Cuando Mario Vargas Llosa estuvo en México para presentar El pez en el agua, tuve la oportunidad de conversar con él amplia, largamente. Descubrí entonces que habla como escribe, con una pulcritud que azora e ilumina toda su exposición. Considero vigentes sus palabras, por lo que elijo para los lectores de EstePaís | cultura las luces de esa charla, publicada en su momento en unomásuno. g o m
Moral y ética política
Creo que muchas veces, si acaso la mayor parte de las veces, están disociadas, pero ésa debe ser una meta —introducir la moral en la acción política—, porque no puede haber progreso real en una sociedad —económico, cultural— si no va acompañado de una cierta moral política.
Por desgracia, en la mayor parte de nuestros países, la política sigue siendo una mera técnica despojada de todo contenido moral, en la que se puede usar la mentira, la calumnia, en la que las palabras no comprometen absolutamente a quien las pronuncia, en la que todo vale para conquistar el poder o para quedarse con él. La política así concebida queda bajo la ley de la selva, donde impera el más fuerte, el más pícaro o el más pillo, lo que mina cualquier progreso económico, cualquier desarrollo, y crea en la sociedad civil una extraordinaria desmoralización. Lo anterior crea siempre un clima propicio a las aventuras de tipo golpista, o a la demagogia extremista. Por eso es fundamental que la política recupere una cierta conciencia moral, de tal manera que atraiga a las personas honestas, a las personas decentes. Es importante que la política no esté tan disociada de la moral, como por desgracia lo está en América Latina.
Intelectuales y poder
Creo que el intelectual tiene tribunas que le permiten llegar a un público. Eso le da una responsabilidad, le debería dar una responsabilidad mayor que al común de los ciudadanos. Por otra parte, creo que son inmorales los casos de los intelectuales que utilizan esas tribunas de una manera que es muy criticable, porque sirven para que se defiendan las peores opciones. Creo que el intelectual debería asumir con mayor responsabilidad el privilegio que le da llegar a un público, lo que realmente muy pocos ciudadanos están en condiciones de hacer, muy pocos ciudadanos independientes.
Democracia
Tiene que haber una fe en el sistema democrático; los ciudadanos deben tener confianza en que las instituciones sirven para mejorar lo que anda mal. Creo que ése es el punto de partida de toda gran reforma moral en una sociedad. Eso, desgraciadamente, ha sido muy difícil de conseguir hasta ahora, porque en la realidad las instituciones no han servido para mejorar las cosas. Las instituciones están profundamente viciadas o porque servían para defender intereses particulares, no los intereses generales, o porque simplemente el poder está en manos de personas deshonestas, incompetentes, lo que ha creado una tremenda incredulidad en la eficacia de las instituciones. La democracia permite a la gente intervenir, fiscalizar al poder, desalojar del poder pacíficamente a los ineficientes y a los corruptos. Creo que eso está empezando a pasar en América Latina. La gente vuelve a tener fe en la democracia, a pesar de que la democracia es, en todo caso, el menos malo de los sistemas. Ojalá esto se generalizara y los políticos que han delinquido, que han usado el poder de una manera delictuosa, sean juzgados, sean desaforados, sean sancionados. Esto va a demostrar a la gente que la democracia sí funciona, que sí es una institución o un sistema capaz de corregir pacíficamente las imperfecciones y las deficiencias de una realidad.
Corrupción
La moral es fundamental porque uno de nuestros problemas terribles es la corrupción, junto con la discriminación, la explotación, la pobreza, la ignorancia. La corrupción está institucionalizada en la mayor parte de nuestros países, y si nosotros no conseguimos desalojar esa especie de flagelo de nuestra vida pública, no vamos a desarrollarnos aun cuando haya un crecimiento económico en nuestra sociedad; ésta va a estar completamente lastrada, contaminada de una injusticia esencial, porque la corrupción es una injusticia esencial contra la mayoría de las sociedades.
Izquierda
Hoy en día —¿quién lo hubiera dicho?— una persona como Ricardo Lagos, líder de la izquierda chilena, propone su plataforma electoral en formas liberales más avanzadas incluso que las de la democracia cristiana, como la privatización inmediata e integral del cobre. Bueno, eso me parece muy positivo, eso me parece un indicio de que la izquierda chilena ha entendido la lección de la historia. Ahora es menos ideológica de lo que era en el pasado, y acepta que no hay progreso sin libertad económica, que ésta es la pieza esencial del progreso, y además uno de los fundamentos de la sociedad democrática. Así es que sí se puede hacer política de izquierda, política solidaria, política con un sentido ético de la justicia social defendiendo el mercado. Desgraciadamente creo que no hay muchos ejemplos de esta nueva posición. Creo que en otros países todavía la izquierda sigue muy aferrada a los viejos dogmas estatistas de nacionalismo económico, de desconfianza, de hostilidad hacia la empresa privada, y eso la coloca contra de la modernidad.
Para ser escritor
No sé si hubiera llegado realmente a ser un escritor; es decir, a tener la voluntad, la terquedad suficiente, si no hubiera tenido una oposición tan grande en mi propia familia a esa vocación. Por las relaciones tan difíciles que tuve con mi padre, creo que una manera simbólica de enfrentarme a él fue asumiendo esta vocación que él detestaba, en la que él veía un seguro fracaso en mi vida.
¿Quiere que le diga qué es lo que más disfruto? Corregir el primer manuscrito. En realidad para mí comienza a ser un gran placer, realmente algo muy estimulante, muy excitante, una vez que tengo terminado un borrador —sé que el libro ya está allí—, porque ahora se trata simplemente de perfeccionarlo, de pulirlo, de purgarlo de adjetivos, de editarlo de una manera que sea más persuasivo. En cambio, me cuesta mucho trabajo escribir el primer borrador; para mí es un enorme esfuerzo; de verdad, tengo que trabajar con una enorme voluntad porque siento mucha inseguridad hasta que termino. Una vez que concluyo el primer borrador la situación cambia completamente; por eso siempre digo, bromeando, que lo que me gusta a mí es no tanto escribir como reescribir, porque en realidad soy un escritor.
Dónde escribir
Cuando era estudiante me acostumbré a trabajar mucho en la biblioteca, a hacer allí los trabajos que nos pedían. Luego, en Londres sobre todo, que es donde he pasado más tiempo, la biblioteca del Museo Británico es tan cómoda, tan tranquila. Ahí no sólo tengo libros viejos sino la primera versión. Necesito un cuaderno y un lápiz, pero necesito también algo que ya en mi casa nunca tengo, que es la intimidad: que no suene el teléfono, que no haya bulla, para poder realmente concentrarme horas, y eso las bibliotecas, afortunadamente, se lo ofrecen a uno. Además, el estar rodeado de libros siempre crea un clima muy estimulante. Pero es verdad, me gusta mucho trabajar en bibliotecas. ¿Y cómo lo sabe usted?
La ciudad y los perros
Mire, La ciudad y los perros es como la culminación de lo que fue toda esta época que yo describo en El pez en el agua. Fue primero mi vocación de lector, después el descubrimiento de la literatura, después el descubrimiento de mi propia vocación de escritor en un medio donde era muy difícil asumirse como tal, donde todo trataba más bien de disuadirme. Y las dudas, también las ilusiones de mi juventud. Respecto a la literatura, los que me ayudaron son ciertos autores que leí en esa época, por ejemplo Sartre, Camus. Luego todo lo que aprendí leyendo a novelistas como los estadounidenses, por ejemplo Faulkner, en especial, y también los novelistas del siglo xix, que fueron grandes maestros. Una experiencia vital fue el internado en ese colegio militar. De la reunión de todo eso nace La ciudad y los perros, pero nunca hubiese podido escribir esa novela, a pesar de todas esas experiencias, si no hubiera aprendido algo que yo creo que le debo a Europa, que es la disciplina. Cuando la escribí estaba en Madrid. Lo hice en una pensión de la calle Doctor Castélum, en el barrio de Salamanca, donde vivía. Trabajaba muchas veces en un bar, una tasca de la esquina, que se llamaba “El Jute”, en donde había un camarero bizco y que era muy divertido. Venía siempre a leer sobre el hombro lo que yo estaba escribiendo, y me daba un golpecito diciendo: “¿Cómo va eso?, ¿cómo va eso?”. Y luego continué escribiendo en París, adonde fui en el año de 1959. En todos los momentos que tenía libres me dedicaba al libro. Me demoró como tres años escribirla; hice varias versiones, por lo menos tres versiones completas de la novela. Pero por supuesto nunca imaginé que me depararía tanta satisfacción porque el libro, después de buscar, se editó en una buena editorial: Seix Barral, que dio un premio y promovió que se tradujera a otros idiomas, algo que yo realmente no había imaginado que podía ocurrir.
El personaje
El rebelde, seguramente; el hombre insatisfecho de su condición, de su circunstancia, de su tiempo, de su sociedad, y que trata de cambiar las cosas, de cambiar su propio destino, algo que la mayor parte de las veces no consigue, pero que en ese intento, en ese esfuerzo, vive situaciones o experiencias que evidentemente son las que a mí más me estimulan para describir, para inventar. Así que si tengo que señalar un prototipo, sería tal vez el del rebelde.
Octavio Paz
Es un gran poeta y al mismo tiempo es un gran crítico y un gran pensador, alguien que puede pasar de un registro a otro con absoluta naturalidad, con absoluta desenvoltura y, la verdad, yo no me atrevería a elegir a uno postergando al otro. Lo puedo hacer con Borges, quien creo que es un gran poeta y un extraordinario ensayista y cuentista, pero si tengo que elegir no vacilo: me quedo con el cuentista y el ensayista antes que con el poeta. En el caso de Octavio Paz no, creo que él ha sido tan extraordinariamente original, estimulante y creativo en la poesía como en el ensayo. Creo que su pensamiento ha sido muy importante, por supuesto muy valioso desde el punto de vista lógico y desde el punto de vista político. Yo le debo mucho a Paz en el periodo —para mí crítico— de transición de entusiasmo por el socialismo a la revolución de la cultura democrática, de la cultura de la libertad. En esos años la lectura de Paz fue muy importante. El ensayista del hombre enfrentado al estalinismo y que había hecho una disección, muy rigurosa y también muy despiadada, del totalitarismo, de los ogros filantrópicos. Realmente fue una ayuda enorme, pero por otra parte siempre he admirado al poeta, siempre lo he leído con mucha admiración. Recuerdo que cuento ahí, en El pez en el agua, cómo descubrí con un amigo Piedra de Sol en un cuadernillo que publicó, creo, el Fondo de Cultura, y el entusiasmo que nos produjo ese poema que nos aprendimos de memoria; yo me sabía todo ese poema largo. Desde entonces he leído también al poeta con mucho entusiasmo. Lo he seguido además en todo ese recorrido complicado, experimentado en distintas direcciones. Creo que es una de las grandes figuras intelectuales de nuestro tiempo, sin duda, y de los que más han contribuido a darle universalidad a la literatura latinoamericana.
La figura paterna
Mi padre es quizás el protagonista de El pez en el agua. Es una relación que fue por supuesto muy dolorosa, traumática, como lo he relatado en ese libro. Por otra parte, es una relación un poco violenta, que me hizo sentir una autoridad. Estoy seguro de que ha contribuido mucho a hacer de mí una persona rebelde, insatisfecha, muy celosa de su libertad.