eficaz antídoto contra el tedio, que los Contemporáneos encarnaron en su mitología literaria pero que Owen llevaría a la práctica vital” (p. 19).
A diferencia de los escuetos “Apuntes para una biografía” (1982) de Inés Arredondo, pionera en esta búsqueda, Quirarte imprime un estilo particular: entrelaza testimonios personales, como los de Clementina Otero y Blanca Margarita Guerra Estrada, con un considerable bagaje crítico e interpretativo; además aporta diversos materiales inéditos (cartas de y sobre Owen, artículos no compilados en Poesía y prosa [1953] ni en Obras [1979], informes consulares, poemas, fotografías que rescata de otras fuentes, ya propias, ya ajenas) correspondientes a siete momentos decisivos en la vida del autor de Perseo vencido (1948). En este sentido, la invitación deviene provocación: aunque Quirarte ofreció adelantos de este libro en el centenario de Owen (“Gilberto Owen. Papeles dispersos”, Letras Libres, núm. 62, feb/2004, pp. 52-56) y en fechas recientes en la revista electrónica Luvina (“En tierra muy comida por la niebla: Gilberto Owen en Colombia”), no hace una mención expresa de sus preinvitaciones a Gilberto Owen. Felizmente, logró amarrar sus adelantos: la primera, en el capítulo 2, “Juventud y revolución (1917-1923)”; la segunda, en el 5, “Segunda navegación: Nuestra América (1931-1942)”. También provocación por las líneas conjeturales con que adorna el escenario, por ejemplo cuando habla del discurso de Owen ante Álvaro Obregón:
A medida que el joven avanza en su discurso, el Caudillo pierde la rigidez a que lo obligan su investidura, el ceremonial, la puesta en escena; en cambio, se concentra en el tono mesurado, la precisión del lenguaje, la claridad de las ideas en un discurso que refleja una nueva retórica, una nueva concepción de la vida […]. Ninguno de los dos lo sabe, pero no es éste el primer encuentro. Los caminos se cruzaron antes, cuando una familia de tres miembros abandonaba la población sinaloense de Rosario, empavorecida por los terremotos y la caída de Culiacán en manos de las tropas del general Ramón Iturbe. Quizás el tren que llevaba al futuro poeta y su familia huyendo del turbulento norte haya encontrado, en su trayecto, las fuerzas del antiguo profesor de primaria […]. (pp. 41-42)
O bien cuando se refiere a la partida de Owen hacia Nueva York, donde expresa que “es posible reconstruir la escena” con los testimonios de Clementina Otero, Rubén Salazar Mallén y Antonio Espinosa de los Monteros (p. 69); pero resulta más sugerente otro fragmento, por el grado de creatividad narrativa:
La escena tiene lugar en un café de Bogotá, cercano a las oficinas del periódico El Tiempo. Acodado en su mesa —esa isla donde el tiempo no nos toca— un hombre recapitula sobre su existencia en los 12 años que ha permanecido fuera de su país. También él ha vivido, ha escrito, ha amado; se ha integrado a la generación más brillante e inconforme posterior al triunfo de la Revolución; ha viajado, a veces por ciudades que no quiso ni esperó conocer; vuelven, con vértigo de cinematógrafo, imágenes de una vida: el mar de Mazatlán, cuyas olas desmienten el nombre del Pacífico; el Nevado de Toluca, coronado de nubes; Detroit y la hostilidad de unos tiempos modernos más allá de su comprensión; después, América la nuestra, con sus relámpagos de loros y sus indios; la llegada triunfal a Guayaquil, en compañía del aprista Luis Alberto Sánchez […]. Al tiempo que vacía su copa, vuelve a su memoria y es rescatado, reconocido, asimilado, un párrafo de Las mil y una noches que, a través de la lucidez dolorosa —por instantánea— que el alcohol le otorga […]. (pp. 114-115)
Provocación, asimismo, por la estructura contrastante de Invitación a Gilberto Owen: va del dato durísimo a la libertad de la imaginación. Es más: el biógrafo usurpa el papel del biografiado. Así, el mito que se intenta desmitificar es mitificado en segundo grado. Por supuesto que hay un gran mérito en esta técnica: imprime fluidez al “esbozo biográfico”; sin embargo, al mismo tiempo, le resta rigurosidad. Podría decirse que el autor de El azogue y la granada sacrifica la verdad a costa de la verosimilitud. Las escenas pudieron ser como las reconstruye; ¿pero así ocurrieron necesariamente?
Cabe, sí, un reclamo por la soltura con que se hace referencia a datos fundamentales: es curioso que para referirse al tiempo que Owen vivió entre su salida a Nueva York, a mediados de 1928, y su regreso a México en abril de 1942,7 diga que “un hombre recapitula sobre su existencia en los 12 años que ha permanecido fuera de su país” (p. 114); más adelante:
“Owen vuelve a México luego de una ausencia de 14 años” (p. 128) y, finalmente, “el Gilberto Owen que regresa a México en 1941, 13 años después, es un fantasma que ya casi nadie reconoce” (p. 145). En la última cita, es errónea la fecha en que Owen vuelve al país y, por tanto, la suma de años en el extranjero.
Otras afirmaciones que requieren puntualizarse: según Quirarte, “ese 1943, Owen escribe un nuevo poema de amor, acaso el más intenso de su obra, bajo el título Libro de Ruth, y que habrá de aparecer en 1944, diseñado por Ángel Chapero en la Editorial Firmamento” (pp. 81-82); no obstante, hay un nuevo dato contradictorio: “En 1946 aparece en Editorial Firmamento el testimonio de su amor mexicano: Libro de Ruth…” (p. 127). La fecha correcta es la segunda.
Al dar la noticia del cuaderno Amistad que contiene Tres versiones superfluas, y publicado por Owen en Colombia en 1947, Quirarte sostiene que “se trata de una plaquette de 48 páginas” (p. 109); además, “no hay diferencia entre los versos de esta edición y los que fueron incorporados en 1948 a la primera de Perseo vencido como parte final de ‘Sindbad el varado’…” (p. 110). El cuaderno Amistad constaba de 24 páginas y no de 48; además, en la editio princeps de Perseo vencido sí hay variantes que van desde un cambio de puntuación, alguna variante léxica, la disposición general de los poemas, entre otras. En la versión de “Discurso del paralítico” contenida en Perseo vencido se suprimen cuatro versos: “Que ya despierte. Son treinta y tres siglos, / son ya treinta y tres noches borrascosas / que le persigo yo, su pesadilla, / y el rayo que le parta o le despierte / Quien lo tiene en Sus manos me lo esquiva”. También fueron omitidos dos versos de “Laberinto del ciego” en Perseo vencido: “y sí decían: vedle ya tan lóbrego / y apenas tiene quince”.
Para no abundar sobre más detalles, agregaré sólo otro ejemplo: “En mayo, Owen fecha el último de sus poemas conocidos en un café de la calle Jiménez de Quesada. Está dedicado a Carlos Pellicer, que en 1946 viaja a Colombia para llevar los restos de Porfirio Barba Jacob. Ya no coincide con Owen, quien marcha a Estados Unidos con su familia” (p. 126). En Letras de México se desmiente la aseveración sobre el desencuentro: “Carlos Pellicer y Gilberto Owen han participado, en Colombia, en los actos celebrados con motivo de la inhumación de los restos del poeta Porfirio Barba Jacob, que fueron llevados de aquí” (núm. 120, 1/feb/1946, p. 15). En el mismo número se reproduce un fragmento del texto leído por Pellicer en esta empresa. Aunque indudablemente se requeriría mayor espacio, y tiempo, para seguir discutiendo esta provocadora Invitación, con el fin de que la crítica resulte constructiva enseguida reproduzco dos cartas: una de Owen y otra de Josefina Procopio, ambas dirigidas a Benjamín Carrión; dos notas necrológicas: una sin firma y otra de José Alfredo Hernández; asimismo, y para cerrar, adjunto un texto de Benjamín Jarnés sobre Novela como nube.
Las cartas
Bogotá, [marzo de 1933].
Querido Manuel Benjamín: Derrochado mi tiempo en las cosas pequeñas, me ha luego faltado para escribirte, tan verdaderamente grande mi necesidad de saberte bien, y a Águeda, y a los niños. Te ofrezco para inmediatamente una carta larga, llena de confesiones y de Bogotá —de mi nombre en el paisaje. En ésta quisiera, y no me cabe, el elogio de un amigo que quiere serlo tuyo. De los espíritus más cercanos al tuyo en edad, curiosidad y disciplina, Germán Arciniegas (ningún pariente de nuestro inefable don Ismael Enrique) (Lagarto), enseña aquí, como tú en la Central, Sociología. Y estudia empeñosamente una reforma universitaria que los politiqueros no le dejan hacer. Va a escribirte, pues, por conversar de esas cosas contigo, ¡y va a envanecerme tan por de dentro saberlos tan buenos amigos como los dos míos! (Aquí notarás mi prosa muy en decadencia; piensa que estoy aprendiendo a escribir para los periódicos y te lo explicarás todo). Tú le conocerás, acaso, por sus libros; en amistad y diálogo verás su estatura idéntica. Verás qué justificada mi impresión cuando, refugiándome entre sus libros, entre sus palabras, asocio a nuestras veladas el recuerdo de las mil y un en tu casa. —Creo que estoy bien; sólo con el desvelo de no poder aún irme a México, a donde me llevan los proyectos que tú sabes, y que no debiera posponer, bien lo entiendo, por más tiempo. Dime, si tienes tiempo, cómo marcha el Partido. Se me dice que Vasconcelos, como quería yo le aconsejaran, no irá a tu Universidad finalmente. Le escribo a Luis Alberto a tu cuidado. No sé su dirección. Etc. —Un abrazo muy prieto a Jaime, a Águeda, a tu chiquilla. Mi cariño invariable a ti. Te escribo sobre Diálogo mañana. Chau. Gilberto.
(Carrión, Benjamín, Correspondencia 1. Cartas a Benjamín, pról. Jorge Enrique Adoum, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, Quito, 1995, pp. 133-134.)
México, 17 de junio de 1952.
Estimado Sr. Carrión:
No sé si le habrá llegado la noticia de la muerte de Gilberto Owen en Filadelfia el nueve de marzo. Gilberto y yo estábamos juntando toda su obra para publicarla en México cuando se enfermó. Con la ayuda de Gilberto pude localizar lo siguiente en México:
Desvelo (inédita)
La Llama Fría
Novela como nube
Línea
El Libro de Ruth
Perseo vencido
Estoy en camino ahora para México donde los amigos de Gilberto vamos a seguir con la edición que él pensaba hacer.
Quisiera que la obra fuera completa porque le prometí a Gilberto hacerla y porque Gilberto —el poeta— lo merece. Sé que me faltan unos poemas sueltos. Gilberto no tenía copia de nada. Luis Alberto Sánchez me escribió que era posible que Ud. tuviera algo de Gilberto —o por lo menos, podría indicarme dónde encontrarlo—. Me interesa mucho encontrar El Mundo Perdido. Dijo L. A. S. que quizá Ud. o Alfredo Pareja Diezcanseco o Raúl Andrade conserven algo de ese poema.
Les agradezco mucho cualquier ayuda Fina Procopio
(Carrión, Benjamín, Correspondencia 1. Cartas a Benjamín, pról. Jorge Enrique Adoum, Municipio del Distrito Metropolitano de Quito, Quito, 1995, p. 276.)
Las notas necrológicas
Gilberto Owen
Las afortunadas relaciones culturales que han existido entre México y Colombia, a través de diplomáticos de la más alta prosapia intelectual, tuvieron en Gilberto Owen a uno de los más gratos exponentes. Owen, como poeta, periodista y escritor, pertenecía a una inquieta generación mexicana, cuyo ingreso a la vida de las letras se registró después de los turbiones revolucionarios y al amparo de la democracia que, para ventura de México, echó raíces profundas en la vieja y heroica tierra de los aztecas. Aquellos “nuevos” mexicanos puestos de cara al mundo, recibieron las mejores lecciones de la cultura universal y acoplándola a las modalidades vernáculas supieron extraer jugos propios y densos. Es la generación de Torres Bodet, de Quintanilla, de los grandes pintores, de los hombres libres, de quienes, al recibir el legado de la democracia mexicana, han aprovechado la herencia para transformarla en cultura, en bienestar y en libertad indeclinable.
Vinculado estrechamente a Colombia por los lazos del amor y de la amistad, Gilberto Owen fue nuestro compatriota nacido en México. Inclusive muchas personas, ignorantes de la nacionalidad de Owen, lo creían colombiano y sus obras poéticas, así como sus trabajos periodísticos —intensos, constantes y técnicos— eran considerados como producto exclusivamente nacional, tal la competencia de Owen con la vida de nuestro país.
Al lado de sus dotes intelectuales, Gilberto Owen fue un príncipe de la amistad. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo recordaremos siempre la exquisita sencillez de su trato, la prudencia que lo caracterizaba y ese constante anhelo de ser amigo en la plena acepción del vocablo.
Ayer fuimos sorprendidos con la noticia de su muerte, acaecida en Nueva York antes de llegar a los cincuenta años de vida. El fallecimiento de Gilberto Owen, que enluta a una distinguida familia colombiana, nos causa profundo pesar y lesiona a las letras mexicanas tan acosadas por el signo bisiesto de 1952.
Al registrar, en esta nota fugaz, la desaparición del noble amigo y admirable poeta, hacemos llegar a su viuda doña Cecilia Salazar de Owen y a sus hijos, la sincera expresión de nuestra condolencia.
(El Tiempo, 10/mar/1952, p. 5.)
Gilberto Owen ha muerto en Nueva Cork
La frágil figura humana de Gilberto Owen, ha sido segada por la muerte. En la fría ciudad de Nueva York y en marzo ha caído el fino poeta y autor de NOVELA COMO NUBE. Conocí a Gilberto allá, por 1932, cuando ejercía el Consulado de su patria en Lima; magnífico conversador, fino espíritu y alada figura, transmitía a su simple vista el halago de la gente de jerarquía; poeta, entrañablemente poeta, empezó en esta Lima, embrujada y sensual, a vivir intensamente.
Amigo de la noche y del suburbio, supo exprimir a las madrugadas su encanto; y al filo de los días epifánicos era cuando más se abría su mente y su talento para convertir en dulce manjar el fruto de sus ideas. En las calles alargadas por el silencio nocturno, embargado por la embriaguez del alcohol y de la divina gracia, en esas coruscantes alboradas limeñas, era su discurso más diáfano y su verbo más poético.
Un día desapareció de Lima; el fino y amicísimo poeta había convenido por amistad en una circunstancia antigobernista; salió. Dijeron que estaba en Bogotá. Alguna vez unas palabras preñadas de recuerdo; alguno pegado a una novia peruana y todos plenos de idealismo, de humanidad y poesía. Gilberto Owen, como la palidez de su cutis, siempre fue un recuerdo; un recuerdo de algo que nos precedía; por eso aun estando presente —palidez, gabán y frío permanentes en él— siempre teníamos la seguridad de ser sólo una imagen de sí mismo, una fotografía, la presencia del evadido. Por eso igualmente, nunca echábamos de menos a Gilberto Owen. Pero hoy ante lo real y efectivo de su ausencia; ante la rasgadura de su presencia, muerto en la fría ciudad de Nueva York, sentimos la partida del amigo, su levar de anclas y su rumbo hacia otra vida “como nube”.
José Alfredo Hernández
(Mar del Sur, vol. 7, núm. 21, may-jun/1952, p. 84.)
El texto de Benjamín Jarnés
El carnet y el kilométrico. Nuevos prosistas mejicanos
Lo mejor para prevenir, para curar todas las fiebres: la hoja clínica, la autoinspección implacable, diaria, el carnet. Lo mejor para prevenir, para curar todo resabio, para curar todo poso: cambiar de aire, de sol, cultivar los deportes de alejamiento —de objetividad—, aprender la ciencia de olvidar, adquirir el kilométrico. El carnet y el kilométrico son dos cosas inseparables del artista de hoy. Por eso cada libro suele ser un viaje, ¿alrededor del mundo o alrededor de su cuarto? En verdad hay muchos libros de sencilla circunvalación, pero hay también —otros— los buenos, los mejores —que son de minero, de buzo. Todo es viajar. Pero la magnitud, la intensidad del viaje se miden por el espesor de los obstáculos.
Novela actual: viaje al interior de un espíritu. Anotemos hoy, en el arte de México, tres de estos viajeros: Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Salvador Novo. Libros: Dama de corazones, Novela como nube, Return Ticket.
[…]
No sé si el libro Novela como nube, de Gilberto Owen, estará predestinado a figurar en lo futuro como “maravilla” arqueológica o como un tomo de “Clásicos Olvidados”. Me inclino a creer que será difícil olvidarlo pronto. Fija con tal exactitud este sabroso momento literario que al menos será siempre un testimonio –claro, justo– del espíritu de una época de arte.
También Gilberto Owen es un poeta que este libro prefiere escribir en prosa. Su alejamiento, pues, de la novela, podemos medirlo por su feliz proximidad a la cima del poema.
(Novelista —hemos escrito— es ¡ay!, un ser resignado a bregar con la materia espesa; es un infeliz obrero para quien el mundo concreto existe. Poetas, sois la luz; ensayistas, sois la sal; novelistas, sois la arcilla, eternos mendigos de la luz y de la sal).
Creo que el autor de Novela como nube es el más joven [entre] los buenos, y ya conocidos, artistas mexicanos. Disfruta de un claro sentido de orientación. El dolor es para él un tema indeseable. Su alegría es una tornasolada nube, pero ha sabido hallar a esa nube una feliz expresión artística.
Otro billete de primera en un trasatlántico sin bodega, con máquinas de cristal, con caparazón de nácar… (Y sin bandera. O con una bandera donde alternan los colores de dos continentes literarios. Ninguno de estos trasatlánticos ha izado su bandera).
Benjamín Jarnés
(Gaceta Americana, 1/ene/1929, p. 4a.) ~
____________
1 El texto citado aparecerá completo en
Gilberto Owen en El Tiempo de Bogotá.
Prosas recuperadas (1933-1935), en prensa.
2 La carta de Duplán tiene la fecha del 14 de
octubre de 1933 y está dirigida al Secretario
de Relaciones Exteriores de México, J. M.
Puig Casauranc [apud José Rojas Garcidueñas,
“Gilberto Owen. Notas de su vida y su
obra”, Anales del Instituto de Investigaciones
Estéticas, 40 (1971), pp. 78-79]. Acerca de
Duplán puede decirse que fue un personaje
allegado a El Tiempo, pues además de que
en este diario registran su llegada y su salida
como ministro plenipotenciario de México
en Colombia (véase la edición del 29 de enero
de 1933 y la del 24 de diciembre de
1934), colaboró al menos en dos ocasiones
en sus páginas: “La situación actual de México”,
El Tiempo, 16/sep/1933, p. 4 (este artículo
fue reproducido nuevamente al día
siguiente, porque aparece mutilado, a pesar
de que se dice que “Continúa en la p. 9”) y
“Cómo debe juzgarse la situación de Rusia”,
El Tiempo, 2/ene/1934, p. 4.
3 Se trata de una aclaración al principio
de “Filipinas en su víspera”, El Tiempo,
16/ene/1933, p. 4. Al final del artículo
puede leerse: “Gilberto Owen.
Bogotá, 1933”.
4 Por cierto, se trata de una carta que
Guillermo Sheridan dio a conocer en
México en Vuelta, núm. 249, ago/1997,
pp. 57-58. Aun cuando menciona la
existencia de otra misiva de Owen a Carrión,
no la incluye (mar/1933); también
deja fuera una carta de Josefina Procopio
a Carrión donde solicita a éste poemas
de Owen de los que no tiene copia,
para una edición de su obra completa
(17/jun/1952). Las cartas pueden consultarse
en Benjamín Carrión, Correspondencia 1. Cartas a Benjamín, pról.
Jorge Enrique Adoum, Municipio del
Distrito Metropolitano de Quito, Quito,
1995.
5 “Gilberto Owen”, El Tiempo,
10/mar/1952, p. 5.
6 Mar del Sur, vol. 7, núm. 21, may-jun/1952,
p. 84.
7 El Tiempo, el 16 de abril de 1942, anuncia en “La Vida
Social” la fecha en que Owen regresa a México después
de casi trece años de ausencia: “Para México saldrá el 29
de abril del presente don Gilberto Owen”. Quirarte, por
su parte, aporta mayor información hallada en El
Espectador bogotano.
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