REBECA GONZÁLEZ RUDO
No es fácil posar para una cámara. No es fácil oprimir el obturador y retratar bien a una persona. El buen retrato exige siempre una complicidad afortunada entre modelo y fotógrafo. Si el fotógrafo amateur se suele contentar con una sonrisa forzada, los profesionales se hacen expertos en instruir a sus modelos en el arte de posar. Diane Arbus, por ejemplo, al elaborar el retrato de un personaje famoso, se tardaba horas observándolo sin pronunciar palabra hasta que lograba exasperarlo, y en ese momento tomaba la foto de la “verdadera” persona que albergaba ese otro personaje creado por la fama.
Una complicidad muy peculiar entre fotógrafo y modelo fue la que construyó el médico francés Jean-Martin Charcot como base de sus investigaciones sobre la histeria en el hospital parisino de la Salpêtrière.
Levantado en la segunda mitad del siglo XVII sobre una vieja fábrica de pólvora (de ahí su nombre: salpêtre, sal de piedra, nitrato de potasio), el hospital albergaba a más de cinco mil mujeres: mendigas, locas, epilépticas, prostitutas; mujeres alienadas que ingresaban sin que nadie supiera si algún día podrían salir. Charcot se incorporó al cuerpo médico de la Salpêtrière en 1862 y muy pronto se convenció de que algunas de las asiladas no padecían enfermedades orgánicas sino enfermedades “nerviosas”. Charcot quería alejar su profesión de los prejuicios y de la superchería que rodeaba a este tipo de enfermedades. Para ello se valió de dos dispositivos técnicos y una herramienta de transmisión y enseñanza: la hipnosis, la fotografía y sus famosas lecciones de los martes en el anfiteatro del hospital. Con la hipnosis lograba hacer que sus pacientes dejaran de lado sus síntomas, como la ceguera o la parálisis, demostrando que no eran causados por daños orgánicos. Con la fotografía lograba captar, hacer visible a los otros, la serie de síntomas, convulsiones y efectos del tratamiento. Con sus lecciones de los martes lograba transmitir el conocimiento, montando verdaderos escenarios con todo y presentación en vivo de los casos.
Uno de los casos más célebres fue el de Augustine, una hermosa joven que ingresó al hospital a los quince años de edad. Augustine era hija de sirvientes y fue dada para su crianza a unos parientes que vivían en el campo. A los seis años fue llevada a un convento, donde recibió severos castigos por su comportamiento rebelde e incontrolable, ganándose incluso la sospecha de que estaba poseída por el diablo. La madre de Augustine la sacó del convento a los trece años y la llevó a trabajar con ella a la casa del señor C, donde era ama de llaves y, por lo visto, amante del patrón. Augustine participaba en las labores domésticas y, como deferencia a su madre, se le enseñó también a leer y a escribir junto con los hijos del propio señor C. El trato, sin embargo, no era tan inocente: el señor C empezó a cobrárselo violando y amenazando a la joven sirvienta. Tremendamente angustiada y temerosa por la terrible situación, Augustine comenzó a presentar síntomas diversos: visiones recurrentes, adormecimientos, parálisis, incoherencia al hablar, momentos de energía descontrolada, pesadillas. Dos años tuvieron que pasar antes de que la madre la remitiera a la Salpêtrière.
Charcot diagnosticó a Augustine como “gran histérica” y ella de inmediato se convirtió en la estrella de las presentaciones de los martes y en la modelo predilecta de Regnard y Londe, los fotógrafos del hospital. Posaba en camisón o vestida de mucama, acostada en la cama acondicionada en el estudio fotográfico o sostenida como tabla entre dos sillas; narraba con su cuerpo lo que el espectáculo demandaba: se convulsionaba, tenía espasmos, actitudes “pasionales”, catalepsias, éxtasis, orgasmos, letargias: al lente lo que pida.
No obstante la atención privilegiada que durante seis años recibió de médicos y fotógrafos, Augustine se puso cada vez peor. Un día en que tuvo 154 ataques histéricos se le consideró no apta para posar, ¡eso ya era demasiado! La confinaron entonces al pabellón de incurables.
Como había acabado su labor de modelo, esa misma noche, vestida de hombre, la bella Augustine se escapó para siempre de la Salpêtrière. ~
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