Jorge Fernández Menéndez
Editorialista del diario Excélsior. Sus obras más recientes son Nadie supo nada: La verdadera historia del asesinato de Eugenio Garza Sada; Calderón presidente: La lucha por el poder.
¿Qué evaluación harías de estos tres años de guerra al narcotráfico en México?
Los resultados han sido desiguales. El objetivo primero con el que se lanzó esta estrategia era básicamente la recuperación de territorios, lo cual se ha logrado en buena medida. Pero creo que en el camino se descubrieron muchas otras insuficiencias, que a su vez generan otros problemas. Hay un punto fundamental.
Toda la estrategia estaba centrada en la utilización de fuerzas federales para recuperar territorio, en el entendido de que eso dispararía el delito común, sobre todo el secuestro y las extorsiones.
Donde fallaron los cálculos fue en que se creyó que las policías estatales y locales estarían capacitadas para tomar esa responsabilidad, y evidentemente lo que se descubrió en el camino es que esas policías estaban más infiltradas de lo esperado. También nos encontramos que buena parte de las autoridades estatales y locales no han querido tomar ninguna responsabilidad.
Esa combinación de cierta distancia política de las autoridades y la infiltración de los cuerpos policiacos nos han llevado a que, si bien hubo una recuperación de territorios, la percepción de la gente, sobre todo por dos delitos, el secuestro y las extorsiones –más incluso que las muertes por el ajuste de cuentas– es que la situación está peor que la de hace algunos años.
De acuerdo con las cifras más conocidas la producción de estupefacientes no ha disminuido, como tampoco el consumo. Al parecer lo único que disminuyó fue el precio de las drogas en las calles.
Algunas cifras indican que la producción ha disminuido un poco. También se habla en Estados Unidos de una reducción de 20% en la entrada de cocaína desde México. No son cifras, de todas maneras, para echar las campanas al vuelo. Pero me parece que el objetivo fundamental de la guerra contra el narcotráfico era la recuperación de territorio, porque se había convertido en un problema de seguridad nacional.
Por otro lado, la utilización de las fuerzas federales para combatir a los cárteles del narcotráfico –un recurso perfectamente legal de cualquier Estado– queda incompleta si nadie combate al narcomenudeo.
Se supone que eso es tarea de las policías locales, pero ¿cuándo hemos visto noticias en el DF de que la policía ha realizado una redada y se han capturado a narcomenudistas?
Hay una contradicción. Por una parte tenemos un combate durísimo contra los cárteles y en la base de esa pirámide –la delincuencia común y el narcomenudeo– tenemos que las policías locales no combaten esos delitos. Revisemos las experiencias de otros países en su lucha contra el narcotráfico. Está el ejemplo muy socorrido de Colombia, pero están las experiencias de Miami, Los Ángeles, Palermo y Nápoles.
En todos esos casos el narco había logrado una infiltración enorme de los cuerpos policiacos. Y el éxito se logró con medidas que no son muy diferentes a las que se están tomando en México. Las peculiaridades del caso mexicanos son dos: la extensión territorial, que obliga a un esfuerzo mucho mayor, y que en las experiencias que hemos mencionado había fuerzas policiales centralizadas.
Y eso no lo tenemos en México. Según las últimas cifras en México hay 2 200 policías municipales, además de las de los estados; en la ciudad de México hay más de 60 cuerpos policiales. Se habla de tener sólo 32 policias estatales y una federal muy bien coordinadas, pero tampoco se ha avanzado mucho en eso. Y es que en muchos gobiernos estatales no hay mucho interés.
Cuando se ve la reacción de Leonel Godoy frente a lo que ocurrió en Michoacán, y defendió a ultranza a su gente en lugar de pedir una investigación exhaustiva, encontramos un buen ejemplo de lo que digo.
¿Ves alguna otra opción?
Creo que la estrategia de la recuperación de territorios es correcta. No encuentro otra. Lo que proponen Jorge Castañeda y Rubén Aguilar (El narco: la guerra fallida, Punto de Lectura, 2009) me parece una locura. Pactar, hacer una tregua, combatir a un cartel y no a otro…, me parece, lisa y llanamente, una tontería –con todo el aprecio que les tengo a ambos. Creo que no lo meditaron mucho. ¿Cómo combatir a un cartel y no a otro? ¿Cómo y con quién pactas? ¿Con el señor García Simental, acusado de 600 asesinatos, con El Pozolero? El aspecto policial y militar de la estrategia puede tener revisiones y ajustes, pero creo que, en esencia, es la correcta. Se puede complementar con esfuerzos políticos y medidas de salud pública. Hay una diferencia descomunal entre los presupuestos dedicados al aspecto militar y los que se dedican a la información y prevención. Habría que fortalecer las áreas de inteligencia y el lavado de dinero.
Se dice que los cárteles mexicanos mueven entre 20 mil y 30 mil millones de dólares, y una buena parte de ese dinero se mueve en la economía mexicana. La banca en México ha sido señalada por no aplicar los protocolos del Grupo Financiero Internacional.
¿Pero cuánto ha recuperado Estados Unidos del lavado de dinero? Según MacAfrey la utilidad neta del comercio de cocaína en Estados Unidos era de 60 mil millones de dólares al año. Es muy difícil combatir el lavado de dinero, sobre todo si con lo único que contamos en México es con una dependencia de la Secretaría de Hacienda.
Lo que sucede es que hay dos grandes negocios en todo esto: el narcotráfico, propiamente dicho, pero también el negocio de su combate. Son miles de millones de dólares lo que se mueven en los dos frentes.
El destino final de una buena parte de las drogas es el mercado estadounidense. Pero la cooperación binacional en este aspecto no ha sido satisfactoria para ninguna de las partes. ¿Cuál debe ser el papel de Estados Unidos?
Washington se ha equivocado. Quien delineó una estrategia coherente fue Bill Clinton y trató de combinar el trabajo de inteligencia, de colaboración binacional y de atención a las adicciones. Lo que sucedió es que desde el 11 de septiembre la atención de EU se centró en su lucha contra el terrorismo. De todas maneras, la administración de Obama no ha logrado establecer una visión integral del problema. Hay buenas intenciones, pero difícilmente pueden establecer una estrategia coherente mientras estén concentrados en otros temas. En EU han decidido administrar las consecuencias del narcotráfico y creo que la mayoría de los países saben que no pueden acabar con el problema. Nadie ha acabado con el narcotráfico. Algunos países se han esforzado por mantenerlo en límites manejables y bajo control. A EU le preocupa que la violencia de la frontera norte llegue a su territorio, y ello ha empezado a suceder. Durante 2008-2009 la ciudad con mayor número de secuestros en el continente americano no fue el DF ni Bogotá, fue Phoenix, en Arizona, porque entraron las bandas mexicanas y realizaron secuestros exprés. Algo similar ha sucedido en la frontera entre Tamaulipas y Texas.
¿Qué opinas de la despenalización?
Creo que tenemos que avanzar en ello, es la única salida. Pero tendríamos que revisar experiencias como la holandesa. Ahora España y Holanda, dos de los países más permisivos, son grandes depósitos de drogas y de ahí se distribuyen a toda Europa. Veo con simpatía la despenalización pero tendría que ser un acuerdo global o, por lo menos, bilateral con Estados Unidos. Allá, prácticamente se ha despenalizado el consumo de marihuana. Pero el gran comercio no es la venta de marihuana –además, más de la mitad de la marihuana que se consume en EU es producida allá–, sino la cocaína y las drogas sintéticas. Y me pregunto si podemos legalizar esas sustancias, y en qué contexto.
El combate al narcotráfico ha poblado las cárceles. Durante el sexenio de Fox se hablaba de 100 mil personas capturadas por delitos contra la salud, de los cuales sólo una mínima parte eran capos o mandos medios de los cárteles.
El problema no es cuántas personas fueron apresadas, sino cuántas se quedan en las cárceles. Y, por otro lado, hay un porcentaje muy alto de delincuentes que son adictos. Tenemos una trayectoria delincuencial que puede pasar en unos meses de robar estéreos hasta el narcotráfico, lo que no sucede en otros países donde los actos delincuenciales son compartimientos estancos. Luego de las cifras que hablan hasta de 16 mil muertos, la enorme mayoría en enfrentamientos entre bandas de narcotraficantes, lo sorprendente es que sigan apareciendo sicarios.
Es que se habla de siete millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. ¿Hay ahí una base disponible para el narco?
Por supuesto. Hay una relación directa entre ese vacío que me parece gravísimo, y siempre habrá la tentación de acercarse dinero fácil. Pero además, cuando vemos los pagos que reciben nos damos cuenta de lo irrisorio de las cifras. Los millones se los llevan los capos. Los que mataron en Paraíso a la familia del marino muerto en el operativo contra Beltrán Leyva recibieron 12 mil pesos entre todos. Pero sí, debemos resolver la situación de esos millones de jóvenes. Es un crimen que cada vez haya menos oportunidades de trabajo y de estudio. Ellos pueden alimentar al narco, al comercio callejero y la migración.
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