La abrumadora ola de información que recibimos a diario nos ha distanciado poco a poco de la magia y el saneamiento de los rituales, esas ceremonias de iniciación que determinan nuestras vidas. Ninguna mente puede abrazar de un día para otro las nuevas libertades que el paso de los años nos guarda celosamente. Para esos momentos tan decisivos, los hombres y mujeres debemos prepararnos a través de ritos, aquellos momentos que reafirman el entendimiento de nuestras vidas. Las etapas de abstinencia, meditación y celebración nos permiten profundizar y reconocer la trascendencia de los nuevos caminos por recorrer.
En el pasado, uno de los privilegios de los chamanes era el de comunicar los temas de importancia a sus grupos tribales. Gracias a esa visión podían en ocasiones prever el porvenir y así garantizar su supervivencia. Hoy en día, con los avances tecnológicos, nuestros líderes tienen mayor información: ahora pueden definir con más certeza nuestro futuro.
El mundo enfrenta uno de los cambios más dramáticos en su historia: crisis financieras, falta de liderazgo en nuestros gobernantes y un medio ambiente totalmente fragmentado y que pone en riesgo nuestra propia existencia. Ningún ritual pudo prepararnos para enfrentar esta nueva etapa donde el hombre debe encontrar la certidumbre a través de la sustentabilidad.
¿Por qué? Si bien la ciencia nos informó desde hace décadas de esta problemática ambiental, no tomamos las medidas necesarias. Somos una especie altamente emotiva, aprendemos y retenemos más a través de las experiencias vividas que del conocimiento compartido. ¿Será ésta una de las razones por las cuales el Hombre creó los rituales, para poder percibir emocionalmente ese nuevo papel que debemos ejercer?
Podría ser también la razón por la cual los chamanes pintaban en las paredes representaciones de aquellas especies de fauna que eran esenciales para su supervivencia. Esta sencilla pero creativa actividad fortaleció su protagonismo ante sus comunidades; de un modo similar, ahora los líderes de gobiernos y corporaciones nos venden ideas y productos con promesas de un bienestar futuro. La esencia está en el ritual, en ese uso de la información que antecede al convencimiento. Ahora la llamamos mercadotecnia.
Los conservacionistas debemos vernos como vendedores del mundo natural. Hemos sido torpes en cuanto a las campañas de comunicación que lanzamos, ya sea por falta de presupuestos o por arrogancia. Creyendo que nuestras historias son contundentes y de gran importancia, no logramos captar la atención de nuestro público, para que éste cambie sus actitud hacia la naturaleza.
Por ello, hace unas semanas en Mérida, Yucatán, durante el Noveno Congreso Mundial de Tierras Silvestres WILD 9, propuse terminar el congreso con un ejercicio de cuerpos pintados, como una ceremonia de unión con nuestras raíces naturales. Este ejercicio tuvo una dinámica un tanto diferente a la de cualquier otro foro medioambiental internacional. Como ya es una tradición, WILD 9 reunió a académicos, agencias de gobierno y conservacionistas, pero también a fotógrafos, pintores, escultores y comunicólogos: un total de 1,500 delegados representando a 51 países.
Si bien este esfuerzo de conservación tuvo una preparación de dos años, donde los diversos actores se reunieron y definieron sus presentaciones —enfocadas principalmente en demostrar cómo las tierras silvestres son nuestro mejor aliado para enfrentar la crisis ambiental del planeta—, el espíritu del congreso estuvo reafirmado por las representaciones de arte y cultura como parte de la solución ambiental.
Así, 17 modelos, 16 pintores y 7 fotógrafos se reunieron en una hacienda al sur de la cuidad de Mérida. Como una orden de sacerdotes con sus pitonisas. Reconocidos artistas como Carmen Parra, Fernando González Gortázar y María Sada pintaron los cuerpos humanos, plasmando su preocupación sobre el futuro del mundo natural, para que posteriormente fotógrafos como Thomas Mangelsen, Jack Dykinga o Nick Nichols dejaran un testimonio material de un arte efímero.
Mi participación, a más de la de incitador, fue de pintor y fotógrafo. Tomando al jaguar, emblema de WILD 9, intenté crear en dos cuerpos humanos la textura de los frescos mayas con representaciones de este felino o “Balam”, especie que representa el espíritu de las tierras silvestres.
Como fotógrafo, recordé la imagen de un jaguar que se utilizó en la campaña de promoción del congreso y coloqué a Balam I detrás de una hoja de palma. Como espectador, la experiencia fue memorable, desde la intimidad y el diálogo entre el artista y su obra o cuerpo hasta la fantasía con que los fotógrafos atrapaban imágenes de mundos surreales. Al momento en que los modernos chamanes presentaron su obra por la noche al resto de los participantes del congreso, en el marco de la bella hacienda de Tekit de Regil, “El lugar de la sangre”, los cuerpos pintados, cual estatuas vivientes, enmudecieron a los espectadores. La sencilla y natural propuesta se convirtió en un ritual donde el hombre se reencontró con su esencia silvestre.
Patricio Robles Gil
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