A pesar de la influencia del sistema de producción-distribución-exhibición de Hollywood y de las trabas, o al menos la actitud ambigua, de las cadenas exhibidoras hacia el cine nacional, hay películas mexicanas, tanto comerciales como de autor, que han conseguido conectarse con la gente. Sin embargo, al parecer sigue habiendo un problema con la mayor parte de nuestras películas: muy poca gente las ve y mucho menos gente las recomienda. ¿Será que nuestros cineastas son, al igual que Hollywood y las exhibidoras, parte del problema?
Excepciones 2: cintas personales y difíciles
Carlos Reygadas es el ejemplo más claro de cineasta con una obra difícil y éxito. En parte, esto se debe al gusto por el escándalo en sus primeras películas y en parte a que le fue muy bien en festivales extranjeros antes de ser visto en México. Pero además, es un tipo talentoso tanto en su trabajo artístico como en sus estrategias de distribución.
Tengo la impresión de que él siempre ha sabido que su cine es de públicos pequeños y especializados y desde ahí se ha planteado ciertas metas. Basta pensar que cuando distribuyó Japón, puso una sola copia en circulación y así aseguró que los pocos interesados en su cinta fueran a verla. Pero la estrategia comercial, aún siendo inteligente y teniendo un objetivo claro, ofrecía un buen producto, un buen trabajo, vaya.
A mí Japón no me gustó, sin embargo me pareció una película lograda, que mostraba a un cineasta que tenía mucho que ofrecer. En ese sentido fue un alivio: un cineasta mexicano que podía aspirar a muy grandes cosas. Según yo, Reygadas llegó a la maestría en su oficio con Luz silenciosa, pero en el camino fue demostrando sus armas y sobre todo fue respetuoso de su propia búsqueda y de su público, a sabiendas de que era y será pequeño. También tengo la impresión de que sabía que se tenía que ganar al público.
Al final, ¿qué tienen en común Reygadas, González Iñárritu y Serrano? Calidad y público.
El problema del cine mexicano
Entonces, si a pesar de Hollywood y a pesar de los exhibidores hay cineastas mexicanos tanto muy accesibles como muy poco accesibles que son conocidos y reconocidos, ¿por qué no fuimos a ver la película mexicana que estuvo la semana pasada en cartelera?
Para empezar, tomemos en cuenta que si no juntan cierto número de entradas —¿cuántas, por cierto?, ¿alguien lo sabe?— salen de cartelera en una semana*. Okey, es una situación difícil, pero ¿de cuántas películas mexicanas hemos visto cortos antes de otra película? La verdad, yo he visto de muchas. Pero los cortos no necesariamente están bien hechos y no lucen en comparación con los que compiten. Porque, ojo, el cine mexicano compite con los otros cines en cartelera. Y si no hay una buena promoción la película no existe en la mente de esos miles de espectadores potenciales que cada cinta puede tener. Aquí es donde las cintas comienzan a ganarse a su público.
Sin embargo a veces pareciera, en las constantes conminaciones a que vayamos a ver una película que está buenísima según Diego Luna —es decir, cualquier película mexicana—, que tuviéramos la obligación de ver una cinta sólo porque se hizo en nuestro país. Al final, uno va y, la mayoría de las veces, piensa que es un bodrio independientemente de que sea comercial o de autor. Y de verdad, ¿por qué tenemos que apoyar a nuestra industria si ella no se preocupa por nosotros? Parece que los espectadores —y el gobierno— tuviéramos la obligación moral de hacer exitoso un cine que no nos toma en cuenta. Pero hemos apoyado cintas de gran público y de autor que están bien hechas (Temporada de patos, por ejemplo) o que nos significan algo (de nuevo pienso en El estudiante; no la vi ni quiero —y por los cortos me parece que no era una maravilla técnica— pero a mucha gente le gustó).
Cuando nos piden que vayamos para apoyar a una industria que no quiere hacer las cosas bien ni competir nos quieren hacer responsables de algo de lo que sólo los cineastas son responsables: de ganarse a su público. Al final, ellos no se responsabilizan de su obra y quieren que apoyemos cualquier comedia sin chiste o cualquier obra personal en la que nadie se sentó a pensar si el guión se sostenía. Por un lado tenemos a unos empresarios que piensan que la mediocridad vende y por otro a un montón de egresados de las escuelas de cine que piensan que son artistas y que eso justifica cualquier cosa. Me pregunto qué pensarán de esta frase de Aleksándr Sokúrov: “¡Imagínense cuál es la responsabilidad de un cineasta frente a hombres que van a perder una hora y media de sus vidas para ver su obra!”** Cito a Sokúrov porque es uno de los directores vivos más relevantes y es un realizador que respeta al público aunque no tiene concesiones: su obra es personalísima y, a menudo, muy radical. Uno no tiene que hacer, por fuerza, cosas del gusto del gran público pero por lo menos tiene que respetar su trabajo siendo autocrítico y respetar a las audiencias ofreciéndoles una buena cinta.
Es indudable que hay un problema en todo el sistema de producción-distribución-exhibición controlado por Hollywood, pero hace falta plantearnos si el problema de la calidad en el cine mexicano no tiene el mismo tamaño. No se puede competir haciendo películas mediocres (aunque sean de autor), y menos ganarse al público. Es hora de dejar de pensar que el problema sólo es de los demás; nunca de la gente que hace cine.
Postscriptum:
Como este texto fue escrito mucho antes de ser publicado, aparecerá en un momento de particular afluencia a las salas mexicanas, consecuencia de las películas históricas que han ocupado la cartelera en 2010. Esta situación podría poner en duda los argumentos que expongo, sin embargo no puedo hacer más que evidenciar la problemática porque es muy pronto para sacar conclusiones que refuercen, refuten o modifiquen mi postura.
* Casi al terminar de escribir el texto descubrí que, en verdad, nadie sabe nada de esto. Escribe Víctor Ugalde: “El productor no sabe con exactitud cuál es el número de espectadores que debe lograr para permanecer otra semana más en la misma sala (lo que se conoce como media de continuidad o tope) y tampoco tiene seguridad de que se respetarán las funciones completas programadas (el gerente del complejo puede decidir suspenderlas de un momento a otro sin mayor explicación)”. “El reino de la incertidumbre”, Cine Toma, número 11, julio-agosto de 2010, p. 10.
** Catálogo del 5° ficco, 2008, s/p.
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En realidad, yo aprendi mi lección al ver «Bajo la misma luna». Yo pienso que fue una pérdida de tiempo ya que lo único que me gusto, fue la actuación de Debez. La historia no reflejaba ní lo mínimo que sufre una persona al cruzar el desierto. Es una pena que nuestra gente se limite, que desperdicie dinero al crear basura y espere que al público le guste.
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