Roberto Soto (el “Panzón” Soto) era un cómico de teatro de revista mexicano de los años veinte y treinta. Igual que Leopoldo (el “Chato”) Ortín y Carlos López (el “Chaflán”), Soto fue desplazado por la implacable personalidad de Mario Moreno (“Cantinflas”), quien ni siquiera toleró a su compañero de comedia inicial, Manuel Medel, y sólo tuvo más tarde un rival, Germán Valdés (“Tin Tán”) y otros secundarios (“Clavillazo”, “Resortes”).
Si evoco estas historias del cine y el teatro cómicos de México es para hacer una malvada alusión a otro Roberto Soto, el personaje de Fricción de Eloy Urroz, que recuerda al “Panzón” por su nombre, sólo que el personaje de Urroz se llama Roberto Soto Gariglietti y se reclama no de un cómico de carpa, su homónimo mexicano, sino de un filósofo presocrático, Empédocles, que fue discípulo de Parménides y vivió en el siglo V a.C.
¿Se queda Urroz con la Chancha y los veintes? Does he have his cake and eat it too? Claro que sí. Su referencia a un cómico popular mexicano así como la referencia a un filósofo siciliano de la antigüedad no es gratuita, si tomamos en cuenta que Empédocles profesaba una filosofía de la reencarnación, a saber: “Ninguna cosa mortal ha nacido, ninguna ha terminado con funesta muerte. Sólo hay una mezcla de iridiscencia de cosas fragmentadas. A esto los hombres llaman nacimiento”.
Nacer de supervivencias significa que nada muere por completo y que Roberto Soto Gariglietti es un trasunto del cómico mexicano y del filósofo siciliano, en la medida en que ambos son parte de la tragicomedia humana. Pues, ¿no es cómico que Empédocles termine su vida arrojándose al cráter del volcán Etna, lo cual dio origen al célebre dístico, “Poor Empedocles, that restless soul, / jumped into Etna, and was roasted whole…”?
Otras versiones dicen que Empédocles fue arrojado por el volcán a un Elíseo divino; otras, que engañó a todo mundo y sólo dejó una sandalia en el volcán para hacer creer en su mito mortal.
Sea como fuere, la comicidad de Empédocles es contrastada con la tragedia de Soto, cuya preeminencia cómica le fue arrebatada por “Cantinflas”, reduciendo al “Panzón” a películas sin éxito como La corte de Faraón, aunque su hijo, “Mantequilla” Soto, sí se estableció como figura cómica secundaria en películas de Luis Buñuel (Subida al cielo, La ilusión viaja en tranvía) y Pedro Infante (Nosotros los pobres).
Digo lo anterior para entrar, con pie inseguro, al mundo paródico y en perpetua transformación de Eloy Urroz. En sus novelas se dan cita Sergio Pitol y J. M. Coetzee, Pancho Villa y Milan Kundera, José Donoso y Marcelo Chiriboga —el regalo de Ecuador al boom. Sólo que Urroz pertenece a la constelación siguiente al boom, o sea al crack, así autonombrado para que otros no lo nombraran a su guisa, y al cual pertenecen también otros autores aquí discutidos: Ignacio Padilla, Jorge Volpi y Pedro Ángel Palou.
Ninguno, como Urroz, hace más explícito el tema que vengo tratando: no hay creación que no se apoye en tradición; no hay tradición que perviva sin creación. En Fricción, Urroz da el paso de conducir esta realidad literaria a su relación más peligrosa, escueta y secreta: la relación del personaje, Roberto Soto Gariglietti, con ellector, que eres tú. Tú, es decir, el que lee; el que tiene el libro titulado Fricción en las manos; el que da vida a la ficción de Fricción y a la Fricción de ficción.
Tú, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, dijo Baudelaire para decir lo que se sabe siempre en arte poética pero rara vez se dice en arte narrativa. Me dirijo a ti, lector; sin ti, no existo, el libro se vuelve objeto yacente en espera del siguiente lector que lo reviva, que lo salve del volcán, que recoja la sandalia de Empédocles…
Eloy Urroz es también un crítico de la literatura que ha escrito sobre la forma literaria a partir de dos autores, James Joyce y D. H. Lawrence. El jesuita, irlandés, uterino contra el falo religioso, Joyce; fálico en contra de los gineceos maternos Lawrence, el hijo de Sons and Lovers, el hijo de Frieda Lawrence. Católico uno, protestante el otro. Inconcebibles ambos sin la tradición de la novela. Tradición que nos gusta remontar a Cervantes, declarémonos hijos de la Mancha, pero que Urroz, lector sin duda de Bajtín, lleva hasta el origen moderno de la ficción como disolución y mestizaje de géneros, rechazo de la hipócrita reducción de E. M. Forster (la novela igual a argumento y personajes verosímiles); trasgresión del origen Cervantino a un más allá que es un más acá. Rabelais, y sus grandes obras de fundación. Gargantúa y Pantagruel, 1532; 1534; 1546; 1552.
Es importante que Urroz nos recuerde así nuestros orígenes novelescos, pues sin origen no hay destino y Rabelais es origen y destino si consideramos que contra los intentos puritanos de desarmar a la novela vistiéndola con sus transparentes despojos, Rabelais escribe novela con religión, medicina, agricultura, comercio, lenguaje y dialectos, carnaval y existencia. Recordar esta amplitud receptiva que está en el origen y el destino de la novela no es el menor de los méritos de Eloy Urroz. ~
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[…] “Eloy Urroz”, agosto de 2010, en Este País, no. 232 Roberto Soto (el “Panzón” Soto) era un cómico de teatro de revista mexicano de los años veinte y treinta. Igual que Leopoldo (el “Chato”) Ortín y Carlos López (el “Chaflán”), Soto fue desplazado por la implacable personalidad de Mario Moreno (“Cantinflas”), quien ni siquiera toleró a su compañero de comedia inicial, Manuel Medel, y sólo tuvo más tarde un rival, Germán Valdés (“Tin Tán”) y otros secundarios (“Clavillazo”, “Resortes”). Leer más>> […]