Disculpe, señora, si va a tirar el palo…, ahí tiene una papelera. Mmm, bueno, sí, no sé, venía pelando el tronco… Yo se lo decía por si… como es un poco grande… Ya, ya, pero ¿qué le hace a usted pensar que yo quiero tirarlo? Ah, no, si yo… Mire, es que me gustaría seguir pelándolo mientras camino. Está bien, pensaba yo que por la calle… ¿Quiere usted decir que no puedo ir por la calle con un palo, que además no es un palo, es un trozo de rama, una ramita? Como poder… Usted no lo haría, ¿verdad? No creo. Ya, pero eso es porque trabaja usted en un jardín. Será por eso, sí, pero mire, perdone, usted haga lo que quiera. Claro que lo voy a hacer, pero sigo sin entender por qué me sugirió usted que lo tirara. Pues ya le he dicho. No, si yo, en realidad, se lo agradezco, ha sido usted muy amable y así hemos hablado un rato. Muchas gracias, señora, para mí ha sido también un placer. Estupendo, seguiré mi camino entonces, por esa calle se va al centro, ¿verdad? Sí, señora; y un poco más abajo, al doblar la esquina, tiene usted otra papelera.
Teresa de Paz
¡Cuánto tiro, Teresa!
Me he reído y me he deseperado a la vez.
y a veces te preguntas…¿para qué me metería yo, quién me mandaría a mi?. Es que es así, como tu muy bien has contado.
La vida misma… ¡Buenísimo!
¡Qué belleza de microsituación! Me recordó una ocasión hace unos 20 años en que, en el Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México, al concluir la función y encenderse las luces me atreví a pedirle a una señora que no fuera a encender su cigarro en el recinto. ¡Vaya!, me encaró con una mueca de fastidio. Y lo demás, cmo en la microficción. Saludos Teresa.