Llega diciembre y con el final de 2010 terminan las conmemoraciones por el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, en un panorama donde ha imperado la lamentable falta de un programa sólido y unitario.
Entre los numerosos festejos —en general desarticulados, salvo en el común denominador de la impostada retórica oficial—, quedan en la fragilidad del recuerdo los fastos, carros alegóricos, fiestas populares y fuegos artificiales…
Los esfuerzos de mayor aliento resultan tal vez menos efímeros, dígase proyectos editoriales, producciones cinematográficas y televisivas, y alguna magna exposición —todo ello de dispareja calidad, por cierto—; mientras las remodelaciones arquitectónicas pretenden dejar una huella permanente.
Lo más perdurable de cuanto se ha hecho, acaso es aquello que ha propiciado una revisión de nuestra historia y un análisis de nuestro presente para contribuir a la construcción de un mejor futuro para todos.
Este País se ha sumado a la reflexión. A lo largo del año hemos publicado diversos trabajos y hemos vuelto a mirar tanto los dos acontecimientos históricos como la literatura de ambas épocas.
Desde septiembre, ha aparecido en estas páginas una sección a cargo de la Fundación Este País: 200 años de ciudadanía en México —que ahora cierra con la cuarta y última entrega y que ha intentado repasar un abanico de temas representativos de la transformación nacional a lo largo de dos centurias.
Para concluir las efemérides, presentamos una síntesis de tres lúcidos ensayos sobre los cambios que ha sufrido el país a lo largo de su vida como nación independiente, a más de unas Notas dedicadas al Bicentenario en el suplemento EstePaís|cultura.