Tiene años que renuncié a hacer bilis con la ceremonia de entrega de los Óscares y la verdad —en mi ingenuidad— me sigo maravillando de que muchísima gente desperdicie la noche de un domingo aburriéndose con lágrimas y agradecimientos al Creador. No me sorprende, en cambio, quien los ve buscando el glamur que Nicole Kidman perdió desde que empezó a usar Botox, pero sí quien se queja año con año de que no ganó la mejor película o el mejor actor nominados. Como sea no he dicho nada novedoso ni particularmente valioso y no me voy a detener ahí: voy a utilizar dos de los premios de la última entrega para entender el fenómeno: el premio a Sandra Bullock como mejor actriz y el premio como mejor directora a Kathryn Bigelow por Zona de miedo (The Hurt Locker).
CASO 1
El premio a la Bullock es uno de esos premios que indignan a media humanidad. Y no extraña: su registro actoral es tan extenso como una hojita de perejil. Pero veamos, ¿acaso ése premio se ha otorgado históricamente a las mejores actrices? Basta pensar en que Halle Berry y Julia Roberts lo han ganado también.
No debemos olvidar que el Óscar es el premio de una institución estadounidense que se llama Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas (Academy of Motion Picture Arts and Sciences) y que tiene sede en Beverly Hills. La palabra “ciencias” —equivalente a “técnicas” en este contexto— nos puede ayudar a situar la problemática: es un premio para un arte-industria donde a los actores (intérpretes) se les considera tan artistas como a los guionistas, directores y camarógrafos (creadores). Y en su lógica interna el permio es coherente: Sandra Bullock es la única “artista” (estrella) que sigue siendo garantía de ventas para una industria (la de los grandes estudios) que cada vez encuentra más difícil recuperar sus inversiones desmesuradas.*
El problema está del lado de las audiencias televisivas de la entrega: igualamos el renombre del premio con una idea de calidad artística que no corresponde con los hechos. El Óscar nunca ha merecido el valor que le otorgamos. Ese valor supuesto, entendido como una patente de calidad, es una mistificación y la mistificación es el modus operandi de Hollywood. Todo en su sitio, pues.
CASO 2
Las feministas deberían estar indignadas con el premio a Kathryn Bigelow. ¿O qué nadie se dio cuenta de que recibió el premio a mejor directora en la noche colindante con el Día Internacional de la Mujer? Independientemente de los méritos de la película, Bigelow recibió el premio por la necesidad de cubrir una cuota: faltaba una mejor directora y ahora la Academia puede estar tranquila y seguir premiando hombres blancos como después de cubrir su cuota de negros (2001) y de latinos (2006).
No ignoro lo falaz del argumento anterior, pero planteé las cosas de este modo por el placer de lo plausible que tienen las teorías del complot. Quizá hasta el argumento parece muy convincente. Lo indudable es que el premio tiene un carácter político, es decir, refleja cuáles son los asuntos de una nación, y entonces, responde a los intereses y sucesos históricos en que están imbuidos quienes lo otorgan. En más de un sentido, en tanto que político, el Óscar es un signo de los tiempos. Por lo tanto refleja valores y prejuicios que a veces coinciden con lo que en un tiempo se considera valioso en términos artísticos. Otro juicio político, por cierto.
Quiero creer que si se aplican los criterios de mistificación y política a cualquier premio (la Palma de Oro o los Arieles, por ejemplo) se puede tener un acercamiento más o menos objetivo a lo que de verdad se valora en un premio. A lo mejor valdría la pena repetir el ejercicio con otro sujeto de estudio.
* Éstas son dos reflexiones muy pertinentes sobre el fenómeno: “The Rise and Fall of Star Power” de Hannah McGill (Sight & Sound, febrero de 2010, p. 43) y “End of the World: Part One” de Nick Roddick (Sight & Sound, marzo de 2010, p. 17). Sandra Bullock se menciona específicamente al inicio del segundo texto.
Abel Muñoz Hénonin
[…] artículo está vinculado con Breves quejumbres salidas del Óscar, publicado aquí mismo el mes pasado. Intenta hacer un ejercicio alrededor de los premios a partir […]
Bueno, parece que la bilis anual es un paso obligado para todos: cinéfilos y simples televidentes. Los Óscares año con año no fallan en demostrar que debieran ser ignorados, pero, a su vez, no deben serlo. Satisfacen el morbo de ver cómo la Academia de “esos nuevo-ricos estadounidenses creen que hacen cine,” dan premios tontos. Gracias a los Óscares, se legitiman otros festivales de premiación. Su función es vital.
Además, sería muy aburrido si premiaran cine independiente o extranjero que la cultura de masas no ve.
Y a la Bullock le dieron el Oscar porque era la que más potencial tenía de dar un discurso de agradecimiento cagado, eso es todo.